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  • ¿Debe la fe basarse en la razón?
    La Atalaya 2002 | 1 de abril
    • ¿Debe la fe basarse en la razón?

      “Un gran número de personas se han vuelto ‘religiosas’ con la clara intención de no tener que pensar —escribe el decano de un seminario teológico estadounidense—. Prefieren aceptarlo todo ‘por fe’.”

      TAL afirmación implica que la mayor parte de quienes profesan un credo no se plantean por qué lo hacen ni si tienen base para ello. No sorprende, pues, que la religión sea un tema que hoy muchos rehúyen.

      Lamentablemente, ciertas prácticas del culto, como la veneración de imágenes y la repetición de rezos, tampoco estimulan el raciocinio. De hecho, la experiencia religiosa de millones de fieles se reduce a observar estas costumbres y a deleitarse con la música cautivadora y con la impresionante arquitectura y detallados vitrales de los edificios. Aunque algunas iglesias aseguran que su fe se fundamenta en la Biblia, el mensaje que difunden —Cree en Jesús y serás salvo— no incita a estudiarla en serio. Otras optan por predicar un evangelio social o político. ¿A qué ha llevado todo esto?

      Un escritor de temas religiosos comentó respecto a la situación en Norteamérica: “El cristianismo [...] tiende a ser superficial, [y] sus adeptos están muy poco instruidos en la fe”. Un encuestador incluso dijo que Estados Unidos era “una nación de analfabetos bíblicos”. Para ser justos, tales observaciones son igualmente aplicables a otros países donde domina la cristiandad. Muchas confesiones no cristianas tampoco fomentan el uso de la razón, pues dan más importancia a los cantos, plegarias ritualistas y meditaciones de carácter místico, que al pensamiento lógico y constructivo.

      No obstante, las mismas personas que no se preocupan por la exactitud o veracidad de sus creencias religiosas, suelen considerar muy detenidamente otros asuntos de su vida cotidiana. ¿No le parece extraño, por ejemplo, que se informen con todo detalle para comprar un simple automóvil —el cual acabará un día convertido en chatarra—, pero por otro lado digan: “Soy de esta religión sencillamente porque es la que me enseñaron mis padres”?

      Quienes de verdad desean agradar al Creador deberían analizar con cuidado si lo que creen acerca de él es cierto. El apóstol Pablo mencionó a ciertos devotos de su día que tenían “celo por Dios; mas no conforme a conocimiento exacto” (Romanos 10:2). Tales individuos pudieran compararse a un pintor que pone gran empeño en pintar una casa pero, por no prestar atención a las instrucciones del dueño, lo hace con los colores equivocados. Aunque él mismo quede satisfecho con su trabajo, ¿le agradará al propietario?

      Por lo tanto, ¿qué clase de adoración acepta Dios? La Biblia responde: “Esto es excelente y acepto a vista de nuestro Salvador, Dios, cuya voluntad es que hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad” (1 Timoteo 2:3, 4). Hay quienes piensan que es imposible encontrar esa clase de conocimiento entre la multitud de religiones actuales. Pero, teniendo en cuenta que es la voluntad de nuestro Hacedor que lo obtengamos, ¿cometerá él la injusticia de escondérnoslo? No, según lo que dicen las Santas Escrituras: “Si tú lo buscas [a Dios], él se dejará hallar de ti” (1 Crónicas 28:9).

      ¿Cómo se da a conocer Dios a quienes lo buscan sinceramente? En el siguiente artículo se responde a esta pregunta.

  • Busque a Dios con el corazón y la mente
    La Atalaya 2002 | 1 de abril
    • Busque a Dios con el corazón y la mente

      El verdadero cristianismo estimula a utilizar tanto el corazón como la mente para cultivar la fe que agrada al Creador.

      DE HECHO, el fundador del cristianismo, Jesucristo, enseñó que debemos amar a Dios con ‘toda nuestra mente’, o intelecto, además de con ‘todo nuestro corazón’ y ‘toda nuestra alma’ (Mateo 22:37). En efecto, nuestras facultades mentales deben desempeñar un papel fundamental en la vida espiritual.

      Cuando Jesús invitaba a sus oyentes a reflexionar en lo que les enseñaba, solía preguntarles: “¿Qué les parece?” (Mateo 17:25; 18:12; 21:28; 22:42). De igual modo, el apóstol Pedro escribió a sus hermanos espirituales con el propósito de “desperta[r] sus facultades de raciocinio claro” (2 Pedro 3:1). El apóstol Pablo, el cristiano que más viajes misioneros realizó, exhortó a los creyentes a utilizar su “facultad de raciocinio” y a ‘probar por ellos mismos lo que era la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios’ (Romanos 12:1, 2). Solo así, con un examen tan cuidadoso y completo de sus creencias, pueden los cristianos desarrollar la fe que complace a Dios y que les permite afrontar las pruebas que se presentan en la vida (Hebreos 11:1, 6).

      A fin de ayudar a sus contemporáneos a cultivar dicha fe, los primeros evangelizadores cristianos “razon[aban] con ellos a partir de las Escrituras, explicando y probando por referencias” lo que les enseñaban (Hechos 17:1-3). Con ese enfoque tan racional, la gente de corazón recto respondía al mensaje. Por ejemplo, varias personas de la ciudad macedonia de Berea “recibieron la palabra [de Dios] con suma prontitud de ánimo, y examinaban con cuidado las Escrituras diariamente en cuanto a si [las] cosas [que les explicaban Pablo y sus compañeros] eran así” (Hechos 17:11). De este versículo pueden destacarse dos ideas. En primer lugar, los bereanos se mostraron muy dispuestos a escuchar la Palabra de Dios; y en segundo lugar, no aceptaron a ciegas lo que se les explicó, sino que lo corroboraron con las Escrituras. El misionero cristiano Lucas los elogió humildemente por ello cuando dijo que eran “de disposición [...] noble”. ¿Manifiesta usted tal actitud en lo concerniente a los asuntos espirituales?

      La mente y el corazón cooperan

      Como se mencionó antes, en la adoración verdadera intervienen tanto la mente como el corazón (Marcos 12:30). Retomemos el ejemplo del artículo anterior: el del pintor que no utilizó los colores debidos al pintar una casa. Si hubiera escuchado con atención las instrucciones del dueño, habría realizado su labor con el mismo interés y entrega, pero con la seguridad de haber complacido al propietario. Lo mismo sucede con el servicio que damos al Creador.

      “Los verdaderos adoradores —dijo Jesús— adorarán al Padre con espíritu y con verdad.” (Juan 4:23.) De ahí que el apóstol Pablo escribiera: “Por eso nosotros también [...] no hemos cesado de orar por ustedes y de pedir que se les llene del conocimiento exacto de su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual, para que anden de una manera digna de Jehová a fin de que le agraden plenamente” (Colosenses 1:9, 10). Gracias a ese “conocimiento exacto”, las personas sinceras pueden servirle de todo corazón y con la plena seguridad de que ‘adoran lo que conocen’ (Juan 4:22).

      Por todo lo anterior, los testigos de Jehová no bautizan ni a bebés ni a personas recién interesadas que no hayan estudiado cuidadosamente las Escrituras. Jesús encomendó a sus seguidores la siguiente obra: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones, [...] enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado” (Mateo 28:19, 20). Para decidir con conocimiento de causa en materia de fe, es imprescindible que los estudiantes sinceros de la Biblia primero conozcan con exactitud la voluntad divina. ¿Está usted esforzándose por hacerlo?

      El significado del padrenuestro

      Para ilustrar la diferencia que existe entre el conocimiento exacto de la Biblia y el superficial, examinemos la oración de Jesús conocida generalmente como el padrenuestro, que se encuentra en Mateo 6:9-13.

      Millones de personas recitan una y otra vez esta oración modelo en su iglesia. Pero ¿a cuántas se les ha enseñado su significado, en particular el de las primeras palabras, que aluden al nombre y al Reino de Dios? Tan importantes son esos temas que Cristo los mencionó en primer lugar.

      La oración empieza de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”. Note que Jesús especificó que se orara por la santificación del nombre de Dios. Esas palabras hacen surgir al menos dos preguntas en la mente de muchos: ¿cuál es ese nombre? y ¿por qué se debe santificar?

      La respuesta a la primera pregunta aparece más de siete mil veces en el texto bíblico original. Una de ellas es el Salmo 83:18: “Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra”. Con respecto a dicho nombre, el propio Creador dice, según Éxodo 3:15: “Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y este es la memoria de mí a generación tras generación”.a Ahora bien, ¿por qué tiene que santificarse el nombre de Dios, si es la esencia de la pureza y la santidad? Porque desde el mismo principio de la historia de la humanidad ha sido manchado y difamado.

      En Edén, Dios advirtió a Adán y Eva que si comían del fruto prohibido, perderían la vida (Génesis 2:17). Cuando Satanás le aseguró a Eva: “Positivamente no morirán”, contradijo de manera descarada al Todopoderoso, con lo cual lo acusó de mentir. Pero no se detuvo ahí; deshonró aún más el nombre divino al decirle a la mujer que el Creador estaba privándola injustamente de conocimiento valioso. “Porque Dios sabe que en el mismo día que coman [del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo] tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo.” ¡Qué calumnia! (Génesis 3:4, 5.)

      Al comer el fruto prohibido, Adán y Eva se pusieron de parte de Satanás. Y desde entonces, casi todos los seres humanos han contribuido, a sabiendas o no, a deshonrar el nombre de Dios, pues han rechazado Sus justas normas (1 Juan 5:19). Las personas todavía difaman a Jehová al culparlo de los sufrimientos que padecen, aunque estos sean consecuencia de su mala conducta. Proverbios 19:3 dice: “La necedad del hombre malogra sus empresas y luego su corazón se irrita contra Dios” (Pontificio Instituto Bíblico). ¿Entiende por qué Jesús, quien tanto amaba a su Padre, pidió que se santificara Su nombre?

      “Venga tu reino”

      Después de orar por la santificación del nombre divino, Jesús añadió: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:10). Con respecto a este versículo, podemos preguntarnos: “¿Qué es el Reino de Dios, y qué relación tiene su venida con que se efectúe la voluntad del Altísimo en la Tierra?”.

      En la Biblia, el significado básico de la palabra reino es “gobernación de un rey”. Por lógica, entonces, el Reino de Dios sería la gobernación de Dios, pero ejercida mediante un rey que él escoge, a saber, Jesucristo resucitado, el “Rey de reyes y Señor de señores” (Revelación [Apocalipsis] 19:16; Daniel 7:13, 14). Con relación al Reino mesiánico que el Padre encomendaría a Jesucristo, el profeta Daniel escribió: “En los días de aquellos reyes [los gobiernos mundiales actuales] el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”, es decir, para siempre (Daniel 2:44).

      En efecto, el Reino de Dios asumirá el control completo de la Tierra, eliminando de ella a todos los malvados, y regirá “hasta tiempos indefinidos”, por toda la eternidad. Así pues, mediante dicho gobierno, Jehová santifica su nombre y lo limpia de todo el oprobio que le han causado las mentiras de Satanás y los humanos impíos (Ezequiel 36:23).

      Como cualquier otro gobierno, el Reino de Dios también tiene súbditos. ¿Quiénes son? La Biblia responde: “Los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:11). De igual modo, Jesús dijo: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la tierra”. Tales personas tienen, claro está, un conocimiento exacto del Ser Supremo, pues es un requisito para heredar la vida (Mateo 5:5; Juan 17:3).

      ¿Se imagina toda la Tierra llena de personas mansas que amen intensamente a Dios y al prójimo? (1 Juan 4:7, 8.) En eso pensaba Cristo cuando oró así: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. ¿Comprende por qué enseñó a sus discípulos a pedir lo mismo? Más importante aún, ¿se da cuenta de lo que puede significar para usted el cumplimiento de esa oración?

      Millones de personas razonan a partir de las Escrituras

      Jesús predijo una campaña mundial de educación espiritual mediante la cual se anunciaría el Reino de Dios. Lo indicó con estas palabras: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin [del mundo o sistema actual]” (Mateo 24:14).

      Los seis millones de testigos de Jehová de todo el planeta que predican estas buenas nuevas lo invitan a obtener más información sobre Dios y su Reino “examina[ndo] con cuidado las Escrituras” y utilizando para ello su facultad de raciocinio. Si así lo hace, fortalecerá su fe y rebosará de alegría con la esperanza de vivir en una Tierra paradisíaca que “estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar” (Isaías 11:6-9).

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