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¿Por qué existimos?¡Despertad! 2008 | diciembre
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¿Por qué existimos?
¿Cuál es el sentido de la vida?
A ESTAS preguntas frecuentes se suma otra: ¿Podemos esperar algo más que vivir apenas setenta u ochenta años y luego morir? (Salmo 90:9, 10.)
La cuestión se vuelve aún más apremiante cuando nos damos cuenta de lo corta que es, realmente, la vida. Desde luego, no es necesario verle la cara a la muerte para plantearse la razón de la existencia; las desilusiones o la reflexión sobre la vida que llevamos también pueden ser un incentivo para hacerlo.
Dave tenía un empleo bien remunerado, un bonito apartamento y muchos amigos con los que le gustaba divertirse. “Un día —relata— caminaba hacia casa tarde en la noche después de salir de una fiesta, cuando me puse a reflexionar: ‘¿Es esto todo? ¿Habrá algo más que simplemente vivir unos cuantos años y después morir?’. En aquel momento me asusté de la vida tan vacía que llevaba.”
En su libro El hombre en busca de sentido, el psicoanalista Viktor Frankl observó que algunos de sus compañeros que sobrevivieron al Holocausto se encararon a la misma cuestión después de ser liberados de los campos de concentración. Al retornar a sus hogares, se encontraron con que sus seres amados habían muerto. Frankl escribe: “¡Desdichado quien al regresar descubrió una realidad totalmente distinta a la íntimamente añorada durante los años de cautiverio!”.
Una cuestión que viene de antiguo
La pregunta de por qué existimos ha sido común a todas las generaciones. La Biblia nos ofrece ejemplos de personas que se plantearon la razón de su existencia. Una de ellas fue Job, quien, tras perder sus riquezas y a sus hijos y hallándose afligido por una espantosa enfermedad, se lamentó: “¿Por qué desde la matriz no procedí a morir? ¿Por qué no salí del vientre mismo y entonces expiré?” (Job 3:11).
Otro que sintió lo mismo fue el profeta Elías. Creyendo que era el único adorador de Dios que quedaba vivo, exclamó: “¡Basta! Ahora, oh Jehová, quítame el alma, porque no soy mejor que mis antepasados” (1 Reyes 19:4). Tales sentimientos son muy frecuentes. De hecho, la Biblia presenta a Elías como un “hombre de sentimientos semejantes a los nuestros” (Santiago 5:17).
Feliz viaje por la vida
La vida suele compararse a un viaje. Así como es posible emprender un viaje sin tener en mente un destino concreto, también es posible ir por la vida sin conocer su verdadero propósito. Cuando esto sucede, es muy fácil caer “en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida”, como señala el prestigioso escritor Stephen R. Covey. “A menudo —agrega él—, las personas se encuentran logrando victorias vacías, éxitos conseguidos a expensas de cosas que súbitamente se comprende que son mucho más valiosas.”
¿De qué nos vale acelerar el paso si vamos en la dirección equivocada? Del mismo modo, buscarle sentido a la vida simplemente acelerando nuestro ritmo de actividad nos dejará vacíos y frustrados.
El deseo de comprender el porqué de nuestra existencia trasciende las diferencias culturales o las barreras de la edad; nace de una profunda necesidad propia de los seres humanos, una necesidad que puede quedar insatisfecha aunque se tengan colmadas todas las necesidades materiales. Veamos qué han hecho algunos para satisfacerla.
[Comentario de la página 4]
Buscarle sentido a la vida acelerando nuestro ritmo de actividad nos dejará vacíos y frustrados
[Ilustración de la página 3]
Job se preguntó por qué había nacido
[Ilustración de la página 4]
Elías tenía “sentimientos semejantes a los nuestros”
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¿Dónde está la respuesta?¡Despertad! 2008 | diciembre
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¿Dónde está la respuesta?
UNO de los objetivos de la religión es explicar el propósito de la vida; pero muchas personas sienten que su religión no satisface su necesidad espiritual. Denise, criada en una familia católica, recuerda: “El catecismo de Baltimore pregunta: ‘¿Para qué fin nos ha creado Dios?’, y contesta: ‘Dios nos ha creado para mostrar su bondad y para que participemos de la bienaventuranza eterna en el cielo’”.
“Esa explicación no me aclaraba por qué estoy aquí —continúa Denise—. Si solo espero irme al cielo, ¿qué se supone que haga entretanto?” La experiencia de Denise no es infrecuente. Dos tercios de los participantes en un sondeo dijeron que las iglesias y las sinagogas, en su mayoría, no ayudaban a la gente a entender el sentido de la vida.
De ahí que muchos busquen respuestas en otra parte, ya sea en la ciencia, ya sea en diversas corrientes filosóficas, como el humanismo, el nihilismo y el existencialismo. Ahora bien, ¿por qué persisten los hombres en la búsqueda si, al parecer, pocos ven coronados sus esfuerzos?
Espirituales por naturaleza
El profesor de psicología Kevin S. Seybold lo atribuye a “la tendencia aparentemente universal de los seres humanos a adorar algo”. En los últimos años, varios científicos han concluido que el hombre tiene una inclinación natural a buscarle un significado más profundo a la vida. Y algunos creen que hay pruebas genéticas y fisiológicas de que tenemos una necesidad inherente de comunicarnos con un poder superior.
Aunque el concepto de espiritualidad es tema de debate en los círculos académicos, la mayoría de la gente no precisa que los científicos le digan que posee una necesidad espiritual. Es justamente esta necesidad la que nos lleva a hacernos preguntas que son calificadas de esenciales: ¿Por qué existimos? ¿Cómo debemos vivir la vida? ¿Rendiremos cuenta de nuestros actos a un Creador omnipotente?
Si detenemos la mirada en el mundo natural, hallaremos algunas de las respuestas a tales interrogantes. Pensemos, a modo de ejemplo, en la infinita complejidad manifiesta en la naturaleza, desde los organismos unicelulares hasta los cúmulos de galaxias situados a millones de años luz de la Tierra. ¿No nos enseña que existe un Diseñador inteligente, un Creador? La Biblia sostiene: “Las cualidades invisibles de [Dios] se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables” (Romanos 1:20).
Saciemos nuestra necesidad espiritual
Refiriéndose al modo como Dios nos creó, la Biblia asegura que él “puso también la eternidad en la mente del hombre” (Eclesiastés 3:11, Magaña). Tenemos el deseo innato de vivir, no de morir. Innato es también el deseo de saber cuál es el sentido de la existencia y de hallar respuestas a nuestras preguntas.
En efecto, el ansia de saber es propia de la naturaleza humana. Tras aludir a los avances científicos y tecnológicos que se han producido en el mundo, un editorialista de The Wall Street Journal escribió: “Aún seguimos haciéndonos las mismas preguntas: quiénes somos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos”. Las personas sensatas consultarán la fuente más confiable. La Biblia apunta a dicha Fuente al decir que “es Dios [...] quien nos ha hecho, y no nosotros mismos” (Salmo 100:3).
¿Verdad que sería lógico acudir al Autor de los milagros de la creación para saciar nuestra necesidad espiritual? Eso fue lo que aconsejó Jesucristo, quien sabía que únicamente la Fuente de la vida, nuestro Creador, puede hacerlo (Salmo 36:5, 9; Mateo 5:3, 6).
Es patente que solo saciaremos nuestra necesidad espiritual si hallamos una respuesta fiable a la pregunta de por qué existimos. Lo invitamos a examinar la animadora respuesta que da el Creador.
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La razón de nuestra existencia¡Despertad! 2008 | diciembre
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La razón de nuestra existencia
LAS Escrituras revelan que nuestro Creador, Jehová Dios, nunca obra sin un propósito definido. Un buen ejemplo es el del ciclo del agua, esencial para la vida en la Tierra, el cual se describe en estos términos poéticos y exactos a la vez: “Los ríos corren hacia el mar, y luego vuelven a sus fuentes para volver a vaciarse en el mar, pero el mar jamás se llena” (Eclesiastés 1:7, Traducción en lenguaje actual).
La Biblia establece una semejanza entre la confiabilidad de las promesas divinas y el ciclo del agua. Hoy es sabido que el agua contenida en los océanos y los lagos se evapora debido al calor del sol y posteriormente cae sobre la Tierra en forma de precipitación. Aludiendo a dicho proceso, Jehová dice: “Así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado” (Isaías 55:10, 11).
El agua limpia que se precipita sobre el terreno desde las nubes hace posible la vida en el planeta. De igual modo, la “palabra que sale de [...] la boca” de Dios sustenta la vida espiritual. El mismo Jesucristo lo indicó diciendo: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová” (Mateo 4:4).
Nutrirnos con el alimento espiritual que viene de Dios nos permite armonizar nuestra vida con el propósito divino; pero antes hay que saber cuál es ese propósito. Por ejemplo, ¿para qué creó Dios la Tierra? ¿Y qué repercusiones tiene esto en cada uno de nosotros? Veamos.
El propósito de Dios para la Tierra
Como Dios quería lo mejor para la especie humana, instaló a la primera pareja, Adán y Eva, en un jardín paradisíaco llamado Edén y luego les mandó que tuvieran hijos: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26-28; 2:8, 9, 15).
¿Qué se deduce de este mandato? ¿No salta a la vista que Dios quería que toda la Tierra fuera cultivada hasta convertirse en el hogar paradisíaco de la humanidad? “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”, asegura su Palabra (Salmo 115:16).
No obstante, para que los humanos pudieran gozar eternamente de la Tierra, como era la voluntad divina, tendrían que honrar a Jehová obedeciéndolo. ¿Hizo eso Adán? No, sino que fue desobediente y pecó. ¿Con qué consecuencias? Todos sus hijos heredamos el pecado y la muerte, tal como explica la Biblia: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12).
Esa es la razón por la que todos morimos y por la que la Tierra todavía no ha sido cultivada hasta convertirse en un paraíso. ¿Habrá cambiado, entonces, el propósito de Dios para la Tierra?
No, pues recordemos que Dios dijo que la palabra que sale de su boca no volverá a él sin resultados, sino que “tendrá éxito seguro” en su misión; además, él prometió: “Todo lo que es mi deleite haré” (Isaías 45:18; 46:10; 55:11). Y su deleite, o propósito original, es que esta Tierra sea un paraíso poblado de seres humanos que le sirvan felices para siempre (Salmo 37:29; Isaías 35:5, 6; 65:21-24; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
Cómo cumplirá Dios su propósito
En su insuperable sabiduría y amor, Jehová proporcionó el medio para rescatar a los hombres del pecado heredado y sus secuelas, es decir, la imperfección y, al final, la muerte. ¿De qué manera? Al hacer que naciera un hijo que, a diferencia de todos los demás, estuviera libre del pecado adánico y mediante el cual las personas merecedoras podrían alcanzar la vida eterna (Mateo 20:28; Efesios 1:7; 1 Timoteo 2:5, 6). Ahora bien, ¿cómo se llevó a cabo el rescate?
Jehová envió al ángel Gabriel para anunciar a una virgen llamada María que tendría un hijo concebido de manera milagrosa, dado que ella no estaba “teniendo coito con varón alguno”. El milagro consistió en que Dios transfirió la vida de su Hijo primogénito desde el cielo a un óvulo en la matriz de María, de modo que ella quedó encinta por obra del espíritu santo de Dios (Lucas 1:26-35).
Nueve meses más tarde, Jesús nació como un humano perfecto, semejante al primer hombre, Adán. A su debido tiempo estuvo en condiciones de sacrificar su vida humana perfecta, constituyéndose así en el ‘segundo Adán’ y sentando las bases para liberar del pecado y la muerte a todos los que fueran fieles a Dios (1 Corintios 15:45, 47).
Indudablemente, el gran amor que Dios nos ha mostrado tiene que conmovernos. Como leemos, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Ahora, el asunto es: ¿Cómo correspondemos al amor de Dios? ¿No deberíamos mostrar gratitud por su don? Algunos lo han hecho, como veremos a continuación.
Una vida con sentido
Denise, citada en el artículo anterior, descubrió que honrar a Dios obedeciendo sus leyes le daba sentido y dirección a su vida. Ella dice: “Aprendí en la Biblia que además de tener un propósito a largo plazo para la humanidad, Dios tiene un trabajo específico para sus siervos. No me imagino que pueda haber algo más satisfactorio en la vida que usar el libre albedrío que él me ha dado para alabarlo viviendo en armonía con su propósito”.
Nosotros podemos hacer lo mismo averiguando cuál es la voluntad de Dios y cumpliéndola. Mientras esperamos el tiempo en que se reciba la totalidad de los beneficios derivados del rescate, los cuales nos permitirán gozar de perfección en un nuevo mundo de justicia, debemos tomar medidas urgentes para satisfacer el anhelo espiritual que Dios ha implantado en cada ser humano.
Dave, a quien nos referimos en el primer artículo de esta serie, es uno de los que ha saciado su hambre espiritual y ha resuelto sus interrogantes sobre el sentido de la vida. “Mirando atrás —relata—, veo que mi vida antes de conocer el propósito de Dios era un cúmulo de vanos esfuerzos. Aunque en aquel momento no lo sabía, el vacío que sentía era en realidad una necesidad espiritual insatisfecha. Ya no he vuelto a sentirme así. Ahora sé por qué existo y cómo debo vivir la vida.”
Al contrario de las ideas de los hombres imperfectos, lo que Jehová nos revela a través de la Biblia sobre el sentido de la existencia produce auténtica satisfacción: existimos para cumplir su propósito, esto es, alabar su nombre y cultivar una buena relación con él. Regocijémonos, pues, ahora y por siempre, en la realidad de estas palabras inspiradas: “¡Feliz es el pueblo cuyo Dios es Jehová!” (Salmo 144:15).
[Ilustración y recuadro de la página 8]
LA CUESTIÓN DEL SUFRIMIENTO
Se ha dicho que el sufrimiento es uno de los principales obstáculos para comprender por qué existimos. Viktor Frankl escribió: “Cualquiera de los distintos aspectos de la existencia conserva un valor significativo, el sufrimiento también. El realismo nos avisa de que el sufrimiento es una parte consustancial de la vida, como [...] la muerte”.
La Biblia explica la razón del sufrimiento y la muerte. No son culpa de Dios; son la trágica consecuencia de que nuestros primeros padres hayan optado por independizarse de su Creador. Todos sus descendientes hemos heredado esa tendencia pecaminosa, que es la raíz del sufrimiento humano.
Aunque comprender la razón de nuestra existencia no nos soluciona todos los problemas, sí nos proporciona los elementos necesarios para lidiar con ellos. Aparte de eso, nos da una esperanza para el futuro, pues sabemos que Dios acabará para siempre con el sufrimiento y la muerte.
[Ilustración de la página 7]
La Biblia establece una semejanza entre la confiabilidad de las promesas de Dios y el maravilloso ciclo del agua
[Ilustración]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Lluvia
Evaporación
Evaporación
Lagos, ríos
Océanos
[Ilustración de las páginas 8 y 9]
¿Por qué podemos estar seguros de que en el futuro la Tierra será un paraíso habitado por personas sanas y felices?
[Ilustración de la página 9]
‘No me imagino que pueda haber algo más satisfactorio en la vida que usar el libre albedrío para servir a Dios.’ (Denise)
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