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  • Dios es mi refugio y fortaleza
    La Atalaya 1997 | 1 de mayo
    • “Los nueve años que sufrió bajo Hitler son meritorios —dijo el juez comunista—. Es verdad que usted estuvo en contra de la guerra, pero ahora está en contra de nuestra paz.”

      EL FUNCIONARIO se refería a mi anterior encarcelamiento por orden de los nazis y al régimen socialista de la República Democrática Alemana. Al principio no supe qué decir, pero luego repliqué: “El cristiano no lucha por la paz verdadera de la misma forma que lo hacen los demás. Simplemente trato de seguir el mandamiento bíblico de amar a Dios y al prójimo, y la Palabra de Dios me ayuda a mantener la paz de palabra y obra”.

      Aquel día, 4 de septiembre de 1951, los comunistas me sentenciaron a ocho años de prisión, uno menos que la condena que me habían impuesto los nazis.

  • Dios es mi refugio y fortaleza
    La Atalaya 1997 | 1 de mayo
    • La solución del enemigo: la cárcel

      Fue posible imprimir secretamente La Atalaya en Chemnitz hasta el otoño de 1935. Después hubo que trasladar el mimeógrafo al pueblo de Beierfeld, en los montes Metálicos, donde se usó para reproducir las publicaciones hasta agosto de 1936. Käthe y yo repartíamos las copias a los hermanos cuyas direcciones nos daba mi padre. Todo marchó bien por algún tiempo, hasta que la Gestapo me puso bajo vigilancia. En agosto de 1936 me arrestaron cuando estaba en casa y me encarcelaron a la espera de juicio.

      En febrero de 1937, veinticinco hermanos y dos hermanas, entre ellas yo, comparecimos ante un tribunal especial en Sajonia. Se acusó a la organización de los testigos de Jehová de ser subversiva. A los hermanos que reproducían La Atalaya les impusieron una pena de cinco años de prisión, y a mí dos años.

      Cuando cumplí la condena, en vez de salir libre, pasé a manos de la Gestapo, pues se suponía que firmara un documento en el que dijera que ya no sería miembro activo de los testigos de Jehová. Como me negué rotundamente, el oficial, furibundo, se levantó de un salto y ordenó nuevamente mi encarcelamiento. La orden de detención aparece en la fotografía. Sin que me dejaran ver a mis padres, me llevaron de inmediato a un pequeño campo de concentración para mujeres en Lichtenberg, a orillas del río Elba. Poco después me encontré con Käthe. Ella había estado internada en el campo de concentración de Moringen desde diciembre de 1936, pero cuando lo cerraron pasó con otras hermanas a Lichtenberg. Mi padre también se hallaba detenido, y no volví a verlo hasta 1945.

      En Lichtenberg

      No me permitieron unirme al grupo de las Testigos inmediatamente, pues estaban castigadas por alguna razón. En uno de los comedores observé dos grupos de prisioneras: las mujeres que se sentaban a la mesa y las Testigos, que tenían que sentarse todo el día en banquillos sin nada que comer.b

      Yo aceptaba todo trabajo sin rechistar con la esperanza de encontrarme con Käthe de algún modo; y así sucedió. Ella se dirigía al trabajo con otras dos prisioneras cuando nos cruzamos. Rebosante de alegría, le di un gran abrazo; sin embargo, la guardia que nos vigilaba nos delató inmediatamente. Después de interrogarnos, nos mantuvieron separadas a propósito. Aquello fue en extremo doloroso.

      Otros dos incidentes ocurridos en Lichtenberg quedaron grabados en mi memoria. En cierta ocasión mandaron que las prisioneras se congregaran en el patio para escuchar un discurso político de Hitler por la radio. Las testigos de Jehová no acudimos, pues la reunión llevaba aparejada ceremonias patrióticas. Entonces los guardias dirigieron hacia nosotras las mangueras contra incendios y, lanzándonos el poderoso chorro de una toma de agua, nos persiguieron a nosotras, mujeres indefensas, desde el cuarto piso hasta el patio. Allí tuvimos que permanecer de pie, caladas hasta los huesos.

      En otra ocasión nos ordenaron a Gertrud Oehme, Gertel Bürlen y a mí que decoráramos con luces la comandancia con motivo del cumpleaños de Hitler, que ya estaba próximo. Las tres jóvenes nos negamos, pues vimos en ello una táctica de Satanás para quebrantar nuestra integridad haciéndonos ceder en asuntos pequeños. Como castigo, pasamos tres semanas cada una encerrada sola en una celda pequeña y oscura. Pero Jehová se mantuvo cerca de nosotras y fue un refugio aun en aquel lugar tan horrible.

      En Ravensbrück

      En mayo de 1939 transfirieron a las prisioneras de Lichtenberg al campo de concentración de Ravensbrück. Allí me asignaron a trabajar en la lavandería junto con otras hermanas Testigos. Poco después de haber estallado la guerra nos pidieron recoger la bandera de la esvástica. En vista de que rehusamos cumplir la orden, a Mielchen Ernst y a mí nos enviaron al bloque penal. Esta era una de las modalidades de castigo más severas, pues significaba trabajar arduamente todos los días, incluidos los domingos, hiciera el tiempo que hiciera. A pesar de que la sentencia máxima era por lo general de tres meses, permanecimos allí un año. Nunca hubiera sobrevivido sin la ayuda de Jehová.

      En 1942 mejoró un poco la situación de los prisioneros. A mí me mandaron a trabajar de ama de llaves en una de las viviendas de las SS, en las proximidades del campo. La familia me concedía cierta medida de libertad. Por ejemplo, una vez, mientras llevaba los niños a caminar, me encontré con Josef Rehwald y Gottfried Mehlhorn, dos prisioneros con triángulos púrpuras, y pudimos intercambiar algunas palabras de estímulo.c

  • Dios es mi refugio y fortaleza
    La Atalaya 1997 | 1 de mayo
    • Otra vez proscritos y en prisión

      Magdeburgo se encuentra en la sección de Alemania que quedó bajo el control de los comunistas. Estos proscribieron nuestra obra el 31 de agosto de 1950 y cerraron Betel. Así terminó allí mi servicio, el cual me sirvió de valiosa preparación. Regresé a Chemnitz decidida, incluso bajo el dominio comunista, a adherirme firmemente a la verdad y proclamar el Reino de Dios como la única esperanza para la humanidad angustiada.

      En abril de 1951, un hermano y yo viajamos a Berlín para recoger algunos ejemplares de La Atalaya. A la vuelta, nos quedamos atónitos al ver la estación del ferrocarril de Chemnitz rodeada de policías civiles. Era obvio que estaban esperándonos, y nos detuvieron en el acto.

      Cuando llegué a la prisión donde permanecería hasta el juicio, portaba documentos que probaban que los nazis me habían encarcelado durante varios años; esto me ganó el trato respetuoso de los guardias. Una de las guardias jefe dijo: “Ustedes, los testigos de Jehová, no son delincuentes; no deberían estar en prisión”.

      En una ocasión, esta guardia vino a mi celda, que compartía con otras dos hermanas, y escondió algo debajo de una de las camas. ¿Qué era? Su Biblia, la cual nos permitió tener. En otra ocasión fue a casa a visitar a mis padres, que no vivían muy lejos de la prisión. Obtuvo ejemplares de La Atalaya y algunos alimentos, los escondió en el cuerpo y los introdujo clandestinamente en mi celda.

      Hay algo más que me gustaría contar. Algunos domingos por la mañana cantábamos los cánticos teocráticos con tanta fuerza, que los demás prisioneros aplaudían complacidos después de cada canción.

      Fortaleza y ayuda de parte de Jehová

      Durante el juicio, celebrado el 4 de septiembre de 1951, el juez hizo el comentario citado al comienzo del artículo. Cumplí mi condena primeramente en Waldheim, luego en Halle y, por último, en Hoheneck. Un par de incidentes mostrarán cómo fue Dios refugio y fortaleza para nosotros los testigos de Jehová, y cómo nos infundió valor su Palabra.

      En la prisión de Waldheim, todas las Testigos nos juntábamos regularmente en un salón para celebrar las reuniones cristianas. Como no nos permitían tener lápices ni papel, algunas hermanas consiguieron varios retazos y fabricaron un pequeño estandarte con el texto del año 1953, que decía: “¡Inclinaos a Jehová en la hermosura de la santidad!”. (Salmo 29:2, Versión Moderna.)

      Una guardia nos sorprendió y nos delató enseguida. El jefe de la prisión vino y ordenó que dos hermanas levantaran el estandarte en alto. “¿Quién hizo esto —preguntó—, y para qué?”

      Una hermana quería confesar y asumir toda la culpa, pero rápidamente nos secreteamos y decidimos compartir todas la responsabilidad. De modo que respondimos: “Lo hicimos para fortalecer nuestra fe”. Nos quitaron el estandarte y nos castigaron dejándonos sin comida. No obstante, durante todo el interrogatorio las hermanas mantuvieron en alto el estandarte, de forma que las palabras alentadoras del texto bíblico se grabaran bien en nuestras mentes.

      Cuando cerraron la prisión para mujeres de Waldheim, las hermanas fuimos transferidas a Halle. Allí nos permitían recibir paquetes, y ¿qué hallé cosidos dentro de un par de pantuflas que me envió mi padre? Varios artículos de La Atalaya. Aún recuerdo el título de dos de ellos: “El amor verdadero es práctico” y “Las mentiras resultan en perder la vida”. Estos y otros más fueron verdaderos manjares, y cuando nos los pasábamos a hurtadillas las unas a las otras, hacíamos anotaciones para uso personal.

      Durante un registro, una guardia encontró mis notas ocultas en el colchón de paja. Más tarde me llamó para pedirme que le explicara claramente el significado del artículo “Perspectivas de los que temen a Jehová para 1955”. Como ella era comunista, le preocupaba mucho la muerte de su líder, Stalin, en 1953, y el futuro le parecía tenebroso. Para nosotras, el futuro traería mejoras en la prisión, aunque yo aún no lo sabía. Le expliqué confiadamente que las perspectivas de los testigos de Jehová eran las mejores, y cité el texto temático del artículo, Salmo 112:7, que dice: “No temerá a causa de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová”. (Versión Moderna.)

      Jehová sigue siendo mi refugio y fortaleza

      Después de recobrarme de una enfermedad grave, me pusieron en libertad en marzo de 1957, dos años antes de cumplir la condena. Los funcionarios de Alemania oriental volvieron a presionarme por causa de mis actividades en el servicio de Jehová. Por tal razón, el 6 de mayo de 1957 aproveché la oportunidad para escapar a Berlín occidental, y de ahí pasé a Alemania occidental.

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