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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • ”El juez declaró ‘antisoviéticas’ tanto la Biblia como el folleto que nos habían confiscado. Fue grato saber que no solo mi esposo y yo estábamos acusados de ser antisoviéticos, sino que también nuestras publicaciones y ¡hasta la Biblia! Nos preguntaron dónde habíamos conocido a los testigos de Jehová, y les dijimos que había sido en un campo de trabajos forzados de Vorkutá. Ante aquello, el juez gritó furioso: ‘¡Fíjense qué cosas pasan en nuestros campos!’. Nos declaró culpables y nos sentenció a diez años en campos correccionales de trabajos forzados.

      ”A Pyotr lo enviaron a Mordvinia, región central del territorio ruso; a mí me pusieron en aislamiento. Nuestro hijo nació en marzo de 1958. Durante aquellos difíciles momentos, Jehová fue mi mejor amigo y apoyo. Mi madre se llevó al bebé y lo cuidó. Yo fui enviada a un campo de trabajos forzados ubicado en Kemerovo (Siberia).

      ”A los ocho años salí en libertad, antes de cumplir mi condena completa. Recuerdo que en la barraca la capataz anunció a voz en cuello que yo no había hecho nunca ningún comentario antisoviético y que nuestras publicaciones eran estrictamente religiosas. Me bauticé en 1966, tras quedar en libertad.”

      En las prisiones y los campos de trabajo eran especialmente valiosas las biblias y las publicaciones bíblicas. En 1958, los hermanos celebraban reuniones con regularidad en un campo de Mordvinia. Cuando un grupo se reunía para estudiar La Atalaya, varios hermanos montaban guardia, separados a una distancia suficiente para escucharse unos a otros y evitar que los capataces los sorprendieran. Si aparecía alguno, el que lo veía primero le decía al siguiente “ahí viene”, y ese le avisaba al otro, hasta llegar al grupo reunido. Al instante se dispersaban y escondían la revista. Pero muchas veces los capataces aparecían de la nada.

      Así sucedió un día, en que les cayeron de sorpresa. Para distraerlos y salvar la revista, Boris Kryltsov tomó un libro y salió corriendo de la barraca con los capataces detrás. Lo persiguieron por largo rato. Cuando finalmente lo atraparon, descubrieron que se trataba de un libro de Lenin. Aquello le costó al hermano siete días en una celda de aislamiento, pero él estaba feliz de haber salvado la revista.

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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • ”Terminé en una prisión de máxima seguridad en la ciudad de Vladimir. Al llegar, me registraron con mucho cuidado, pero para mi sorpresa pude introducir al campo cuatro números de La Atalaya copiados a mano en papel muy delgado. Estaba claro que Jehová me había ayudado. En mi celda volví a copiar los cuatro números, pues sabía que, aparte de mí, había en el campo otros Testigos y que llevaban siete años sin recibir alimento espiritual. Les hice llegar las revistas por medio de una hermana que se encargaba de limpiar la escalera.

      ”Resultó que entre los hermanos se había colado un soplón que les dijo a los guardias que alguien estaba pasando publicaciones de la Biblia. De inmediato comenzaron a registrarnos a todos y a quitarnos las publicaciones. A mí me encontraron algunas en el colchón, así que me enviaron a la celda de aislamiento por ochenta y cinco días. A pesar de aquello, Jehová siguió cuidándonos como siempre.”

      CONFERENCIAS SOBRE EL ATEÍSMO HACEN QUE ALGUNOS APRENDAN LA VERDAD

      En la guerra ideológica contra los testigos de Jehová, las autoridades de la Unión Soviética se valieron de conferencias que fomentaban el ateísmo. Al respecto, Viktor Gutshmidt comenta: “El campo donde estábamos detenidos era frecuentado por oradores que presentaban conferencias para fomentar el ateísmo. Los hermanos siempre hacían preguntas, y a veces los conferenciantes eran incapaces de responder a las preguntas más simples. Normalmente, el salón se llenaba, y todo el mundo estaba muy atento. Los asistentes venían por voluntad propia, pues sentían curiosidad por lo que dirían los Testigos al terminar la conferencia.

      ”Un día visitó el campo un conferenciante que había sido sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Todos sabían que había renegado de su fe y que se había hecho ateo mientras cumplía condena en un campo de trabajos forzados.

      —¿Era usted ateo antes de ir a prisión, o se hizo ateo después? —le preguntó un hermano cuando terminó su discurso.

      —Piensa en esto —respondió él—: un hombre fue al espacio, pero no vio a ningún Dios allá arriba.

      —Cuando usted era sacerdote, ¿de verdad se imaginaba que Dios estaría observando a la gente desde una distancia de poco más de 200 kilómetros [120 millas] de la Tierra? —le preguntó el hermano. El conferenciante se quedó mudo. Este tipo de conversaciones hacían pensar a muchos prisioneros y, con el tiempo, algunos comenzaron a estudiar la Biblia con nosotros.

      ”En una de aquellas conferencias, una hermana pidió permiso para hablar.

      —Adelante; casi estoy seguro de que eres testigo de Jehová— dijo el conferenciante.

      —¿Qué diría de una persona que se parara en medio de un sembradío, sin que hubiera nadie más, y gritara: ‘¡Te voy a matar!’? —preguntó ella.

      —Pues no diría que es muy inteligente —contestó él.

      —Entonces, si Dios no existe, ¿por qué pelear contra él? Si no existe, no hay con quién pelear. —Todo el mundo soltó una sonora carcajada.”

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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]

      Campo número 1 de Mordvinia

      En la zona de Mordvinia había diecinueve campos de trabajos forzados, entre los cuales estaba el campo número 1, con capacidad para 600 prisioneros. Cientos de nuestros hermanos pasaron por él entre 1959 y 1966; de hecho, en cierto momento hubo más de cuatrocientos cincuenta. Este campo en particular estaba completamente rodeado por una cerca de alambre de púas electrificada de casi 3 metros [10 pies] de altura, seguida de otras trece sin electrificar. La tierra que rodeaba el campo estaba siempre arada para que se marcaran las huellas de cualquiera que intentara escapar.

      Al mantener a los Testigos en total aislamiento del mundo exterior, las autoridades pretendían doblegarlos física y psicológicamente. No obstante, los hermanos lograron organizar su actividad teocrática dentro del lugar.

      El mismo campo se convirtió en un circuito con su propio superintendente viajante. Había cuatro congregaciones, compuestas por un total de veintiocho grupos de estudio de libro. Para que todos se mantuvieran fuertes espiritualmente, los hermanos celebraban siete reuniones a la semana. Al principio lo único que tenían era una Biblia, así que hicieron un horario para leerla por congregación. Pero tan pronto pudieron, se pusieron a copiarla a mano. Pusieron los distintos libros de la Biblia en cuadernos separados, mientras que el original se mantuvo oculto en un lugar seguro. Así se podía seguir el programa de lectura bíblica. También tenían organizado el Estudio de La Atalaya. Cuando las hermanas visitaban a sus esposos, introducían ejemplares en miniatura de las revistas, escondiendo las delgadas páginas en la boca, en los tacones de los zapatos o en el cabello, entre sus trenzas. Muchos hermanos terminaron cumpliendo castigos de uno a quince días en celdas de aislamiento por haber copiado las publicaciones.

      Las celdas de aislamiento se hallaban en un sitio apartado, alejado del resto de los prisioneros. Y aunque los guardias hacían hasta lo imposible para que los hermanos no llevaran consigo material de lectura, los otros hermanos inventaban la forma de suministrarles alimento espiritual. Por ejemplo, un hermano se subía al techo de alguna construcción que diera al patio donde salían a caminar los confinados. Ya llevaba listas unas hojas pequeñas con textos bíblicos y las hacía bolitas de un centímetro [media pulgada] de diámetro. Metía la bolita de papel en el extremo de un tubo largo, apuntaba en dirección al Testigo que estaba en el patio y soplaba con fuerza. El Testigo se agachaba como para atarse los cordones de los zapatos y recogía su alimento espiritual sin que otros se dieran cuenta.

      Para el desayuno y la cena, los prisioneros recibían una avena cocida con mucha agua y un poco de aceite de semilla de algodón. A mediodía les daban una sopa aguada de remolacha o de cualquier otra cosa y un plato principal sencillo. El pan que comían parecía cuero para hacer botas. Ivan Mikitkov recuerda: “Estuve siete años en ese campo, y casi siempre nos dolía muchísimo el estómago”.

      Pero los hermanos se mantuvieron firmes en la fe. El aislamiento no logró que los siervos leales de Dios perdieran el equilibrio: siguieron demostrando su fe y su amor a Dios y al prójimo (Mat. 22:37-39).

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