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El prejuicio no conoce límites¡Despertad! 2004 | 8 de septiembre
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El prejuicio no conoce límites
“Expulsad los prejuicios por la puerta; volverán a entrar por la ventana.”—Federico el Grande, rey de Prusia.
RAJESH vive en una aldea de la India llamada Paliyad. Como pertenece a la casta de los intocables, tiene que caminar quince minutos para llevar agua a su casa. “No podemos abastecernos en los grifos de la aldea, que utilizan las castas superiores”, se lamenta. En la escuela, ni a él ni a sus amigos les dejaban tocar la pelota de fútbol con que jugaban los demás niños. “Lo hacíamos con piedras”, recuerda.
Christina, adolescente que se mudó de Asia a Europa, dice: “Noto que la gente me odia, pero no sé por qué. Me da mucha rabia. Suelo aislarme, aunque no logro nada con eso”.
“La primera vez que sentí el prejuicio en carne propia tenía 16 años —relata Stanley, oriundo de África occidental—. Unos extraños me echaron de mi pueblo y quemaron las casas de algunos vecinos de mi tribu. Además, el dinero de la cuenta bancaria de mi padre quedó congelado. Cobré odio a la tribu que nos discriminaba de esa manera.”
Rajesh, Christina y Stanley son víctimas del prejuicio, y obviamente no son las únicas. El director general de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), Koichiro Matsuura, señala: “Cientos de millones de seres humanos siguen sufriendo debido a conductas racistas, discriminatorias, xenófobas y excluyentes [...]. Este trato deshumanizante, que se nutre de la ignorancia y el prejuicio, ha generado gran dolor y numerosos enfrentamientos civiles”.
Si no hemos sido blanco del prejuicio, quizá nos cueste comprender sus traumáticas consecuencias. “Hay quienes lo soportan en silencio, mientras que otros deciden pagar con la misma moneda”, señala el libro Face to Face Against Prejudice (Frente al prejuicio). ¿Cómo afecta el prejuicio la vida de las víctimas?
Si usted pertenece a una minoría, tal vez note que la gente lo esquiva, le lanza miradas hostiles o realiza comentarios despectivos sobre su cultura. Es posible que solo pueda aspirar a trabajos serviles que todos rechazan y que le resulte complicado encontrar una vivienda digna. Además, sus hijos quizá se sientan aislados y excluidos por sus compañeros de clase.
Pero hay algo peor: el prejuicio puede inducir a la violencia y hasta al asesinato, como bien lo atestiguan las páginas de la historia, llenas de masacres, genocidios y “limpiezas étnicas”.
El prejuicio a través de los siglos
Hubo un tiempo en que los cristianos estuvieron en el punto de mira. Poco después de la muerte de su Maestro, por ejemplo, fueron objeto de una ola de cruel persecución (Hechos 8:3; 9:1, 2; 26:10, 11). Y dos siglos más tarde, quienes afirmaban ser discípulos de Jesús sufrieron un maltrato despiadado. Tertuliano, escritor del siglo III, dijo: “Si la peste mata, luego grita el pueblo: ‘Arrójense los cristianos al león’”.
A partir del siglo XI, sin embargo, las cruzadas convirtieron a los judíos en la minoría impopular de Europa. Cuando la peste bubónica arrasó el continente y en cuestión de unos pocos años murió la cuarta parte de la población, fue muy fácil culpar a los judíos, odiados ya por muchos. “La epidemia, temida por todos, proporcionó la excusa perfecta para el odio, y la gente encontró en quién descargar su ira”, observa Jeanette Farrell en el libro Invisible Enemies (Enemigos invisibles).
Cuando un judío del sur de Francia “confesó” bajo tortura que quienes habían causado la epidemia envenenando los pozos eran los judíos, aquella noticia —evidentemente falsa— se difundió como una verdad. Enseguida se masacraron por completo comunidades hebreas de España, Francia y Alemania. Al parecer, nadie prestó atención a las auténticas culpables: las ratas, y muy pocos se fijaron en que la peste también causaba bajas entre los acusados.
Una vez prendido, el fuego del prejuicio puede arder durante cientos de años. A mediados del siglo XX, Adolf Hitler avivó las llamas del antisemitismo culpando a los judíos de la derrota alemana en la I Guerra Mundial. Rudolf Hoess, comandante nazi del campo de concentración de Auschwitz, admitió lo siguiente al concluir la II Guerra Mundial: “Hasta nuestra instrucción militar e ideología daba por sentado que teníamos que proteger a Alemania de los judíos”. A fin de garantizar dicha protección, este comandante supervisó el exterminio de 2.000.000 de personas, en su mayoría judíos.
Lamentablemente, las atrocidades no han desaparecido décadas después. En 1994, por ejemplo, el odio tribal entre hutus y tutsis desatado en África oriental causó al menos medio millón de muertos. “No había lugares de refugio —informó la revista Time—. Los bancos de las iglesias, donde muchos buscaban protección, se tiñeron de sangre [...]. Fue una indescriptible lucha cuerpo a cuerpo, de intensas emociones, marcada por una sed de sangre que dejó a los sobrevivientes traumatizados e incapaces de hablar.” Ni los niños lograron salvarse. “Mi país es pequeño —dijo un ruandés—, pero tiene todo el odio del mundo.”
En los conflictos relacionados con el desmembramiento de Yugoslavia perdieron la vida 200.000 personas. Numerosos vecinos que llevaban años conviviendo en paz se mataron entre sí. A miles de mujeres se las violó, y millones de ciudadanos fueron expulsados de sus hogares a raíz de una brutal política de limpieza étnica.
Aunque el prejuicio no empuja al asesinato en la mayoría de los casos, resulta divisivo y fomenta el resentimiento. Pese a la globalización, el prejuicio y la discriminación basados en la raza “parecen ganar terreno en casi todo el planeta”, apunta un informe reciente de la UNESCO.
Ahora bien, ¿puede hacerse algo para eliminar el prejuicio? A fin de responder a esta pregunta, debemos determinar cómo se arraiga en la mente y el corazón.
[Recuadro de la página 5]
Las caras del prejuicio
En el libro La naturaleza del prejuicio, Gordon W. Allport expone cinco conductas motivadas por el prejuicio. Quien ha sucumbido a este suele manifestar uno o más de los siguientes comportamientos.
1. Hablar mal. Realiza comentarios despectivos sobre cierta colectividad que le desagrada.
2. Evitar el contacto. Rechaza a los integrantes de dicha colectividad.
3. Discriminación. A los miembros del grupo los excluye de ciertos empleos, vecindarios o privilegios sociales.
4. Ataque físico. Recurre a la violencia para intimidar a la gente que odia.
5. Exterminación. Participa en linchamientos, matanzas o genocidios.
[Ilustración de la página 4]
Campo de refugiados de Benaco (Tanzania, 11 de mayo de 1994)
Mujer descansando junto a sus recipientes para el agua. Más de trescientas mil personas, la mayoría hutus ruandeses, se refugiaron en Tanzania
[Reconocimiento]
Foto de Paula Bronstein/Liaison
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Las raíces del prejuicio¡Despertad! 2004 | 8 de septiembre
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Las raíces del prejuicio
LA APARICIÓN del prejuicio obedece a varios factores, entre los que se encuentran dos bien documentados: 1) la necesidad de buscar un chivo expiatorio y 2) el rencor acumulado por las injusticias del pasado.
El artículo anterior explicó que tras los desastres, la gente tiende a buscar culpables. Cuando varias figuras influyentes repiten acusaciones contra una minoría, esta opinión se difunde y nacen los estereotipos. En tiempos de crisis, por ejemplo, las economías occidentales suelen culpar del desempleo a los inmigrantes, aunque son estos quienes realizan habitualmente los trabajos que casi nadie quiere.
Pero el prejuicio no siempre surge al buscar culpables; otro factor implicado es la historia. “No exageramos al afirmar que la trata de esclavos creó la estructura intelectual del racismo y el desprecio cultural de los negros”, señala el informe UNESCO Against Racism. Los negreros intentaron justificar el deplorable comercio de seres humanos tachando a los africanos de inferiores. Esta afirmación infundada, que se extendió a otros pueblos colonizados, sigue teniendo partidarios.
De igual modo, la opresión y las injusticias alimentan las llamas del prejuicio por todo el mundo. La animosidad entre católicos y protestantes en Irlanda se remonta al siglo XVI, cuando los soberanos ingleses persiguieron y exiliaron a los católicos. Las atrocidades perpetradas por los “cristianos” en las cruzadas todavía indignan a los musulmanes de Oriente Medio. En los Balcanes, la hostilidad entre serbios y croatas se agravó con las masacres de civiles durante la II Guerra Mundial. Como vemos, las viejas enemistades entre dos grupos pueden reafirmar los prejuicios.
Se fomenta la ignorancia
Los niños pequeños carecen de prejuicios. De hecho, según los investigadores, muchas veces no tienen reparos en jugar con niños de otra raza. Sin embargo, a los 10 u 11 años quizá ya rechacen a la gente de otra tribu, raza o religión. Durante sus años de formación adquirirán una serie de opiniones de las que tal vez no se desprendan nunca.
¿Cómo se produce esta asimilación? El niño absorbe actitudes negativas —manifiestas en palabras y acciones— primero de los padres y luego de amigos o maestros. A esta influencia se añadirá más tarde la de los vecinos, los periódicos, la radio o la televisión. Aunque conoce poco o nada sobre los colectivos que le desagradan, llega a la edad adulta creyendo que son inferiores y poco confiables, e incluso es posible que los odie.
Al ser hoy más frecuentes las relaciones comerciales y los viajes internacionales, en muchos países hay mayor contacto con culturas y etnias diversas. No obstante, quien vive dominado por sus ideas preconcebidas se aferra a ellas y se empeña en estereotipar a miles o millones de seres, dando por sentado que todos adolecen de ciertos defectos. Cualquier experiencia negativa, aunque sea con un solo miembro del grupo, reafirma su postura. En cambio, considera que las experiencias positivas son excepciones que no debe tener en cuenta.
La liberación
Aunque casi todo el mundo condena el prejuicio, pocos son inmunes a este mal. De hecho, hay muchos que niegan tenerlo pese a estar contagiados de él. Otros dicen que estas opiniones carecen de importancia, sobre todo si cada cual se las guarda para sí. Sin embargo, no hay duda de que son un asunto relevante, pues lastiman y dividen a la población. En efecto, si el prejuicio es el hijo de la ignorancia, el odio suele ser el nieto. El escritor Charles Caleb Colton (1780?-1832) dijo: “Odiamos a ciertas personas porque no las conocemos, y nunca las conoceremos porque las odiamos”. Con todo, si el prejuicio se arraiga, también puede desarraigarse. Veamos cómo.
[Recuadro de la página 7]
La religión: ¿motor de la tolerancia, o del prejuicio?
En el libro La naturaleza del prejuicio, Gordon W. Allport señala que “como promedio, los miembros de la Iglesia parecen ser más prejuiciosos que quienes no pertenecen a ella”. Este comentario no nos sorprende, pues por lo general, la religión no solo no frena el prejuicio, sino que lo causa. El clero, por ejemplo, fomentó el antisemitismo durante siglos. Según el libro La historia del cristianismo, Hitler dijo en cierta ocasión: “Con respecto a los judíos, me limito a ejecutar la misma política que la Iglesia [C]atólica ha adoptado durante 1500 años”.
Cuando se cometieron atrocidades en los Balcanes, las doctrinas ortodoxas y católicas no fueron capaces de infundir tolerancia y respeto entre vecinos de diferente religión.
De igual modo, en Ruanda, los creyentes se mataron atrozmente entre sí. La edición en español de L’Osservatore Romano señaló: “Se trata de un verdadero genocidio, en el que, por desgracia, también están implicados algunos católicos”.
La propia Iglesia Católica ha reconocido su historial de intolerancia. En una misa pública celebrada en Roma en el año 2000, el papa Juan Pablo II pidió perdón por “las desviaciones del pasado”. En la ceremonia se habló de “la intolerancia religiosa y las injusticias de que fueron objeto judíos, mujeres, indígenas, inmigrantes, pobres y los no nacidos”.
[Ilustración de la página 6]
Parte superior: campo de refugiados de Bosnia y Herzegovina (20 de octubre de 1995)
Dos refugiados serbobosnios en espera del fin de la guerra civil
[Reconocimiento]
Foto de Scott Peterson/Liaison
[Ilustración de la página 7]
El odio se aprende
Los niños absorben las actitudes negativas de sus padres, la televisión y el resto del entorno
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El fin del prejuicio¡Despertad! 2004 | 8 de septiembre
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El fin del prejuicio
¿SE TRASLUCE el prejuicio en algunas tendencias nuestras? Por ejemplo, ¿nos formamos una opinión sobre el carácter de alguien, aunque no lo conozcamos, basándonos en su color de piel, nacionalidad, etnia o tribu? ¿O valoramos a cada cual por su manera de ser única?
En tiempos de Jesús, los habitantes de Judea y Galilea por lo general “no se trata[ban] con los samaritanos” (Juan 4:9). El Talmud contiene un dicho que seguramente refleja la actitud que tenían muchos judíos: “Sea para mi bien el que nunca haya mirado a un cuteo [o samaritano]”.
Hasta los apóstoles manifestaron cierto rechazo por este pueblo. En una ocasión, al no ser bien recibidos en una aldea de Samaria, Santiago y Juan le preguntaron a Cristo si debían pedir que bajara fuego del cielo contra sus apáticos habitantes. Pero él los reprendió, mostrándoles así lo inapropiado de su actitud (Lucas 9:52-56).
Posteriormente, Cristo relató la parábola de un hombre que cayó entre salteadores mientras viajaba de Jerusalén a Jericó. A diferencia de dos religiosos judíos que pasaron de largo sin detenerse a socorrerlo, un samaritano se acercó, le vendó las heridas y, preocupado por su estado, se encargó de que recibiera los cuidados necesarios. De este modo demostró verdadero amor al prójimo (Lucas 10:29-37). Aquel ejemplo debió de ayudar a los oyentes a entender que el prejuicio les impedía ver las buenas cualidades de los demás. Años más tarde, Juan regresó a Samaria y predicó en numerosas aldeas, entre las cuales tal vez se hallaba la que había querido arrasar (Hechos 8:14-17, 25).
Dado que no estaba acostumbrado a relacionarse con quienes no eran judíos, y que la mayoría de los judíos no sentían afecto por los militares romanos, el apóstol Pedro también tuvo que ser imparcial cuando un ángel lo envió a casa del centurión Cornelio para hablarle de Jesús (Hechos 10:28). Pero cuando vio la dirección divina con respecto al trato con los gentiles, dijo: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos 10:34, 35).
Por qué combatir el prejuicio
El prejuicio contraviene un principio fundamental que expuso Jesús: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mateo 7:12). ¿A quién le gustaría que lo despreciaran por su lugar de nacimiento, color de piel u otros aspectos? El prejuicio también quebranta las normas divinas sobre la imparcialidad. La Biblia enseña que Jehová “hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra” (Hechos 17:26). Así pues, todos somos hermanos.
Por otro lado, Dios nos juzga de forma individual y no condena a nadie por los actos de sus padres o antepasados (Ezequiel 18:20; Romanos 2:6). Ni siquiera los abusos cometidos por determinado país dan razón para odiar a sus ciudadanos, pues seguro que estos no tienen la culpa de tales injusticias. Lo que es más, Jesús exhortó a sus seguidores: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen” (Mateo 5:44, 45).
Gracias a estas enseñanzas, los cristianos del siglo primero vencieron sus prejuicios y formaron una singular hermandad internacional. Pese a provenir de culturas muy diferentes, se llamaban “hermanos” y vivían como tales (Colosenses 3:9-11; Santiago 2:5; 4:11). Los principios que hicieron posible tal transformación pueden producir idénticos resultados hoy.
La lucha contra los prejuicios en la actualidad
Aunque casi todos tenemos ideas preconcebidas, estas no tienen por qué convertirse en estereotipos irracionales. “Los pre-juicios se hacen prejuicios solamente cuando no son reversibles bajo la acción de los conocimientos nuevos”, señala el libro La naturaleza del prejuicio. En efecto, suelen desaparecer cuando la gente llega a conocerse bien. Con todo, como agrega esta obra, “solamente el tipo de contacto que hace que la gente realice cosas en conjunto tenderá a producir un cambio en las actitudes”.
Fue así como John, nigeriano de la etnia ibo, venció su aversión a los hausa. “En la universidad —explica— conocí a varios hausa con los que entablé cierta amistad. Descubrí que eran gente de principios. Hice un trabajo con uno de ellos y nos llevamos muy bien, mientras que mi anterior compañero, de origen ibo, no colaboraba mucho que digamos.”
El arma para combatir el prejuicio
Según el informe UNESCO Against Racism, “la educación debería ser un valioso instrumento contra las nuevas formas de racismo, discriminación y exclusión”. Los testigos de Jehová están convencidos de que la instrucción bíblica es la mejor ayuda al respecto (Isaías 48:17, 18). Cuando se ponen en práctica las enseñanzas de las Escrituras, el recelo se transforma en respeto, y el odio, en amor.
Los testigos de Jehová han descubierto que la Biblia les permite superar sus prejuicios, pues les ofrece tanto la motivación como la oportunidad de realizar actividades con gente de culturas o etnias diferentes. Christina, testigo de Jehová mencionada en el primer artículo de este reportaje, sostiene: “Las reuniones en el Salón del Reino elevaron mi confianza personal. Allí me siento segura, pues no veo que nadie tenga prejuicios contra mí”.
Jasmin, también Testigo, recuerda que fue víctima del racismo por primera vez cuando contaba nueve años. “El jueves siempre ha sido el mejor día de la semana —indica—, porque por la noche voy al Salón del Reino, donde me dan cariño y no solo no me desprecian, sino que me hacen sentir especial.”
Las actividades que llevan a cabo de forma voluntaria los testigos de Jehová concentran a personas de diversos orígenes. Tomemos el caso de Simon, quien nació en Gran Bretaña en el seno de una familia con raíces caribeñas. En su oficio de albañil, percibió intensos prejuicios mientras estuvo en diversas empresas de construcción, pero no fue así cuando sirvió de voluntario con sus compañeros cristianos. “He trabajado con Testigos de muchos países —relata—, pero aprendimos a llevarnos bien. Hice muy buenas amistades con personas de otros lugares y antecedentes.”
Claro está, los testigos de Jehová no son perfectos y, por tanto, deben seguir combatiendo sus tendencias al prejuicio. Y para ellos, una importante fuerza motivadora es saber que Dios es imparcial (Efesios 5:1, 2).
Son muchas las recompensas de luchar contra el prejuicio. Al rodearnos de personas diferentes, nuestra vida se enriquece. Mediante su Reino, Dios pronto establecerá una sociedad justa (2 Pedro 3:13). Cuando llegue ese momento, el prejuicio habrá desaparecido para siempre.
[Recuadro de la página 11]
¿Tengo prejuicios?
Analice las siguientes preguntas y determine si en su interior alberga conceptos prejuiciados, aunque no sea consciente de ello:
1. ¿Presupongo que la gente de determinada etnia, región o nación es ignorante, holgazana, tacaña o posee otros rasgos indeseables? (Muchos chistes perpetúan tales estereotipos.)
2. ¿Tiendo a culpar de mis problemas económicos y sociales a los inmigrantes o a los miembros de cierto grupo étnico?
3. ¿Me he contagiado de la antipatía que tradicionalmente ha manifestado mi región (o mi nación) hacia otra?
4. ¿Soy capaz de ver a las personas como seres individuales, sin importar su color de piel, cultura u origen étnico?
5. ¿Me esfuerzo por aprovechar las oportunidades de conocer gente de otras culturas?
[Ilustración de la página 8]
En la parábola del buen samaritano, Jesús nos enseñó a vencer el prejuicio
[Ilustración de la página 8]
En casa de Cornelio, Pedro dijo: “Con certeza percibo que Dios no es parcial”
[Ilustración de la página 9]
Las enseñanzas bíblicas unen a gente de diversos antecedentes
[Ilustración de la página 9]
Los testigos de Jehová practican lo que aprenden
[Ilustración de la página 10]
Christina: “Las reuniones en el Salón del Reino elevaron mi confianza personal”
[Ilustración de la página 10]
Jasmin: “Me dan cariño y no solo no me desprecian, sino que me hacen sentir especial”
[Ilustración de la página 10]
Simon, voluntario de construcción: “Aprendimos a llevarnos bien”
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