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“¡Ahora vas a morir!”¡Despertad! 1986 | 22 de mayo
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UNAS manos toscas me apretaban el cuello y yo luchaba por gritar.
“¡Quédate tranquila! No grites y no te haré daño” —me exigió el hombre mientras me apretaba más y más la garganta.
Pero ni le creí, ni le obedecí. Continué tratando de gritar. Como con garras le arañé la cara, sacándole las gafas y arrancándole de la boca los dientes postizos. Mientras él luchaba para tocarme y obtener control de mí, le metí las uñas en los ojos y grité. Cuando tuve sus dedos cerca de mi boca, se los mordí con todas mis fuerzas.
Créalo usted o no, no tuve miedo, el miedo me vino después. ¡En ese momento lo que tenía era ira! Este pervertido no iba a meterse a la fuerza en nuestra casa y violarme, ¡ni aquí ni en ningún otro lugar!
Pero siguió intentándolo. Echó mano a un cinturón que estaba cerca y me ató las manos a las espaldas... esta fue la primera vez de las muchas que lo hizo, ya que varias veces pude librarme las manos. Manteniendo un brazo alrededor de mi cuello, buscó a tientas en el suelo sus gafas y los dientes. De repente pude zafarme de él e inexplicablemente comencé a lanzar cosas en la habitación mientras gritaba incoherentemente como si hubiera enloquecido.
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“¡Ahora vas a morir!”¡Despertad! 1986 | 22 de mayo
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Era claro que el individuo planeó tomarme por sorpresa. De seguro él esperaba que yo, en estado de choque, me quedara paralizada y que cooperara fácilmente. Bueno, sí me asusté cuando me vino encima, pero no me acobardé. No pausé ni para pensar. Solo reaccioné instantáneamente estallando en un frenesí de gritos, puñetazos, patadas y mordidas. Fue lo mejor que pude haber hecho, porque mi fuerte contraataque le tomó por sorpresa. El saber, desde el mismo principio, que él no tenía pleno control de sí mismo ni tampoco de mi persona, me proporcionó una fuerza sicológica importante. Me hizo sentir más resuelta a pelear y reavivó la esperanza de que yo podía vencer.
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“¡Ahora vas a morir!”¡Despertad! 1986 | 22 de mayo
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Quizás lo que más contribuyó a mi recobro fue el saber que con la ayuda de Jehová Dios yo hice lo más que pude para hacer lo correcto. En los momentos de mayor lucidez, aun hallé alguna razón para regocijarme. Vez tras vez estos versículos bíblicos me daban consuelo:
“En caso de que hubiera una muchacha virgen comprometida con un hombre, y un hombre realmente la hallara en la ciudad y se acostara con ella, entonces ustedes tienen que sacar a ambos a la puerta de aquella ciudad y lapidarlos con piedras, y ellos tienen que morir, la muchacha por razón de que no gritó en la ciudad, y el hombre por razón de que humilló a la esposa de su semejante. Así tienes que eliminar de en medio de ti lo que es malo. Sin embargo, si es en el campo donde el hombre halló a la muchacha que estaba comprometida, y el hombre la agarró y se acostó con ella, entonces el hombre que se acostó con ella tiene que morir solo, y a la muchacha no le debes hacer nada. La muchacha no tiene pecado merecedor de muerte, porque tal como cuando un hombre se levanta contra su semejante y verdaderamente lo asesina, sí, a un alma, así es en este caso. Porque fue en el campo donde la halló. La muchacha que estaba comprometida gritó, pero no hubo quien la socorriera”. (Deuteronomio 22:23-27.)
Estaba profundamente agradecida por saber estas simples palabras. Me habían enseñado cuál era mi deber moral. Impidieron que yo estuviera confusa e insegura. Gracias a ellas, supe exactamente qué hacer. Grité y me defendí. Confié en las instrucciones de la Biblia y me sirvieron de sostén.
Mi esposo y yo oramos con frecuencia; he recobrado las fuerzas y el equilibrio.
No deseo que ninguna otra mujer pase por la experiencia de un intento de violación, y mucho menos por la de una violación. Pero, según la publicación Uniform Crime Reports—Crime in the United States, edición de 1983, página 5, publicada por la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos, cada 7 minutos en los Estados Unidos se comete una violación sexual. En mi caso, yo confié en Jehová, recordé sus palabras y grité. Además de eso, me defendí.
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