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La propaganda puede ser mortífera¡Despertad! 2000 | 22 de junio
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La propaganda puede ser mortífera
“La mentira puede haber recorrido medio mundo para cuando la verdad aún se está poniendo los zapatos.”—Frase atribuida a Mark Twain.
“¡JUDÍO miserable!”, le espetó la maestra a un alumno de siete años mientras lo abofeteaba. Luego pidió a los demás que formaran una fila para escupirle en la cara.
Tanto la docente como el colegial —su propio sobrino— sabían muy bien que ni él ni sus padres venían de familia hebrea, ni tampoco profesaban el judaísmo, pues eran testigos de Jehová. Sencillamente, la profesora se estaba aprovechando del extenso prejuicio antisemita para alentar el odio contra el estudiante. Además, el sacerdote llevaba años diciéndoles a ella y a los niños que los testigos de Jehová eran gentuza, y a los padres del pequeño se los había tildado de comunistas y agentes de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos). De ahí que los condiscípulos del menor hicieran cola, ansiosos de escupirle a un “judío miserable”.
Aunque el muchacho vivió para contarlo, no fue así con los seis millones de judíos que hace seis décadas residían en Alemania y otros países vecinos. La propaganda maliciosa contribuyó en gran manera al asesinato de aquellos seres humanos en las cámaras de gas y en los campos de concentración nazis. El antisemitismo generalizado, profundo, irracional y virulento logró que muchos consideraran que era necesario y justo exterminarlos. En aquel caso, la propaganda fue un arma genocida.
En efecto, la propaganda adopta manifestaciones explícitas, como emplear emblemas del odio del tipo de la esvástica, o sutiles, como contar un chiste de mal gusto. Sus persuasivas técnicas las emplean constantemente dictadores, políticos, clérigos, anunciantes, expertos en mercadotecnia, periodistas, celebridades de la radio y la televisión, publicistas y otros profesionales interesados en moldear el pensamiento y la conducta del público.
Es innegable, sin embargo, que los mensajes propagandísticos pueden emplearse con fines sociales loables, como las campañas para evitar el abuso del alcohol entre los conductores. Pero también pueden fomentar el odio a las minorías étnicas y religiosas o inducir a la adquisición de cigarrillos. “Todos los días nos vemos sometidos a un aluvión de mensajes persuasivos —señalan los estudiosos Anthony Pratkanis y Elliot Aronson—. Estos no pretenden convencernos mediante el intercambio de razones y la discusión, sino manipulando símbolos y emociones primarias del hombre. Para bien o para mal, vivimos en la era de la propaganda.”
¿Cómo se ha usado la propaganda a lo largo de los siglos para influir en las ideas y acciones del público? ¿Cómo podemos protegernos de la propaganda nociva? ¿Existe alguna fuente de información fidedigna? En los siguientes artículos se examinarán estas y otras preguntas.
[Ilustración de la página 3]
La propaganda se utilizó para someter a los judíos a las atrocidades del Holocausto
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La manipulación de la información¡Despertad! 2000 | 22 de junio
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La manipulación de la información
“Por medio de una propaganda inteligente y constante, se puede hacer creer que el cielo es el infierno y, viceversa, que la vida más miserable es un verdadero paraíso.”—Adolf Hitler, Mi lucha.
CON el avance de los medios de comunicación (de la imprenta se pasó al teléfono, la radio, la televisión y luego a Internet) se ha acelerado espectacularmente la difusión de mensajes persuasivos. Esta revolución en las comunicaciones ha generado una sobrecarga de información, que somete al ciudadano a una avalancha de mensajes procedentes de todos los rincones. Ante tal presión, muchos reaccionan absorbiendo los mensajes con más rapidez, aceptándolos sin cuestionarlos ni analizarlos.
A los astutos propagandistas les encanta que el público adopte estos métodos rápidos, sobre todo si con ellos se elude el pensamiento racional. Procuran conseguir este objetivo agitando las emociones, aprovechándose de las inseguridades, recurriendo a la ambigüedad del lenguaje y torciendo las leyes de la lógica. Como revela la historia, son tácticas sumamente eficaces.
Historia de la propaganda
Aunque hoy el término propaganda asume a veces tintes negativos, en alusión al empleo de estrategias deshonestas, ese no era el sentido original. Al parecer, la palabra procede del nombre latino de un cuerpo de cardenales católicos: la Congregatio de Propaganda Fide (Congregación para la Propagación de la Fe). Esta comisión, denominada Propaganda para abreviar, fue establecida por el papa Gregorio XV en 1622 para supervisar a los misioneros. Poco a poco, propaganda vino a designar todo esfuerzo encaminado a diseminar una creencia.
Pero el concepto de propaganda no nació en el siglo XVII. Desde antiguo, el hombre se ha valido de todo medio a su alcance para difundir ideologías o fortalecer su prestigio y poder. Por ejemplo, los faraones ya utilizaban el arte con fines propagandísticos. Estos monarcas egipcios concibieron sus pirámides para proyectar una imagen de poder y permanencia. Así mismo, la arquitectura romana satisfacía un interés político: la exaltación del Estado. La voz propaganda comenzó a adquirir un cariz generalmente negativo en la I Guerra Mundial, al intervenir los gobiernos para manipular las noticias que se divulgaban sobre la contienda. Durante la II Guerra Mundial, Adolf Hitler y Joseph Goebbels dieron pruebas de ser propagandistas consumados.
Tras la II Guerra Mundial, la propaganda se convirtió en un instrumento de creciente importancia en la promoción de las políticas nacionales. Tanto el bloque occidental como el oriental lanzaron campañas en todos los frentes para atraer a su causa a los ciudadanos que aún no se habían decantado por ningún bando. Se explotaron con fines propagandísticos todos los aspectos de la vida y la política de las naciones. En las campañas electorales de los últimos años, así como en los anuncios de las tabacaleras, es evidente el empleo de técnicas cada día más depuradas. Así, se ha utilizado a supuestos expertos y otras personalidades para transmitir la imagen de que fumar constituye un hábito elegante y saludable, en vez de presentarlo como lo que es en realidad: un peligro para la salud pública.
Mentiras y más mentiras
El truco más fácil de que dispone el propagandista es el empleo de mentiras rotundas. Tomemos, por ejemplo, las falsedades que escribió Martín Lutero en 1543 sobre los judíos de Europa: “Han envenenado pozos, han cometido asesinatos, han raptado niños [...]. Son serpientes ponzoñosas, resentidas, vengativas y astutas; homicidas y camada del Diablo que pican y hacen daño”. ¿Qué exhortación hizo a los “cristianos”? “Prender fuego a las sinagogas [...;] hay que despojarles de sus casas y destruirlas.”
Un profesor de estudios gubernamentales y sociales que ha analizado aquella era dice: “El antisemitismo no tiene básicamente nada que ver con las acciones de los judíos y, en consecuencia, tampoco tiene básicamente nada que ver con el conocimiento de la auténtica naturaleza de los judíos por parte de los antisemitas”. Luego añade: “[Los judíos] representaban todo lo que estaba mal, de manera que la reacción refleja ante un mal natural o social consistía en examinar sus supuestos orígenes judíos”.
Las generalizaciones
Otra táctica propagandística muy eficaz son las generalizaciones, que tienden a oscurecer aspectos importantes de los verdaderos puntos en juego y suelen emplearse para denigrar a colectividades enteras. Por ejemplo, hay países europeos donde se oye a menudo que “los gitanos [o los inmigrantes] son todos unos ladrones”. Pero ¿es cierta esta afirmación?
El columnista Richardos Someritis señala que en cierto país esas opiniones desataron una especie de “locura xenófoba y, en muchos casos, racista” contra algunos extranjeros. Sin embargo, se ha determinado que allí existe la misma probabilidad de que cometa un acto delictivo un natural que un extranjero. Como ejemplo, Someritis cita estadísticas que revelan que en Grecia “el 96% de los delitos los perpetran [griegos]”. “Las causas de la delincuencia —añade— no son ‘raciales’, sino económicas y sociales.” Culpa a los medios de comunicación “de cultivar de modo sistemático la xenofobia y el racismo” al informar tendenciosamente de las fechorías.
Las descalificaciones
Hay quienes denigran a sus adversarios ideológicos; para ello suscitan dudas sobre su reputación o sus motivos, en vez de atenerse a la realidad. De este modo le colocan a la persona, agrupación o idea una etiqueta negativa y fácil de recordar. Los que recurren a las descalificaciones esperan que estas tengan aceptación. La estrategia funciona si logra que el público rechace a ciertos ciudadanos o conceptos por la simple etiqueta, sin evaluar los hechos por sí mismos.
Por ejemplo, en los últimos años se ha extendido por muchos países de Europa y de otras regiones un intenso sentimiento antisectas. Esta tendencia ha agitado emociones, ha creado la imagen de un enemigo y ha fortalecido los prejuicios existentes contra las minorías religiosas. El término secta suele convertirse en un sambenito. El profesor alemán Martin Kriele escribió en 1993: “La palabra secta es otra manera de referirse a los ‘herejes’, y en la Alemania actual, como en la antigüedad, el hereje [está condenado al exterminio]; si no con fuego [...], mediante la difamación, el aislamiento y la ruina económica”.
El Instituto para el Análisis de la Propaganda señala que “las descalificaciones han desempeñado un papel poderosísimo en la historia universal y en nuestro propio desarrollo individual. Han destruido reputaciones, [...] han enviado [gente] a las celdas y han enardecido a los hombres al grado de haber ido a la batalla a matar al semejante”.
La manipulación de las emociones
Aunque los sentimientos sean irrelevantes en lo que respecta a la objetividad de la información o la lógica de un argumento, resultan esenciales para persuadir. Los llamamientos emocionales son obra de publicistas expertos, que tocan las fibras afectivas con la maestría de un virtuoso pianista.
Por ejemplo, el miedo tiene el poder de nublar el juicio. Y al igual que la envidia, se presta a manipulaciones. El periódico canadiense The Globe and Mail publicó el 15 de febrero de 1999 esta información procedente de Moscú: “La semana pasada, al suicidarse tres chicas en Moscú, los medios de comunicación rusos dieron a entender que eran seguidoras fanáticas de los testigos de Jehová”. Observemos el término “fanáticas”. Como es natural, la gente sentiría recelo de toda organización religiosa extremista que supuestamente incitara a la juventud al suicidio. Ahora bien, ¿tenían alguna relación con los Testigos las desafortunadas jóvenes?
El citado diario prosigue: “La policía admitió con posterioridad que entre las chicas y [los testigos de Jehová] no existía ningún vínculo. Pero una cadena de televisión moscovita ya había lanzado para entonces un nuevo ataque contra esta confesión, indicando a los espectadores que los testigos de Jehová habían colaborado con Adolf Hitler en la Alemania nazi, pese a las pruebas históricas de que miles de sus miembros fueron víctimas de los campos de exterminio nazis”. En la mente del desinformado y posiblemente temeroso público se grabó la idea de que los testigos de Jehová constituyen una peligrosa secta suicida o una agrupación que colaboró con los nazis.
El odio es una intensa emoción que explotan los propagandistas. Un medio muy eficaz de alimentarlo es el lenguaje tendencioso. Hay un caudal inagotable de términos ofensivos que crean hostilidad —o la potencian— contra ciertas colectividades raciales, étnicas o religiosas.
Algunos propagandistas se aprovechan del orgullo. Muchos anuncios apelan a este sentimiento con clichés como: “Toda persona inteligente sabe que...” o “Para alguien tan culto como usted es obvio que...”. Al hacer un llamamiento indirecto al orgullo, juegan con nuestros temores de parecer ignorantes, algo que tienen muy claro los profesionales de la persuasión.
Lemas y símbolos
Los lemas son declaraciones genéricas que suelen emplearse para manifestar una postura u objetivo. Dada su vaguedad, es fácil concordar con ellos.
Por ejemplo, en momentos de crisis o conflicto nacional, los demagogos tal vez salgan con lemas como “Mi nación, tenga o no la razón”, “Patria, religión y familia” o “Libertad o muerte”. Pero ¿analiza la mayoría de la gente las verdaderas implicaciones de una crisis o un conflicto, o sencillamente aceptan lo que se les dice?
Con referencia a la I Guerra Mundial, Winston Churchill dijo en un libro: “Basta con una señal para transformar a estas multitudes de campesinos y obreros en poderosos ejércitos que se despedazarán mutuamente”. Luego señaló que cuando se les ordenaba lo que tenían que hacer, la mayoría reaccionaba sin pensarlo.
El propagandista también tiene una amplia gama de símbolos y signos para transmitir su mensaje: una salva de veintiún cañonazos, un saludo militar, una bandera... También se puede usar el amor a los padres. Así, figuras tales como el solar patrio, la madre patria o la madre iglesia son instrumentos útiles en manos del sagaz persuasor.
Como vemos, el astuto propagandismo puede paralizar el pensamiento, impedir que se razonen y analicen los asuntos con claridad, y condicionar a las personas a actuar en masa. ¿Cómo podemos protegernos de su influjo?
[Comentario de la página 8]
El astuto propagandismo puede paralizar el pensamiento e impedir que se razone con claridad
[Ilustraciones y recuadro de la página 7]
¿REALIZAN LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ UNA OBRA PROPAGANDÍSTICA?
Los detractores de los testigos de Jehová los han acusado de difundir propaganda sionista; también, de realizar un ministerio que favorece el comunismo o, por el contrario, la causa del “imperialismo yanqui”, e incluso de ser anarquistas y fomentar el caos a fin de cambiar el orden social, económico, político o jurídico. Obviamente, no todas estas imputaciones contradictorias pueden ser verdad.
Lo cierto es que ni una sola de tales afirmaciones se ajusta a la realidad. Los testigos de Jehová efectúan su obra como fieles cumplidores del mandato que dio Jesucristo a sus discípulos: “Serán testigos de mí [...] hasta la parte más distante de la tierra” (Hechos 1:8). Esta labor se centra única y exclusivamente en las buenas nuevas del Reino celestial, el instrumento mediante el cual Dios impondrá la paz en toda la Tierra (Mateo 6:10; 24:14).
Quienes observan a los testigos de Jehová no encuentran la más mínima indicación de que esta colectividad cristiana haya contribuido en alguna ocasión a desestabilizar el orden en país alguno.
Muchos periodistas, magistrados y otras personalidades han comentado sobre las aportaciones de los Testigos que benefician a las sociedades donde residen. Veamos varios ejemplos. Una reportera de Europa meridional asistió a una asamblea de los testigos de Jehová y luego escribió: “Son personas con fuertes vínculos familiares, que aprenden a amar y a vivir en conformidad con su conciencia sin perjudicar al prójimo”.
Otro periodista, que en un tiempo vio con malos ojos a los Testigos, señaló: “Llevan una vida ejemplar. No quebrantan las normas de la moralidad y la justicia”. El comentario de un experto en ciencias políticas es semejante: “Tratan a los demás con gran bondad, cariño y gentileza”.
Los testigos de Jehová enseñan que se debe obedecer a las autoridades. Son ciudadanos que respetan la ley y viven según los principios bíblicos de la honradez, la veracidad y la limpieza. Inculcan buenas normas morales en sus familias y enseñan que debe actuarse de igual modo. Son pacíficos con todo el mundo y no se implican en manifestaciones agitadoras ni revoluciones políticas. Procuran ser ejemplares en el cumplimiento de las leyes de las autoridades superiores humanas, mientras aguardan con paciencia a que la Autoridad Suprema, el Señor Soberano Jehová, restituya la paz perfecta y el gobierno justo a esta Tierra.
Al mismo tiempo, la obra de los Testigos es de carácter educativo. Con la Biblia como fundamento, enseñan a quienes lo deseen a razonar basándose en los principios bíblicos, y así adquirir normas de conducta justas e integridad moral. Promueven valores que mejoran la vida familiar y permiten a los jóvenes afrontar los retos propios de su edad. También ayudan a la gente a superar malos hábitos y a adquirir la habilidad de mantener buenas relaciones con el prójimo. Esta obra difícilmente puede calificarse de meramente “propagandística”. Como indica The World Book Encyclopedia, en un ambiente donde las ideas circulan con libertad, “la propaganda se diferencia de la educación”.
[Ilustraciones]
Las publicaciones de los testigos de Jehová fomentan los valores familiares y elevados principios morales
[Ilustraciones de la página 5]
La propaganda bélica y tabacalera ha contribuido a la muerte de muchas personas
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Cómo evitar el lazo de la propaganda¡Despertad! 2000 | 22 de junio
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Cómo evitar el lazo de la propaganda
“El ingenuo cree todo lo que le dicen.” (Proverbios 14:15, Nueva Versión Internacional.)
HAY una gran diferencia entre la educación y la propaganda. Mientras que la primera nos indica cómo pensar, la segunda nos dicta qué pensar. En contraste con los buenos pedagogos, que presentan todas las facetas de un asunto y fomentan el libre examen, los propagandistas nos obligan inexorablemente a escuchar sus opiniones y rehúyen toda discusión. Por lo general, no muestran a las claras sus auténticos motivos. Seleccionan los hechos, aprovechando solo lo que les conviene y ocultando lo demás. También tergiversan la realidad y se especializan en las mentiras y las verdades a medias. Apelan a las emociones, no a la razón.
El propagandista se asegura de que su mensaje parezca justo y ético, y de que comunique al individuo una sensación de importancia e integración cuando lo acepte. Desde ese momento —afirma—, este será uno de los entendidos y se sentirá libre de la soledad, cómodo y seguro.
¿Cómo podemos salvaguardarnos de los hombres a quienes la Biblia llama “habladores sin provecho y engañadores de la mente”? (Tito 1:10.) Conociendo sus tretas, nos será más fácil evaluar los mensajes e informaciones que recibamos. Veamos varias medidas de precaución.
Seleccionar con criterio. Una mente totalmente abierta es comparable a una tubería por la que pueden pasar aguas de toda clase, hasta las negras. Nadie desea que le contaminen el intelecto con veneno. Salomón, rey y educador de la antigüedad, hizo esta advertencia: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15). Es preciso, por tanto, ser selectivo. Hay que examinar todos los mensajes que nos lleguen y decidir qué asimilaremos y qué rechazaremos.
Pero no debemos ser tan cerrados que nos neguemos a analizar puntos que mejoren nuestra forma de pensar. ¿Cómo puede obtenerse el equilibrio aconsejable? Adoptando una norma para sopesar toda información nueva. En este particular, el cristiano dispone de una fuente de gran sabiduría, pues cuenta con las Escrituras como guía segura de su pensamiento. Por un lado, sí tiene una mente abierta, es decir, dispuesta a recibir nueva información; además, contrasta bien los nuevos datos con la norma bíblica e incorpora a su modo de pensar lo que es cierto. Por otro lado, su mente percibe el peligro de aceptar información totalmente ajena a los valores bíblicos.
Demostrar discernimiento. El discernimiento es la acción de “distinguir alguna cosa de otras” y de “aclarar alguna cosa en relación con otras mediante una consideración o una reflexión precisa y justa”. La persona que se caracteriza por esta cualidad percibe los matices de las ideas y las cosas, y tiene buen juicio.
El discernimiento nos permite reconocer a quienes sencillamente se valen de “palabras melosas y habla lisonjera” para ‘seducir los corazones de los cándidos’ (Romanos 16:18). También posibilita que rechacemos la información trivial y los datos engañosos y que distingamos la esencia de los asuntos. Pero ¿cómo determinar si un mensaje induce a error?
Someter a prueba la información. “Amados —señaló Juan, maestro cristiano del siglo I—, no crean toda expresión inspirada, sino prueben las expresiones inspiradas.” (1 Juan 4:1.) Hay quienes son como esponjas que absorben todo lo que reciben, pues lo más fácil es asimilar indiscriminadamente cuanto nos rodea.
Pero es mucho mejor que cada uno decida por sí mismo con qué nutrirá su mente. Dicen que somos lo que comemos, y esto es aplicable tanto al cuerpo como al intelecto. Hay que poner a prueba todo lo que se lea, vea y escuche para determinar si tiene connotaciones propagandísticas o si es fidedigno.
Además, la imparcialidad exige estar dispuestos a revaluar constantemente nuestras opiniones a medida que adquirimos nueva información. Debemos darnos cuenta de que, al fin y al cabo, se trata de opiniones, que serán más o menos dignas de crédito dependiendo de la validez de los datos, la solidez del razonamiento y el conjunto de valores que decidamos aplicar.
Hacerse preguntas. Como hemos visto, en la actualidad hay muchas personas deseosas de ‘alucinarnos con argumentos persuasivos’ (Colosenses 2:4). Ante este tipo de razonamientos conviene hacerse preguntas.
Primero, debe analizarse si existen indicios de parcialidad. ¿Qué motivación tiene el mensaje? Si está repleto de descalificaciones y lenguaje tendencioso, ¿por qué será? De eliminarse los términos partidistas, ¿qué méritos tendría la información? Siempre que sea posible, ha de examinarse también la trayectoria del hablante. ¿Tiene fama de ser verídico? En el caso de que cite el testimonio de “autoridades”, ¿quiénes son estas? ¿Qué razones hay para considerar que la persona —o la organización o publicación— posee información experta o fiable sobre el asunto en cuestión? Cuando se perciba que el mensaje apela a las emociones, es recomendable preguntarse: “Si se analiza fríamente, ¿qué méritos tiene la información?”.
No dejarse llevar por la corriente. Si tenemos en cuenta que las ideas no tienen que ser necesariamente correctas porque todo el mundo las acepte, hallaremos fuerzas para no pensar igual. Aunque diera la impresión de que los demás comparten el mismo punto de vista, ¿por qué vamos a tener que hacerlo nosotros? La opinión popular no es un buen criterio para evaluar la verdad. En el transcurso de los siglos han gozado de popularidad ideas muy diversas cuya falsedad quedó luego demostrada. No obstante, persiste la tendencia a dejarse arrastrar por las masas. Un principio recomendable es el mandato de Éxodo 23:2: “No debes seguir tras la muchedumbre para fines malos”.
El conocimiento verdadero frente a la propaganda
Ya hemos mencionado que la Biblia constituye una guía segura para pensar con claridad. Los testigos de Jehová aceptan sin la menor duda la afirmación que dirigió Jesús a Dios: “Tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Es así porque Jehová, el Autor de la Biblia, es “el Dios de la verdad” (Salmo 31:5).
En efecto, en esta época de depuradas técnicas propagandísticas podemos confiar en la Palabra de Jehová como fuente de la verdad. En último término, esta confianza nos protegerá de quienes desean ‘explotarnos con palabras fingidas’ (2 Pedro 2:3).
[Ilustración de la página 9]
El discernimiento nos permite rechazar la información trivial y los datos engañosos
[Ilustraciones de la página 10]
Hay que poner a prueba todo lo que se lea y vea para determinar si es verídico
[Ilustración de la página 11]
La opinión popular no siempre es fiable
[Ilustración de la página 11]
Podemos confiar en la Palabra de Dios como fuente de la verdad
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