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  • Le abrió su corazón a Dios
    La Atalaya 2010 | 1 de julio
    • Al irse acercando, Ana seguramente piensa mucho sobre lo que le dirá a Jehová en oración. Una vez en el sitio, todos se sientan a comer. Ana se retira del grupo tan pronto como puede y se dirige al tabernáculo de Jehová. Sentado junto a la jamba de la puerta del templo se encuentra el sumo sacerdote Elí. Pero Ana está concentrada en su Dios. Aquí, en el tabernáculo, siente la confianza de que será oída. Si nadie más puede entender completamente su dolor, su Padre en los cielos sí puede. Es tal su quebranto que le resulta imposible contener las lágrimas.

      Sin poder dominar el estremecimiento que invade su cuerpo, Ana le habla en silencio a Jehová. Sus labios tiemblan a medida que intenta encontrar las palabras que expresen su congoja. Se toma su tiempo para orar, derramar el corazón delante de su Padre. Pero hace más que simplemente pedirle a Dios que le conceda su desesperado anhelo de tener un hijo. Ana no solo está interesada en recibir bendiciones de Dios, sino también en darle a él lo que esté a su alcance. Así que le hace un voto prometiéndole que, si tiene un hijo varón, lo dedicará de por vida a su servicio (1 Samuel 1:9-11).

      De este modo, Ana nos da un ejemplo de cómo se espera que nos dirijamos a Dios en oración. Jehová bondadosamente invita a su pueblo a hablarle con franqueza, sin reservas, desahogando sus preocupaciones con él, tal como un niño lo haría con su cariñoso padre (Salmo 62:8; 1 Tesalonicenses 5:17). El apóstol Pedro escribió por inspiración estas consoladoras palabras relacionadas con la oración a Jehová: “Ech[e]n sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes” (1 Pedro 5:7).

      Lamentablemente, los seres humanos no somos tan comprensivos y compasivos como Jehová. Mientras Ana ora con lágrimas en los ojos, una voz la sacude. Es Elí, el sumo sacerdote, quien la ha estado observando. “¿Hasta cuándo te portarás como una borracha? Aparta tu vino de ti”, le dice. Elí ha visto cómo le tiemblan los labios a Ana, sus sollozos, su quebranto emocional. Pero en vez de preguntarle qué le pasa, se precipita a concluir que la mujer está borracha (1 Samuel 1:12-14).

      ¡Qué doloroso es, en estos momentos de zozobra, tener que hacer frente a tan infundada acusación, y de parte de alguien con tan honorable puesto! Con todo, Ana nos vuelve a dejar un precioso ejemplo de fe. No permite que las imperfecciones de ningún hombre se interpongan en su adoración a Jehová. Le contesta a Elí con respeto y le explica su situación. Elí, quizás un tanto avergonzado, responde en un tono más suave: “Ve en paz, y que el Dios de Israel conceda tu petición que le has pedido” (1 Samuel 1:15-17).

      ¿Cuál fue el resultado de que Ana le abriera el corazón a Jehová y le rindiera adoración en el tabernáculo? El relato nos dice que “la mujer procedió a irse por su camino y a comer, y su rostro no volvió a mostrar preocupación por su propia situación” (1 Samuel 1:18). En este pasaje, La Biblia de las Américas dice: “Y ya no estaba triste su semblante”. Ana sintió alivio. En cierto sentido, había colocado el peso de su carga emocional sobre unos hombros infinitamente más anchos y fuertes que los suyos: los de su Padre celestial (Salmo 55:22). ¿Existe algún problema demasiado grande para él? Jamás, ni entonces ni ahora ni nunca.

      Cuando se sienta pesaroso, abrumado o abatido por la tristeza, siga el ejemplo de Ana y hable abiertamente con Aquel a quien la Biblia llama “Oidor de la oración” (Salmo 65:2). Si lo hace con fe, también descubrirá que su desconsuelo se transforma en “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” (Filipenses 4:6, 7).

  • Le abrió su corazón a Dios
    La Atalaya 2010 | 1 de julio
    • Entonces Ana pronuncia una oración que Dios considera digna de ser incluida en su Palabra inspirada. En cada línea del pasaje de 1 Samuel 2:1-10 percibimos cómo palpita la honda fe de esta mujer. Ella alaba a Jehová por su maravilloso uso del poder: su inigualable aptitud para humillar al altivo, bendecir al oprimido y quitar la vida o incluso salvar a alguien de la muerte. Alaba a su Padre por su singular santidad, su justicia y su fidelidad. Con buena razón, Ana puede expresar: “No hay roca como nuestro Dios”. Jehová es totalmente confiable y estable y un refugio para todo oprimido y pisoteado que acuda a él por ayuda.

  • Le abrió su corazón a Dios
    La Atalaya 2010 | 1 de julio
    • [Recuadro de la página 17]

      Dos oraciones notables

      Las dos oraciones de Ana, registradas en 1 Samuel 1:11 y 2:1-10, contienen varios detalles sobresalientes. Veamos unos cuantos:

      ◼ En la primera, Ana se dirige a “Jehová de los ejércitos”. Es la primera persona mencionada en la Biblia que utiliza este título. Con algunas variaciones, el título se halla en las Escrituras doscientas ochenta y cinco veces y alude al dominio de Dios sobre una vasta multitud de hijos espirituales.

      ◼ Ana expresa su segunda oración, no al momento de nacer su hijo, sino cuando ella y Elqaná lo presentan para servir a Dios en Siló. Por tanto, se entiende que su gran gozo no proviene de haber silenciado a su rival, Peniná, sino de haber recibido la bendición de Jehová.

      ◼ Al decir: “Mi cuerno realmente está ensalzado en Jehová”, tal vez Ana piense en el toro, una poderosa bestia que usa sus cuernos de forma temible. En otras palabras, está diciendo que Jehová la hace fuerte (1 Samuel 2:1).

      ◼ Su referencia al “ungido” de Dios se considera profética. Ana utiliza la misma palabra que en otros pasajes se traduce “mesías” y es la primera persona del registro bíblico que la emplea para referirse a un rey ungido futuro (1 Samuel 2:10).

      ◼ Unos mil años más tarde, María, la madre de Jesús, evoca algunas frases de Ana en su propia expresión de alabanza a Jehová (Lucas 1:46-55).

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