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¿Debe ser su lugar de nacimiento lo que determine su religión?¡Despertad! 1988 | 8 de agosto
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¿Debe ser su lugar de nacimiento lo que determine su religión?
SU MANERA de hablar y de comer, su manera de vestir y de dormir, todo eso, y muchas cosas más, posiblemente dependan del lugar donde haya nacido. Aunque no nos demos cuenta de ello, nuestras raíces nos afectan a lo largo de toda nuestra vida, moldeando nuestras costumbres, manera de pensar y creencias.
María, una española, es católica porque nació en España, un país católico. Martin es luterano porque nació en Lübeck, en el norte de Alemania. Abdullam nació en Beirut occidental, de modo que es musulmán.
Actualmente, ellos, y millones de personas como ellos, se adhieren a sus respectivas religiones. El hecho es que, con frecuencia, las personas deben su religión simplemente a su ubicación geográfica o a los caprichos de la historia. Aunque no lo sepan, puede que haya sido el antojo de un gobernante político que vivió hace siglos lo que decidió su religión.
Este fue el caso de Lisette, que nació en un pueblo de la Selva Negra, en la República Federal de Alemania. Fue bautizada como luterana porque durante generaciones todas las personas de aquella parte del pueblo habían sido súbditos leales del duque de Württemberg, que era protestante. Pero si hubiese nacido en esa misma calle, pero tan solo un poco más abajo, hubiera sido una ferviente católica, pues aquella parte del pueblo era dominada por un gobernante católico.
Estas artificiales barreras religiosas datan del tiempo de la Reforma, en el siglo XVI. Tras un largo y violento período de agitación religiosa, se acordó que cada príncipe determinara la religión que se practicaría bajo su dominio. El argumento era el siguiente: puesto que los hombres no pueden ponerse de acuerdo, es el monarca quien ha de decidir.
Algunos desafortunados aldeanos se encontraron desconcertados al ser obligados a cambiar de religión a medida que se sucedían gobernantes con diferentes religiones. En otros pueblos se creó arbitrariamente una frontera religiosa debido a que la frontera regional pasaba a través de ellos.
No todos los gobernantes siguieron la corriente del protestantismo por razones piadosas. Enrique VIII de Inglaterra, quien anteriormente había sido un prominente defensor de la fe católica, se encolerizó cuando el Papa rehusó concederle el divorcio de su primera esposa. Su solución fue sencilla. Rompió con Roma y se constituyó a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra, confiando en que sus súbditos se adherirían a él lealmente. Con el tiempo, eso fue lo que hizo una mayoría.
En ocasiones, países enteros fueron “convertidos” por misioneros que llegaron pisando los talones a los invasores extranjeros. En México, los primeros frailes franciscanos llegaron solo unos pocos años después de la conquista española. Alegaron haber bautizado a más de cinco millones de nativos en tan solo treinta años, a pesar del hecho de que al principio no hablaban los idiomas indígenas. Un historiador describió esta conversión nacional como “una extraordinaria mezcla de fuerza, crueldad, estupidez y avaricia, compensada por esporádicas ráfagas de imaginación y caridad”. De esta manera, las potencias europeas del momento dividieron el mundo en sentido religioso, además de dividirlo también en sentido político.
Siglos antes, las conquistas musulmanas del norte de África, el Oriente Medio y extensas zonas de Asia llevaron a que la gran mayoría de las personas de aquellos lugares se convirtieran a la religión musulmana.
Hace tiempo que las razones históricas que causaron las divisiones religiosas de la humanidad han quedado olvidadas; no obstante, la mayoría de las personas continúan siguiendo la religión en la que han nacido. Pero, ¿debería dejarse al azar la religión que “escojamos”? ¿Debería la religión ser simplemente una cuestión de herencia? O ¿debería ser el resultado de una decisión consciente y razonada? Una mirada al cristianismo del primer siglo nos ayudará a contestar estas preguntas.
[Ilustración en la página 4]
Enrique VIII decidió la religión que profesarían millones de personas
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La elección del cristianismo primitivo no se dejó al azar¡Despertad! 1988 | 8 de agosto
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La elección del cristianismo primitivo no se dejó al azar
EN EL primer siglo había dioses de toda clase y para todos los gustos. Desde su nacimiento hasta su muerte, los ciudadanos del imperio romano esperaban la protección y el auxilio de sus diferentes deidades.
Cuba cuidaba del bebé recién nacido, y Osipago fortalecía sus huesos. Adeona guiaba sus primeros pasos, mientras que Fabulino le enseñaba a hablar. Marte lo protegería en la batalla. Cuando enfermase, Esculapio lo cuidaría. Una vez que muriese, sería Orco, el dios del mundo de los muertos, quien velaría por él.
Todas las ciudades y tribus importantes podían presumir de tener su propio dios patrón, y diariamente se ofrecía incienso al emperador romano, a quien se consideraba un dios que se había encarnado. La adoración a las deidades orientales estaba de moda, y se habían erigido templos en honor de Mitra, Isis y Osiris. Incluso los judíos, que profesaban adorar al invisible Dios Todopoderoso, se habían dividido irremediablemente en numerosas sectas religiosas.
En ese momento de la historia, en medio de toda aquella confusión religiosa, apareció Jesucristo. Él enseñó algo nuevo: una religión universal que trascendía de distinciones raciales y nacionales; una religión basada en la verdad acerca del Dios Todopoderoso, la verdad que podía liberar a los hombres de la esclavitud a la superstición y a la falsedad. (Juan 8:32.) Como él mismo dijo a Pilato: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad”. (Juan 18:37.) ¿Cómo llevó a cabo esta enorme labor?
Se predica a “los pobres de espíritu”
Se ha observado que hay básicamente dos maneras de hacer adeptos a gran escala. La primera es evangelizar a las masas en general, y desde ahí llevar el mensaje a los demás escalafones de la sociedad. La otra es dirigirse a la elite, o incluso a individuos en la cima de la elite, y entonces llegar a las masas por medio de la autoridad o la fuerza. A diferencia de las iglesias católica, protestante y ortodoxa, que tanto han favorecido este último método, Jesús y sus discípulos ni siquiera le dieron consideración.
Desde el mismo comienzo de su ministerio público, Jesús explicó que iba a dirigir su atención a “los pobres de espíritu” o, literalmente, a “los que son mendigos del espíritu”. Estas eran personas humildes que tenían hambre de justicia, que tenían “conciencia de su necesidad espiritual”. (Mateo 5:3, Biblia de Jerusalén; Traducción del Nuevo Mundo con Referencias, nota al pie.)
Por eso, después que los apóstoles de Jesús volvieron de una campaña de predicación, Cristo dijo: “Te alabo públicamente, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios e intelectuales y las has revelado a los pequeñuelos”. (Mateo 11:25.) El grueso de su obra de predicar la efectuó en Galilea, tierra de humildes pescadores y labradores, en vez de en Judea, donde los fariseos y aristócratas judíos tenían su baluarte.
Jesús mismo procedía de Nazaret, una aldea recóndita que nunca había producido a nadie importante. “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, preguntó Natanael. (Juan 1:46.) Pero lo que vio y oyó le permitió superar este prejuicio regional, pues tenía una mentalidad abierta. Por otro lado, los engreídos fariseos se jactaron de que “ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?”. (Juan 7:48.)
La elección de la fe cristiana no se deja al azar
La meta de Jesús era llegar al corazón y convencer la mente. Enseñó a sus discípulos a buscar a quienes fuesen merecedores y quedarse en su hogar el tiempo necesario para que llegaran a ser creyentes sinceros, si tal era su deseo. Unas personas de una aldea samaritana que escucharon la enseñanza de Cristo dijeron: “Hemos oído por nosotros mismos y sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo”. (Juan 4:42.)
Los conversos al cristianismo tenían que hacer una selección racional después de escuchar y meditar en lo que habían oído. Habían de estar firmemente convencidos, ya que tenían que encararse a oposición. A todos los primeros discípulos se les expulsó de la sinagoga, lo que significaba ser marginado por la comunidad local.
Además, todos los discípulos se sentían obligados a defender su creencia recién adquirida y a compartirla con otros. Celso, un crítico del cristianismo que vivió en el segundo siglo, hizo objeto de burla el que “obreros, zapateros, labradores, los hombres más incultos y toscos, fuesen predicadores celosos del evangelio”. (Compárese con Juan 9:24-34.)
Este método de conversión, junto con el celo de los conversos por hacer adeptos, resultó en la rápida expansión del cristianismo. Pronto llegó a ser una religión internacional en vez de regional. Jesús había mandado específicamente a sus seguidores que predicaran “hasta la parte más distante de la tierra”. (Hechos 1:8.)
Es cierto que los primeros discípulos eran judíos, y, de acuerdo con el propósito de Dios, los primeros conversos también fueron judíos. Jerusalén llegó a ser el centro desde donde los apóstoles dirigían la joven iglesia. Debido a esto, las personas del primer siglo a menudo acusaron erróneamente a los cristianos de ser judíos, a pesar de que estos eran los más feroces perseguidores de los cristianos. Y un historiador romano tachó al cristianismo de superstición perniciosa.
Pedro, antes de bautizar al primer no judío, declaró: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hechos 10:34, 35.) De esta manera, el celo de los cristianos, avivado por una fe inquebrantable, llevó el mensaje de Cristo a todo rincón del imperio romano. La persecución no podía exterminar a esos cristianos, y muchos murieron por no renegar de la religión que habían escogido. Su entusiasmo y devoción no tienen absolutamente nada que ver con la apatía propia de la cristiandad de nuestro siglo XX.
¿Pudiera ser que falte ese espíritu debido a que son relativamente muy pocas las personas que han hecho una elección consciente de su fe? Si a usted todavía le importa la religión, ¿por qué no considera seriamente el siguiente artículo?
[Ilustraciones en la página 6]
La antigua Roma adoraba a muchos dioses, entre ellos: Marte, el dios de la guerra; Júpiter, el principal dios romano, y Esculapio, el dios de la medicina
Marte
[Reconocimiento]
Dibujo basado en la colección de Mansell
Júpiter
[Reconocimiento]
Dibujo basado en una exposición del Museo Británico
Esculapio
[Reconocimiento]
Dibujo basado en una exposición del Museo Arqueológico Nacional de Atenas
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¿Escoge usted por sí mismo, o deja que otros lo hagan en su lugar?¡Despertad! 1988 | 8 de agosto
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¿Escoge usted por sí mismo, o deja que otros lo hagan en su lugar?
HASTA que cumplió los ocho años de edad, Pedro adoraba a Maleiwa, supuestamente el creador del hombre y hacedor de la Tierra. Temía a Yolujá, de quien se decía que era el heraldo de todos los males y enfermedades, y trataba de evitar los designios malévolos de Pulowi, la presunta diosa del mundo de los muertos.
Pedro pertenecía a la tribu de los guajiros, una de las muchas tribus indias de Venezuela. Seguía la religión tradicional de sus antepasados hasta que un día el maestro de la escuela local decidió que se le bautizara... como católico.
“Nadie me consultó, y yo no sabía nada acerca de mi nueva religión —explicó Pedro—. Pero me di cuenta de que no me resultaría difícil adoptar esa nueva fe, ya que no requería ningún cambio significativo en mi conducta diaria. Yo me consideraba fiel a mi nueva religión, pues siempre iba a misa algún día de diciembre.”
A pesar de pertenecer a dos religiones diferentes, Pedro no había hecho en ninguno de los dos casos una elección consciente. Otros la hicieron por él. A través de los siglos, su experiencia se ha visto repetida innumerables veces. De hecho, de entre los cinco mil millones de personas que viven hoy, son relativamente muy pocas las que han escogido personalmente su religión. Esta suele ser algo que han heredado, de la misma manera que han heredado su apariencia, los rasgos de su personalidad o la casa donde viven.
Hicieron su propia selección
Pero, ¿es lo que uno hereda siempre lo mejor? Quizás uno trate de mejorar su apariencia tanto como pueda. Tal vez se esfuerce por mejorar las condiciones de la casa que sus padres le dejaron. O puede ser que luche por superar rasgos indeseables de su personalidad que haya heredado.
Por esta razón, alrededor de toda la Tierra hay personas que están volviendo a examinar seriamente la religión que han recibido de sus antepasados. En vez de considerar que al hacer esto quebrantan una tradición familiar que debe conservarse incondicionalmente, su necesidad espiritual les ha impulsado a buscar algo mejor. Este fue el caso de Hiroko, cuyo padre era sacerdote budista en el templo de Myokyo (Japón).
“Cuando era niña, durante las noches más frías del invierno solía caminar arriba y abajo por las calles cubiertas de nieve del pueblo con un farolillo —explica Hiroko—. Mi padre caminaba delante tocando un tambor y salmodiando sūtras. Desde una edad temprana, los ritos de automortificación y las ceremonias budistas fueron parte de mi vida.”
A pesar de ello, Hiroko se sentía infeliz con la religión que había heredado. “No podía encontrar respuestas satisfactorias ni siquiera para una de las muchas preguntas que tenía. El cambio póstumo de nombres a los muertos, las lápidas a las que se trataba como a seres vivos tan pronto como se salmodiaban sūtras sobre ellas, los amuletos de papel a los que se les atribuían poderes mágicos para proteger a los creyentes y muchas otras ceremonias llevadas a cabo en el templo no hacían más que confundirme.
”Me habían dicho que pertenecíamos a la secta más iluminada del budismo. Y, sin embargo, seguía sin encontrar contestación a ninguna de mis preguntas. Estaba convencida de que debía haber algo en alguna parte. Tenía la esperanza de poder examinar libremente una religión que me suministrara todas las respuestas.” Hiroko fue de una religión oriental a otra sin encontrar satisfacción. Finalmente, con la ayuda de los testigos de Jehová, llegó a conocer mediante la Biblia al Dios Todopoderoso, el Creador del cielo y la Tierra, y también descubrió las respuestas a las preguntas que había tenido desde su infancia.
En su caso, las palabras de Dios expresadas mediante su profeta Jeremías se cumplieron literalmente: “Cuando me busquéis, me encontraréis; cuando me busquéis con todo vuestro corazón, me dejaré hallar por vosotros, dice el Señor”. (Jeremías 29:13, 14, Serafín de Ausejo, Editorial Herder, 1975.)
Hiroko comprobó que realmente valía la pena hacer su propia selección, aun cuando fuera diferente de la que hicieron sus padres. “Me alegro muchísimo de haber hallado iluminación espiritual; ahora no tengo las insistentes preguntas ni las incertidumbres que me atormentaron por tantos años”, explica. Pero sea que usted esté satisfecho o no con la religión que profesa actualmente, todavía le atañe hacer una selección.
Por qué debe hacerse una selección
Si nos paramos a pensarlo, la mayoría de nosotros concordará en que la religión es algo demasiado importante como para dejar su elección al azar. Incluso en los asuntos diarios tratamos de ejercer tanto control como nos sea posible sobre nuestra propia vida. ¿Quién desea ser simplemente una víctima de las circunstancias?
Si usted tuviese un fuerte dolor de cabeza, ¿se tomaría rápidamente una pastilla que encontrara entre un montón de diversas medicinas sin ni siquiera fijarse primero en la etiqueta?
Si estuviera escogiendo ropa nueva, ¿se llevaría lo primero que encontrara en una tienda, pues sobrentendería que sin duda sería de su talla y le sentaría perfectamente?
Si tuviera que adquirir un coche de segunda mano, ¿lo compraría sin al menos comprobar el motor?
“Solo un insensato actuaría así”, tal vez piense. Asuntos como esos no deberían tomarse tan a la ligera. Y, sin embargo, en el caso de muchos de nosotros, una de las decisiones más importantes de nuestra vida —la religión que debemos profesar— ya ha sido tomada de antemano, bien por el azar, los caprichos de la historia olvidados hace tiempo o nuestro lugar de nacimiento.
Así mismo, sería sabio preguntarse: “¿Por qué razón profeso mi religión? ¿Fue algo que mis padres me transmitieron y que nunca he cuestionado? ¿O hice una elección consciente y razonada?”. Precisamente, la Biblia nos estimula a que nos planteemos esas preguntas. El apóstol Pablo exhortó a los corintios a que ‘siguieran poniéndose a prueba para ver si estaban en la fe, y siguieran dando prueba de lo que ellos mismos eran’. (2 Corintios 13:5.)
Por otra parte, algunos se sintieron impulsados a reconsiderar la crianza religiosa que habían recibido. La Biblia habla de un joven llamado Timoteo a quien su madre y su abuela criaron como judío de acuerdo con las Escrituras. Pero con el tiempo ajustaron su manera de pensar y se hicieron cristianos. Años más tarde Pablo le recordó que él ‘aprendió y fue persuadido a creer’. (2 Timoteo 3:14.) A Timoteo se le persuadió a permanecer en la fe cristiana que había recibido, pero solo cuando él mismo hizo un examen concienzudo.
Sergio Paulo era un gobernador romano de la provincia de Chipre que seguramente veneraba a algunos de los dioses romanos. Sin embargo, después de escuchar la predicación de Pablo, “el gobernador creyó, admirado de la enseñanza acerca del Señor”. (Hechos 13:12, Versión Popular.)
En ambos casos se tomó una decisión consciente después de un examen concienzudo basado en la Palabra de Dios. ¿Por qué no imitar el proceder de Sergio Paulo y Timoteo? Uno cambió su religión, mientras que el otro no lo hizo; pero los dos tuvieron la recompensa de haber encontrado la verdad por sí mismos. No obstante, puede que algunos no se sientan inclinados a dar ese paso debido a la tradición, el temor o el prejuicio.
El desafío de hacer una selección
Las tradiciones religiosas están muy arraigadas, y muchos se encuentran a gusto con sus antiguas costumbres y credos. “He nacido católico y moriré católico”, tal vez digan algunos. Quizás usted piense de la misma manera acerca de su fe, y prefiera lo tradicional a lo desconocido. Es indudable que no sería sabio desdeñar rotundamente cualquier tradición sin haber analizado primero su valor. Pablo dijo a los cristianos de Tesalónica que ‘conservaran las tradiciones que habían aprendido’. (2 Tesalonicenses 2:15, Biblia de Jerusalén.) Por otro lado, Jesús advirtió que las tradiciones religiosas podían alejarnos de Dios al invalidar Su Palabra, la Biblia. (Mateo 15:6.) No siempre se puede confiar en la tradición.
Frecuentemente, a medida que aumenta el conocimiento en los campos de la medicina, la ciencia y la tecnología, los métodos tradicionales se modifican o incluso son reemplazados. Casi todo el mundo tiene una mentalidad abierta en esos campos, y eso conduce al progreso. Aun en el caso de que pensemos que nuestra tradición religiosa es de origen divino, la Biblia nos advierte que ‘no creamos toda expresión inspirada’, sino, más bien, que ‘probemos las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios’. (1 Juan 4:1.) Nos recomienda que nos ‘aseguremos de todas las cosas; que nos adhiramos firmemente a lo que es excelente’. (1 Tesalonicenses 5:21.) Las tradiciones que valen la pena siempre resistirán esa clase de escrutinio.
Otro obstáculo para hacer una selección en asuntos de religión es el temor. “Yo nunca hablo ni de religión ni de política” es un comentario que suele oírse. El temor a descubrir que se nos ha engañado o a lo que otros puedan pensar son poderosas excusas para no hacer nada. En el tiempo de Jesús había muchas personas que reconocían el valor de su enseñanza, pero se retraían de reconocerle como el Mesías “por miedo a los fariseos, para que no los expulsaran de la sinagoga; preferían el honor que dan los hombres al que da Dios”. (Juan 12:42, 43, Nueva Biblia Española.)
Aquellas personas del día de Jesús perdieron una oportunidad única de llegar a ser discípulos de Cristo debido a que cedieron a las presiones de una comunidad religiosa de miras estrechas. Es cierto: requiere valor nadar contra corriente. Nunca es fácil ser diferente. Pero si usted posterga tomar su decisión, inevitablemente otros decidirán por usted.
El prejuicio contra “lo extranjero” también puede ser un obstáculo para algunas personas que quisieran hacer una investigación imparcial. En el tiempo de Jesús, el Mesías fue desdeñado por ser nazareno y despreciado por ser galileo. El prejuicio del siglo veinte es semejante. (Juan 1:46; 7:52.)
“No es más que una de esas religiones modernas de América.” Esta fue la primera reacción de Ricardo cuando un testigo de Jehová le invitó a examinar sus creencias. Sus antecedentes latinoamericanos le hacían recelar de cualquier cosa que oliese a Estados Unidos. Sin embargo, la evidencia que se le presentó venció su prejuicio. Sobre todo, le convenció la demostración práctica de cristianismo que pudo observar entre los Testigos. Su amor y fe genuinos le atrajeron. (Vea el recuadro de la página 10.)
Tras vencer su prejuicio inicial, Ricardo concordó con lo que otro observador escribió sobre los testigos de Jehová: “En su organización y obra de testificar [...] se acercan cuanto pudiera acercarse un grupo a lo que era la comunidad cristiana primitiva”. Él ahora ve que una mentalidad abierta es esencial para hacer la mejor selección posible.
¿Qué escogerá usted?
Pedro, de quien hablamos al comienzo del artículo, superó la tradición, el temor y el prejuicio para estudiar la Biblia por sí mismo. Al principio tenía dudas debido a que le había decepcionado la religión en general. Él explica: “Ni mi creencia en Maleiwa ni mi creencia en el dios de los católicos, cuyo nombre ni siquiera conocía, me habían producido mucha felicidad”. Pero finalmente decidió llegar a ser testigo de Jehová y se bautizó como tal a la edad de treinta y seis años. Él dijo: “El amor y la paciencia de los que me ayudaron, junto con las respuestas satisfactorias que encontré en la Biblia, fueron los factores decisivos”.
¿Tendrá usted el valor de imitar el ejemplo de Pedro? Sea cual sea su religión, no deje su elección al azar. Pruebe por sí mismo, mediante la Palabra de Dios, cuál es la verdad, la única y preciosa verdad que Jesús enseñó. Los testigos de Jehová le ofrecen gustosamente su ayuda. Le invitan sinceramente a prestar atención a las palabras de Josué: ‘Escójase a quién quiere servir’. (Josué 24:15.)
[Fotografía en la página 8]
¿Se tomaría usted el primer medicamento que encontrara, sin ni siquiera mirar la etiqueta?
[Fotografías en la página 9]
¿Nació usted en la religión que profesa, o la escogió?
[Recuadro en la página 10]
¿Son los testigos de Jehová una “religión americana”?
MUCHAS personas nacionalistas sospechan o sienten temor de todo lo que se considera extranjero. Y esta actitud llega hasta a afectar el punto de vista que tienen de otras religiones.
Muchas veces, los testigos de Jehová son víctimas de esta mentalidad; se les acusa de ser una religión americana —“Made in U.S.A.”—, y con eso como base, se dice que merecen ser rechazados. ¿Es esa una reacción razonable?
¿Cuáles son los hechos?
1. En proporción, hay más Testigos en Canadá, Costa Rica, Finlandia, Jamaica, Puerto Rico, Zambia y otros países que en Estados Unidos.
2. Los testigos de Jehová no solo son internacionales, son supranacionales, es decir, trascienden de los estrechos límites nacionales o intereses raciales. Es digno de notar el gran éxito que han tenido los testigos de Jehová en superar el prejuicio racial, tribual y nacional. Ese ha sido el caso en Sudáfrica, Israel, Líbano, Irlanda del Norte y otros países afectados por disturbios religiosos. Negros y blancos, judíos y árabes, anteriores católicos y protestantes que ahora son testigos de Jehová, todos trabajan y adoran juntos en sus asambleas y Salones del Reino.
3. Imprimen su literatura bíblica en unos doscientos idiomas. Por ejemplo: “La Atalaya” se publica en 103 idiomas y “¡Despertad!” en 54, con una tirada mensual combinada de más de cuarenta y ocho millones de ejemplares.
4. Aunque los testigos de Jehová tienen su central mundial en Nueva York, solo el 23% del total de los Testigos se encuentra en Estados Unidos.
5. Tal como Jerusalén fue un buen trampolín para el cristianismo primitivo, del mismo modo Estados Unidos ha sido un buen trampolín para la predicación de las buenas nuevas en todo el mundo en esta época de guerras y conflictos. La experiencia ha demostrado que en cualquier otro lugar la obra hubiera sido ahogada por el prejuicio, las proscripciones o la escasez de materias primas. Pero el que la central de los Testigos esté ubicada en Nueva York no significa que sean una “religión americana”, como tampoco los cristianos primitivos eran una religión judía, aunque así es como se les calificaba.
Persecución injusta
Un hecho que demuestra claramente que su punto de vista es supranacional es la manera como han sido calificados por diferentes regímenes políticos. En el pasado, en Estados Unidos se les acusó de ser comunistas, y en los países comunistas, de ser agentes de la CIA.
Por ejemplo: en la década de los cincuenta, un artículo de un periódico estadounidense declaraba: “Polacos rojos financian a agentes de ‘Jehová’”. Otro informe de una emisora de radio de ese mismo país decía: “El gobierno satélite soviético [Polonia] anima y ayuda económicamente a los Testigos”. En Irlanda, los Testigos se encararon a chusmas violentas que les gritaban: “¡Comunistas! ¡Fuera de aquí!”.
Mientras tanto, los Testigos estaban proscritos en Polonia y en otros países comunistas, y muchos fueron encarcelados por sus creencias. Algunos hasta fueron acusados de pertenecer a una red de espionaje patrocinada por la CIA. Vladimir Bukovsky, quien inmigró al Mundo Occidental en 1976, describió la situación de los Testigos en la Unión Soviética de la siguiente manera: “Una noche, en Londres, vi por casualidad en un edificio una placa que decía: TESTIGOS DE JEHOVÁ. [...] Me quedé estupefacto, casi aterrorizado. ¿Cómo era posible?, me dije. En la URSS uno solo puede encontrarse en persona con ‘Testigos’ en las cárceles o en los campos de concentración. ¿Es posible que alguien entre en un establecimiento y se tome una taza de té con ellos? Quizás mi comparación esté un poco fuera de lugar, pero imagínese por un momento que usted tropieza con un edificio en el que hay una placa que dice: COSA NOSTRA S.A. o ESTADO MAYOR DE LA MAFIA. Los ‘Testigos’ son perseguidos en nuestro país con tanta violencia como la mafia en el suyo”.
Estos breves ejemplos demuestran lo que muchos observadores imparciales ya reconocen, a saber: que los testigos de Jehová están por encima de toda inclinación nacionalista o política. Su fe es supranacional, porque quieren imitar a su Dios, quien es imparcial. (Hechos 10:34.)
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