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  • La muerte negra no fue el fin
    ¡Despertad! 1997 | 22 de noviembre
    • La muerte negra no fue el fin

      EN OCTUBRE de 1347 llegaron al puerto de Mesina (Sicilia) unos barcos mercantes que procedían de Oriente. Unos remeros estaban enfermos, y otros, ya agonizaban. Presentaban en el cuerpo unas hinchazones oscuras del tamaño de un huevo de las que salía sangre y pus. Los marineros padecían intensos dolores y morían a los pocos días de aparecerles los primeros síntomas.

      De los barcos bajaron ratas que se mezclaron con la población roedora del puerto. Dichas ratas tenían pulgas infectadas con un bacilo letal para el ser humano. Así se propagó la enfermedad epidémica conocida como la peste, la peor hasta aquella fecha en la historia de Europa, y que llegó a recibir el calificativo de peste negra o muerte negra.

      Había dos tipos de peste. Uno, transmitido por la picadura de una pulga infectada, se propagaba por la corriente sanguínea y provocaba hinchazones y hemorragias internas. El otro se contagiaba a través de la tos o los estornudos del enfermo e infectaba los pulmones. Dada la presencia simultánea de ambos tipos, la peste se propagó con rapidez y gran virulencia. En tan solo tres años segó la vida de una cuarta parte de la población de Europa; se cree que murieron unos veinticinco millones de personas.

      Nadie sabía entonces cómo se transmitía la peste de una persona a otra. Unos creían que el aire estaba envenenado, posiblemente debido a un terremoto o a una insólita alineación de los planetas. Otros pensaban que la gente enfermaba con tan solo mirar a una persona infectada. Aunque las opiniones variaban, lo cierto es que la enfermedad era muy contagiosa. Un médico francés dijo que parecía como si un solo enfermo “pudiera infectar al mundo entero”.

      No se conocía ningún tratamiento preventivo ni curativo. Muchos reflexionaban en profecías bíblicas como la de Lucas 21:11, que predice pestes para el tiempo del fin. En las iglesias se recogían muchos donativos, no obstante la peste continuó haciendo estragos. Un italiano de la época escribió: “Las campanas no doblaban a difuntos y nadie lloraba fuesen cuales fueren sus pérdidas, porque casi todos esperaban expirar... Y todos decían con convicción: ‘Es el fin del mundo’”.

      Pero aquello no fue el fin. Cuando concluyó el siglo XIV, la epidemia de peste había acabado. El mundo, en cambio, continuó.

  • Pestes del siglo XX
    ¡Despertad! 1997 | 22 de noviembre
    • Pestes del siglo XX

      LA MUERTE negra de la Europa del siglo XIV no condujo al fin del mundo, como muchos predecían. Pero ¿qué podemos decir de nuestro tiempo? ¿Indican las epidemias y dolencias actuales que estamos viviendo en lo que la Biblia denomina “los últimos días”? (2 Timoteo 3:1.)

      “Imposible”, tal vez piense. Los adelantos médicos y científicos de la actualidad nos han ayudado a conocer y combatir la enfermedad como nunca antes en la historia. La ciencia médica ha descubierto una amplia gama de antibióticos y vacunas, armas poderosas para luchar contra las enfermedades y los microbios que las causan. Las mejoras en la atención hospitalaria así como en la depuración del agua, las condiciones sanitarias y la manipulación de alimentos también han sido útiles en la batalla contra las enfermedades infecciosas.

      Hace un par de decenios, muchos creían que la lucha estaba casi ganada. La viruela había sido erradicada, y se estaban tratando de erradicar otras enfermedades. Muchos fármacos controlaban eficazmente un sinfín de males. Los profesionales de la salud veían el futuro con optimismo. Las enfermedades infecciosas serían eliminadas; habría una victoria tras otra. La ciencia médica prevalecería.

      Pero no prevaleció. En la actualidad las enfermedades infecciosas siguen siendo la principal causa de muerte en el mundo; tan solo en 1996 fallecieron por su causa más de cincuenta millones de personas. El optimismo del pasado está siendo reemplazado por una creciente preocupación por el futuro. The World Health Report 1996, publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), advierte: “Gran parte de los logros conseguidos en el campo de la salud corren el riesgo de malograrse. Nos hallamos al borde de una crisis mundial en lo referente a las enfermedades infecciosas. Ningún país está a salvo de ellas”.

      Viejas enfermedades que se vuelven más letales

      Un factor muy preocupante es que enfermedades conocidas, que se creían ya vencidas, están reapareciendo en formas más letales y más difíciles de curar. Un ejemplo de ello es la tuberculosis, enfermedad que se consideraba prácticamente controlada en el mundo desarrollado. Pero no ha desaparecido; cada año acaba con la vida de unos tres millones de personas. Si no mejoran las medidas de control, se calcula que alrededor de noventa millones de personas enfermarán de tuberculosis en la década de los noventa. En muchos países se está propagando la tuberculosis farmacorresistente.

      Otro ejemplo de enfermedad que ha reaparecido lo tenemos en el paludismo, o malaria. Hace cuarenta años, los médicos tenían la esperanza de erradicar pronto el paludismo. Hoy día, esta enfermedad mata cada año a unos dos millones de personas. El paludismo es una enfermedad endémica —es decir, que existe habitualmente— en más de noventa países, y amenaza al 40% de la población del mundo. Los mosquitos portadores de los parásitos del paludismo se han hecho resistentes a los pesticidas, y los propios parásitos son ya tan resistentes a los fármacos que los médicos temen que algunas cepas de paludismo pronto lleguen a ser incurables.

      Enfermedad y pobreza

      Otras enfermedades continúan matando implacablemente a pesar de que existen medidas eficaces para combatirlas. Considere, por ejemplo, la meningitis espinal. Existen vacunas para prevenir la enfermedad y fármacos para curarla. A principios de 1996 estalló un brote de meningitis en el África subsahariana. Aunque posiblemente no le llegaron muchas noticias, quitó la vida a más de quince mil personas, principalmente pobres, y en su mayoría niños.

      Las infecciones de las vías respiratorias inferiores, como la pulmonía, matan cada año a cuatro millones de personas, mayormente niños. El sarampión mata anualmente a un millón de niños, y la tos ferina, a otros 355.000. Muchas de esas muertes también podrían evitarse con vacunas bastante baratas.

      Cada día mueren de deshidratación diarreica alrededor de ocho mil niños. Casi todas esas muertes podrían evitarse con unas buenas condiciones sanitarias, agua potable o la administración de sales de rehidratación oral.

      La mayoría de estas muertes ocurren en el mundo en vías de desarrollo, donde abunda la pobreza. Unos ochocientos millones de personas —una parte considerable de la población del mundo— no pueden recibir atención médica. The World Health Report 1995 decía: “El peor asesino y el mayor causante de enfermedades y sufrimientos en todo el mundo aparece casi al final de la lista de la Clasificación Internacional de Enfermedades. Se le ha asignado el código Z59.5: pobreza extrema”.

      Enfermedades recién identificadas

      Después están las enfermedades nuevas, las que se han identificado en los últimos años. La OMS dijo recientemente: “Durante los 20 últimos años han aparecido por lo menos 30 nuevas enfermedades infecciosas, que hoy suponen en conjunto una amenaza para la salud de cientos de millones de personas. Para muchas de estas enfermedades no existe ningún tratamiento, curación o vacuna, y la posibilidad de prevenirlas o controlarlas es limitada”.

      Considere, por ejemplo, el VIH y el sida. Su existencia se desconocía tan solo quince años atrás, y ahora afectan a personas de todos los continentes. Actualmente hay veinte millones de adultos infectados con el VIH, y más de cuatro millones y medio ya tienen sida. De acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano 1996, el sida es hoy la principal causa de muerte en Europa y América del Norte entre los adultos menores de 45 años. En todo el mundo se infectan diariamente unas seis mil personas, una cada quince segundos. Según los pronósticos, el número de casos de sida seguirá aumentando rápidamente. Según cierto organismo estadounidense, se calcula que para el año 2010, la esperanza de vida en los países de África y Asia más afectados por el sida se habrá reducido a 25 años.

      ¿Es el sida una enfermedad sin igual, única en su género, o podrían aparecer otras epidemias que causaran estragos similares o aún peores? La OMS responde: “Sin duda hay enfermedades todavía desconocidas, pero con el potencial de convertirse en el sida del mañana, que se encuentran en estado latente”.

      Factores que favorecen la propagación de microbios

      ¿Por qué temen futuras epidemias los especialistas en la salud? Una razón estriba en el crecimiento de las ciudades. Cien años atrás, solo el 15% de la población del mundo vivía en ciudades. Sin embargo, se prevé que para el año 2010, más de la mitad de la población mundial vivirá en zonas urbanas, particularmente en las megaciudades de los países menos desarrollados.

      Los agentes infecciosos proliferan en lugares densamente poblados. Cuando una ciudad cuenta con viviendas adecuadas, buenos sistemas de alcantarillado y abastecimiento de agua así como buena atención médica, existe menos riesgo de epidemias. Pero las ciudades que crecen con mayor rapidez son las de los países más pobres. En algunas ciudades solo hay un retrete por cada 750 personas o más. Además, muchas zonas urbanas carecen de viviendas adecuadas, agua potable y servicios médicos. Cuando centenares de miles de personas viven hacinadas en condiciones míseras, la probabilidad de que se propaguen enfermedades es mucho mayor.

      ¿Significa esto que las epidemias del futuro solo afectarán a las megaciudades atestadas y sumidas en la pobreza? La revista Archives of Internal Medicine responde: “Debemos reconocer que los focos de pobreza extrema, las situaciones económicas desesperadas y sus consecuencias constituyen los terrenos más fértiles para sembrar infecciones y abrumar la tecnología del resto del mundo”.

      No es fácil confinar las enfermedades a una sola zona. Muchísimas personas se desplazan de un lugar a otro. Cada día cruzan las fronteras internacionales un millón de personas. Cada semana viajan entre países ricos y pobres otro millón de personas. Cuando estas se desplazan, los microbios mortíferos las acompañan. The Journal of the American Medical Association dice: “Actualmente, el brote de una enfermedad en cualquier parte del mundo debe considerarse una amenaza para casi todos los países, y especialmente para aquellos que constituyen los principales centros de conexión de los viajes internacionales”.

      De modo que, a pesar de los adelantos médicos del siglo XX, las pestes continúan segando la vida de un sinfín de personas, y muchas temen que lo peor aún no ha llegado. Pero ¿qué dice la Biblia acerca del futuro?

      [Comentario de la página 4]

      Las enfermedades infecciosas siguen siendo la principal causa de muerte en el mundo; tan solo en 1996 fallecieron por su causa más de cincuenta millones de personas

      [Recuadro de la página 6]

      Resistencia a los antibióticos

      Muchas enfermedades infecciosas están resultando más difíciles de curar porque se han hecho resistentes a los antibióticos. El proceso es el siguiente: Cuando las bacterias infectan a una persona, se multiplican sin cesar y transmiten a las nuevas generaciones sus rasgos genéticos. Cada vez que se forma una nueva bacteria, existe la posibilidad de que se produzca una mutación —un ligero error de copia que conferirá una característica nueva a la bacteria recién formada—. La probabilidad de que una bacteria mute de forma que se haga resistente a un antibiótico es mínima. Pero dado que las bacterias se reproducen por miles de millones, llegando en ocasiones a producir tres generaciones de bacterias en una hora, lo improbable termina por suceder: de vez en cuando aparece una bacteria que resulta difícil de matar con un antibiótico.

      De modo que cuando una persona infectada toma un antibiótico, las bacterias no resistentes son eliminadas, y puede que la persona se sienta mejor. Sin embargo, las bacterias resistentes sobreviven. Y ahora ya no tienen que competir con las otras por nutrientes y territorio. Están libres para reproducirse sin obstáculos. Como una bacteria puede multiplicarse hasta producir más de dieciséis millones de bacterias en un solo día, al poco tiempo la persona vuelve a enfermar. Pero entonces la infección la causa una cepa de bacterias resistentes al fármaco que se suponía que las eliminara. Estas bacterias también pueden infectar a otras personas y con el tiempo mutar de nuevo y hacerse resistentes a otros antibióticos.

      Un artículo editorial de la revista Archives of Internal Medicine dice: “La rapidez con que bacterias, virus, hongos y parásitos desarrollan resistencia a nuestro armamento terapéutico actual hace que nos preguntemos, no si perderemos esta guerra del hombre contra el mundo microbiano, sino cuándo la perderemos”. (Cursivas nuestras.)

      [Tabla de la página 7]

      Algunas enfermedades infecciosas nuevas desde 1976

      Año Dónde aparecieron

      en que se o se identificaron

      identificó Nombre de la enfermedad los primeros casos

      1976 Enfermedad de los legionarios. Estados Unidos

      1976 Criptosporidiosis Estados Unidos

      1976 Fiebre hemorrágica de Ebola Zaire

      1977 Virus de Hantaan Corea

      1980 Hepatitis D (Delta) Italia

      1980 Virus linfotrópico de células T Japón

      humano tipo 1

      1981 Sida Estados Unidos

      1982 E. coli O157:H7 Estados Unidos

      1986 Encefalopatía espongiforme Reino Unido

      bovinaa

      1988 Salmonella enteritidis PT4 Reino Unido

      1989 Hepatitis C Estados Unidos

      1991 Fiebre hemorrágica venezolana Venezuela

      1992 Vibrio cholerae O139 India

      1994 Fiebre hemorrágica brasileña Brasil

      1994 Virus del sarampión humano Australia

      y equino

      [Nota]

      a Únicamente casos en animales.

      [Reconocimiento]

      Fuente: OMS

      [Recuadro de la página 8]

      Reaparecen viejas enfermedades

      Tuberculosis: Se calcula que durante esta década, más de treinta millones de personas morirán de tuberculosis. Como consecuencia de no haberse tratado eficazmente la enfermedad en el pasado, hoy día la tuberculosis farmacorresistente se ha convertido en una amenaza mundial. Algunas cepas han llegado a ser inmunes a fármacos que antes mataban irremediablemente a las bacterias.

      Paludismo: Esta enfermedad ataca todos los años a 500 millones de personas, y mata a dos millones. La falta de medicamentos o el mal uso de estos ha dificultado el control de la enfermedad. Por esta razón, los parásitos del paludismo se han hecho resistentes a los fármacos que antes los mataban. Y la resistencia de los mosquitos a los insecticidas complica el problema.

      Cólera: Cada año el cólera quita la vida a 120.000 personas, mayormente en África, donde las epidemias se han hecho cada vez más frecuentes y extendidas. El cólera, que en América del Sur se desconocía por décadas, azotó el Perú en 1991 y desde entonces se ha propagado por toda Sudamérica.

      Dengue: Se calcula que este virus transmitido por mosquitos infecta cada año a veinte millones de personas. En 1995, la peor epidemia de dengue en la América Latina y el Caribe durante los últimos quince años afectó por lo menos a catorce países de esa zona. El crecimiento de las ciudades, la propagación de los mosquitos portadores de dengue y los desplazamientos masivos de personas infectadas contribuyen a que las epidemias de esta enfermedad vayan en aumento.

      Difteria: Los programas de inmunización general que empezaron hace cincuenta años consiguieron que esta enfermedad fuera sumamente rara en los países industrializados. Pero desde 1990, las epidemias de difteria han hecho estragos en quince países de la Europa oriental y la ex Unión Soviética. Una de cada cuatro personas que contrajeron la enfermedad murió. Durante los primeros seis meses de 1995, se informaron 25.000 casos.

      Peste bubónica: En 1995 se informaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) por lo menos 1.400 casos de peste humana. En Estados Unidos y otros lugares, la enfermedad se ha propagado a zonas que no habían tenido casos de peste por décadas.

  • ¿Son las pestes una señal del fin?
    ¡Despertad! 1997 | 22 de noviembre
    • ¿Son las pestes una señal del fin?

      ¿SON las pestes de nuestro día una indicación de que el fin del mundo está cerca? Antes de responder a esta pregunta, analicemos lo que significa la expresión “el fin del mundo”.

      Para muchas personas, el fin del mundo significa que Dios destruirá la Tierra y toda la vida que hay en ella. Pero la Palabra de Dios dice que él “formó [la Tierra] aun para ser habitada”. (Isaías 45:18.) Su propósito es llenar el planeta de personas saludables y felices, deseosas de vivir en conformidad con sus justos estatutos. De modo que el fin del mundo no quiere decir el fin de la Tierra y de todos sus habitantes. Es más bien el fin del sistema actual y de aquellos que se niegan a hacer la voluntad de Dios.

      Así lo mostró el apóstol Pedro, cuando escribió: “El mundo de [los días de Noé] sufrió destrucción cuando fue anegado en agua”. Cuando el mundo fue destruido en los tiempos de Noé, perecieron los inicuos. No obstante, la Tierra quedó, y también quedaron Noé y su familia, personas justas. Pedro pasó a decir que en el futuro Dios volverá a intervenir para traer la “destrucción de los hombres impíos”. (2 Pedro 3:6, 7.)

      Hay otros textos bíblicos que respaldan esta idea. Por ejemplo, Proverbios 2:21, 22 dice: “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, serán arrancados de ella”. (Véase también Salmo 37:9-11.)

      Las pestes y el fin del mundo

      Pero ¿cuándo sucederá eso? Cuatro discípulos de Jesús le plantearon la misma pregunta, diciendo: “¿Qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas [o, como dicen algunas traducciones de la Biblia, “del fin del mundo”]?”. Jesús respondió: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro”. (Mateo 24:3, 7.) En el relato paralelo de Lucas 21:10, 11, Jesús añadió: “Habrá [...] en un lugar tras otro pestes [...]; y habrá escenas espantosas, y del cielo grandes señales”.

      Observe que Jesús no dijo que las pestes por sí solas demostrarían la proximidad del fin. Él también mencionó grandes guerras, terremotos y escaseces de alimento. En su detallada profecía, recogida en Mateo 24 y 25, Marcos 13 y Lucas 21, Jesús predijo muchas otras cosas que tendrían que ocurrir. Todas ellas acontecerían al mismo tiempo antes de que Dios interviniera para acabar con la iniquidad de la Tierra. Hay prueba convincente de que estamos viviendo en ese período.

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