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    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • Reuniones en la prisión

      Muchos de nuestros hermanos jóvenes vieron sometida a prueba su lealtad con relación a la neutralidad cristiana aun antes de la proscripción de 1976. Por su obediencia al principio bíblico de no ‘aprender más la guerra’, recogido en Isaías 2:4, recibieron sentencias que iban de tres a seis años de cárcel.

      No obstante, se las ingeniaron para estudiar la Biblia, celebrar reuniones y seguir difundiendo con entusiasmo el mensaje del Reino dentro de las instituciones penitenciarias. Los ancianos de congregaciones vecinas visitaban con gusto a esos jóvenes fieles para animarlos y proporcionarles el alimento espiritual que tanto necesitaban.

      Omar Tschieder, que sirve en Betel desde 1982, estuvo en la prisión militar de Magdalena, provincia de Buenos Aires, de 1978 a 1981 porque rehusó ponerse el uniforme militar. La prisión tenía varias cuadras, en cada una de las cuales había veinte celdas de dos metros por tres [7 x 10 pies] que daban a un pasillo común. Los Testigos que permanecían allí encerrados usaban las últimas tres celdas del corredor para celebrar sus reuniones. Como solo podían juntarse diez o doce a la vez, en muchas ocasiones había entre ocho y catorce reuniones a la semana.

      Los hermanos se organizaron de modo que uno de ellos vigilara por la abertura de la puerta y avisara al grupo si alguien se acercaba, para lo cual inventaron varias señales. A veces, era algo tan sencillo como que el vigilante golpeara la pared; otras, él y un hermano del auditorio se ataban los dos extremos de un hilo, de modo que a la menor señal de peligro, el vigilante tiraba del hilo y el otro daba la advertencia. También recurrían al método de gritar alguna frase en clave, como: “¿Tiene alguien un sobre?”. Al oír la palabra “sobre”, cada uno se dirigía a un escondite determinado: debajo de la cama, detrás de la puerta..., cualquier lugar que quedara fuera de la vista del guardia que se asomara por la abertura de la puerta. Y todo ese movimiento debían hacerlo silenciosamente en segundos. Sin duda tenían que estar bien organizados.

      Una vez, mientras llevaban a cabo una reunión, se les advirtió de que un extraño entraba a la cuadra, así que todos se apresuraron a esconderse. Entonces, un recluso que no era testigo de Jehová abrió la puerta, entró y dejó algo sobre la mesa. Al salir, se volvió y les preguntó: “¿Por qué se esconden?”. Justo en ese momento sonó el silbato de un guardia que pedía voluntarios para una tarea de limpieza, así que los hermanos dijeron: “Nos escondemos de él”. El visitante comprendió la situación y se marchó al instante, de modo que la reunión concluyó sin más interrupciones.

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    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • “Celebrábamos todas las reuniones de congregación en la cárcel —continúa relatando el hermano Domínguez—. De hecho, allí fue donde di mi primer discurso público.” Los Testigos encarcelados incluso presentaban dramas bíblicos con trajes de época gracias a los artículos introducidos durante las visitas familiares. Los guardias nunca sospecharon el uso que se daba a las sandalias, los ponchos y demás prendas.

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