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    Anuario de los testigos de Jehová 2007
    • SE PONE A PRUEBA LA NEUTRALIDAD

      En mayo de 1961, Sudáfrica abandonó la Comunidad Británica de Naciones y se convirtió en una república. Fue un período de gran agitación política y violencia creciente. Con el fin de controlar la situación, el Gobierno fomentó el espíritu nacionalista, lo que causó problemas a los testigos de Jehová en los años siguientes.

      Durante mucho tiempo, los hermanos no habían tenido que prestar el servicio militar, pero todo cambió a finales de los años sesenta, cuando el país fue incrementando las operaciones militares en Namibia y Angola. Las nuevas leyes exigían que todos los jóvenes blancos con buena salud hicieran el servicio militar. Los hermanos que se negaban eran sentenciados a noventa días de prisión en un cuartel.

      Por ejemplo, a Mike Marx y los demás hermanos que estaban detenidos junto con él les ordenaron ponerse el uniforme y los cascos. Él recuerda: “Como nos negamos a vestir ropa militar porque no queríamos que nos identificaran con el ejército, el capitán al mando nos impuso la pérdida de privilegios, el aislamiento y una dieta de hambre”. A estos hermanos les prohibieron escribir o recibir cartas, tener visitas y poseer material de lectura aparte de la Biblia. La dieta de hambre —supuestamente pensada para prisioneros incorregibles— consistía en dos días a pan y agua, seguidos de siete días de raciones normales del ejército antes de los siguientes dos días a pan y agua. Pero incluso las raciones “normales” con frecuencia dejaban mucho que desear, tanto en calidad como en cantidad.

      Los militares hicieron lo posible por quebrantar la integridad de los hermanos. Los encerraban en pequeñas celdas individuales, y llegó un momento en que no los dejaban ni ducharse. Solo les daban un balde para que lo usaran de letrina y otro con agua para su aseo personal. Más adelante les volvieron a permitir que se ducharan.

      “Cierto día de invierno —recuerda Keith Wiggill—, después que nos dimos una ducha de agua fría, los guardias nos quitaron las frazadas y los colchones. Además, no nos dejaron ponernos ropa de civil, así que tuvimos que dormir en camiseta y pantalones cortos sobre una toalla mojada en el frío suelo de cemento. A la mañana siguiente, al jefe de la prisión le sorprendió vernos sanos y contentos, y reconoció que nuestro Dios nos había cuidado durante aquella gélida noche de invierno.”

      Justo antes de terminar los noventa días, los volvían a llevar al tribunal porque se seguían negando a vestir el uniforme y a recibir instrucción militar con el resto de los prisioneros. Entonces los volvían a encarcelar. Estaba claro que las autoridades tenían toda la intención de continuar con aquel proceso hasta que los hermanos cumplieran los 65 años, edad en la que quedarían exentos.

      La ley cambió en 1972 tras mucha presión de la opinión pública y los políticos. Los hermanos recibieron una única sentencia de cárcel correspondiente a la duración del servicio militar. Originalmente la sentencia era de doce a dieciocho meses. Más tarde se aumentó a tres años y posteriormente a seis. Con el tiempo les hicieron algunas concesiones y les permitieron celebrar una reunión semanal.

      Durante su estancia en prisión, los hermanos no se olvidaron del mandato de Cristo de hacer discípulos (Mat. 28:19, 20). Así, hablaban con los demás presos, con las autoridades y con quien se encontraran. Hasta se les permitió durante una temporada dedicar el sábado por la tarde a predicar por carta.

      En cierta ocasión, las autoridades militares decidieron que los 350 Testigos comerían junto con los 170 presos militares, y así convirtieron el centro de internamiento en el único territorio con una proporción de dos Testigos por persona. Las autoridades no tardaron en volver a poner aparte a los hermanos.

      LA CRISTIANDAD Y LA NEUTRALIDAD

      ¿Qué postura adoptaron las iglesias de la cristiandad con respecto al servicio militar obligatorio? En 1974, el Consejo Sudafricano de Iglesias presentó una resolución a favor de la objeción de conciencia, pero en vez de utilizar argumentos religiosos, su enfoque fue claramente político. Su argumento era que el ejército defendía una “sociedad injusta y discriminatoria”, y por tanto, la guerra en la que participaba era injusta. Ahora bien, las iglesias afrikáneres, así como otros grupos religiosos, no estuvieron de acuerdo con la resolución del consejo.

      La Iglesia Reformada Holandesa rechazó también la resolución, por considerarla una violación del capítulo 13 de Romanos, y apoyó la campaña militar del Gobierno. Otro grupo que se opuso al consejo fue el de los capellanes de las Fuerzas Armadas Sudafricanas, entre los que había algunos miembros de las iglesias que pertenecían al consejo. De hecho, en una declaración conjunta, los capellanes de las iglesias de habla inglesa condenaron aquella resolución y, además, instaron “a todos [sus] feligreses, sobre todo a los jóvenes, a defender el país”.

      Por su parte, las iglesias miembros del consejo no adoptaron una postura clara. El libro War and Conscience in South Africa (Guerra y conciencia en Sudáfrica) admite: “La mayoría [de las iglesias] no explicaron con claridad su postura a los fieles, y mucho menos los animaron a hacerse objetores de conciencia”. Este libro indica que la contundente reacción del Gobierno ante la resolución del consejo, sumada a una legislación estricta, acobardó a las iglesias, de modo que no se animaron a defender sus convicciones: “Los intentos por hacer que las iglesias apoyaran un programa de acción fueron un fracaso”.

      La citada obra, en cambio, reconoce lo siguiente: “El mayor grupo de objetores de conciencia encarcelados fue sin lugar a dudas el de los testigos de Jehová”. Y añade: “Los Testigos insistieron en que todos tienen derecho a oponerse a las guerras por motivos de conciencia”.

      La postura de los Testigos era estrictamente religiosa. Aunque admiten que “las autoridades que existen están colocadas por Dios en sus posiciones relativas”, se mantienen neutrales (Rom. 13:1). Por encima de todo, son leales a Jehová, quien muestra en su Palabra, la Biblia, que sus verdaderos siervos no participan en guerras humanas (Isa. 2:2-4; Hech. 5:29).

      Después de varios años de encarcelamientos, se hizo evidente que los Testigos no abandonarían su postura neutral para evitar los malos tratos. Y puesto que los centros de detención estaban atestados y la situación estaba generando mala publicidad, desde algunos sectores oficiales se ejerció presión para que trasladaran a los hermanos a prisiones civiles.

      Pero algunos mandos militares que apreciaban a los Testigos se opusieron, pues respetaban a nuestros jóvenes por sus elevadas normas morales. Si los enviaban a una prisión civil, les quedarían antecedentes penales. Además, estarían con los peores elementos de la sociedad y correrían el riesgo de ser violados. Así que se decidió que prestarían un servicio civil a la comunidad en varias dependencias del gobierno no vinculadas con el ejército. Cuando en los años noventa cambió el clima político, desapareció el servicio militar obligatorio.

      ¿Qué efecto tuvo en aquellos jóvenes el largo período que pasaron privados de libertad en una época tan fundamental de su vida? Muchos de ellos demostraron de forma ejemplar su lealtad a Jehová y aprovecharon la oportunidad para estudiar la Palabra de Dios y crecer espiritualmente. “El tiempo que pasé en prisión fue decisivo en mi vida —afirma Cliff Williams—. Vi claramente la protección y la bendición de Jehová, lo cual me impulsó a hacer más a favor del Reino. Poco después de salir en libertad, en 1973, emprendí el precursorado regular, y al año siguiente entré en Betel, donde todavía estoy sirviendo.”

      Stephen Venter, quien fue encarcelado a los 17 años, dice: “En aquel entonces era publicador no bautizado y tenía poco conocimiento de la verdad. Pero logré aguantar gracias a la fortaleza espiritual que me infundieron el análisis del texto diario (que realizábamos mientras encerábamos el piso por las mañanas), las reuniones regulares y las clases bíblicas que me impartió un hermano experimentado. Aunque atravesé momentos muy difíciles, es sorprendente lo poco que los recuerdo. De hecho, podría decir que aquellos tres años fueron los mejores de mi vida. La experiencia me ayudó a madurar como hombre. Pude conocer mejor a Jehová, lo cual me impulsó a emprender el servicio de tiempo completo”.

      Los injustos encarcelamientos no fueron en vano. Gideon Benade, quien visitaba a los hermanos encarcelados, escribió: “Al mirar atrás, me doy cuenta del enorme testimonio que se dio”. El aguante de nuestros hermanos y la gran difusión que tuvieron los juicios y las sentencias grabaron de manera indeleble en la mente de todos, tanto en los militares como en la población civil, que los testigos de Jehová son totalmente neutrales.

  • Sudáfrica
    Anuario de los testigos de Jehová 2007
    • [Ilustraciones y recuadro de las páginas 114 a 117]

      Integridad en la prisión

      ENTREVISTA A ROWEN BROOKES

      AÑO DE NACIMIENTO 1952

      AÑO DE BAUTISMO 1969

      OTROS DATOS Estuvo encarcelado por su neutralidad cristiana de diciembre de 1970 a marzo de 1973. Emprendió el precursorado regular en 1973, y en 1974 fue a servir a Betel. Actualmente es miembro del Comité de Sucursal.

      ¿Cómo eran las condiciones en la prisión militar?

      Los barracones tenían dos hileras de treinta y cuatro celdas separadas por un largo pasillo con una zanja para el desagüe. Estábamos en celdas individuales de 2 metros por 1,80 [7 por 6 pies]. Solo nos dejaban salir dos veces al día: por la mañana, para lavarnos, afeitarnos y limpiar el balde que usábamos como letrina, y por la tarde, para ducharnos. No podíamos escribir o recibir cartas ni tener lápices, plumas, ni material de lectura salvo la Biblia. Tampoco nos permitían recibir visitas.

      Al llegar a la prisión, la mayoría de los hermanos llevaban consigo una Biblia a la que habían añadido otras obras —como el libro Ayuda para entender la Biblia— con las que formaban un solo volumen. Los guardias no se daban cuenta de eso, pues parecía una de las grandes y antiguas biblias en holandés o afrikáans que tenía la gente en sus casas.

      ¿Podían conseguir publicaciones bíblicas?

      Sí, las metíamos a escondidas en cuanto surgía la oportunidad. Todos nuestros efectos personales estaban dentro de maletas en una celda vacía, y allí también guardábamos algunas publicaciones. Una vez al mes, un guardia nos dejaba entrar para reponer los artículos de aseo personal.

      Mientras un hermano distraía al guardia dándole conversación, otro sacaba un libro y se lo escondía bajo la camiseta o los pantalones cortos. Luego, en la celda, lo dividíamos en cuadernillos, más fáciles de ocultar, y los repartíamos para que todos los leyeran. Había muchos escondites: algunas celdas estaban en muy mal estado y llenas de agujeros.

      Nos registraban las celdas muy a menudo, a veces en mitad de la noche, y aunque siempre encontraban algo, nunca lograban quitarnos todas las publicaciones. Uno de los guardias, muy comprensivo, solía avisarnos cuando iban a hacer un registro. Así nos daba tiempo a envolver con plástico la publicación que teníamos y meterla en los tubos de desagüe. Cierto día se desató una tormenta muy fuerte y, para nuestra angustia, vimos que venía flotando uno de los paquetes por la zanja del barracón y que algunos presos militares se ponían a jugar al fútbol con él. De pronto se presentó un guardia y los mandó meterse en las celdas. Nadie reparó en la “pelota”, y nosotros, aliviados, pudimos recuperarla poco después cuando nos permitieron salir.

      ¿Se puso a prueba su integridad?

      Constantemente. Los oficiales al mando usaban todo tipo de tácticas. Por ejemplo, por unos días fueron muy amables con nosotros: nos dieron más comida, nos sacaron a hacer ejercicio y hasta nos dejaron tomar sol. Pero de golpe, nos ordenaron que nos pusiéramos el uniforme militar caqui. Como nos negamos a hacerlo, volvieron los malos tratos.

      Después quisieron que nos pusiéramos unos cascos militares, pero también rehusamos hacerlo. El capitán se puso tan furioso, que a partir de entonces no nos permitió ni ducharnos. Nos dieron a cada uno un balde para que nos laváramos en la celda.

      No teníamos zapatos, y a algunos hermanos les sangraban los pies, así que decidimos confeccionar calzado con pedazos de frazadas viejas que usábamos para abrillantar el suelo. A un trozo de alambre de cobre que encontramos le afilamos un extremo y le aplastamos el otro. Luego, con un alfiler, hicimos un agujero en el extremo aplastado. Con esta “aguja” y con hilos que sacamos de las mismas frazadas, convertimos los pedazos de frazada en mocasines.

      Un buen día nos mandaron meternos en las celdas de tres en tres. Aunque nuestro espacio se vio muy limitado, aquella medida nos vino muy bien. Pusimos a los hermanos que estaban más débiles en sentido espiritual con los más experimentados y organizamos sesiones de estudio de la Biblia y ensayos para el ministerio del campo. Para sorpresa del capitán, nuestra moral se fortaleció muchísimo.

      Ante su fracaso, el capitán ordenó que cada hermano compartiera la celda con dos internos no Testigos. Aunque les habían prohibido hablarnos, los reclusos empezaron a hacernos preguntas, de modo que pudimos dar un buen testimonio. El resultado fue que un par de ellos se negó a participar en ciertas actividades militares. No tardamos en volver a estar solos en las celdas.

      ¿Podían celebrar reuniones?

      Sí, regularmente. Sobre la puerta de cada celda había una ventana con una tela metálica y siete barrotes. Atábamos en dos de los barrotes los dos extremos de una frazada para formar una pequeña hamaca donde sentarnos. Desde allí veíamos al hermano que estaba en la celda de enfrente; podíamos levantar la voz y los demás hermanos del barracón nos oían. Siempre analizábamos el texto diario y, si habíamos conseguido una revista, celebrábamos el Estudio de La Atalaya. Al final del día, alguien, por turno, ofrecía una oración. Hasta hubo una ocasión en la que preparamos nuestro propio programa para una asamblea de circuito.

      No estábamos seguros de si un anciano de fuera iba a conseguir el permiso para entrar y celebrar con nosotros la Conmemoración, así que la organizamos por nuestra cuenta. Hicimos vino poniendo pasas en remojo, y para el pan, usamos del que nos daban, después de aplanarlo y dejarlo secar. Un año permitieron que los hermanos de fuera nos hicieran llegar una pequeña botella de vino y pan sin levadura.

      ¿Cambió la situación con el tiempo?

      Sí, con el tiempo todo mejoró. La ley se modificó y nuestro grupo salió en libertad. A partir de entonces, la sentencia para el objetor de conciencia fue única y de duración fija. Tiempo después de que el grupo de veintidós hermanos en el que yo estaba fuera excarcelado, los ochenta y ocho hermanos que aún permanecían presos recuperaron los privilegios habituales: podían tener una visita al mes, y escribir y recibir cartas.

      ¿Les costó adaptarse a su libertad?

      Pues sí, nos llevó cierto tiempo. Por ejemplo, resultaba intimidante estar en medio de una multitud. Nuestros padres y los hermanos nos ayudaron bondadosamente a asumir poco a poco más responsabilidades en la congregación.

      Aunque fue una época difícil, aquella experiencia fortaleció nuestra espiritualidad y nos enseñó a aguantar. Aprendimos a valorar de verdad la Biblia y la importancia de leerla y meditar en ella a diario. Y, por supuesto, aprendimos a confiar en Jehová. Después de haber hecho aquellos sacrificios por mantenernos fieles a Jehová, no nos íbamos a volver atrás. Nos propusimos darle lo mejor, y emprender el servicio de tiempo completo, si fuera posible.

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