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Jesús termina todo lo que Dios pideEl hombre más grande de todos los tiempos
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Jesús termina todo lo que Dios pide
CUANDO Jesucristo el Rey Guerrero elimina a Satanás y su mundo injusto, ¡cuánta razón habrá para regocijo! ¡Al fin empieza el pacífico Reinado de Mil Años de Jesús!
Bajo la dirección de Jesús y sus reyes asociados, los sobrevivientes del Armagedón limpiarán las ruinas que dejará aquella guerra justa. Puede que por algún tiempo los sobrevivientes terrestres también tengan hijos, y estos participarán en la obra deleitable de cultivar la tierra hasta hacer del planeta un hermoso jardín parecido a un parque.
Con el tiempo, Jesús hará que incontables millones de personas salgan de sus sepulcros para disfrutar de este hermoso Paraíso. Hará esto en cumplimiento de su propia garantía: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas [...] saldrán”.
Entre las personas a quienes Jesús resucite estará el ex malhechor que murió al lado de él en el madero de tormento. Recuerde que Jesús le hizo esta promesa: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. No, aquel hombre no será llevado al cielo para que gobierne como rey con Jesús; tampoco llegará Jesús a ser de nuevo un hombre y vivir en la Tierra paradisíaca con él. Más bien, Jesús estará con el ex malhechor en el sentido de que lo resucitará a la vida en el Paraíso y se encargará de que sus necesidades, tanto físicas como espirituales, se atiendan, como se ilustra en la página siguiente.
¡Imagínese! Bajo la atención amorosa de Jesús, toda la familia humana —los sobrevivientes del Armagedón, la prole de estos y los miles de millones de muertos resucitados que le obedezcan— adelantarán hacia la perfección humana. Jehová, por medio de su Hijo real, Jesucristo, residirá espiritualmente con la humanidad. “Y —como dice la voz que Juan oyó desde el cielo— limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor.” Nadie en la Tierra sufrirá ni estará enfermo.
Para el fin del Reinado de Mil Años de Jesús la situación será como Dios originalmente se proponía que fuera cuando dijo a la primera pareja humana, Adán y Eva, que se multiplicaran y llenaran la Tierra. Sí, la Tierra estará llena de una raza justa de humanos en perfección. Esto se deberá a que los beneficios del rescate de Jesús se habrán aplicado a todos. ¡La muerte que se debe al pecado de Adán dejará de existir!
Así Jesús habrá logrado todo lo que Jehová le ha pedido que haga. Por lo tanto, al fin de los mil años él entregará el Reino, junto con la familia humana perfeccionada, a su Padre.
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Jesús termina todo lo que Dios pideEl hombre más grande de todos los tiempos
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Está claro que Jesús ha desempeñado y seguirá desempeñando un papel importante en la realización de los gloriosos propósitos de Dios. ¡Qué magnífico futuro podemos tener como resultado de todo lo que él logra como el gran Rey celestial nombrado por Dios! Sin embargo, no podemos olvidar todo lo que hizo mientras fue humano.
Jesús vino voluntariamente a la Tierra y nos enseñó acerca de su Padre. Más allá de esto, ejemplificó las preciosas cualidades de Dios. Nos conmovemos cuando consideramos su sublime valor y hombría, su sabiduría sin paralelo, su excelente aptitud de maestro, su liderato denodado y la ternura de su compasión y empatía. Cuando recordamos el sufrimiento indescriptible que experimentó al suministrar el rescate, lo único por lo cual podemos obtener la vida, ¡de seguro se nos conmueve de aprecio para él el corazón!
Verdaderamente, ¡qué hombre hemos visto en este estudio de la vida de Jesús! Su grandeza es obvia y arrolladora. Nos sentimos impulsados a hacer eco a las palabras del gobernador romano Poncio Pilato: “¡Miren! ¡El hombre!”. Sí: “El hombre”, ¡el hombre más grande de todos los tiempos!
Mediante aceptar la provisión de su sacrificio de rescate, la carga de pecado y muerte que heredamos de Adán puede ser quitada de nosotros, y Jesús puede llegar a ser nuestro “Padre Eterno”. Todo el que quiera obtener vida eterna tiene que adquirir conocimiento, no solo de Dios, sino también de su Hijo, Jesucristo.
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