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  • Todos necesitamos un hogar
    ¡Despertad! 2005 | 22 de septiembre
    • Todos necesitamos un hogar

      “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure [a ella], así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial [...] la vivienda.” (Artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.)

      A LAS afueras de la ciudad se ha ido formando una gran comunidad de trabajadores agrícolas. Cientos de familias de inmigrantes viven en casas remolque, las cuales, a cambio de un módico alquiler, ocupan el parqueadero, un campamento al que ellos llaman hogar. En recintos como este, los servicios de alcantarillado, agua potable y recolección de basura —si es que los hay— son totalmente primitivos. Según un periodista, “este lugar tan mísero es lo único que pueden costearse”.

      Cuando las autoridades comenzaron a desmantelar varios asentamientos hace tres años, hubo quienes vendieron sus remolques y se mudaron a las viviendas y garajes del centro de la ciudad, ya de por sí atestados. Otros recogieron sus cosas y se fueron en busca de un sitio al que regresar después de cada cosecha, un sitio al que pudieran llamar hogar.

      ¿Se está imaginando algún lugar de América Central o del Sur? Pues no, este campamento está en Mecca, población del sur de California (EE.UU.) situada al este de Palm Springs, próspera ciudad que se encuentra a menos de una hora en automóvil. Pese a que nunca había habido en Estados Unidos tantos ciudadanos con vivienda propia y a que la renta familiar ascendió en 2002 a los 42.000 dólares, más de cinco millones de familias todavía carecen de vivienda adecuada en ese país.

      Pero la situación es mucho peor en los países en desarrollo. A pesar de las iniciativas políticas, sociales y religiosas, la crisis de la vivienda no deja de agravarse.

      Crisis mundial

      Se calcula que en el mundo viven en asentamientos marginales más de mil millones de personas. Los urbanistas brasileños temen que los barrios de favelas pronto van a ser “más grandes y populosos que las ciudades donde se establecieron”. En algunas partes de Nigeria, más del ochenta por ciento de la población vive en asentamientos irregulares. “Si no se toman medidas decisivas —advirtió en 2003 Kofi Annan, secretario general de la ONU—, de aquí a treinta años habrá 2.000 millones de personas con viviendas insalubres.”

      Pero estos fríos datos no nos permiten hacernos una idea de las condiciones infrahumanas en las que se hallan los más pobres. Según las Naciones Unidas, en los países en desarrollo, más de la mitad de la población carece de sistemas de saneamiento básicos, un tercio no dispone de agua limpia, una cuarta parte no cuenta con viviendas dignas y una quinta parte no tiene acceso a los servicios de salud modernos. La mayoría de los que viven en países desarrollados no dejarían ni a sus mascotas en condiciones como estas.

      Derecho universal

      Nadie discutiría que disponer de una vivienda apropiada es una necesidad básica. La Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por las Naciones Unidas en 1948, declaró que todos tenemos derecho a un nivel de vida adecuado, lo que incluye un lugar decente donde vivir. De hecho, todos necesitamos un hogar digno.

      En 1996, numerosos países suscribieron el Programa de Hábitat de las Naciones Unidas, con el cual asumieron una serie de compromisos a fin de proporcionar viviendas adecuadas para todos. Más adelante, el 1 de enero de 2002, este acuerdo adquirió un carácter más formal y se convirtió en un programa completo de las Naciones Unidas.

      Parece mentira que mientras algunas de las naciones más ricas siguen queriendo establecer colonias en la Luna y explorar Marte, tanto en esas mismas naciones como en otras haya cada vez más ciudadanos que no consiguen un lugar digno donde vivir. Ahora bien, ¿cómo le afecta a usted la crisis de la vivienda? ¿Cabe esperar que algún día todos dispongamos de un hogar cómodo?

  • Las causas de la crisis
    ¡Despertad! 2005 | 22 de septiembre
    • Las causas de la crisis

      JOSEPHINE, de 36 años, vive con sus tres hijos (el mayor de 11 años y el menor de 6) a las afueras de una gran ciudad africana. Para sobrevivir, se dedica a recoger envases de plástico y venderlos a una planta de reciclaje cercana. Los dos dólares diarios que gana con este agotador trabajo apenas le permiten pagar la comida y la educación de los niños.

      Al final de la jornada regresa a la casa donde —por más que le pese— tiene que vivir. Las paredes están hechas de adobes sujetos con ramas. El techo lo forman unas planchas oxidadas de cinc y pedazos de hojalata y plástico. Para que el viento no se lo lleve, le han puesto encima piedras, maderas y trozos de hierro viejos. La “puerta” y la “ventana” no son más que retazos de una tela rústica y gastada, nada efectivos contra las inclemencias del tiempo y mucho menos contra los intrusos.

      Pero esta casa tan pobre ni siquiera les pertenece. Pueden ser desalojados en cualquier momento, pues en la zona está prevista la ampliación de una carretera cercana. Lo más triste es que esta situación se repite constantemente en un país tras otro.

      Hogares peligrosos

      Robin Shell, vicepresidente de un programa internacional de ayudas a la vivienda, dijo lo siguiente sobre la gente de escasos recursos: “Los niños se avergüenzan de su casa, [...] la familia siempre anda enferma [...] y nunca se sabe cuándo derribará [su hogar] el gobierno o el dueño del terreno”.

      Los padres de familia que viven en tales condiciones siempre están preocupados por la salud y la seguridad de sus hijos. Se ven incapaces de progresar, pues tienen que dedicar casi todo el tiempo y energía a satisfacer las necesidades básicas de los suyos: comida, descanso y techo.

      A primera vista podría pensarse que a los pobres les iría mejor si tuvieran un poco de iniciativa. Pero limitarse a decirles que salgan adelante no soluciona nada, pues luchan contra muchos factores que están fuera de su alcance. Para los investigadores, los principales culpables son la explosión demográfica, la rápida urbanización, los desastres naturales, los conflictos políticos y la pobreza persistente. Como los dedos de una mano que se cierra, estos cinco factores asfixian a una gran cantidad de gente pobre.

      Crecimiento demográfico

      Los datos disponibles indican que todos los años nacen de 68 a 80.000.000 de bebés en el mundo. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en el 2001, los habitantes del planeta ya sobrepasaban los 6.100 millones, y se espera que para el 2050 la cantidad oscile entre 7.900 y 10.900 millones. Lo más preocupante es que el 98% del aumento previsto para las próximas dos décadas tendrá por escenario los países en desarrollo. Estos pronósticos auguran un gravísimo problema en materia de vivienda. Para complicar más las cosas, las zonas de mayor crecimiento en casi todos los países son las ciudades, que ya de por sí están superpobladas.

      Urbanización implacable

      Las grandes metrópolis, como Nueva York, Londres y Tokio, son consideradas símbolos vitales del crecimiento económico. Por eso, miles de emigrantes del campo acuden a ellas en busca de empleo y educación.

      La economía de China, por citar un país, crece sin parar. Se calcula que en las próximas décadas se necesitarán, tan solo en las principales urbes, más de 200 millones de viviendas: casi el doble de las que ya existen en Estados Unidos. ¿Cómo va a poder programa oficial alguno satisfacer dicha demanda?

      Según el Banco Mundial, “todos los años, las ciudades de las naciones emergentes reciben de 12 a 15.000.000 de familias, que requieren algún tipo de alojamiento”. Como no hay suficientes viviendas asequibles, tienen que cobijarse a menudo donde nadie más quiere hacerlo.

      Desastres naturales y conflictos políticos

      La pobreza hace que muchos se asienten en zonas vulnerables a inundaciones, terremotos o avalanchas de lodo. Por ejemplo, en Caracas (Venezuela), más de medio millón de personas “viven en asentamientos ilegales en los cerros, expuestas a continuos derrumbes”. Recordemos también el accidente que en 1984 dejó miles de muertos y heridos en la ciudad india de Bhōpal. ¿Por qué tantas víctimas? Sobre todo porque a cinco metros [15 pies] de la fábrica siniestrada había un poblado marginal.

      Los conflictos políticos y los enfrentamientos armados también agravan la crisis de la vivienda. Un informe de 2002 elaborado por una organización pro derechos humanos reveló que a consecuencia de los disturbios civiles que afectaron la región sudeste de Turquía entre 1984 y 1999, hubo un millón y medio de desplazados, la mayoría de los cuales vivían en zonas rurales. Tuvieron que abandonar sus hogares y, en muchos casos, alojarse en condiciones precarias. Algunos acabaron hacinados con multitud de parientes y vecinos en casuchas, viviendas alquiladas, casas rurales o solares en construcción. En un caso, varias familias se mudaron a un establo, donde más de trece personas compartían un solo cuarto, el baño y la llave de agua del patio. “Queremos irnos de aquí —se lamentó uno de los refugiados—. Este lugar era para animales.”

      Estancamiento económico

      Por último, no hay que olvidar la relación entre la situación económica y el acceso a la vivienda. Según el informe del Banco Mundial antes citado, en 1988 había 330 millones de pobres en las ciudades de las naciones emergentes y no parecía que la situación fuera a mejorar en los años siguientes. ¿Cómo va a alquilar o construir una casa decente quien ni siquiera puede cubrir sus necesidades básicas, como la comida o la ropa?

      Debido a la inflación y los elevados tipos de interés, los préstamos bancarios están fuera del alcance de muchos. Además, el encarecimiento de los servicios públicos dificulta que la gente salga adelante. La tasa de desempleo (del 20% en algunos lugares) supone otro gran obstáculo para llegar a fin de mes.

      Estos y otros factores han obligado a centenares de millones de personas de todo el mundo a ocupar viviendas infrahumanas, tales como autobuses viejos, contenedores, cajas de cartón, huecos debajo de escaleras, casetas hechas con plásticos o maderas de los basureros, e incluso fábricas abandonadas.

      ¿Qué se está haciendo?

      Son muchos los gobiernos, organizaciones y particulares que realizan considerables esfuerzos para afrontar la crisis. Tal es el caso de Japón, donde se han formado varias agencias para construir viviendas asequibles. En 1994, Sudáfrica puso en marcha un programa que ha conseguido edificar más de un millón de unidades de cuatro habitaciones. Las autoridades de Kenia han emprendido el ambicioso proyecto de construir todos los años 150.000 viviendas en las zonas urbanas y el doble en el campo. Otros países, como Madagascar, están estudiando métodos para edificar hogares asequibles.

      Los programas internacionales, como ONU-Hábitat, muestran que el mundo siente la obligación de “prevenir y paliar los problemas que genera el rápido crecimiento urbano”. Las organizaciones no gubernamentales y las instituciones sin fines de lucro también brindan su apoyo. Una de estas instituciones ha conseguido que más de ciento cincuenta mil familias de varios países disfruten de un hogar digno. Se calcula que a finales del 2005 habrá ayudado a 1.000.000 de personas a encontrar una vivienda sencilla, asequible y en buen estado.

      Muchos de estos organismos ofrecen información práctica que permite a quienes viven en condiciones deplorables ajustarse mejor a sus posibilidades e incluso progresar. Si usted requiere asistencia, no dude en aprovecharse de los servicios que brindan. Con todo, usted mismo puede realizar muchas cosas sencillas que supondrán un paso adelante (véase el recuadro de la página 7 “Vivienda y salud”).

      Sea que uno pueda modificar su situación o no, es poco probable que las gestiones de alguna persona u organización logren eliminar las causas de esta crisis mundial. De hecho, la comunidad internacional se ve cada vez menos capaz de mantenerse al paso con la creciente necesidad de desarrollo económico y ayuda humanitaria. Todos los años nacen millones de niños que se ven sumidos en esta espiral de pobreza. ¿Existe alguna solución definitiva?

  • Al fin todos tendrán una vivienda digna
    ¡Despertad! 2005 | 22 de septiembre
    • Al fin todos tendrán una vivienda digna

      A LAS afueras de Nairobi (Kenia) se encuentra el complejo Gigiri, hermosa propiedad de las Naciones Unidas que alberga en sus edificios la sede mundial de ONU-Hábitat. Este recinto de 56 hectáreas [140 acres] es un símbolo del compromiso internacional para resolver la crisis mundial de la vivienda. Un paseo por la vereda que recorre el complejo demuestra a todas luces lo que puede lograrse con la cooperación y los fondos suficientes. Lo que era un vertedero se ha convertido en una hermosa y funcional zona recreativa al servicio de trabajadores y visitantes.

      Sin embargo, a pocos kilómetros de ahí se encuentra un barrio de tugurios relativamente nuevo y en constante expansión que constituye un triste recordatorio de las dificultades que entraña la crisis de la vivienda. Muchas de las chozas, hechas de barro, ramas y planchas de cinc, apenas superan los 16 metros cuadrados [170 pies cuadrados]. Las callejuelas del poblado apestan a aguas residuales, y el agua potable cuesta casi cinco veces más que en Estados Unidos. La mayoría de los 40.000 vecinos tienen entre 20 y 30 años de edad, y no carecen ni de motivación ni de ganas de trabajar, pues llegaron a Nairobi en busca de empleo.

      En marcado contraste, los líderes políticos se reúnen en el cercano complejo de la ONU, un lugar limpio, funcional y elegante, para debatir el futuro de los hombres, mujeres y niños pobres que viven justo al lado. Lo más desalentador, según el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, es que “el mundo dispone de los recursos, la capacidad y el poder” para mejorar sustancialmente la vida de estas personas. Entonces ¿qué más se necesita? “Espero —concluye el señor Annan— que [...] todas las partes implicadas superen la apatía y la falta de voluntad política que hasta ahora han entorpecido el progreso.”

      Ahora bien, ¿es realista esperar tal cambio de actitud? ¿Qué se requeriría para que los políticos municipales, regionales e internacionales dejen atrás sus intereses y encuentren una solución común? Existe Alguien que cuenta con los recursos, la capacidad y el poder necesarios para poner punto final a la crisis. Más importante aún, como es tan compasivo, está resuelto a actuar pronto. De hecho, su gobierno ya ha presentado un programa detallado con el que resolverá para siempre el problema de la vivienda.

      Un nuevo programa para la vivienda

      Nuestro Creador, Jehová, nos dice en la Biblia lo que se propone hacer: “Voy a crear nuevos cielos y una nueva tierra” (Isaías 65:17). Estas palabras auguran un cambio radical. Los “nuevos cielos”, es decir, el nuevo gobierno de Dios, logrará lo que no pueden conseguir los actuales mandatarios humanos. En efecto, el Reino de Dios se encargará de que los integrantes de la nueva sociedad humana disfruten de salud y seguridad, y de que a todos se dé un trato digno. Al profeta Isaías se le había dicho que esta nueva sociedad se empezaría a formar en “la parte final de los días” (Isaías 2:1-4). Así pues, los sucesos prometidos van a producirse muy pronto (Mateo 24:3-14; 2 Timoteo 3:1-5).

      En el mismo capítulo 65 de Isaías, Dios indica con toda claridad que proporcionará un hogar permanente para todo el mundo: “Edificarán casas, y las ocuparán [...]. No edificarán y otro lo ocupará” (Isaías 65:21, 22). Imagínese lo que será disponer de casa propia en el entorno limpio y seguro de un paraíso. ¿A quién no le gustaría vivir así? Ahora bien, ¿cómo podemos estar seguros de que Dios cumplirá su promesa?

      Una promesa confiable

      Cuando Dios creó a Adán y Eva, no los abandonó en un desierto. Al contrario, los colocó en el jardín de Edén, un hermoso parque donde se disfrutaba de agua y comida en abundancia y aire puro (Génesis 2:8-15). Le dijo a Adán que “llen[ara] la tierra”, no que la superpoblara (Génesis 1:28). Así, desde el mismo principio, la voluntad divina fue que todo el mundo viviera en orden, armonía y sin ninguna carencia.

      Más adelante, en el tiempo de Noé, la sociedad humana se llenó de tanta violencia e inmoralidad que “la tierra llegó a estar arruinada a la vista del Dios verdadero” (Génesis 6:11, 12). ¿Pasó por alto el Creador aquella situación? No. Por causa de su nombre así como del justo Noé y sus descendientes, enseguida envió un diluvio universal para limpiar la Tierra. Cuando Noé salió del arca, Dios volvió a decir: “Háganse muchos y llenen la tierra” (Génesis 9:1).

      Más tarde, Jehová entregó a los israelitas la herencia que había prometido al antepasado de estos, Abrahán. La Tierra Prometida era “buena y espaciosa” y “mana[ba] leche y miel” (Éxodo 3:8). Aunque los israelitas estuvieron vagando cuarenta años por el desierto por culpa de su desobediencia, Dios fue fiel a su promesa y al final les concedió un territorio donde asentarse. El relato inspirado dice que “les dio descanso todo en derredor [...]. No falló ni una promesa de toda la buena promesa que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se realizó” (Josué 21:43-45).

      Viviendas dignas para todos

      No hay duda alguna: las promesas de Jehová que encontramos en el capítulo 65 de Isaías no son un sueño imposible. Como es el Creador, tiene el poder para adoptar las medidas precisas a fin de limpiar la Tierra y cumplir su propósito original (Isaías 40:26, 28; 55:10, 11). Además, la Biblia nos asegura que él quiere hacerlo (Salmo 72:12, 13). Tal como proporcionó en el pasado vivienda adecuada a las personas justas, pronto lo hará de nuevo.

      De hecho, cuando el Hijo de Dios, Jesucristo, vino a la Tierra, enseñó a sus seguidores a orar así: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:10). Además, Cristo predijo que este planeta se convertiría en un paraíso (Lucas 23:43). Piense en el cumplimiento de esa promesa: no habrá más casuchas, asentamientos precarios, gente durmiendo en las calles ni desalojos. ¡Qué felicidad! Bajo la administración del Reino de Dios, todo el mundo tendrá al fin una vivienda permanente.

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