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  • Una niña llamada “Pobre”
    ¡Despertad! 1998 | 8 de junio
    • Una niña llamada “Pobre”

      EN UNA aldea africana, Okot y su mujer, Matina, se alegraron mucho con el primer fruto de su matrimonio: una niña. Luego, parientes y amigos acudieron con regalos a desearle longevidad y dicha.

      Esta pareja llevaba una vida afanosa y humilde. Cultivaban una parcela y moraban en una casa de adobe con techumbre vegetal. Pero estaban decididos a esforzarse para que su primogénita tuviera un mejor nivel de vida. Como recordatorio de su objetivo, le pusieron de nombre Acan (“Soy Pobre”).

      ¿Qué futuro le espera a Acan? De resultar como el de muchos coterráneos suyos, quizá sea siempre analfabeta. Si de mayor encuentra empleo, pudiera ganar poco más de 190 dólares anuales. Por otro lado, en su país tiene una esperanza de vida de solo 42 años.

      Su infortunio no es inusitado. De los casi seis mil millones de habitantes del planeta, unos mil trescientos millones ganan menos de 370 dólares anuales, frente al promedio de 21.598 dólares en varias naciones ricas. Cada día, las huestes de desheredados acogen a 67.000 nuevos miembros: 25.000.000 anuales. La mayoría, de los países en desarrollo de África, Asia y Latinoamérica. Pero aun en las naciones prósperas hay bolsas de pobreza. Cabe decir, además, que 7 de cada 10 indigentes son mujeres.

      Por lo general, no logran escapar de la más absoluta miseria, que les niega sus necesidades más apremiantes —pan, ropa y techo— y atenta contra su libertad, dignidad, educación y bienestar. Dice la Organización Mundial de la Salud: “La pobreza es un elemento destructivo en toda fase de la vida del ser humano: desde la concepción hasta la muerte. Se confabula con las enfermedades más mortíferas y dolorosas para imponer a sus víctimas una existencia desdichada”.

      Pero ¿no está mejorando el nivel de vida de las naciones en desarrollo? En algunas, sí; en muchas, no. La revista sobre desarrollo humano Choices califica de ‘mito peligroso’ la idea de que “la situación de los desfavorecidos mejora”. Más bien, dice: “De hecho, en el mundo en que vivimos se registra una mayor polarización económica entre país y país, así como dentro de cada nación”.

      ¿No se verá libre nunca el hombre de la adversidad material? En los siguientes dos artículos ¡Despertad! examina esta cuestión e indica cuál será la solución.

  • En las garras de la pobreza
    ¡Despertad! 1998 | 8 de junio
    • El hambre y la desnutrición

      Ayembe es una zaireña que mantiene a quince familiares. A veces pueden tomar una comida diaria: maicena sazonada con hojas de mandioca, azúcar y sal; otras, se quedan en ayunas dos o tres días. “No cocino —dice— hasta que los niños lloran pidiendo comida.”

      Y no es una excepción. En los países en desarrollo, 1 de cada 5 personas se acuesta siempre con hambre. En el mundo hay 800 millones de desnutridos crónicos; de estos, 200 millones son niños que no crecerán bien, enfermarán a menudo y tendrán bajo rendimiento escolar, todo lo cual los afectará de adultos. Como se ve, la adversidad material suele redundar en desnutrición, y viceversa.

      La necesidad, el hambre y la desnutrición son de tal magnitud que se resisten a toda tentativa de solución económica o sociopolítica. En vez de mejorar, la situación se agrava.

      La mala salud

      Según la Organización Mundial de la Salud, la indigencia es “la enfermedad más mortífera del mundo” y “la mayor causa de muerte, enfermedad y sufrimiento”.

      El libro An Urbanizing World: Global Report on Human Settlements, 1996 (Un mundo en urbanización: Informe global sobre asentamientos humanos, 1996) señaló que las condiciones de las viviendas de al menos 600 millones de latinoamericanos, asiáticos y africanos son tan precarias —sin redes adecuadas de agua, saneamiento y desagüe— que exponen la vida y la salud a una amenaza constante. Más de mil millones de personas no tienen agua potable. Centenares de millones no pueden costearse una alimentación equilibrada. Todos estos factores dificultan a los desheredados la prevención de las enfermedades.

      Además, muchos no tienen a su alcance el tratamiento o las medicinas que precisan. De ahí que mueran jóvenes, o que, si sobreviven, tal vez sufran males crónicos.

      Zahida, vendedor de mercado de las Maldivas, comenta: “La pobreza conlleva mala salud, lo que le impide a uno trabajar”. Y cuando no se trabaja, se agrava la miseria, formándose un círculo vicioso cruel y letal: la necesidad fomenta la enfermedad, y viceversa.

      El desempleo y los malos salarios

      Otra faceta de la indigencia es el desempleo. En el mundo hay unos ciento veinte millones de personas que no encuentran trabajo. Además, 700 millones realizan jornadas largas por una exigua paga que no cubre sus necesidades fundamentales.

      Rudeen, conductor de motocarro de Camboya, comenta: “La pobreza me exige trabajar más de dieciocho horas diarias, sin que el dinero dé para alimentarnos mi esposa, mis dos hijos y yo”.

      La destrucción ambiental

      Con la miseria viene la degradación ecológica. Elsa, investigadora en Guyana (Sudamérica), comenta: “La pobreza es la aniquilación de la naturaleza: bosques, tierras, animales, ríos y lagos”. Hallamos, pues, otro terrible círculo vicioso: la adversidad material afecta a la ecología, lo que perpetúa y agrava las carencias económicas.

      Una práctica secular es cultivar la tierra hasta que acaba agotada o se emplea para otro fin. Otra es la deforestación: la tala para obtener madera o leña, o para sembrar el terreno. La explosión demográfica ha llevado la situación a niveles críticos.

      Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, en los últimos treinta años se ha perdido casi el veinte por ciento del suelo vegetal de los campos, principalmente por falta de dinero y técnicas de conservación. En dicho período se han desertizado millones de hectáreas a consecuencia de sistemas de irrigación mal trazados o mantenidos. Y todos los años se desmontan millones de hectáreas forestales para obtener terrenos, madera o leña.

      Toda esta destrucción está vinculada a la pobreza de dos modos. Primero, los necesitados no suelen tener más remedio que esquilmar el medio ambiente para obtener alimento y leña. ¿Cómo puede hablarse del desarrollo sostenible, o del bienestar de las generaciones futuras, a los hambrientos e indigentes que se ven obligados a degradar la naturaleza para sobrevivir? Y, segundo, los opulentos a menudo se lucran explotando los recursos ambientales de los desposeídos. Así pues, la miseria se agrava al destruir ricos y pobres el patrimonio ecológico.

      La educación

      Alicia, trabajadora social de una ciudad filipina, declaró: “La pobreza es una madre que envía a sus hijos a mendigar entre el tránsito en vez de mandarlos a la escuela, pues de otro modo no tendrán qué comer. Sabe que está repitiendo el círculo vicioso que la atrapó a ella, pero no ve otra salida”.

      Unos quinientos millones de niños no tienen centros educativos a los que asistir. Además, mil millones de adultos son analfabetos funcionales. Cuando se carece de instrucción adecuada, es difícil conseguir un buen empleo. Por consiguiente, la precariedad económica acarrea carencias educativas, que a su vez se traducen en más indigencia.

      La vivienda

      La vivienda escasea tanto en los países pobres como en algunas naciones ricas. Según cierto informe, durante los pasados cinco años cerca de doscientos cincuenta mil neoyorquinos han vivido un tiempo en albergues para vagabundos. También hay desfavorecidos en Europa. En Londres están registradas unas cuatrocientas mil personas sin techo, y en Francia, 500.000.

      La situación se agrava en las naciones en desarrollo. Atraída por los sueños de comida, trabajo y una mejor calidad de vida, la gente afluye en tropel a los centros urbanos, en algunos de los cuales más del sesenta por ciento de la población vive en barracas o arrabales sórdidos. La pobreza rural fomenta la urbana.

      La población

      Estos problemas se potencian con el auge demográfico. La población del mundo se ha duplicado con creces en los últimos cuarenta y cinco años. Según cálculos de la ONU, se alcanzarán los 6.200 millones en el año 2000, y los 9.800 en el 2050. Las regiones más míseras poseen los índices de crecimiento demográfico más altos. De unos noventa millones de niños que vinieron al mundo en 1995, 85.000.000 nacieron en los países menos indicados para cuidarlos.

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