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MujerPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Privilegios en la congregación cristiana. En sentido espiritual, no hay distinción entre hombre y mujer para aquellos a quienes Dios llama a la herencia celestial (Heb 3:1) a fin de ser coherederos con Jesucristo. El apóstol escribe: “Todos ustedes, de hecho, son hijos de Dios mediante su fe en Cristo Jesús [...], no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:26-28.) Todos ellos tienen que recibir un cambio de naturaleza en su resurrección al ser hechos copartícipes de la “naturaleza divina”, y en esta condición nadie será mujer, pues entre las criaturas celestiales no existe el sexo femenino, porque el sexo es el medio otorgado por Dios para la reproducción de las criaturas terrestres. (2Pe 1:4.)
Proclamadoras de las buenas nuevas. Hubo mujeres entre los que recibieron los dones del espíritu santo en el día del Pentecostés de 33 E.C., mujeres a las que se hace referencia en la profecía de Joel como “hijas” y “siervas”. Desde aquel día en adelante, las mujeres cristianas que recibieron estos dones hablaron en lenguas extranjeras que no habían entendido antes y ‘profetizaron’, no necesariamente en el sentido de predecir importantes acontecimientos futuros, sino de proclamar las verdades bíblicas. (Joe 2:28, 29; Hch 1:13-15; 2:1-4, 13-18; véase PROFETISA.)
Cuando las mujeres hablaban a otros acerca de las verdades de la Biblia, no se circunscribían a sus compañeros de creencia. Antes de ascender al cielo, Jesús había dicho a sus seguidores: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Posteriormente, en el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando el espíritu santo se derramó sobre los 120 discípulos (entre ellos varias mujeres), a todos se les otorgó el privilegio de testificar (Hch 1:14, 15; 2:3, 4.); y la profecía de Joel (2:28, 29) a la que se refirió Pedro en aquella ocasión, menciona específicamente a las mujeres. De modo que ellas se contaban entre los que tenían la responsabilidad de ser testigos de Jesús “tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. Consecuentemente, el apóstol Pablo informó más tarde que Evodia y Síntique, dos hermanas de Filipos, se habían “esforzado lado a lado [con él] en las buenas nuevas”. Asimismo, Lucas menciona a Priscila, quien junto con su marido, Áquila, ‘exponía el camino de Dios’ en Éfeso. (Flp 4:2, 3; Hch 18:26.)
Reuniones de congregación. En algunas reuniones la mujer podía orar o profetizar, siempre que llevase una cobertura para la cabeza. (1Co 11:3-16; véase COBERTURA PARA LA CABEZA.) Sin embargo, en reuniones de carácter público, cuando “toda la congregación”, así como los “incrédulos”, se reunía en un lugar (1Co 14:23-25), las mujeres tenían que ‘guardar silencio’. Si ‘querían aprender algo, podían preguntarle a su propio esposo en casa, porque era vergonzoso que una mujer hablase en la congregación’. (1Co 14:31-35.)
Aunque no se permitía a la mujer enseñar en una reunión de congregación, podía enseñar fuera de la congregación a las personas que deseaban aprender la verdad de la Biblia y las buenas nuevas acerca de Jesucristo (compárese con Sl 68:11), y, además, debía ser ‘maestra de lo que es bueno’ para las mujeres más jóvenes (y los niños) dentro de la congregación. (Tit 2:3-5.) Pero no tenía que ejercer autoridad sobre el hombre o disputar con él, como, por ejemplo, en las reuniones de la congregación. Tenía que recordar lo que le sucedió a Eva y lo que Dios dijo con respecto a la posición de la mujer después del pecado de Adán y Eva. (1Ti 2:11-14; Gé 3:16.)
Los superintendentes y siervos ministeriales han de ser varones. No se menciona a las mujeres cuando se habla sobre las “dádivas en hombres” que Cristo dio a la congregación. Las palabras “apóstoles”, “profetas”, “evangelizadores”, “pastores” y “maestros” se encuentran en género masculino. (Ef 4:8, 11.)
Por consiguiente, cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo acerca de los requisitos que debían llenar los “superintendentes” (e·pí·sko·poi), que también eran “ancianos” (pre·sbý·te·roi), así como los “siervos ministeriales” (di·á·ko·noi) de la congregación, especifica que deben ser varones, y en caso de estar casados, ‘esposos de una sola mujer’. Ningún apóstol hace mención de un puesto de “diaconisa” (di·a·kó·nis·sa). (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9; compárese con Hch 20:17, 28; Flp 1:1.)
Aunque se dijo que Febe (Ro 16:1) era “ministra” (di·á·ko·nos, sin el artículo definido griego), es evidente que a ella no se la nombró “sierva ministerial” en la congregación, pues este cargo no se contempla en las Escrituras. El apóstol no estaba diciendo a la congregación que aceptara las instrucciones que ella diese, sino que la recibiera bien y ‘le prestasen ayuda en cualquier asunto en que los necesitara’. (Ro 16:2.) El que Pablo se refiriera a ella como “ministra” se relacionaba obviamente con su actividad en la proclamación de las buenas nuevas, y en ese sentido Febe era una ministra que se asociaba con la congregación de Cencreas. (Compárese con Hch 2:17, 18.)
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MujerPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Mujeres que sirvieron a Jesús. Hubo mujeres que disfrutaron de privilegios en relación con el ministerio terrestre de Jesús, aunque no de los privilegios concedidos a los 12 apóstoles y a los 70 evangelizadores. (Mt 10:1-8; Lu 10:1-7.) Varias mujeres ministraron a Jesús con sus propios bienes. (Lu 8:1-3.) Una le ungió poco antes de su muerte, y debido a su acción, Jesús aseguró que por todo el mundo, donde se predicasen las buenas nuevas, ‘lo que esa mujer hizo también se contaría para recuerdo de ella’. (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8.) Hubo mujeres entre aquellos a quienes Jesús se apareció el día de su resurrección, y también las había entre aquellos a quienes se apareció más tarde. (Mt 28:1-10; Jn 20:1-18.)
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