-
RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
-
-
“USTEDES TIENEN ‘AGUA BENDITA’”
Como castigo por predicar, a los Testigos se les enviaba a campos penitenciarios. Nikolai Kalibaba pasó muchos años en tales campos. Él dice: “A cuatro de nosotros nos enviaron a un campo penitenciario del pueblo de Vikhorevka (oblast de Irkutsk), donde estaban recluidos unos setenta hermanos. No había suministro de agua potable; la única tubería de agua estaba conectada al sistema de alcantarillado, por lo que era peligroso beberla. La comida tampoco estaba en buenas condiciones. Con todo, Jehová nos ayudó. En aquel campo nadie había querido trabajar, a excepción de los Testigos. Nosotros éramos buenos trabajadores. La administración del campo enseguida se dio cuenta de ello y nos asignaron a trabajar en otras zonas del campo, zonas de donde podíamos traernos cubos de agua potable. Muchos prisioneros se nos acercaban y decían: ‘Hemos oído que ustedes tienen “agua bendita”. Dennos al menos medio vaso’. Como es natural, les dábamos agua.
”Entre los prisioneros había personas de buen corazón. Algunos habían sido ladrones o criminales, pero aprendieron la verdad y se hicieron testigos de Jehová. Otros parecían estar en contra de la verdad y se oponían abiertamente a nosotros. No obstante, cuando cierto día se dio un discurso en el campo contra los testigos de Jehová, aquellas mismas personas acudieron en nuestra defensa y dijeron que el discurso estaba lleno de calumnias contra los Testigos.”
“VENDREMOS EN GRUPOS”
Los Testigos continuamente pedían a Jehová que les ayudara a idear maneras de aprovechar sus circunstancias para promover los intereses del Reino. El hermano Kalibaba sigue diciendo: “Oímos que nos iban a trasladar pronto a otro campo no muy lejos de Moscú, en Mordvinia. Antes de nuestra partida sucedió algo interesante que nos sorprendió. Unos oficiales y capataces que habían vigilado a prisioneros testigos de Jehová por varios años vinieron y nos dijeron: ‘Quisiéramos pedirles que canten sus cánticos y nos hablen más de sus creencias. Vendremos en grupos de diez o veinte personas, o tal vez más’.
”Por temor de lo que pudiera sucedernos a nosotros, y también a ellos, dijeron que colocarían soldados de guardia para que vigilaran el lugar donde nos reuniríamos. Nosotros les dijimos que, como teníamos más experiencia en esos asuntos, también colocaríamos a nuestros propios vigilantes. Su sistema de vigilancia funcionaba igual que el nuestro, pues colocaron soldados a intervalos regulares entre el cuartel y nuestro lugar de reunión. ¿Pueden imaginarse el cuadro? Un grupo de Testigos entonó cánticos ante unos oficiales y capataces, tras lo cual un hermano pronunció un discurso breve sobre un tema bíblico. ¡Parecía que estábamos en un Salón del Reino de los Testigos de Jehová! Fueron varias las reuniones que celebramos de esta manera con grupos de personas que mostraban interés. Vimos cómo Jehová cuidaba no solo de nosotros, sino también de aquellas personas sinceras.
”Llevamos muchas revistas desde aquel campo hasta el de Mordvinia, donde había muchos Testigos recluidos —recuerda el hermano Kalibaba—. Los hermanos me dieron una maleta de doble fondo que permitía esconder publicaciones. Lo organizamos todo para que, cuando me registraran, la maleta no atrajera demasiado la atención. En el campo de Mordvinia nos registraron con mucho cuidado. Un capataz levantó mi maleta y exclamó: ‘¡Cuánto pesa! ¡Debe haber un tesoro aquí adentro!’. Pero, de repente, puso a un lado mi maleta y otras cosas y empezó a registrar las pertenencias de otros. Una vez terminado el registro, otro capataz dijo: ‘¡Tomen sus cosas y váyanse!’. Mi maleta no la registraron, así que pude introducir en los barracones aquel alimento espiritual que tanta falta hacía.
”Y eso no fue todo: más de una vez llevé dentro de mis botas tratados escritos a mano. Como tengo los pies grandes, siempre había espacio en mis botas para muchas hojas de papel. Las colocaba debajo de la plantilla y luego untaba las botas con grasa, una grasa muy resbaladiza que, además, apestaba. Así que los capataces ni se acercaban a mis botas.”
“LOS CAPATACES NOS VIGILABAN, Y YO LOS VIGILABA A ELLOS”
El hermano Kalibaba continúa relatando: “En el campo de Mordvinia recibí la asignación de supervisar el trabajo de copiar publicaciones bíblicas a mano. Una de mis responsabilidades consistía en estar pendiente de los capataces para que quienes realizaban la labor de copiar tuvieran tiempo de esconderlo todo. Los capataces nos vigilaban, y yo los vigilaba a ellos. Algunos, en su afán por agarrarnos con las manos en la masa, entraban en los barracones frecuente e inesperadamente. Esos eran los más difíciles de vigilar. Otros venían a los barracones una vez al día; eran más tolerantes y no nos causaban problemas.
”En aquellos tiempos copiábamos directamente de los originales, los cuales se mantenían escondidos en lugares seguros. Varios originales estaban guardados en la estufa, incluso en la que estaba en la oficina del administrador del campo. Los hermanos que le limpiaban la oficina habían hecho un compartimento especial en ella para guardar los valiosos originales de muchas revistas La Atalaya. Por muy bien que nos registraran, los originales siempre estaban seguros en la oficina del administrador.”
Los hermanos se hicieron expertos en esconder publicaciones. Uno de sus lugares favoritos era la repisa de una ventana. Hasta aprendieron a esconderlas en tubos de pasta de dientes. Solo dos o tres hermanos sabían dónde se guardaban los originales. Cuando hacía falta, uno de ellos sacaba el original de su escondite y, después de que se copiaba a mano, lo volvía a colocar en su lugar. De esa forma, los originales siempre estaban protegidos. La mayoría de los hermanos veían el trabajo de hacer copias como un privilegio, pese al riesgo de pasar quince días en una celda de aislamiento. Viktor Gutshmidt dice: “De los diez años que estuve en los campos, aproximadamente tres los pasé en una celda de aislamiento”.
ATALAYAS CON LETRA “DE SEDA DE ARAÑA”
Parecía que la administración del campo había ideado un sistema especial para hacer inspecciones y confiscar publicaciones bíblicas a los Testigos. Algunos oficiales se lo tomaban muy en serio. Ivan Klimko cuenta: “Una vez, en el campo de Mordvinia número 19, unos soldados acompañados de perros sacaron del campo a los hermanos y llevaron a cabo un minucioso registro. Todos los hermanos tuvieron que desnudarse por completo, quitándose incluso los trapos que llevaban en los pies. Pero se habían pegado a las plantas de los pies unas páginas escritas a mano que pasaron sin ser descubiertas. También habían hecho unos folletitos pequeñísimos que podían esconder entre los dedos de las manos. Cuando los guardias mandaron a todos que levantaran las manos, los folletitos quedaron ocultos entre los dedos y, de nuevo, algunos pasaron inadvertidos y no fueron confiscados”.
También había otras maneras de proteger el alimento espiritual. Aleksey Nepochatov explica: “Algunos hermanos eran capaces de escribir con una letra tan pequeña que la llamaban ‘seda de araña’. Había que afilar mucho la punta de la pluma, y entre raya y raya de una libreta cabían tres o cuatro renglones. En una caja de fósforos se podían meter cinco o seis Atalayas escritas a mano con letra ‘de seda de araña’. Para escribir con una letra tan pequeña se necesitaba tener muy buena vista y hacer un gran esfuerzo. Cuando se apagaban las luces y los demás dormían, los hermanos que copiaban las Atalayas se ponían a escribir bajo una manta, con la escasa luz de la única bombilla eléctrica que había a la entrada de los barracones. Aquella labor echaba a perder la vista en unos cuantos meses. A veces había algún guardia que se daba cuenta de lo que hacíamos y, si simpatizaba con nosotros, decía: ‘No paran de escribir y escribir, ¿cuándo van a dormir?’”.
El hermano Klimko añade: “En cierta ocasión perdimos muchas publicaciones, incluida la Biblia. Todo estaba escondido en la pierna artificial de un hermano. Los guardias lo obligaron a quitársela y la destrozaron. Sacaron fotos de las páginas desparramadas por el piso y las publicaron en el periódico del campo. Pero un aspecto positivo de aquella acción fue que muchas personas vieron una vez más que las actividades de los testigos de Jehová eran exclusivamente religiosas. Complacido por haber confiscado aquellas publicaciones, el administrador del campo nos dijo con satisfacción: ‘¡Este es su Armagedón!’. Pero al día siguiente alguien le informó que los testigos de Jehová habían vuelto a reunirse, entonar cánticos y leer como de costumbre”.
CONVERSACIÓN CON EL FISCAL GENERAL
A finales de 1961, el fiscal general de la República Socialista Soviética Federada Rusa hizo una visita de inspección a uno de los campos de Mordvinia. Al caminar por el campo, entró en el barracón de los Testigos y les permitió hacer algunas preguntas. Viktor Gutshmidt recuerda: “Mi pregunta fue: ‘¿Cree usted que la religión de los testigos de Jehová representa un peligro para la sociedad soviética?’.
”El fiscal respondió: ‘No, no la veo como un peligro’. Pero a lo largo de la conversación se le escapó el siguiente comentario: ‘Tan solo en el año 1959, al oblast de Irkutsk se le asignaron 5.000.000 de rublos para investigar a los Testigos’.
”Con aquellas palabras dio a entender que las autoridades sabían bien quiénes éramos, pues para averiguarlo se habían invertido 5.000.000 de rublos de los fondos estatales destinados al sistema penitenciario: una enorme cantidad de dinero. En aquel tiempo, 5.000 rublos bastaban para comprar un buen automóvil o una casa cómoda. De modo que las autoridades de Moscú tenían que saber, sin lugar a dudas, que los testigos de Jehová no representaban ningún peligro para la comunidad.
”El fiscal general añadió: ‘Si dijéramos al pueblo soviético que hicieran lo que quisieran con los Testigos, no quedaría ni rastro de ustedes’. Con aquellas palabras se refería a que la sociedad soviética estaba en contra de los Testigos. Era obvio, por tanto, que la propaganda ideológica y atea había influido en millones de personas.
”Nosotros respondimos: ‘Cuando los Testigos celebren asambleas por toda Rusia, desde Moscú hasta Vladivostok, usted se dará cuenta de la realidad’.
”‘Tal vez lleguen a estar de su lado medio millón de personas, pero los demás seguirán de nuestro lado’, dijo.
”Ahí terminó nuestra conversación con el fiscal general. Y no se equivocó por mucho, pues actualmente hay más de setecientas mil personas que asisten a las reuniones de los testigos de Jehová en los países que ocupan el territorio de la antigua Unión Soviética. En esas reuniones no se escucha ningún tipo de propaganda, solo el mensaje puro de la verdad bíblica.”
“UN LUGAR DE VACACIONES PARA LOS TESTIGOS”
Viktor continúa diciendo: “La administración del campo le enseñó al fiscal general todas las flores y los árboles que habían plantado los Testigos, así como los paquetes que habían recibido y guardado en sus barracones sin que nadie se los robara. Él lo observaba todo sin disimular su asombro. Pero después nos enteramos de que había ordenado arrancar todas las flores y los árboles, y de que le había dicho al administrador del campo: ‘Esto no parece un campo de trabajos forzados, sino un lugar de vacaciones para los Testigos’. También prohibió que recibiéramos paquetes y cerró el quiosco donde comprábamos comida adicional.
”No obstante, nos alegramos de que el administrador no acatara todas las órdenes. Por ejemplo, se permitió que las hermanas siguieran cultivando flores como antes. En el otoño las cortaban y hacían hermosos ramos para los empleados del campo y sus hijos. Era muy bonito ver a los niños reunirse con sus padres en la caseta de la entrada, recoger sus flores y correr felices hacia la escuela. Apreciaban mucho a los Testigos.”
Viktor añade: “Un día, a principios de 1964, un capataz cuyo hermano trabajaba para la KGB nos dijo que se estaba organizando una gran campaña oficial en contra de los testigos de Jehová. Pero a finales de aquel año, Nikita Kruschov fue destituido como jefe de gobierno, y la ola de persecución disminuyó”.
CÁNTICOS DEL REINO EN UN CAMPO DE MÁXIMA SEGURIDAD
En la década de 1960, un campo de máxima seguridad de Mordvinia permitió que los presos recibieran paquetes, pero solo una vez al año y como “recompensa especial”. Se hacían registros continuamente. Si sorprendían a alguien —hombre o mujer— con un texto bíblico escrito en un pedazo de papel, lo encerraban diez días en una celda de aislamiento. Además, por tratarse de un campo de máxima seguridad, los presos recibían menos comida que en otros campos, y el trabajo era más agotador; los Testigos tenían que cavar en la tierra para sacar enormes tocones de árboles. Aleksey Nepochatov cuenta: “Muchas veces nos sentíamos totalmente exhaustos, pero nos manteníamos alertas y no nos dábamos por vencidos. Una de las cosas que hacíamos para animarnos era entonar cánticos del Reino. Formamos un coro de varias voces que, pese a no incluir ninguna voz femenina, era de una belleza indescriptible. Los cánticos no solo nos animaban a nosotros, sino también a los oficiales, quienes nos pedían que cantáramos durante las horas de trabajo. Un día que estábamos talando árboles se nos acercó el jefe de destacamento y dijo: ‘Canten unos cuantos cánticos. Se lo pide el mismísimo jefe de división’.
”Aquel oficial nos había oído entonar cánticos del Reino muchas veces. Su petición llegó en un momento muy oportuno, pues estábamos exhaustos. Así que empezamos a glorificar a Jehová gozosamente con nuestras voces. Por lo general, cuando cantábamos en el campo de máxima seguridad, las esposas de los oficiales que vivían en las casas cercanas salían y se quedaban un buen rato de pie en su porche, escuchándonos cantar. La letra que más les gustaba era la del cántico número 6 —Que la Tierra dé gloria a Dios—, del cancionero que usábamos entonces. Tenía una letra muy bonita y una melodía preciosa.”
ERA “OTRO MUNDO”
Hasta en las situaciones más insospechadas se podía ver qué clase de personas eran los testigos de Jehová. Así lo demuestra esta experiencia que relata Viktor Gutshmidt: “Al final de una semana de trabajo en el campo donde cumplíamos nuestras condenas, estábamos sentados en el jardín cuando llegó un camión que traía un pedido de costosos aparatos eléctricos. Venían dos hombres: el conductor, que era un prisionero de nuestro campo, y el encargado de compras, que era de otro campo. Ninguno era testigo de Jehová. El almacén estaba cerrado, y el encargado estaba de vacaciones, así que nos pidieron a los Testigos que recibiéramos la mercancía.
”Descargamos los aparatos y los acomodamos a un lado del almacén, cerca de la barraca de los hermanos. Pero el encargado de compras dudaba de que aquella entrega fuera oficial, pues el jefe del almacén no estaba y no había quién le firmara el recibo de la mercancía. Para tranquilizarlo, el conductor del camión le dijo: ‘No te preocupes, aquí nadie va a tocar nada; este es “otro mundo”. Olvídate de lo que pasa fuera de aquí. Aquí puedes quitarte el reloj, dejarlo en cualquier sitio y encontrarlo mañana justo donde lo dejaste’. Aun así, el hombre insistía en que no iba a dejar la mercancía —que valía medio millón de rublos— si nadie le firmaba un acuse de recibo.
”Al poco rato llegó personal de la administración exigiendo que el camión saliera del campo. Uno de los empleados le dijo al encargado de compras que dejara la factura y que la recogiera al día siguiente. El pobre hombre no tuvo más remedio que marcharse, y de mala gana. Pero a la mañana siguiente, a primera hora, ya estaba en el campo pidiendo permiso para entrar a recoger su recibo. No fue necesario dejarlo pasar; el guardia se lo entregó, ya firmado, en la puerta.
”Más tarde, el guardia nos contó que al hombre se le había hecho muy difícil irse del lugar. Nos dijo que se había quedado como media hora frente a la entrada: contemplaba el portón, observaba sus documentos, daba la vuelta para irse..., pero regresaba y volvía a contemplar el portón... Parece que jamás había estado en una situación como aquella: le habían firmado la factura sin estar él presente, y el jefe del almacén ni siquiera había estado para recibir la costosa mercancía. Y todo se había hecho con honradez. Pero lo más sorprendente era que esto había sucedido en un campo de trabajo de máxima seguridad lleno de ‘delincuentes especialmente peligrosos’. Sin duda, situaciones de este tipo dejaron bien claro qué clase de personas éramos los Testigos, sin importar las mentiras que dijeran de nosotros.”
“YA ESTÁN PREDICANDO OTRA VEZ”
En 1960, pocos días después de que las autoridades concentraran a cientos de hermanos en el campo número 1 de Mordvinia, escogieron a más de cien de ellos y los transfirieron a la cercana población de Udarnyy, al campo número 10. Se trataba de una prisión especial, un centro “experimental” ideado para reeducar a los Testigos, donde los reclusos llevaban uniformes a rayas parecidos a los de los campos de concentración nazis. Entre otros trabajos, tenían que ir al bosque y desenterrar enormes troncos. La cuota mínima por persona era de once o doce diarios, pero algunos troncos de roble eran tan grandes que ni siquiera la cuadrilla completa de hermanos lograba sacar uno en todo el día. Solían fortalecerse unos a otros entonando cánticos del Reino mientras trabajaban. A veces, el encargado del campo los oía cantar y les gritaba: “¡Hoy los Testigos se quedan sin cenar, para que aprendan que aquí no se canta! ¡Yo les voy a enseñar a trabajar!”. Un hermano que vivió aquellas experiencias relata: “Jehová siempre nos sostuvo, y a pesar de las dificultades, nos mantuvimos espiritualmente alertas. Solíamos levantarnos los ánimos con pensamientos positivos, recordándonos el valor de habernos puesto del lado de Jehová en la cuestión de la soberanía universal” (Pro. 27:11).
Además de los varios “educadores” que trabajaban para toda la prisión, había un educador más por cada celda. Se trataba de un oficial del ejército que tenía, como mínimo, el rango de capitán. Lo que se proponían con aquella “educación” era que los Testigos renunciaran a sus convicciones religiosas. Cualquiera que se sometiera —es decir, que renegara de su fe— obtendría la libertad. Todos los meses, los educadores tenían que escribir un informe sobre el carácter de cada Testigo, el cual iba firmado por una serie de empleados de la prisión. Pero siempre acababan escribiendo lo mismo: “No responde a las medidas de reeducación; se mantiene firme en sus convicciones”. Ivan Klimko comenta: “De mis diez años en la cárcel, seis los pasé en esa prisión, donde otros hermanos y yo quedamos fichados como ‘delincuentes reincidentes especialmente peligrosos’. Según nos dijeron los propios oficiales, las condiciones tan difíciles que tuvimos que soportar fueron creadas con toda la intención de estudiar el comportamiento de los Testigos”.
El hermano Iov Andronic, quien estuvo cinco años en aquella prisión, le preguntó un día al comandante del campo: “¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?”. Señalando al bosque, el comandante respondió: “Hasta que los enterremos a todos ustedes allá”. Iov recuerda: “Nos mantenían aislados de los demás prisioneros para evitar que les predicáramos. Nos tenían bien vigilados. Incluso para ir a otra zona del mismo campo nos escoltaba un capataz. Pero varios años después, cuando nos trasladaron a un campo de trabajos forzados de mínima seguridad, otros prisioneros les dijeron a los administradores del campo: ‘Ganaron los testigos de Jehová. Ustedes los mantuvieron aislados, pero ya están predicando otra vez’”.
UN OFICIAL RECONOCE SU BIBLIA
Si introducir publicaciones al campo número 10 ya era difícil, imagínese lo que sería para los Testigos tratar de meter una Biblia. Era prácticamente imposible. “Pero para Jehová nada es imposible —comenta un hermano que estuvo algunos años en esa prisión—. Jehová oyó las oraciones de los cien hermanos que estábamos allí. Le pedimos tan solo una Biblia para todos, ¡y nos dio dos!” (Mat. 19:26.) ¿Cómo sucedió eso?
Resulta que a cierto coronel lo asignaron como educador en la prisión, pero le parecía irónico tratar de “educar” a los Testigos si él no sabía nada de la Biblia. De modo que se las ingenió para conseguir un ejemplar, un tanto maltratado por cierto. Antes de irse de vacaciones, lo mandó reencuadernar con uno de los presos, un ancianito bautista, y les dijo a los capataces que no se lo confiscaran. Luego, con mucho orgullo, el anciano les dijo a los Testigos que había recibido una Biblia y hasta aceptó prestársela para que le echaran un vistazo. En cuanto aquel valioso tesoro cayó en sus manos, los hermanos separaron rápidamente las hojas por las costuras y las repartieron entre todos para que las copiaran. Durante unos cuantos días, cada celda de los Testigos se convirtió en un “tallercito” donde se hacían a mano dos copias de cada página. “Cuando juntamos todas las hojas, ¡teníamos tres Biblias! —recuerda uno de los hermanos—. El coronel recibió su ejemplar recién encuadernado, y nosotros tuvimos nuestras dos Biblias. Usábamos solo una, y la otra la guardábamos en la ‘caja fuerte’, es decir, en unos tubos por donde corrían cables de alto voltaje y que habíamos acondicionado especialmente para guardar publicaciones. Como los capataces no querían ni acercarse a los cables, nadie revisaba ese lugar. Así fue como el alto voltaje se convirtió en el guardián de nuestra biblioteca.”
Cierto día, sin embargo, hubo un registro. Entonces el coronel encontró una página copiada a mano de la Biblia. Dándose cuenta de lo que había sucedido, exclamó con gran frustración: “¡Esto es parte de la Biblia que yo mismo traje al campo!”.
LA CONMEMORACIÓN
Para los siervos de Jehová, la Conmemoración de la muerte de Cristo siempre fue de primera importancia, aun en los campos de trabajos forzados. Hubo un campo de Mordvinia en el que ninguno de los hermanos se perdió ni una sola Conmemoración en todo el tiempo que estuvieron allí, y eso que, como cabría esperar, las autoridades siempre intentaban frustrar sus planes. Como la administración sabía la fecha del acontecimiento, ese día todas las unidades de guardia estaban en alerta máxima. Pero para las últimas horas de la tarde, la mayoría de los guardias ya estaban cansados de andar vigilando a los hermanos, pues nadie sabía ni el sitio ni la hora exacta en que se llevaría a cabo.
No era nada fácil para los hermanos conseguir el vino y el pan sin levadura. Una vez, el mismo día de la Conmemoración, los guardias encontraron los emblemas en un cajón durante el primer turno de vigilancia y los confiscaron. Ahora los hermanos estaban en un aprieto, pues había un participante de los emblemas. Pero entonces los guardias cambiaron de turno, y un hermano que limpiaba la oficina del comandante logró recuperar los emblemas y pasárselos a los demás sin ser visto. Aquella noche, durante el tercer turno de guardia, los hermanos celebraron la Conmemoración, con un participante.
LA CONMEMORACIÓN EN UN CAMPO DE MUJERES
Celebrar la Conmemoración en otros campos también era difícil, especialmente en un campo femenino de Kemerovo. Al respecto, Valentina Garnovskaya relata: “Éramos unas ciento ochenta hermanas en el campo. Tristemente, teníamos prohibido acercarnos unas a otras. En diez años, solo pudimos celebrar la Conmemoración dos veces. Una vez acordamos hacerlo en una de las oficinas que me tocaba limpiar. Fuimos llegando poco a poco y en secreto desde varias horas antes del momento acordado para comenzar. Unas ochenta logramos llegar al lugar. Pusimos pan sin levadura y vino tinto seco sobre el escritorio.
”Habíamos decidido empezar sin el cántico. Una hermana hizo la oración, y todo comenzó con dignidad y regocijo. Pero entonces oímos gritos y ruidos afuera: eran los capataces que nos estaban buscando. En eso vimos que alguien se asomaba por la ventana, a pesar de que estaba muy alta. ¡Era el comandante! Casi al instante oímos fuertes golpes en la puerta y unos gritos ordenándonos que abriéramos. Los capataces entraron de golpe a la oficina, tomaron de los brazos a la hermana que estaba presentando el discurso y se la llevaron a la celda de aislamiento. Al ver esto, otra hermana tomó valientemente su lugar y siguió con el discurso, pero a ella también se la llevaron. De inmediato, una tercera hermana trató de seguir con el discurso, de modo que nos llevaron a todas a otro cuarto amenazándonos con que iríamos a parar a la celda de aislamiento. Terminamos la Conmemoración de la muerte de Cristo en aquel cuarto, con un cántico y una oración.
”Cuando regresamos a la barraca, las demás prisioneras nos recibieron diciéndonos: ‘Al ver que todas ustedes habían desaparecido, pensamos que el Armagedón había llegado, que Dios se las había llevado al cielo y que a nosotras nos había dejado aquí para destruirnos’. Aquellas mujeres ya llevaban algunos años con nosotras y no habían aceptado la verdad. Pero después de lo que pasó, varias de ellas empezaron a escuchar nuestro mensaje.”
“NOS PEGÁBAMOS BIEN UNOS A OTROS”
En uno de los campos de Vorkutá había muchos Testigos de Ucrania, Moldavia, los países bálticos y otras repúblicas de la Unión Soviética. “Era el invierno de 1948 —relata Ivan Klimko—. No teníamos publicaciones bíblicas. Así que lo único que podíamos hacer era escribir en unos pequeños trozos de papel lo que lográbamos recordar de revistas viejas. Por más discretos que fuéramos, los capataces sabían que teníamos aquellos papelitos, de manera que nos sometían a largos y meticulosos registros. En los días más fríos del invierno nos llevaban a todos afuera y nos obligaban a permanecer formados en filas de cinco. Solían contarnos una y otra y otra vez, quizás pensando que preferiríamos entregarles los pedazos de papel a quedarnos allí afuera en el gélido frío. Durante los conteos, nos pegábamos bien unos a otros y hablábamos de un tema bíblico. Siempre teníamos la mente ocupada con asuntos espirituales. Sin duda, Jehová nos ayudó a permanecer íntegros. Con el tiempo, los hermanos hasta pudieron meter una Biblia al campo. La dividimos en varias partes para que no nos la fueran a confiscar completa si un día la encontraban durante un registro.
”Entre los guardias hubo algunos que se dieron cuenta de que el campo de prisioneros no era lugar para los testigos de Jehová. Fueron amables y nos ayudaron siempre que pudieron. Algunos simplemente ‘cerraban los ojos’ cuando alguno de nosotros recibía un paquete. Y es que, por lo general, en el paquete venían escondidas una o dos páginas de La Atalaya que no pesaban más que unos cuantos gramos, pero que valían más que varios kilos de comida. En sentido físico, los Testigos siempre sufrimos privaciones en los campos, pero espiritualmente éramos muy ricos.” (Isa. 65:13, 14.)
“¡SACARÁ CINCUENTA PEDAZOS!”
Todas las semanas se dirigían estudios bíblicos con quienes querían aprender de la verdad. Entre los prisioneros se sabía que después de las siete de la noche se daban clases de la Biblia en la barraca, así que varios de ellos procuraban guardar silencio, aunque no estuvieran interesados en la Biblia. “Era obvio que Jehová nos estaba cuidando y que le estaba dando impulso a su obra —dice Iov Andronic—. Pero nosotros también hacíamos nuestra parte: nos mostrábamos amor cristiano y aplicábamos los principios bíblicos. Por ejemplo, compartíamos el alimento que recibíamos en nuestros paquetes, lo cual era algo fuera de lo común en los campos de trabajo.
”En uno de los campos, el hermano encargado de repartir la comida entre los Testigos era Mykola Pyatokha. Una vez, un agente de la KGB dijo de él: ‘Denle a Mykola un caramelo, y ¡sacará cincuenta pedazos!’. Esa era la actitud entre nosotros: compartíamos todo lo que nos llegaba al campo, fuera alimento físico o espiritual. De esa manera nos ayudamos y dimos un excelente testimonio, al que podían responder las personas sinceras” (Mat. 28:19, 20; Juan 13:34, 35).
BONIFICACIÓN POR BUENA CONDUCTA
En cierto campo, los trabajadores que trataban directamente con los testigos de Jehová recibían una bonificación de hasta un 30% de su salario. ¿Por qué? Viktor Gutshmidt lo explica: “Una antigua pagadora del campo me contó que, en las prisiones donde había muchos hermanos, el personal había recibido instrucciones de no perder los estribos ni usar malas palabras, y de ser siempre corteses y educados. Obtendrían una bonificación en su sueldo por buena conducta. Me dijo que aquello se había hecho intencionalmente para demostrarles a todos que los testigos de Jehová no eran los únicos que llevaban vidas ejemplares, y que no había diferencia entre ellos y la demás gente. Así que se les tenía que pagar a los empleados para que mantuvieran buena conducta. En nuestro campo había mucho personal, unos cien empleados: médicos, obreros, contadores, capataces..., y nadie quería perder la oportunidad de ganar un dinero extra.
”Cierto día, un hermano estaba trabajando en las afueras del campo cuando oyó a un supervisor de brigada gritar maldiciones. Al día siguiente se lo encontró dentro del campo y le dijo: ‘Parece que alguien en el cuartel lo hizo enojar en serio. ¡Gritaba tan fuerte!’. El agente contestó: ‘Bueno, no. Lo que pasa es que ya no aguantaba la presión que se me había acumulado en todo el día y salí para desahogarme’. Está claro que para la gente era una lucha comportarse como los testigos de Jehová.”
PREDICANDO ENTRE CRISTALES
Los hermanos aprovechaban toda oportunidad para predicar, y a veces obtenían muy buenos resultados. Nikolai Gutsulyak menciona la siguiente experiencia: “A menudo conseguíamos nuestros alimentos en la tienda del campo. Cada vez que me tocaba comprar, intentaba decir unas cuantas palabras sobre algún tema bíblico. La mujer que entregaba la mercancía siempre escuchaba atentamente, y en una ocasión me pidió que le leyera algo. Tres días después, un agente nos llamó a otro hermano y a mí al portón y nos mandó a instalar los cristales de una ventana en la casa del comandante del campo.
”El hermano y yo nos dirigimos a la ciudad, escoltados por tres soldados. Cuando llegamos a la casa y abrieron la puerta, vimos a la mujer que trabajaba en la tienda de comestibles del campo. ¡Era la esposa del comandante! Uno de los soldados se apostó dentro de la casa; los otros dos se quedaron en la calle junto a la ventana. La mujer nos dio un poco de té y luego nos pidió que le dijéramos más de la Biblia. Además de ponerle los cristales a su ventana, aquel día le dimos un testimonio completo. Al final de nuestra conversación, nos dijo: ‘No me tengan miedo. Mis padres eran personas devotas, igual que ustedes’. Ella leía nuestras publicaciones en secreto, sin que su esposo se enterara, pues él odiaba a los Testigos.”
-
-
RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
-
-
Cuando acabó la guerra, regresé a Rusia
ALEKSEY NEPOCHATOV
AÑO DE NACIMIENTO 1921
AÑO DE BAUTISMO 1956
OTROS DATOS Aprendió la verdad en 1943 en el campo de concentración de Buchenwald y pasó diecinueve años preso en Rusia. Fue precursor regular por más de treinta años, la mayor parte de ellos bajo proscripción.
ALEKSEY fue enviado al campo de concentración nazi de Auschwitz cuando tenía 20 años. Posteriormente lo trasladaron al campo de Buchenwald, y allí fue donde aprendió la verdad. Poco antes de que saliera en libertad, dos Testigos ungidos le dijeron: “Aleksey, convendría que regresaras a Rusia cuando acabe la guerra. Es un país inmenso donde existe una gran necesidad de cosechadores. La situación en Rusia no es fácil, así que prepárate para afrontar todo tipo de pruebas de fe. Oraremos por ti y por las personas que te escucharán”.
En 1945, Aleksey fue liberado por el ejército británico. Regresó a Rusia y enseguida lo sentenciaron a diez años de prisión por negarse a votar. Él escribe: “Al principio, yo era el único Testigo en la prisión. Le pedí a Jehová que me guiara para encontrar ovejas, y al poco tiempo ya éramos trece. Como no tuvimos ninguna publicación bíblica en todos aquellos años, copiábamos versículos que aparecían en algunas novelas que sacábamos para leer de la biblioteca de la cárcel”.
Aleksey cumplió su condena de diez años. Cuando lo liberaron, se fue a una zona en la que sabía que vivían muchas personas que creían en Jesús. “La gente estaba espiritualmente sedienta —explica—. Venían a mí día y noche, y traían a sus hijos. Cotejaban con la Biblia todo lo que oían.”
En pocos años, Aleksey ayudó a más de setenta personas a dar el paso del bautismo. Una de ellas fue Maria, con quien después se casó. “La KGB me estaba buscando —recuerda Aleksey—. Finalmente me detuvieron y me sentenciaron a veinticinco años de prisión. Luego detuvieron a Maria y la mantuvieron incomunicada siete meses antes de juzgarla. El investigador dijo que la liberaría inmediatamente si renunciaba a Jehová, pero Maria no cedió. El tribunal la sentenció a siete años de reclusión en campos de trabajos forzados. Una hermana espiritual se encargó de cuidar a nuestra hijita.”
Aleksey y Maria salieron libres antes de terminar sus sentencias y se mudaron al oblast de Tver. Allí se toparon con mucha oposición de parte de las autoridades y de los habitantes de la zona. Un vecino hasta les incendió la casa. Con el paso de los años, se vieron obligados a mudarse muchas veces; pero en cada lugar al que iban hacían nuevos discípulos.
Aleksey añade: “Como durante los años que estuvimos presos no podíamos leer la Palabra de Dios, cuando salimos en libertad nos pusimos la meta de leerla todos los días. Maria y yo ya la hemos leído de principio a fin más de cuarenta veces. Es la Palabra de Dios la que nos ha dado fuerzas y celo en el ministerio”.
En total, Aleksey pasó cuatro años en campos de concentración nazis y diecinueve en prisiones y campos rusos. Durante sus treinta años en el servicio de precursor, él y su esposa ayudaron a decenas de personas a conocer a Jehová y amarlo.
-
-
RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
-
-
En 1949 me detuvieron en Lvov (Ucrania) por predicar y me separaron de mi esposo y mis dos niñas. Una troika —grupo de tres jueces en una audiencia a puerta cerrada— me sentenció a morir fusilada. Al leer la sentencia, uno de los miembros de la troika, una mujer, añadió: “Como usted tiene dos hijas, hemos decidido conmutarle la pena de muerte por veinticinco años de prisión”.
Me llevaron a una celda en la que solo había hombres. Ellos ya sabían que yo era testigo de Jehová, y cuando se enteraron de que la pena que me habían impuesto era de veinticinco años, se asombraron de verme tan calmada. El día que me trasladaron se me acercó un soldado joven, me dio un paquete de comida y me dijo afectuosamente: “No tema; todo saldrá bien”.
Hasta 1953 estuve cumpliendo mi condena en un campo de prisioneros del norte de Rusia. Allí había muchas hermanas de varias repúblicas de la Unión Soviética, y nos queríamos como si fuésemos familia.
Aunque teníamos que trabajar duro durante muchas horas, procurábamos dar un buen testimonio con nuestra conducta, esperando que eso impulsara a otros a servir a Dios.
-