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La crisis del sistema carcelario¡Despertad! 2001 | 8 de mayo
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La crisis del sistema carcelario
“Construir más prisiones para detener el delito es como construir más cementerios para detener las enfermedades mortales.”—Robert Gangi, experto en el sistema penitenciario.
EN UN MUNDO en el que lo políticamente correcto suele encubrir el lado desfavorable de la realidad, tratamos de evitar el sombrío término prisión. Preferimos hablar de “centros penitenciarios” o “correccionales” que ofrecen “formación profesional” y “servicios sociales”. Hasta el vocablo preso nos parece inhumano, y optamos por el de interno. Sin embargo, si profundizamos un poco, descubriremos los serios problemas que afronta hoy el sistema carcelario, entre ellos la elevadísima inversión económica que supone mantener entre rejas a los delincuentes y el creciente abismo que media entre los objetivos de la encarcelación y los verdaderos efectos de esta.
Hay quienes cuestionan la eficacia de las cárceles, pues dicen que si bien la cantidad mundial de presos supera ya los ocho millones, el índice de criminalidad no ha disminuido considerablemente en muchos países. Además, aunque un alto porcentaje de reclusos está en prisión por delitos relacionados con las drogas, la disponibilidad de estas en las calles sigue siendo muy preocupante.
Pese a ello, muchos ciudadanos consideran que el encarcelamiento es la pena ideal. A su modo de ver, cuando el infractor es encarcelado, recibe su merecido. Una periodista asemejó este afán de meter entre rejas a los delincuentes a una fiebre, “la fiebre de encerrarlos”.
La encarcelación persigue cuatro fines principales: 1) castigar al infractor, 2) proteger a la sociedad, 3) evitar delitos futuros y 4) reformar al delincuente, enseñándole a ser un ciudadano decente y productivo tras su puesta en libertad. Veamos si las prisiones están logrando estos fines.
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¿Contribuye la solución al problema?¡Despertad! 2001 | 8 de mayo
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¿Contribuye la solución al problema?
“Degradar y desmoralizar a los presos es la peor manera de prepararlos para cuando salgan de la cárcel.” (Frase publicada en un editorial del periódico The Atlanta Constitution.)
EN MUCHOS casos, las prisiones solo sirven de restricción, y por un tiempo. Cuando el recluso sale en libertad, ¿ha pagado realmente por su delito?a ¿Qué puede decirse de las víctimas o de sus seres queridos? “Soy la madre de un muchacho asesinado —dijo Rita en tono suplicante cuando el asesino de su hijo de 16 años salió en libertad tras cumplir una sentencia de solo tres años—. Piensen un momento. ¿Pueden siquiera imaginarse lo que esto significa?” Como ilustran las palabras de esta mujer, el dolor de la tragedia suele persistir mucho después de que los tribunales han zanjado el caso y de que este ha dejado de ser noticia.
La cuestión es de interés para todos, no solo para quienes se han visto afectados directamente por el crimen, pues nuestra paz mental, por no decir nuestra seguridad, depende en gran medida de que los presos, una vez cumplida su condena, salgan a la calle reformados, y no simplemente endurecidos por su experiencia en prisión.
Escuelas para delincuentes
El sistema penitenciario no siempre elimina la conducta delictiva. “La inversión de grandes sumas de dinero para construir más celdas a costa de reconstruir el concepto que el preso tiene de sí mismo suele ser preludio de más y peores delitos”, escribe Jill Smolowe en la revista Time. Peter,b que lleva catorce años en la cárcel, opina lo mismo: “Casi todos mis compañeros de prisión empezaron con delitos menores, luego pasaron a delitos contra la propiedad y finalmente se licenciaron en delitos contra las personas. Las cárceles son para ellos como escuelas de formación profesional. Saldrán peor de lo que entraron”.
Si bien es cierto que las cárceles sacan a algunos delincuentes de las calles por un tiempo, parece que hacen poco, o casi nada, por impedir la delincuencia a largo plazo. Los muchachos y hombres jóvenes de las zonas urbanas deprimidas suelen ver el encarcelamiento como un rito de iniciación, y muchos terminan convertidos en delincuentes habituales. “La cárcel no reforma en absoluto a la persona —dice Larry, que ha pasado gran parte de su vida cumpliendo condenas de prisión—. Cuando uno sale, vuelve a hacer lo mismo.”
Este círculo vicioso tal vez explique por qué, según un estudio llevado a cabo en Estados Unidos, el 50% de los delitos graves los perpetran el 5% de los delincuentes. “Cuando los presos no tienen una manera constructiva de pasar el tiempo —dice la revista Time—, suelen ocupar las horas acumulando resentimiento, por no decir una serie de planes delictivos que [...] pondrán en práctica cuando salgan a la calle.”
Esta situación no es particular de Estados Unidos. John Vatis, médico de una prisión militar de Grecia, afirma: “Nuestras prisiones son magníficas para producir personas amenazadoras, violentas y ruines. La mayoría de los reclusos, cuando salen de la cárcel, quieren ‘arreglar cuentas’ con la sociedad”.
El costo social
La crisis del sistema carcelario afecta al bolsillo de todos los ciudadanos. Se calcula que en Estados Unidos, por ejemplo, cada interno cuesta a los contribuyentes unos 21.000 dólares anuales. Y los presos mayores de 60 años pueden costar tres veces esa cantidad. En muchos países, la confianza pública en el sistema penal está menguando por otras razones también. Se sabe de algunos delincuentes que son liberados antes de lo que les corresponde y de otros que ni siquiera van a la cárcel debido a cierto tecnicismo jurídico descubierto por un abogado sagaz. Por lo general, las víctimas no se sienten suficientemente protegidas contra futuros daños y apenas tienen voz en el proceso legal.
Aumenta la preocupación pública
Las condiciones inhumanas en las que se encuentran muchos presos (véase la página siguiente) no fomentan la confianza pública en el sistema penitenciario. Los reclusos que han sufrido maltratos durante el cumplimiento de su sentencia difícilmente se reformarán. Además, a varios grupos pro derechos humanos les inquieta la cantidad desmesurada de miembros de minorías étnicas que se hallan en prisión. Se preguntan si se trata de una coincidencia o si obedece a discriminación racial.
En un informe de 1998, la agencia de noticias Associated Press hizo pública la terrible situación de los ex reclusos de la prisión de Holmesburg (Pensilvania, E.U.A.), quienes pedían que se les indemnizara por haber sido utilizados, presuntamente, como cobayas humanos en experimentos químicos durante su encarcelamiento. ¿Y qué puede decirse de que en Estados Unidos se vuelvan a ver cuadrillas de presos encadenados? Amnistía Internacional explica: “Trabajan de diez a doce horas, a menudo bajo el sol ardiente, con descansos muy breves para beber agua y una hora para comer. [...] Para hacer sus necesidades solo disponen de un orinal tras una cortina improvisada. Los presos siguen encadenados mientras lo usan. Si no pueden acceder a él, no tienen otro remedio que agacharse en el suelo ante la vista de los demás”. Por supuesto, no todas las prisiones funcionan así. Pero lo que no se puede negar es que el trato inhumano deshumaniza tanto a los que lo reciben como a los que lo administran.
¿Se beneficia la comunidad?
Como es natural, casi todas las comunidades se sienten más seguras cuando los criminales peligrosos están encerrados. Pero las hay que defienden las prisiones por otras razones. Cuando se iba a cerrar una cárcel en la pequeña población australiana de Cooma, la gente protestó. ¿Por qué? Porque la comunidad atravesaba problemas económicos y la cárcel suministraba empleo a muchos de los habitantes.
En tiempos recientes, algunos gobiernos han vendido sus establecimientos penitenciarios a empresas privadas como medida de ahorro. Lamentablemente, cuantos más presos haya y más largas sean las condenas, más lucrativo resulta el negocio. De ahí que a veces la justicia se vea afectada por el mercantilismo.
Teniendo todo esto presente, queda en pie una pregunta fundamental: ¿logran reformar a los delincuentes las prisiones? Aunque la respuesta suele ser negativa, posiblemente le sorprenda saber que a algunos reclusos se les ha ayudado a cambiar. Veamos cómo.
[Notas]
a Aunque nos referimos a los presos en masculino, los principios analizados son generalmente aplicables a hombres y mujeres por igual.
b Se han cambiado algunos nombres.
[Ilustración y recuadro de las páginas 6 y 7]
Problemas carcelarios
HACINAMIENTO. Las prisiones británicas presentan un grave problema de hacinamiento, y no es de extrañar. Gran Bretaña es el segundo país de Europa occidental con más población reclusa per cápita: 125 presos por cada 100.000 habitantes. En Brasil, la cárcel más grande de São Paulo tiene capacidad para 500 reclusos, pero alberga a 6.000. En Rusia, celdas preparadas para 28 presos están ocupadas por 90 y hasta 110. El espacio es tan reducido que los reclusos tienen que hacer turnos para dormir. En un país asiático se aglomera a 13 ó 14 personas en una celda de tres metros cuadrados. Y las autoridades de Australia Occidental han afrontado el problema de la falta de espacio encerrando a los presos en contenedores.
VIOLENCIA. La revista alemana Der Spiegel informa de que en las prisiones de Alemania hay reclusos que matan y torturan brutalmente a otros presos debido a “la lucha que existe entre las bandas por el negocio ilegal del alcohol, los narcóticos, el sexo y la usura”. Las tensiones étnicas suelen avivar las llamas de la violencia carcelaria. “Hay convictos de 72 nacionalidades —añade la citada revista de noticias—. Es inevitable que surjan fricciones y conflictos que acaben en violencia.” En una cárcel sudamericana, las autoridades dijeron que todos los meses morían asesinados un promedio de 12 presos. El periódico londinense Financial Times apunta que, según los reclusos, la cantidad es dos veces mayor.
ABUSO SEXUAL. Bajo el titular “La violación en las cárceles”, el rotativo The New York Times dice que, según un cálculo moderado, “cada año sufren abusos sexuales más de 290.000 hombres encarcelados” en Estados Unidos. Y añade: “La espantosa experiencia de ser violado no suele limitarse a una ocasión aislada, pasa a ser a menudo un ataque cotidiano”. Una organización calcula que en las prisiones estadounidenses se producen todos los días unos 60.000 actos sexuales no correspondidos.
SALUD E HIGIENE. La propagación de enfermedades de transmisión sexual entre la población reclusa está bastante documentada. La tuberculosis entre los presos de Rusia y algunos países africanos atrae la atención mundial, al igual que la negligencia que existe en muchas prisiones del planeta en cuanto a tratamiento médico, higiene y nutrición.
[Ilustración]
Una atestada prisión de São Paulo (Brasil)
[Reconocimiento]
AP Photo/Dario Lopez-Mills
[Ilustración de las páginas 4 y 5]
La Santé, prisión de máxima seguridad de París (Francia)
[Reconocimiento]
AP Photo/Francois Mori
[Ilustración de la página 6]
Reclusas en Managua (Nicaragua)
[Reconocimiento]
AP Photo/Javier Galeano
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¿Es factible la reforma?¡Despertad! 2001 | 8 de mayo
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¿Es factible la reforma?
“Nadie puede obligar a otra persona a reformarse. Los cambios deben venir de adentro y tienen que desearse.”—Vivien Stern, A Sin Against the Future—Imprisonment in the World (Un pecado contra el futuro. El encarcelamiento en el mundo).
PARA lograr que los presos se reformen, es fundamental que reciban educación y cambien sus valores y criterios. Hay personas sinceras que se esfuerzan por educar y ayudar a los internos, y muchos de ellos agradecen de corazón su magnífica y altruista labor.
Pero existe la opinión de que es imposible reformar todo el sistema penitenciario y que en semejante entorno no hay muchas probabilidades de que los reclusos cambien. Aunque tal vez sea cierto que la encarcelación de por sí no infunde nuevos valores, algunos presos han logrado cambiar su vida gracias a la educación bíblica recibida. Estos casos demuestran que, a nivel particular, la reforma sí es factible.
Actualmente, con la ayuda de la Biblia, hay reclusos que están efectuando cambios positivos en su pensar y conducta. ¿Cómo lo logran? La clave está en que obedecen este consejo bíblico: “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas; más bien, transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios” (Romanos 12:2). ¿Cómo se consigue tal transformación?
El papel de la Biblia
Muchos creen que la religión puede contribuir bastante a que los prisioneros se arrepientan de los actos que cometieron. Pero un problema fundamental es que los cambios de personalidad conseguidos en prisión no suelen perdurar una vez que la persona sale en libertad. Un preso explicó la situación con estas palabras: “Muchos hallan a Cristo en este lugar, pero cuando salen, lo dejan atrás”.
La experiencia ha demostrado que para que los cambios sean duraderos tienen que realizarse en el interior —en la mente y el corazón del delincuente— y debido a un arrepentimiento sincero por los males cometidos. Con un programa de educación bíblica, la persona aprenderá lo que Dios opina de los actos delictivos y por qué están mal, lo que le dará razones poderosas para no querer continuar con su proceder anterior.
Los testigos de Jehová llevan a cabo este programa de educación bíblica en muchas prisiones del mundo y con magníficos resultados (véase la pág. 10). Un recluso admitió: “Se nos ha ayudado a ver lo que la Biblia dice del propósito de la vida y las bendiciones que le esperan a la humanidad en el futuro. ¡Es una educación extraordinaria!”. Otro interno dijo: “Ahora nos basamos en los consejos de Dios cuando tomamos decisiones. [...] Vemos cambios en nuestra personalidad. Sabemos cuáles son las prioridades de la vida”.
No obstante, la población reclusa no es la única que debe reformarse. La verdadera solución para la crisis del sistema carcelario consiste en eliminar la necesidad de prisiones. Una de las maravillosas verdades bíblicas que han llegado al corazón de tantos presos se recoge en esta promesa divina: “Los malhechores mismos serán cortados [...]. Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:9, 29).
Cuando llegue ese día, el Reino celestial de Dios bajo Cristo —un gobierno incorruptible, bondadoso y a la vez firme, por el que se les enseñó a pedir a los cristianos— se encargará de que se obedezcan las supremas normas divinas (Mateo 6:10). En el nuevo mundo, todo ser humano se habrá reformado aprendiendo las leyes supremas de Dios. Entonces, como nunca antes, “la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar” (Isaías 11:9). ¿Y cuál será el resultado de esto? Los habitantes del nuevo mundo serán observantes de la ley y “verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:11).
[Ilustraciones y recuadro de la página 10]
La reforma es factible
En la penitenciaría federal de Atlanta (Georgia, E.U.A.) se está llevando a cabo desde hace más de veinte años, y con buenos resultados, un programa educativo basado en la Biblia y dirigido por ministros voluntarios de los testigos de Jehová. Son ya más de cuarenta los reclusos que han llegado a ser ministros bautizados de los testigos de Jehová gracias a dicha ayuda, sin contar los más de noventa que también se han beneficiado de estudiar la Biblia con regularidad.
¡Despertad! entrevistó recientemente a varios voluntarios que han impartido altruistamente clases de la Biblia en esa prisión.
◼ ¿Por qué es tan eficaz la educación bíblica en motivar a ciertos reclusos a cambiar su vida?
David: Muchos presos no han recibido amor, ni siquiera durante su infancia. Pero cuando aprenden que Dios los ama, le abren su corazón y ven que contesta sus oraciones, se convierte en un ser real para ellos y se sienten motivados a amarlo.
Ray: Uno de los reclusos que estudió conmigo había sufrido abusos de pequeño. Cuando le pregunté qué era lo que le había atraído de Jehová, respondió que al aprender la verdad de la Biblia se dio cuenta de que Jehová lo comprendía, y sintió deseos de conocer más a fondo la personalidad de un Dios tan amoroso.
◼ Hay quienes dicen que cuando los presos se aferran a la religión lo hacen con segundas intenciones: para reducir su condena o tan solo para pasar el tiempo. ¿Qué opinan ustedes, en vista de su experiencia?
Fred: Cuando los reclusos acuden a nuestras clases, no fomentamos su sentimentalismo. Nos limitamos a estudiar la Biblia con ellos. Pronto se dan cuenta de que se les va a enseñar la Biblia, y nada más. Algunos me han abordado y me han pedido ayuda con el juicio. Pero yo no hablo de estos asuntos con ellos. De modo que los que acuden a las clases y asisten a ellas durante un tiempo lo hacen porque de veras quieren aprender lo que dice la Biblia.
Nick: Yo me fijo en los cambios que han hecho ciertos reclusos mientras están en la penitenciaría. Algunos han llegado a ser ministros bautizados y han sufrido mucho por las acciones de otros presos. Es una situación sumamente difícil. Si la Biblia no les hubiera llegado al corazón, no habrían podido permanecer fieles en tales circunstancias.
Israel: Por lo general, son personas con un gran deseo de aprender de Jehová, y lo manifiestan de un modo conmovedor. Se ve claramente que les nace del corazón.
Joe: Los que llegan a ser cristianos verdaderos comprenden qué fue lo que les destrozó la vida. También comprenden que hay posibilidades de que la situación cambie: cobran esperanza. Pueden confiar sinceramente en que Jehová cumplirá sus promesas para el futuro.
◼ ¿A qué se debe que el sistema penitenciario por sí solo no pueda reformar a los delincuentes?
Joe: Su objetivo no es reformar al delincuente, sino mantenerlo separado del resto de la sociedad. Esa es la raíz del problema: la actitud del sistema penitenciario para con esos hombres.
Henry: El sistema penitenciario es incapaz de cambiar el fuero interno de los delincuentes. La mayoría de ellos volverán a cometer delitos cuando salgan.
[Ilustración de las páginas 8 y 9]
Se ha ayudado a muchos reclusos a aprender la verdad de la Biblia
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