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Afronté el desafío de servir a Dios¡Despertad! 2005 | 22 de abril
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Arresto y prisión
En 1953 me quitaron el yeso. Para entonces, a pesar de mis esfuerzos por ser discreto, la KGB se había dado cuenta de mis actividades espirituales, incluida la reproducción de publicaciones bíblicas, por lo que, junto con otros Testigos, fui sentenciado a pasar doce años en un campo de prisioneros. De cualquier forma, en el juicio dimos un excelente testimonio respecto a nuestro Dios, Jehová, y sus amorosos propósitos para la humanidad.
Los campos a los que nos llevaron quedaban a cientos de kilómetros hacia el este, cerca de Irkutsk, y eran centros de castigo para los que se consideraban enemigos del Estado soviético. Desde el 8 de abril de 1954 hasta principios de 1960 estuve en doce de esos campos. Luego me llevaron a más de 3.000 kilómetros [2.000 millas] hacia el oeste, al enorme complejo de campos de prisioneros de Mordvinia, a unos 400 kilómetros [250 millas] al sudeste de Moscú. En Mordvinia tuve el privilegio de contar con la compañía de fieles Testigos de muchas partes de la Unión Soviética.
Los soviéticos habían notado que si dejaban que los Testigos se mezclaran libremente con los demás prisioneros, algunos terminaban siendo también Testigos. Por eso, en el complejo penitenciario de Mordvinia, el cual constaba de muchos campos de trabajo que abarcaban 30 kilómetros o más, quisieron aislarnos un poco de los demás prisioneros. En nuestro campo recluyeron a más de cuatrocientos Testigos. A unos cuantos kilómetros, dentro del mismo complejo, había unas cien hermanas cristianas.
Me mantuve muy activo dentro del campo ayudando a organizar las reuniones cristianas y copiando publicaciones bíblicas que habíamos introducido clandestinamente. Es evidente que los guardias se percataron de nuestras actividades, porque al poco tiempo, en agosto de 1961, me sentenciaron a un año de reclusión en la infame prisión zarista de Vladímir, ubicada a unos 200 kilómetros al nordeste de Moscú. Francis Gary Powers, piloto norteamericano cuyo avión espía había sido derribado el 1 de mayo de 1960 mientras volaba sobre Rusia, estuvo en esa misma cárcel hasta febrero de 1962.
En la prisión de Vladímir recibí solo el alimento suficiente para mantenerme con vida. Como ya había pasado hambre en la juventud, logré sobrellevar la inanición, pero me fue difícil aguantar el frío extremo del crudo invierno de 1961 a 1962. El sistema de calefacción se había averiado, y en una ocasión la temperatura de mi celda descendió muy por debajo del punto de congelación. Menos mal que un médico notó mi lastimosa situación y ordenó que me transfirieran a otra celda en mejores condiciones para pasar allí las peores semanas de aquella ola de frío.
Fuerzas para no desistir
Los pensamientos negativos pueden desanimar a cualquiera tras meses de encierro, y las autoridades carcelarias saben que es así. Sin embargo, yo oraba constantemente, y obtuve fortaleza tanto del espíritu de Jehová como de los pasajes bíblicos que logré recordar.
Fue especialmente durante mi estancia en la prisión de Vladímir que me identifiqué con estas palabras del apóstol Pablo: “Se nos oprime de toda manera, mas no se nos aprieta de tal modo que no podamos movernos; nos hallamos perplejos, pero no absolutamente sin salida” (2 Corintios 4:8-10). Cumplido el año, regresé al complejo penitenciario de Mordvinia, donde terminé mi condena de doce años el 8 de abril de 1966. Al momento de salir en libertad, las autoridades pusieron en mi expediente la clasificación de “incorregible”. Para mí, esa era la prueba oficial de que había sido fiel a Jehová.
Muchas veces me han preguntado cómo entraban y se copiaban las publicaciones bíblicas en los campos soviéticos pese a las medidas para impedirlo. Es un secreto que muy pocos conocen. Una prisionera política letona que pasó cuatro años en el campo femenino de Potma escribió lo siguiente tras su liberación en 1966: “Las Testigos se las arreglaban para seguir recibiendo publicaciones en gran cantidad”, y concluyó: “Era como si los ángeles volaran de noche sobre el campo y las dejaran caer”. Desde luego, nuestra labor solo pudo efectuarse gracias a la ayuda divina.
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Afronté el desafío de servir a Dios¡Despertad! 2005 | 22 de abril
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En 1983, cuando la niña tenía 10 años y yo llevaba casi una década de superintendente viajante en el este de Ucrania, un ex Testigo me entregó a la KGB. Los opositores de nuestra obra cristiana consiguieron gente dispuesta a dar falso testimonio en el juicio, y me condenaron a cinco años de prisión.
Allí me tuvieron apartado de los demás Testigos, pero ni con años de aislamiento pudo institución humana alguna impedirme el acceso a Jehová, y él siempre me sostuvo. Además, encontré oportunidades para predicar a otros prisioneros. Por fin, después de cuatro años, me pusieron en libertad, así que pude volver con mi esposa y mi hija, quienes habían permanecido fieles a Jehová.
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