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¡Despertad! 1987
g87 8/9 págs. 12-15

El juego por dinero, ¿sale alguien ganando?

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Italia

“EN ESTOS tiempos de grave recesión económica, hay una industria que no se ha visto afectada por la crisis.” Así habló de la industria del juego por dinero la revista italiana Corriere della Sera Illustrato. Sí, en Italia, como en muchos otros países, el juego por dinero es un gran negocio.

“Estados Unidos está experimentando una explosión de juego legalizado”, dice la revista Fortune. “Las loterías son enormemente lucrativas. El año pasado [1983] consiguieron unos beneficios netos [...] de casi dos mil cien millones de dólares.” El juego por dinero también atrae a una gran cantidad de canadienses. Según el periódico La Presse, las familias de Quebec gastan más dinero en el juego que en el médico y el dentista.

Se juega a la lotería, la ruleta, los dados y las cartas, y también es muy popular apostar por los resultados de combates de boxeo, partidos de fútbol y carreras de caballos. Pero, como dice el libro The Complete Illustrated Guide to Gambling (Guía completa ilustrada del juego): “Los jugadores empedernidos apuestan sobre cuál de dos gotas de lluvia que se deslizan por el cristal de una ventana llegará primero a la base, o el número de pelos que crecen en un lunar hirsuto”. De modo que en Italia apuestan sobre las elecciones presidenciales, si el gobierno va a caer o no, ¡e incluso sobre la elección del Papa! La noche anterior a un partido de fútbol también es un tiempo de frenesí para los jugadores, los cuales llegan a gastar fantásticas sumas de dinero en las apuestas futbolísticas. Los periódicos lo llaman la “fiebre del sábado noche”.

Pero, ¿quiénes son los ganadores del juego por dinero? ¿Significa el hecho de que estén al alcance millones de dólares —sí, incluso miles de millones— que el juego por dinero de alguna manera valga la pena?

Por qué se juega

Sharon y Steve formaban un matrimonio feliz. Cuando Sharon se dio cuenta de que estaban ahogados de deudas, le rogó a Steve que dejara de jugar. Él incumplió un sinnúmero de veces sus promesas de dejarlo. La salud de Sharon decayó y empezó a tener dolores en el pecho. Esto no preocupó mucho a Steve. Solo pensaba que si ella moría, podría usar el dinero del seguro para pagar sus deudas.

Este caso real, relatado en la revista Medical Aspects of Human Sexuality, ilustra bien cuánto puede dominar el vicio del juego a la gente. Para algunos, el atractivo del juego es simple y llanamente la avidez. Sin embargo, el folleto Compulsive Gambling (Juego empedernido) dice: “La gente que juega [...] lo hace para conseguir satisfacciones especiales: alivio de la tensión, la excitación del riesgo, la emoción de poder ganar el premio, una euforia parecida a la que produce el alcohol y compañerismo. Cuando se gana, además de estos efectos, se consigue una sensación de poder, incluso de omnipotencia”.

El ganar pronto en la vida puede suponer una trampa sutil. Aunque la mayoría de las personas consideran esa suerte inicial como la “suerte del principiante”, algunos la interpretan neciamente como un presagio de suerte futura. Un artículo de la revista Psychology Today decía: “Las probabilidades, rotundas e innegables —el hecho de que el noventa por ciento de todos los que juegan pierden—, no los impresionan. Piensan que son inmunes a esas probabilidades, que son, en realidad, especiales”. Este rechazo casi patológico de los hechos es uno de los primeros pasos que llevan a la persona a convertirse en un jugador empedernido.

El periódico italiano Stampa Sera dijo que, para tales personas, el jugar es “una droga sin la que no pueden pasar”. O como escribió Giovanni Arpino en Il Giornale nuovo: “Este vicio llega a estar irremediablemente entretejido en la carne de uno”. El juego provee un escape de un modo de vivir que, de otro modo, sería aburrido.

Aunque solo se juegue por entretenimiento, el participante puede ser presa del orgullo y el egotismo, rehusando dejarlo si pierde o determinándose a seguir jugando si gana, solo para acabar perdiendo.

Las probabilidades de ganar

El jugador puede pensar que está “destinado a ganar”, pero el hecho es que casi con toda seguridad será un perdedor. ¿Por qué razón? Simples matemáticas. Lance una moneda al aire diez veces. ¿Cuántas sale cara y cuántas cruz? La intuición puede decirnos que debería salir cinco veces cara y cinco cruz. Pero pruébelo. Rara vez sucede así. Esto se debe a que la llamada ley de las probabilidades solo funciona con cantidades grandes. En otras palabras: si lanza una moneda un número infinito de veces, saldrá tantas veces cara como cruz. Pero en un número limitado de ocasiones, puede salir cualquier combinación. De modo que no hay forma de saber lo que va a ocurrir en un lanzamiento determinado.

El jugador se niega a reconocer este hecho. Si ha salido cara ocho veces seguidas, puede que crea con fervor casi religioso que tiene que salir cruz la próxima vez. Y es capaz de apostar una fortuna por esa convicción, cuando en realidad la moneda no guarda memoria de lo que ha hecho en el pasado. Las probabilidades en cada lanzamiento siguen siendo de un cincuenta por ciento.

Cuán inútil es, por lo tanto, intentar predecir con exactitud lo que sucederá en un juego más complicado, como las veintiuna o la ruleta. Es casi imposible ganar sucesivamente. Esto es cierto incluso en deportes como las carreras de caballos o el fútbol, donde las apuestas se basan en la capacidad de los participantes. “El tiempo y el suceso imprevisto” sencillamente dan al traste con las predicciones. (Eclesiastés 9:11.) Tampoco suele ser posible determinar las posibilidades por medio de un “sistema”. En Italia, más de la mitad de los que participan en apuestas futbolísticas intentan hacerlo comprando varios boletos al mismo tiempo. Aún así, el único sistema seguro en este tipo de juegos sería enviar todas las posibles combinaciones. De este modo, seguro que usted ganaría. Pero se gastaría mucho más dinero del que ganase.

Los únicos que ganan en el juego son sus promotores. Los propietarios de casinos ajustan las probabilidades de cualquier juego dado de modo que el casino casi siempre salga ganando. Se dice que en las apuestas futbolísticas de Italia solo un 35% del total recogido se invierte en premios. Los que organizan las apuestas se quedan con el resto.

Por lo tanto, la gente que dice: “Pero yo tengo suerte” o “no he tenido suerte hasta ahora, pero estoy seguro que empezaré a ganar a partir de este momento”, sencillamente se están engañando. El juego es un ensayo de lo inviable. Y mientras los medios de comunicación dan gran publicidad a los ganadores, que siempre son pocos, usted raramente oye acerca de los millones de perdedores.

El juego y la Biblia

“Locura, vicio, pasión, frenesí, escape de la realidad, aventura, sueños descabellados, transgresión y un anhelo de riesgo que se regenera tan pronto como se satisface... el juego es todo esto, junto con un ansia de riquezas, castillos en el aire y emociones intensas.” Eso dijo la revista La Repubblica. Por esta razón, no es de extrañar que los gobiernos a menudo prohíban el juego por dinero, aunque quizás hipócritamente lo permitan en casinos legalizados o, incluso, en loterías estatales.

Sin importar cuál sea el punto de vista humano, la Biblia indica que el juego es incompatible con el cristianismo. Algunos, por ejemplo, tal vez piensen que el juego puede satisfacer una necesidad económica. Pero Jesús nos enseñó a orar: “Danos hoy nuestro pan para este día”. ¿Cómo podría uno jugar ávidamente por dinero y luego orar de este modo? O ¿cómo podría seguir la exhortación: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas [las necesidades materiales] les serán añadidas”? (Mateo 6:11, 33.)

La Biblia advierte además: “Que su modo de vivir esté exento del amor al dinero, y estén contentos con las cosas presentes”. (Hebreos 13:5.) El jugador suele sentirse de cualquier manera menos contento. De hecho, es una persona dominada por la avidez, y la Biblia dice que tales personas no “heredarán el reino de Dios”. (1 Corintios 6:9, 10.)

Es cierto que algunos alegan que no juegan por el dinero, sino por la emoción. Sin embargo, la Biblia condena rotundamente a los que pasan por alto los principios piadosos y se convierten en “amadores de placeres más bien que amadores de Dios”. (2 Timoteo 3:4, 5.) Además, Jesús dijo: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:39.) ¿Cómo puede una persona amar a su prójimo si al mismo tiempo está intentando quitarle su dinero? ¿Cómo puede armonizarse el juego con el principio fundamental: “Hay más felicidad en dar que en recibir”? (Hechos 20:35.)

Tampoco debe pasarse por alto el hecho de que los jugadores a menudo invocan al “dios de la Buena Suerte”, algo que la Biblia condena sin paliativos. (Isaías 65:11.)

Finalmente, considere la influencia corruptora que tiene el juego en los “hábitos útiles” del cristiano. (1 Corintios 15:33.) El modo de vivir cristiano implica trabajo duro y economía. (Efesios 4:28.) Jesús mismo mostró que no era un despilfarrador cuando, después de multiplicar milagrosamente los panes y los pescados, dio instrucciones para que no se desperdiciaran las sobras. (Juan 6:12, 13.) El jugador, más bien que seguir los pasos de Jesús, se parece al hijo pródigo de una de sus parábolas, quien “malgastó su hacienda viviendo una vida disoluta”. (Lucas 15:13.)

De modo que los verdaderos cristianos se mantienen apartados del lazo del juego en todas sus formas. No les importa que sean cantidades pequeñas o grandes. Como Jesús dijo: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Lucas 16:10.)

Es digno de mención que los testigos de Jehová han ayudado a muchas personas que habían sido atrapadas en el lazo del juego por dinero a librarse de él. (Véase la página anterior.) Esas personas ya no experimentan la subida de adrenalina que trae consigo el juego, pero ahora tienen un verdadero propósito en la vida. Y en vez de participar en algo que destruye la salud y la familia, ahora son “ricos en obras excelentes”. Están “listos para compartir”, más bien que listos para maquinar cómo quedarse con el dinero que otros han ganado con su duro trabajo. Se ‘asen firmemente de la vida que realmente lo es’, no del mundo ilusorio del juego. (1 Timoteo 6:18, 19.) De este modo, llegan a ser ¡verdaderos ganadores!

[Comentario en la página 13]

“Las probabilidades, rotundas e innegables —el hecho de que el noventa por ciento de todos los que juegan pierden—, no los impresionan. Piensan que son inmunes a esas probabilidades, que son, en realidad, especiales.” (Psychology Today.)

[Ilustración en la página 15]

¿Es consecuente que un cristiano juegue y a la vez ore: “Danos hoy nuestro pan para este día”?

[Recuadro en la página 14]

Yo fui un jugador

Me envicié con el póquer a la edad de doce años. Después de casarme, seguí jugando. Empezaba a jugar a las nueve de la noche y terminaba a las cinco o las seis de la mañana. Después, muerto de cansancio, intentaba ir a trabajar. Con frecuencia, no lo conseguía.

El juego empezó a arruinar mi vida familiar y mi personalidad. Para jugar al póquer, hay que saber engañar. Pronto me encontré engañando y mintiendo también en la vida real. Luego estaba el problema del dinero. Cuando ganaba, me sentía impulsado a gastar el dinero en seguida, de modo que no permanecía en mi bolsillo durante mucho tiempo. Pronto, mi matrimonio fracasó.

En 1972, dos testigos de Jehová llamaron a mi puerta. Mientras me hablaban, yo pensaba: “Nadie hace nada por nada. Tienen que tener algún motivo oculto”. (Un jugador de póquer sospecha de todo.) Pero a medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta de que eso no era así. Fui a una de sus reuniones, y aunque no lo entendí todo, me impresionó su orden, armonía y amabilidad.

Empecé a estudiar la Biblia. Y ¿qué pasó con el juego? Tuve que dejarlo por completo. Pero cuando la verdad bíblica entra en la vida de una persona, esta pierde la motivación de jugar. De modo que, con un gran esfuerzo, lo dejé. Me bauticé en 1975.

Los beneficios han sido enormes. Mi salud ha mejorado, y también mi personalidad. Mi vida ya no está dominada por el juego, sino por los intereses espirituales. Antes, solo me respetaban mis compañeros de juego. Ahora, me ama la congregación donde sirvo como anciano. Me he dado cuenta de que el jugador es un perdedor. Y son las verdades de la Biblia las que me han ayudado a verlo.—Contribuido.

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