-
NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
-
-
Impresión clandestina
Durante aquel período, el Cuerpo Gobernante siguió dando ayuda y guía a los hermanos de Nicaragua a través de la sucursal de Costa Rica y el Comité del País. Puesto que la importación de publicaciones estaba proscrita, ¿cómo se suministraría el “alimento al tiempo apropiado”? (Mat. 24:45.) Jehová volvió a despejar el camino.
En 1985, los hermanos pudieron obtener los artículos de estudio de La Atalaya y otra información bíblica con la ayuda de una imprenta comercial. Sin embargo, aquella vía era arriesgada, pues ponía nuestra obra a merced de los opositores. Por lo tanto, se decidió recurrir a la prensa offset que se había utilizado para imprimir los programas de asamblea y las invitaciones a la Conmemoración hasta el cierre de la sucursal. Se puso a trabajar la máquina en el hogar de una hermana que vivía a las afueras de Managua.
Por desgracia, en noviembre de aquel año la prensa cayó en manos del gobierno. Sin dejar que aquel revés interrumpiera el trabajo, los hermanos reconstruyeron rápidamente un viejo mimeógrafo al que apodaron el gallo, utilizado anteriormente para imprimir folletos, cartas y programas. Cuando resultó difícil conseguir piezas de recambio, los hermanos adquirieron en el país otro mimeógrafo usado al que denominaron el pollo. Algún tiempo después, la sucursal de El Salvador les suministró uno más, al que llamaron la gallina, siguiendo con la nomenclatura de corral.
Un método de impresión menos complejo, aunque igualmente práctico, consistió en la utilización de pequeñas tablas de mimeógrafo, que los hermanos denominaron las tablitas. Construidas por Pedro Rodríguez, un ebanista bautizado en 1954, constaban de dos bastidores rectangulares unidos por bisagras; el bastidor superior sostenía una malla de tela y el bastidor inferior, o base, un panel de vidrio o madera. El modelo era sencillo, al igual que el proceso de impresión. En el bastidor superior se insertaba un cliché de papel mecanografiado contra la tela de malla, y en el inferior se colocaba una hoja de papel en blanco. Se aplicaba la tinta a la malla con un rodillo y tras cada impresión se colocaba una nueva hoja de papel en blanco.
Aunque resultaba laborioso, se utilizó este método para imprimir varias publicaciones, entre ellas el cancionero completo Canten alabanzas a Jehová, con sus 225 cánticos del Reino. Edmundo Sánchez, que trabajó en la impresión, recuerda: “Cuando los hermanos se familiarizaron con la utilización de las tablitas, imprimían veinte páginas por minuto. Tan solo del cancionero imprimimos casi cinco mil ejemplares”.
Elda, la esposa de Edmundo, fue una de las primeras hermanas que ayudaron a preparar los clichés de papel para los mimeógrafos. Utilizando su propia máquina de escribir manual, Elda, que además era madre, comenzaba su trabajo a primeras horas de la mañana y solía trabajar hasta bien entrada la noche mecanografiando los artículos de estudio de La Atalaya en los clichés para los mimeógrafos. “Edmundo me daba un ejemplar de la revista que recibía de Costa Rica —dice ella—. Nunca supe cuántos grupos de impresión había ni cómo funcionaban; solo conocía la parte del trabajo que se me asignaba. También estaba consciente de que si nos descubrían, nos confiscarían la casa, los muebles... en fin, todo, y que nos arrestarían, incluso que podríamos acabar entre los ‘desaparecidos’. Sin embargo, nuestro amor y temor a Jehová disiparon cualquier temor al hombre que pudiéramos haber sentido.”
Los talleres de impresión
Guillermo Ponce recuerda cómo eran los talleres de impresión. Él era corrector de pruebas y servía de enlace entre los hermanos que preparaban los clichés y los que se dedicaban a la impresión y distribución. “Se instalaron talleres en los hogares de algunas familias de Testigos —explica—. Cada taller era una habitación construida dentro de otra, lo que proporcionaba un espacio de trabajo reducido. Para disimular el sonido del mimeógrafo, colocábamos alguna radio o grabadora fuera del taller y le subíamos el volumen.”
Los hermanos trabajaban de nueve a diez horas al día en el interior de aquellas habitaciones diminutas, bañados en sudor, imprimiendo La Atalaya u otras publicaciones. A menudo, cuando los vecinos empezaban a sentir curiosidad o alguien informaba a las autoridades, había que trasladar inmediatamente el taller completo a otro hogar.
Aquel trabajo se consideraba servicio de Betel, y los que participaban en él eran hermanos jóvenes y solteros. Felipe Toruño, de 19 años, estaba recién bautizado cuando lo invitaron a servir en una de las imprentas. “Lo primero que recuerdo —dice— es que entré en una habitación diminuta, casi hermética, en la que olía muchísimo al líquido corrector que se utilizaba para los clichés. El calor parecía insoportable, y nos alumbrábamos con una pequeña lámpara fluorescente.”
También había otros obstáculos. Por ejemplo, cuando una máquina necesitaba reparación —lo que ocurría a menudo—, no podía llevarse sin más al taller. La gente preguntaría: “¿De quién es este mimeógrafo? ¿Qué imprimen en él? ¿Es un trabajo autorizado por el gobierno central?”. Así que los hermanos tenían que hacer sus propias reparaciones, e incluso fabricar las piezas en algunas ocasiones. Otro problema eran los frecuentes cortes de energía eléctrica. “Como los equipos de impresión nunca querían retrasarse en la producción —dice el hermano Ponce—, a veces los encontraba trabajando a la luz de una lámpara de querosén, con las narices manchadas de hollín. El aprecio, la buena disposición y el espíritu de abnegación de aquellos jóvenes me motivaron a seguir adelante.”
Recuerdos entrañables
Felipe Toruño evoca con cariño sus cuatro años de impresor clandestino. “Siempre tuve presente que los hermanos esperaban ansiosos el vital alimento espiritual —dice—. Por eso, a pesar de que nos veíamos sometidos a muchas limitaciones, servíamos con gozo.” Omar Widdy, que participó en esa labor desde junio de 1988 hasta su conclusión en mayo de 1990, recuerda: “Una de las cosas que más me impresionó fue el ambiente de cariño fraternal que existía. Los nuevos estaban dispuestos y deseosos de aprender, y se les enseñaban las diferentes tareas con paciencia. Las condiciones de trabajo no eran ideales, pero los voluntarios, a pesar de su juventud, eran hombres espirituales que comprendían cabalmente los sacrificios que implicaba este tipo de servicio”.
Giovanni Gaitán, quien también trabajó en los talleres de impresión, recuerda: “Lo que nos sostuvo fue el aprecio por Jehová y su organización. En aquel entonces, ninguno recibía reembolso económico alguno, pero eso no nos preocupaba, teníamos lo que necesitábamos. Yo había pasado ya por muchas situaciones en las que debí confiar plenamente en Jehová, así que no estaba demasiado preocupado por mis necesidades materiales. Hermanos como Guillermo Ponce, Nelson Alvarado y Felipe Toruño, aunque eran jóvenes, fueron excelentes ejemplos para mí. Los hermanos de más edad que llevaban la delantera también me fortalecieron. Lo cierto es que cuando lo pienso, tengo que reconocer que aquella experiencia realmente enriqueció mi vida”.
Todos los que participaron en las actividades clandestinas sintieron el respaldo de Jehová de muchas maneras, incluso en lo relativo al trabajo de impresión en sí. El hermano Gaitán comenta: “Normalmente, un cliché sirve para una tirada de trescientas a quinientas reproducciones. ¡Pero nosotros conseguíamos obtener seis mil de cada uno!”. ¿Por qué era necesario prolongar el uso de los clichés y otros materiales de impresión? Además de que las existencias en el país eran limitadas, solo se podían adquirir en tiendas controladas por el Estado, donde la compra de cantidades fuera de lo común habría llamado la atención y habría expuesto al comprador al riesgo de ser arrestado. Jehová realmente bendijo los esfuerzos de los hermanos, pues con excepción de la prensa offset original, las autoridades no encontraron ni cerraron ninguno de los talleres.
Los hermanos que trabajaban seglarmente para sostener a sus familias también colaboraron en esta obra, a menudo corriendo grandes riesgos. Por ejemplo, muchos repartían publicaciones por todo el país con sus propios vehículos. A veces viajaban todo el día, atravesando muchos controles militares. Sabían que si los atrapaban, podían perder sus vehículos, ser arrestados e incluso ir a la cárcel. Sin embargo, no se dejaron intimidar. Desde luego, aquellos hermanos necesitaron el apoyo total de sus esposas, algunas de las cuales también desempeñaron un papel vital durante aquel período difícil, como veremos a continuación.
Mujeres espirituales valientes
Muchas mujeres cristianas mostraron un valor y una lealtad sobresalientes durante los años de restricción en Nicaragua. Cooperaron con sus esposos ofreciendo sus hogares para la impresión clandestina, a veces durante varios meses seguidos. También prepararon las comidas para los trabajadores utilizando sus propios recursos. “Se creó un estrecho vínculo cristiano entre nosotros, los hermanos jóvenes, y aquellas hermanas —rememora Nelson Alvarado, que ayudó a coordinar la impresión—. Ellas se convirtieron en madres para nosotros, y, como si de hijos se tratara, les dábamos mucho que hacer. En ocasiones trabajábamos hasta las cuatro de la mañana para cumplir con las cuotas y plazos de entrega, sobre todo cuando se programaban trabajos extras, como la impresión del folleto Examinando las Escrituras diariamente. A veces, dos de nosotros hacíamos turnos de casi veinticuatro horas. Sin embargo, las hermanas siempre nos tenían una comida preparada, hasta cuando trabajábamos de madrugada.”
Las familias que tenían una imprenta en su hogar también se encargaban de la seguridad. Por lo general, eran las amas de casa quienes se ocupaban de dicha asignación, dado que la mayoría de los esposos trabajaban fuera durante el día. Una hermana recuerda: “Para camuflar el ruido que hacían las máquinas, subíamos al máximo el volumen de la radio. Cuando alguien llamaba a la puerta, alertábamos a los hermanos del taller mediante un interruptor que encendía una bombilla especial”.
A menudo, los visitantes eran otros Testigos o parientes. No obstante, las hermanas intentaban despedirlos tan rápida y delicadamente como fuera posible. Como es de imaginar, no siempre resultaba fácil, pues las hermanas eran por lo común muy hospitalarias. Pensemos en el ejemplo de Juana Montiel, que tenía un árbol de marañón (anacardo) en su patio. Como otros Testigos solían venir a recoger los frutos, el patio de Juana se había convertido en un lugar de encuentro informal. Ella comenta: “Cuando tuvimos el privilegio de que se instalara un taller de impresión en nuestra casa, mi esposo y yo decidimos cortar el árbol. No podíamos explicar a los hermanos por qué de repente parecíamos habernos vuelto menos sociables, pero sabíamos que había que proteger el trabajo de impresión”.
Consuelo Beteta, ya fallecida, se bautizó en 1956. Su hogar también se utilizó como taller. Sin embargo, los hermanos no podían estacionarse frente a su casa para recoger las publicaciones sin despertar sospechas. Por ello, se detenían en un lugar más seguro: la casa de un hermano que vivía casi a una manzana de distancia. En una entrevista que se le hizo antes de morir, la hermana Beteta habló de aquellos días. Con los ojos brillantes, dijo: “Las revistas se enrollaban y se metían en sacos destinados a las diferentes congregaciones. Cada saco pesaba unas 30 libras [15 kilos]. Para llegar a la casa del hermano, mi nuera y yo nos colocábamos los sacos en la cabeza y cruzábamos una zanja que había detrás de mi casa. Mis vecinos nunca sospecharon nada, porque los sacos no parecían diferentes a los que la mayoría de las mujeres llevaban sobre la cabeza”.
¡Cómo apreciaban los hermanos a estas mujeres leales y valerosas! “Fue un verdadero privilegio trabajar con ellas”, afirma Guillermo Ponce, en nombre de los muchos hermanos con quienes colaboró en aquella época. Es obvio que estas excelentes mujeres cristianas, junto con sus esposos, pusieron un formidable ejemplo para sus hijos. A continuación reflexionaremos sobre algunas de las dificultades a las que se enfrentaron los niños en aquellos años turbulentos.
Niños leales y dignos de confianza
Al igual que sus padres, los hijos de quienes participaron en las operaciones secretas de impresión y distribución mostraron una lealtad extraordinaria. Claudia Bendaña, cuyos dos hijos aún vivían en su casa en aquel entonces, recuerda: “En una habitación de la parte de atrás de nuestra casa funcionó un taller de impresión durante cinco meses. Tan pronto como los niños volvían de la escuela, querían ayudar a los hermanos. Pero ¿qué podían hacer? En vez de rechazarlos, los hermanos les permitían grapar las hojas mimeografiadas de La Atalaya. Los niños disfrutaban mucho de estar con aquellos jóvenes, que los animaban a aprender textos bíblicos y cánticos del Reino”.
La hermana Bendaña comenta: “Para mantener la confidencialidad, mi esposo y yo explicamos a nuestros hijos que estábamos en tiempos difíciles, que aquel trabajo se hacía para Jehová y que era muy importante que permaneciéramos leales. No debían hablar de ello con nadie, ni con los parientes ni con nuestros hermanos cristianos. Gracias a Dios, los niños fueron fieles y obedientes”.
El hogar de Aura Lila Martínez fue uno de los primeros que se utilizó como centro de impresión. Sus nietos ayudaban a pegar y grapar las páginas, y a empacar. Además, entablaron muy buena relación con los hermanos que trabajaban en su hogar, y nunca le contaron a nadie lo que hacían. Eunice recuerda: “Íbamos a la escuela y jugábamos casi a diario con los niños de las familias Bendaña y Eugarrios, pero no fue sino hasta años después que todos supimos que también se imprimían publicaciones en nuestros respectivos hogares. ‘¿De verdad? ¿También en tu casa?’, nos preguntábamos asombrados. Aunque desde niños fuimos muy buenos amigos, ninguno dijo nada a los demás. Evidentemente, Jehová protegió la obra de esa forma”.
Aquellas primeras experiencias siguieron ejerciendo una influencia positiva en los jovencitos. Emerson Martínez, que en la actualidad es siervo ministerial y participa en el ministerio especial de tiempo completo, dice: “Los hermanos de aquellos talleres fueron mis modelos de conducta. Solo tenían 18 ó 19 años, pero me enseñaron a valorar las responsabilidades espirituales, sin importar lo pequeñas que fueran, y aprendí el valor de efectuar trabajo de calidad. Si me olvidaba de incluir una sola página, alguien perdería dicha información. Aquello me enseñó que era importante hacer lo máximo posible por Jehová y por nuestros hermanos”.
Elda María, hija de Edmundo y Elda Sánchez, colaboraba repartiendo los clichés que su madre mecanografiaba de La Atalaya y otras publicaciones. Los llevaba en bicicleta a la casa del hermano Ponce, a cinco manzanas de distancia. Antes de darle los clichés a su hija, la hermana Sánchez los envolvía cuidadosamente y los colocaba en un pequeño cesto. “Desde muy pequeña —dice Elda María—, mis padres me enseñaron a ser obediente. Por eso, cuando llegó el período de restricciones, ya estaba acostumbrada a seguir instrucciones al pie de la letra.”
¿Comprendía ella los peligros a los que se enfrentaban los hermanos, entre ellos su padre, que supervisaban la impresión? Elda María relata: “Antes de salir de la casa, mi papá me decía que si lo arrestaban, no debía sentirme triste o asustada. No obstante, recuerdo haber orado muchas veces junto con mi mamá por su seguridad cuando tardaba en llegar. A menudo veíamos que miembros de la Seguridad del Estado se estacionaban frente a nuestra casa para vigilarnos. Cuando mi mamá abría la puerta porque alguien llamaba, yo recogía todos sus materiales de trabajo y los escondía. Me siento muy agradecida por el ejemplo y la educación que me dieron mis padres para que mostrara lealtad a Jehová y a los hermanos”.
Como resultado del fundamento sólido que pusieron en su juventud, muchos que en aquella época eran jóvenes participan en la actualidad en el servicio de tiempo completo y ocupan puestos de responsabilidad en las congregaciones. Su adelantamiento es prueba de la rica bendición de Jehová sobre su pueblo, que no se vio privado de alimento espiritual durante aquel difícil período.
-
-
NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
-
-
[Ilustración de la página 109]
Hermanos que imprimieron publicaciones durante la proscripción, con los mimeógrafos el gallo, la gallina y el pollo
[Ilustración de la página 110]
Elda Sánchez mecanografiaba clichés valerosamente
[Ilustración de la página 115]
Estas hermanas preparaban la comida y vigilaban mientras los hermanos se dedicaban a la impresión
-