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  • Dar a los demás me ha hecho feliz
    La Atalaya (estudio) 2016 | agosto
    • Después de predicar durante cinco años en las islas, fuimos a Puerto Rico para cambiar la goleta por un barco a motor. Cuando llegamos, conocí y me enamoré de una hermosa misionera: Maxine Boyd. Era una entusiasta predicadora de las buenas nuevas desde niña. Había sido misionera en la República Dominicana hasta que el gobierno católico la expulsó del país, en 1950. Yo solo tenía un mes de permiso en Puerto Rico porque era miembro de la tripulación de un barco. No tardaría en zarpar, y no regresaría en años. Así que me dije: “Ronald, si quieres a esta chica, tienes que actuar rápido”. A las tres semanas, le pedí matrimonio, y a las seis semanas, nos casamos. Fuimos asignados a servir de misioneros en Puerto Rico, así que nunca llegué a navegar en el nuevo barco.

      En 1956 empezamos a visitar las congregaciones en la obra del circuito. Muchos hermanos eran pobres, pero nos encantaba visitarlos. Por ejemplo, en Potala Pastillo había dos familias de Testigos que tenían muchos hijos. Yo solía tocar la flauta para ellos. A una de las niñas, Hilda, le dije si quería venir con nosotros a predicar. Me respondió: “Sí, pero no puedo. No tengo zapatos”. Le compramos un par, y se vino con nosotros. Años después, en 1972, Maxine y yo estábamos de visita en Betel de Brooklyn. Una hermana recién graduada de Galaad se acercó a nosotros y nos dijo: “No saben quién soy, ¿verdad? Soy la niña de Pastillo que no tenía zapatos”. Era Hilda, que estaba a punto de ir a servir a Ecuador. Lloramos de alegría.

      En 1960 nos pidieron que trabajáramos en la sucursal de Puerto Rico, que estaba en un pequeño edificio de dos plantas de Santurce (San Juan). Al principio, Lennart Johnson y yo hacíamos la mayor parte del trabajo. Él y su esposa, que habían sido los primeros Testigos en la República Dominicana, llegaron a Puerto Rico en 1957. Después, Maxine se encargó de las suscripciones, más de mil a la semana. Le gustaba hacerlo, pues pensaba en toda la gente que recibía el alimento espiritual.

      La vida en Betel consiste en dar de uno mismo a los demás, por eso me encanta. Pero también tiene dificultades. Por ejemplo, durante la primera asamblea internacional en Puerto Rico (1967), estaba abrumado por la responsabilidad. Vino Nathan Knorr, que entonces supervisaba la obra mundial de los testigos de Jehová. Creyó erróneamente que yo no había organizado la transportación para los misioneros que venían a la asamblea, aunque sí lo había hecho. Me aconsejó con severidad sobre ser organizado y dijo que estaba decepcionado. No quise discutir con él, pero pensé que me había juzgado mal y me sentí dolido durante algún tiempo. Pero la siguiente vez que Maxine y yo lo vimos, nos invitó a su habitación y nos preparó una comida.

      Mientras vivía en Puerto Rico, fui a Inglaterra a ver a mi familia varias veces. Mi padre no aceptó la verdad cuando lo hicimos mamá y yo. Pero ella invitaba con frecuencia a casa a los oradores de Betel que visitaban la congregación. Mi padre vio lo humildes que eran estos superintendentes y el contraste con los líderes religiosos que tanto le habían indignado años antes. Por fin, en 1962 se bautizó como testigo de Jehová.

      Ronald y Maxine Parkin poco después de casarse y en su 50 aniversario de bodas

      Maxine y yo en Puerto Rico poco después de casarnos y en el 2003, en el 50 aniversario de nuestra boda.

      Mi querida Maxine murió en el 2011. Tengo muchísimas ganas de volver a verla cuando resucite. ¡Cuánto me alegra pensar en ello! Durante los cincuenta y ocho años que estuvimos casados fuimos testigos del crecimiento del pueblo de Jehová en Puerto Rico: de unos 650 Testigos a 26.000. Entonces, en el 2013, la sucursal de Estados Unidos comenzó a hacerse cargo de la obra en Puerto Rico, y a mí me asignaron a Wallkill (Nueva York). Después de haber pasado sesenta años en la isla, me sentía tan puertorriqueño como el coquí, la famosa ranita autóctona de la isla que al anochecer canta “coquí, coquí”. Pero había llegado el momento de partir.

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