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    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • Se alaba a Jehová en los campos y las prisiones

      Además de las prisiones, Rumania contaba con tres enormes campos de trabajos forzados. Uno, situado en el delta del Danubio, otro en la gran isla de Brăila, y un tercero en el canal que une el Danubio con el mar Negro. Desde el inicio de la época comunista, los Testigos se encontraron muchas veces en prisión con antiguos perseguidores, que habían sido encarcelados por su relación con el régimen anterior. Un superintendente de circuito fue a parar junto a veinte sacerdotes. No cabe duda de que pudo entablar muchas conversaciones interesantes con tales prisioneros.

      Por ejemplo, un hermano encarcelado tuvo una larga conversación con un profesor de teología que había sido examinador de los que iban a ser sacerdotes. El hermano no tardó en descubrir que el profesor no sabía casi nada de la Biblia. Entre los presos que estaban escuchando había un general del ejército del antiguo régimen.

      —¿Cómo es que un simple trabajador sabe más de la Biblia que usted? —preguntó el general al profesor.

      —En los seminarios de teología se nos enseña tradición eclesiástica y otros temas afines, pero no la Biblia —repuso este.

      —Confiábamos en su conocimiento, pero es deplorable ver que nos han engañado —dijo el general, no satisfecho con la respuesta.

      Con el paso del tiempo, varios prisioneros adquirieron conocimiento exacto de la verdad y dedicaron su vida a Jehová, entre ellos un hombre condenado a setenta y cinco años de prisión por robo. De hecho, los cambios en su personalidad fueron tan drásticos que llamaron la atención de los carceleros. A raíz de ello, se le dio un nuevo trabajo: ir sin escolta a la ciudad y hacer las compras para la penitenciaría, tarea que no hubiera recibido normalmente una persona encarcelada por robo.

      Con todo, la vida en la prisión era dura, y la comida, escasa. Los presos llegaron a pedir que no se pelaran las papas para tener algo más que comer. Comían también remolacha, hierba, hojas y otras plantas, con tal de llenar el estómago. Algunos murieron de desnutrición, y todos sufrieron de disentería.

      En verano, los hermanos del delta del Danubio extraían y transportaban tierra para la construcción de un dique, y en invierno, cortaban juncos en las heladas riberas del río. Dormían en un destartalado transbordador de hierro, donde tuvieron que soportar temperaturas glaciales, mugre, piojos y crueles guardias que permanecían impávidos incluso ante la muerte de algún prisionero. Aun así, por mala que fuera la situación, los hermanos se animaban mutuamente a no desfallecer en sentido espiritual. Veamos la experiencia de Dionisie Vârciu.

      Justo antes de ser liberado, un funcionario le preguntó: “¿Ha logrado la cárcel cambiar tu fe, Vârciu?”.

      —Disculpe —contestó Dionisie—, pero ¿cambiaría usted un traje de calidad por uno malo?

      —No —dijo el funcionario.

      —Yo tampoco —prosiguió el hermano—. Durante mi encarcelamiento nadie me ha ofrecido nada mejor que mi fe. De modo que, ¿por qué razón habría de cambiarla?

      Ante tal respuesta, el funcionario le estrechó la mano y le dijo: “Estás libre Vârciu. No pierdas la fe”.

      Los hermanos que aguantaron como Dionisie no eran superhombres; su valor y fortaleza espiritual provenía de su fe en Jehová, fe que mantuvieron viva de formas sorprendentes (Pro. 3:5, 6; Fili. 4:13).

      Estudian de memoria

      “El tiempo que pasé en prisión me sirvió para prepararme teocráticamente”, recuerda András Molnos. ¿Por qué pudo decir eso? Porque vio el valor de reunirse con los hermanos todas las semanas para estudiar la Palabra de Dios. Él cuenta: “Muchas veces la información no estaba escrita en el papel, sino en la memoria. Los hermanos recordaban artículos de La Atalaya que habían estudiado antes de entrar en prisión; algunos eran capaces de recordar una revista entera, incluidas las preguntas de los artículos de estudio”. Varios habían adquirido esta habilidad excepcional copiando manualmente el alimento espiritual antes de ser encarcelados (véase el recuadro “Métodos para copiar publicaciones”, de las páginas 132 y 133).

      Cuando se programaban las reuniones cristianas, los hermanos responsables anunciaban el tema que se iba a tratar, y cada recluso intentaba recordar cuanto podía, desde pasajes de las Escrituras hasta puntos aprendidos en publicaciones bíblicas cristianas. Luego, todos se juntaban para comentar la información. En la reunión se escogía un conductor que, tras la oración, planteaba preguntas adecuadas al auditorio. Cuando todos habían dado sus comentarios, él presentaba sus ideas y pasaba al siguiente asunto.

      En algunas prisiones no se permitían este tipo de reuniones. Ahora bien, el ingenio de los hermanos no conocía límites. Uno de ellos recuerda: “Sacábamos de su marco la ventana del cuarto de baño y la embadurnábamos con jabón y cal que obteníamos rascando la pared. Cuando se secaba, se convertía en una pizarra en la que podíamos escribir la lección del día. Un hermano dictaba en voz baja las palabras y otro las apuntaba.

      ”Dado que estábamos divididos en celdas, cada una de ellas constituía un grupo de estudio, y las lecciones se pasaban a todos los integrantes. Como solo una celda poseía la pizarra, los demás hermanos recibían la información en código morse. ¿Cómo lo hacían? Uno de nosotros ‘telegrafiaba’ el artículo golpeando, lo más suave posible, la pared o las tuberías de la calefacción. Al otro lado, los hermanos de las celdas escuchaban los mensajes valiéndose de una taza que colocaban contra la pared o las tuberías. Como es lógico, los que no sabían morse tuvieron que aprender.”

      En algunas prisiones se pudo recibir alimento espiritual recién preparado gracias a las no menos ingeniosas y habilidosas hermanas. Por ejemplo, cuando cocían pan, escondían publicaciones dentro de la masa. Los hermanos lo llamaban el pan del cielo. Las hermanas fueron capaces hasta de introducir secciones de la Biblia en las prisiones. Doblaban las páginas en bloques diminutos y las metían en bolitas de plástico, luego bañaban las bolitas en chocolate y las cubrían de cacao en polvo.

      Lo único desagradable de todo esto era que los hermanos tenían que realizar su lectura en el baño, el único lugar en el que se podía estar a solas unos minutos, fuera del alcance de los guardias. Cuando un hermano acababa la lectura, escondía las páginas detrás de la cisterna del inodoro. Los reclusos que no eran Testigos también sabían del escondite, así que muchos disfrutaban de una lectura tranquila.

  • Rumania
    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]

      Memorizamos mil seiscientos versículos bíblicos

      Dionisie Vârciu

      Año de nacimiento: 1926

      Año de bautismo: 1948

      Otros datos: Desde 1959 pasó más de cinco años en diversas prisiones y campos de trabajo. Murió en 2002.

      Durante nuestro encarcelamiento se nos permitía comunicarnos con nuestros familiares, y ellos podían enviarnos cada mes un paquete de hasta cinco kilos [10 libras]. Pero los funcionarios solo los entregaban a quienes terminaban sus trabajos obligatorios. Nosotros siempre compartíamos la comida equitativamente, lo que suponía dividirla en unas treinta porciones. En una ocasión, lo único que teníamos eran dos manzanas. Los trozos resultaron pequeños, pero, así y todo, aliviaron un poco nuestra hambre.

      Aunque no poseíamos biblias ni publicaciones bíblicas, nos mantuvimos espiritualmente fuertes recordando lo que habíamos aprendido antes de entrar en prisión y conversando de ello juntos. Hicimos un programa para que todas las mañanas un hermano citara un texto bíblico. Luego nosotros lo repetíamos en voz baja y reflexionábamos sobre él durante los quince o veinte minutos de nuestro paseo obligatorio. Cuando volvíamos a la celda —éramos veinte en una habitación de dos por cuatro metros [7 por 13 pies]— comentábamos el versículo durante una media hora. Entre todos logramos recordar 1.600 versículos. A mediodía repasábamos varios temas, y unas veinte o treinta citas bíblicas relacionadas con ellos. Todos memorizábamos la información.

      Había un hermano que al principio creía que era muy mayor para memorizar tantos textos, pero se estaba subestimando. Después de oírnos repetir los pasajes en voz alta cerca de veinte veces, también él pudo recordar y recitar infinidad de textos bíblicos, para su alegría.

      Es cierto que pasamos hambre y estábamos débiles, pero Jehová nos mantuvo alimentados y fuertes en sentido espiritual. Incluso después de ser liberados, tuvimos que cuidar de nuestra espiritualidad porque la Securitate seguía persiguiéndonos, tratando de quebrantar nuestra fe.

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