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UcraniaAnuario de los testigos de Jehová 2002
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Tenían publicaciones y estaban en contacto con cristianos maduros. Todo ello contribuía a su ánimo y progreso espiritual. En uno de los campos, las hermanas enterraban algunas publicaciones tan bien, que nadie las localizó. En cierta ocasión, un inspector dijo que para limpiar el campo de toda “publicación antisoviética” habría que excavar hasta dos metros de profundidad y cerner la tierra. Las hermanas estudiaban las revistas tan a fondo que aún ahora, cincuenta años más tarde, algunas todavía son capaces de recitar pasajes de aquellas Atalayas.
Tanto hermanos como hermanas se mantuvieron leales a Jehová y no quebrantaron los principios bíblicos, pese a las dificultades que atravesaban. Mariya Hrechyna, que pasó cinco años en campos de prisioneros por predicar, cuenta: “Cuando recibimos La Atalaya con el artículo ‘Inocencia por respetar la santidad de la sangre’, decidimos no ir al comedor cuando servían carne, pues no solía estar debidamente desangrada. El encargado de nuestro campo se enteró de la razón por la que los Testigos no íbamos a comer ciertos días, y decidió obligarnos a renunciar a nuestros principios. Mandó que se sirviera carne todos los días para desayunar, comer y cenar. Estuvimos dos semanas alimentándonos solo de pan, pero confiábamos plenamente en Jehová, pues estábamos seguros de que él lo ve todo y sabe cuánto tiempo podemos aguantar. A finales de la segunda semana de subsistir con semejante ‘nutrición’, el encargado cambió de parecer y empezó a servirnos verduras, leche y hasta un poco de mantequilla. Vimos que Jehová realmente nos cuida”.
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UcraniaAnuario de los testigos de Jehová 2002
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Viví siete años en Mordvinia. Aunque era un campo de máxima seguridad, durante el tiempo que estuve allí se distribuyeron muchas publicaciones. Había guardias que se llevaban algunas a su casa, las leían y luego se las pasaban a sus familiares.
A veces me abordaba un guardia durante el segundo turno de trabajo.
—¿Tienes algo, Serhii? —me decía.
—¿Qué desea? —respondía yo.
—Solo algo para leer.
—¿Va a haber un registro mañana?
—Sí, habrá uno en la quinta unidad.
—Comprendo. En tal litera, bajo una toalla, habrá una Atalaya. Puede tomarla.
Cuando se llevaba a cabo el registro, él se quedaba con el ejemplar de La Atalaya. Los demás guardias no encontraban ninguna publicación porque nosotros sabíamos de antemano que habría un registro. Así era como algunos de ellos nos ayudaban.
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