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¿Son infalibles los papas?¡Despertad! 1989 | 8 de febrero
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¿Son infalibles los papas?
‘EL DOGMA del que depende el triunfo del catolicismo sobre el racionalismo.’ Así es como el periódico jesuita La Civiltà Cattolica aclamó en el año 1870 la solemne promulgación del dogma de la infalibilidad del Papa en el concilio Vaticano I.
En el lenguaje teológico católico, el término “dogma” se refiere a las doctrinas que tienen un “valor absoluto y son incuestionables”. La definición exacta de la infalibilidad del Papa, según se aprobó en el concilio de 1870, es la siguiente:
“Enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado; Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra —esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal—, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia.”
Una situación para tener todas las de ganar
Un teólogo alemán, el difunto August Bernhard Hasler, opinaba que esta definición, difícil de comprender para muchos, es, además, vaga. Refiriéndose a la “vaguedad” e “indeterminación” de la expresión ex cathedra, comentó que “casi nunca se puede decir cuáles son las decisiones que deben considerarse infalibles”. Según otro teólogo, Heinrich Fries, la fórmula es “ambigua”, y Joseph Ratzinger admitió que esa cuestión había dado origen a una “complicada controversia”.
Hasler afirmó que “la vaguedad de los conceptos” permite tanto una aplicación extensa del dogma, a fin de aumentar el poder del Papa, como una interpretación más limitada, que permita que frente a enseñanzas erróneas del pasado, uno siempre pueda tener base para afirmar que no son parte del llamado “magisterio” infalible. En otras palabras: se trata de una situación en la que, como suele decirse, “si sale cara gano yo, y si sale cruz pierdes tú”.
De modo que con “infalibilidad” se quiere decir que aunque el Papa comete errores como todos los demás humanos, no se equivoca a la hora de definir cuestiones de fe y de moral ex cathedra, cuando desempeña el cargo de pastor de la iglesia católica romana.
Pero, ¿qué opinan los propios católicos de esta doctrina?
[Ilustración en la página 4]
En 1870 el papa Pío IX insistió en que se promulgase el dogma de la infalibilidad
[Reconocimiento]
Culver Pictures
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Lo que los católicos dicen sobre la infalibilidad¡Despertad! 1989 | 8 de febrero
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Lo que los católicos dicen sobre la infalibilidad
¿CÓMO ven muchos católicos la doctrina de la infalibilidad del Papa? Observe los siguientes comentarios recogidos por el corresponsal de ¡Despertad! en Italia:
A. M., abogado católico de Bérgamo, dijo: “Si una persona profesa el catolicismo, entonces tiene que creer en sus dogmas. Es obvio que el problema de la infalibilidad del Papa no se puede explicar de una manera racional, es una cuestión de fe. O se cree o no se cree”.
P. S., católico de Palermo, afirma: “En mi opinión, lo que importa no es tanto si la Biblia apoya el dogma o no, sino si se puede establecer que cumple una función dentro de la Iglesia y que tiene una utilidad específica hoy día. Vivimos en un mundo confuso, una verdadera Babilonia de ideas. Las personas ya no están seguras de nada, y existe esta gran necesidad de contar con una fuente absolutamente segura con la que puedan identificarse”.
Otros católicos son críticos. Al parecer, su escepticismo se basa en los precedentes históricos del papado. “Soy católico practicante, pero me resulta difícil creer en esta doctrina [la infalibilidad del Papa] —dijo L. J., periodista romano—. La historia de los papas indica precisamente lo contrario.”
A. P., doctor de Roma, dice: “No lo creo en absoluto. Él es un hombre como todos los demás y se equivoca. Por ejemplo: cuando se mezcla en la política, está equivocado. El único que no se equivoca es Dios”.
Esta doctrina ha dividido a la gente. En 1982, el 57% de los católicos de la ciudad de Roma, donde está ubicado el Vaticano, consideraba el dogma de la infalibilidad del Papa como uno de los más cuestionables. En Portugal, solo el 54,6% de los católicos lo cree, y en España, únicamente el 37%.
¿Pudiera ser que en lugar de contribuir a la unidad de la iglesia católica, este dogma haya dado origen, en realidad, a divisiones y disputas? La evidencia histórica indica que desde su mismo principio ha sido raíz de controversias, hasta durante el concilio que lo promulgó en el siglo XIX.
Divisiones y amedrentamiento
No se puede negar que durante el concilio Vaticano del año 1870 hubo algunas discusiones muy acaloradas entre obispos y cardenales. El periódico La Civiltà Cattolica de aquel año habló de “ardiente agitación”, e hizo notar que ni siquiera los jesuitas habían previsto que “surgieran semejantes diferencias ante una verdad tan sagrada”.
El historiador alemán Ferdinand Gregorovius escribió que en el concilio hubo “sesiones tempestuosas”. La que se celebró el 22 de marzo de 1870 fue particularmente turbulenta. El obispo Josip Juraj Strossmajer, uno de los muchos obispos presentes en el concilio que estuvieron en contra del dogma de la infalibilidad, fue acallado por los gritos de los que estaban a favor. Los registros del concilio explican que mientras Strossmajer hablaba, estos obispos protestaban “con voz fuerte” y ‘gritaban’: “¡Que lo echen de aquí!”, y: “¡Que baje! ¡Que baje!”.
Otros historiadores han mostrado que el Papa y la curia romana ejercieron mucha presión en los miembros del concilio para que se aprobase el dogma. Respecto a esto, el historiador católico Roger Aubert habla de la “trifulca” que tuvo Pío IX con el cardenal boloñés Guidi, cuyo discurso al concilio no fue del agrado del Papa. Según se informa, en un estallido de cólera, Pío IX dijo al cardenal, quien en su discurso había hecho referencia a la tradición: “¡Yo soy la tradición!”.
El Papa quería que se aprobase la doctrina a toda costa: “Estoy tan decidido a seguir adelante —dijo—, que si pensase que el Concilio quiere silencio, lo disolvería y yo mismo promulgaría la definición”. La Civiltà Cattolica admitió: “Las maniobras del grupo mayoritario del concilio y también del papa Pío IX, así como las limitaciones y dificultades impuestas al grupo minoritario, no deben seguir minimizándose ni justificándose con excusas”.
Un libro de historia resume lo que sucedió del siguiente modo: “Los nuncios del Papa [embajadores] intimidan a los obispos para que apoyen un decreto de infalibilidad del Papa”. Sin embargo, tales “maniobras” no consiguieron calmar las aguas de la disidencia; más bien, solo sirvieron para agitarlas aún más. Después del concilio, parte del clero disidente se separó de la iglesia católica. De aquel cisma surgió el movimiento “Católicos de antes”, que todavía sigue activo en Austria, Alemania y Suiza.
Escépticos modernos
Las controversias sobre este dogma nunca se han apaciguado del todo. Con motivo del centenario de su aprobación, en 1970 volvieron a estallar con particular virulencia.
A finales de la década de los sesenta, el obispo holandés Francis Simons escribió el libro Infallibility and the Evidence, en el que expresó abiertamente sus dudas sobre la infalibilidad de la iglesia católica y del Papa. Simons dijo que por causa del dogma, “en lugar de ser una fuerza que promueve el progreso y los cambios favorables, la Iglesia se ha convertido en una institución que teme las innovaciones y que se preocupa por salvaguardar su propia posición”.
Poco después salió a la luz el fuerte ataque del afamado teólogo suizo Hans Küng, quien con su libro Infallible? An Enquiry y otros escritos provocó severas reacciones de la jerarquía católica. Luego, a finales de 1970, August Hasler escribió: “Cada vez se hace más evidente que el dogma de la infalibilidad del Papa no tiene base ni en la Biblia ni en la historia de la Iglesia durante el primer milenio”.
Los teólogos leales a la doctrina de la Iglesia han reaccionado de diversas maneras. La Civiltà Cattolica menciona la “enorme cantidad de dificultades, intolerancia y agitación” generadas por “la reafirmación de la doctrina del primado romano de Pedro decretada por el Vaticano II”. Karl Rahner enfatizó que “los dogmas permanecen en su marco histórico y permanentemente abiertos a interpretación futura”.
Si las definiciones de los dogmas están sujetas a nuevas interpretaciones, ¿cómo pueden ser infalibles? ¿Cómo pueden ofrecer la certeza que la gente busca? Pero aún más importante es saber si los primeros cristianos seguían a un Papa infalible.
[Comentario en la página 6]
“Cuando se mezcla en la política, está equivocado.” (Un doctor de Roma)
[Reconocimiento en la página 7]
Miami Herald Publishing Co.
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La infalibilidad y los cristianos primitivos¡Despertad! 1989 | 8 de febrero
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La infalibilidad y los cristianos primitivos
LA DOCTRINA de la infalibilidad está estrechamente vinculada a la de la “primacía”, o poder supremo, del Papa. Según la Enciclopedia Cattolica, “los textos bíblicos que establecen la primacía dan testimonio de la i[nfalibilidad] pontificia”. En apoyo de esta doctrina, la misma obra cita los siguientes versículos, en los que Cristo se dirige a Pedro.
Mateo 16:18: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Lucas 22:32: “Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
Juan 21:15-17: “Apacienta mis corderos”. “Apacienta mis ovejas.” “Apacienta mis ovejas.” (Biblia de Jerusalén.)
Según la iglesia católica, los versículos que se acaban de mencionar deberían demostrar tres cosas. Primero, que Pedro era el “príncipe de los apóstoles”, es decir, el que tenía primacía entre ellos; segundo, que era infalible, y tercero, que tendría “sucesores” que compartirían sus prerrogativas, la primacía y la infalibilidad.
Sin embargo, respecto a esto, el catedrático de Historia de la Iglesia Giuseppe Alberigo hace estos significativos comentarios: “Como es sabido, en el NT [Nuevo Testamento] nunca aparecen las palabras ‘papa’ o ‘papado’. La única figura dominante es la de Jesús de Nazaret; entre los discípulos, y particularmente entre los apóstoles, es muy problemático reconocer, sobre la base de los textos, una figura que emerja por encima de todas las demás. Pedro, Juan, Santiago, Pablo, todos ellos constituyen figuras igual de destacadas y significativas, diferentes entre sí y complementarias. No hay duda de que a Pedro se le presenta como uno de los apóstoles a los que Cristo habló con más frecuencia, aunque no el único ni el más importante”.
¿Qué creían los cristianos primitivos? El profesor Alberigo responde: “En los primeros siglos no existe ninguna doctrina ni praxis sobre la figura del Papa o sus funciones. [...] La posibilidad de que hubiese un ‘episcopus episcoporum’ [obispo de obispos] fue una aberración para Cipriano [escritor del siglo III], como él mismo afirmó en el sínodo de Cartago”.
¿Cuándo arraigó la doctrina del papado? El profesor Alberigo contesta: “A finales del siglo IV se hace más insistente el derecho de la iglesia romana a ejercer una función apostólica, es decir, a coordinar las iglesias occidentales”. Alberigo añade que “el concepto del ‘principado’ de Pedro entre los apóstoles, basado en Mat. 16:18”, surgió “durante el episcopado de León I [siglo V]”. “En el NT no se encuentra ninguna indicación de Jesús concerniente a los sucesores de Pedro ni de los otros apóstoles.”
Pero, ¿apoyan algunos versículos, como Mateo 16:18 —el que con más frecuencia citan los teólogos—, la doctrina del papado?
¿Quién es la preciosa “piedra” de fundamento?
“Tú eres Pedro [griego: Pé·tros], y sobre esta piedra [griego: pé·trai] edificaré mi Iglesia.” Para la iglesia católica, la estrecha similitud entre ambos términos muestra que Pedro es la piedra de fundamento de la Iglesia verdadera, o congregación cristiana. Pero la Biblia dice mucho sobre la simbólica piedra, por lo que es necesario examinar otros versículos para llegar a una conclusión correcta. (Mateo 16:18, Biblia de Jerusalén.)
Importantes profecías de las Escrituras Hebreas ya habían anunciado la venida de una piedra de fundamento simbólica y el doble papel que esta desempeñaría. Iba a ser un instrumento de salvación para los que ejerciesen fe: “Aquí voy a colocar como fundamento en Sión una piedra, una piedra probada, el precioso ángulo de un fundamento seguro. Nadie que ejerza fe será sobrecogido de pánico”. (Isaías 28:16.) Paradójicamente, iba a ser una roca sobre la que los israelitas no creyentes tropezarían: “La piedra que los edificadores rechazaron ha llegado a ser cabeza del ángulo”. (Salmo 118:22.) “Como piedra contra la cual dar y como roca sobre la cual tropezar para ambas casas de Israel.” (Isaías 8:14.)
¿Era posible que un simple hombre, especialmente el impulsivo Pedro, desempeñase el doble papel de la simbólica piedra? (Mateo 26:33-35, 69-75; Marcos 14:34-42.) ¿En quién deberíamos ejercer fe a fin de obtener salvación: en Pedro, o en alguien mayor? ¿Sobre quién tropezaron los israelitas: sobre Pedro, o sobre Jesús? Las Escrituras indican con claridad que las profecías relacionadas con esa preciosa piedra no se cumplieron en Pedro, sino en el Hijo de Dios, Jesucristo. Como se muestra en Mateo 21:42-45, Jesús se aplicó a sí mismo las profecías de Isaías y Salmo 118.
De acuerdo con lo que leemos en 1 Pedro 2:4-8, el propio Pedro consideraba que la piedra de fundamento era Jesús, no él. En una ocasión anterior, al hablar a los líderes religiosos judíos, confirmó que “Jesucristo el Nazareno” era “la piedra que fue tratada por ustedes los edificadores como de ningún valor, que ha llegado a ser cabeza del ángulo”. (Hechos 4:10, 11.)
El apóstol Pablo opinaba lo mismo, como puede verse en textos como Romanos 9:31-33, 1 Corintios 10:4 y Efesios 2:20; en este último versículo se confirma el hecho de que los miembros de la congregación cristiana han sido “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular de fundamento”. Él es también el “cabeza de la congregación”, a la que dirige desde los cielos. “Estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”, dijo Jesús. (Efesios 1:22; 5:23; Mateo 28:20; Colosenses 1:18.)
Pedro: ¿un Papa, u otro igual que los demás?
¿Qué instrumento usó Jesús después de ascender al cielo para dirigir la obra de sus seguidores fieles? ¿Nombró a uno de ellos su “vicario” con poderes supremos, para que actuara como un Papa? No, no estableció una forma de gobierno monárquica sobre la congregación. Lo que hizo fue depositar el cuidado del rebaño en manos de un cuerpo, un grupo de siervos fieles. En sus comienzos, la congregación cristiana estaba dirigida por el entero cuerpo de los doce apóstoles, junto con ancianos de la congregación de Jerusalén.
Fueron los doce apóstoles quienes, colectivamente, decidieron cómo se iban a satisfacer las necesidades materiales de los indigentes. (Hechos 6:1-6.) También fueron los doce los que, como cuerpo, decidieron quiénes deberían ser enviados a los samaritanos cuando estos aceptaron las buenas nuevas, y escogieron a Pedro y Juan. Parece ser que en esta ocasión, Pedro, lejos de tomar sus propias decisiones, simplemente fue uno de aquellos a quienes los apóstoles “despacharon”. (Hechos 8:14.)
Finalmente, durante la asamblea celebrada en Jerusalén alrededor del año 49 E.C., “los apóstoles y ancianos” decidieron sobre la base de las Escrituras que no era necesario circuncidar a los gentiles que se habían convertido al cristianismo. (Hechos 15:1-29.) Este relato histórico indica claramente que no fue Pedro, sino Santiago, el medio hermano de Jesús, quien presidió aquella asamblea. Y hasta se registra que cerró la sesión con las palabras: “Es mi decisión el no perturbar a los de las naciones que están volviéndose a Dios”. (Hechos 15:19.) ¿Hubiera podido hablar Santiago de ‘su decisión’ si Pedro, que estaba presente, hubiese tenido la primacía entre los apóstoles?
Cuando el apóstol Pablo mencionó los diversos ministerios que contribuían a la edificación de la congregación, no habló del llamado magisterio del Papa, sino, más bien, del servicio colectivo de todos los apóstoles. (1 Corintios 12:28; Efesios 4:11, 12.)
Debido a su celo e iniciativa, no hay duda de que Pedro desempeñó un papel “considerable”, como escribe Alberigo. Jesús le dio “las llaves del reino de los cielos”. (Mateo 16:19.) Él usó estas llaves simbólicas para abrir la oportunidad de entrar en el Reino de los cielos a los judíos, los samaritanos y los gentiles. (Hechos 2:14-40; 8:14-17; 10:24-48.) También recibió la responsabilidad de ‘atar’ y ‘desatar’, labor que compartió con los demás apóstoles. (Mateo 16:19; 18:18, 19.) Tenía que pastorear a la congregación cristiana, algo que todos los superintendentes cristianos deben hacer. (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2.)
Sin embargo, debido a sus cualidades cristianas, otros apóstoles, además de Pedro, también fueron “sobresalientes”. Pablo habló de “los que parecían ser columnas” de la congregación, con referencia a “Santiago y Cefas [Pedro] y Juan”. (Gálatas 2:2, 9.) Santiago, el medio hermano de Jesús, desempeñó una función particularmente importante. Como se mencionó antes, presidió la asamblea de Jerusalén, y hay varios relatos más que confirman su sobresaliente papel. (Hechos 12:17; 21:18-25; Gálatas 2:12.)
Dios otorgó gran poder a los discípulos fieles de Jesús, entre otras cosas, la capacidad de hacer milagros. Pero en ninguna parte leemos que les diese el poder de pronunciar declaraciones infalibles. A pesar de la fidelidad que demostró, Pedro cometió errores. Fue reprendido por Jesús, y en una ocasión el apóstol Pablo lo corrigió en público. (Mateo 16:21-23; 26:31-34; Gálatas 2:11-14.)
Solo las Escrituras, por ser la Palabra de Dios, son infalibles. Pedro habló de “la palabra profética” a la que había que prestar atención como a una lámpara que resplandece. (2 Pedro 1:19-21.) Si queremos saber cuál es la voluntad de Dios, entonces debemos confiar totalmente en Su Palabra “viva”. (Hebreos 4:12.) Solo la Palabra de Dios, y no una definición ambigua hecha por líderes religiosos, ofrece las verdades indiscutibles que la humanidad tanto necesita. En nuestro tiempo, Cristo Jesús también está utilizando a un grupo de siervos suyos —falibles, pero fieles— que recibe el nombre de “esclavo fiel y discreto”. (Mateo 24:45-47.)
¿Quiénes componen hoy día este esclavo simbólico? Mediante un estudio serio de la Biblia podrá identificarlo. Los testigos de Jehová tendrán mucho gusto en ayudarle.
[Ilustraciones en la página 9]
¿Quién fue la piedra de fundamento: el fiel Cristo, o Pedro, el apóstol que lo negó tres veces?
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