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  • La elección del cristianismo primitivo no se dejó al azar

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  • La elección del cristianismo primitivo no se dejó al azar
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¡Despertad! 1988
g88 8/8 págs. 5-7

La elección del cristianismo primitivo no se dejó al azar

EN EL primer siglo había dioses de toda clase y para todos los gustos. Desde su nacimiento hasta su muerte, los ciudadanos del imperio romano esperaban la protección y el auxilio de sus diferentes deidades.

Cuba cuidaba del bebé recién nacido, y Osipago fortalecía sus huesos. Adeona guiaba sus primeros pasos, mientras que Fabulino le enseñaba a hablar. Marte lo protegería en la batalla. Cuando enfermase, Esculapio lo cuidaría. Una vez que muriese, sería Orco, el dios del mundo de los muertos, quien velaría por él.

Todas las ciudades y tribus importantes podían presumir de tener su propio dios patrón, y diariamente se ofrecía incienso al emperador romano, a quien se consideraba un dios que se había encarnado. La adoración a las deidades orientales estaba de moda, y se habían erigido templos en honor de Mitra, Isis y Osiris. Incluso los judíos, que profesaban adorar al invisible Dios Todopoderoso, se habían dividido irremediablemente en numerosas sectas religiosas.

En ese momento de la historia, en medio de toda aquella confusión religiosa, apareció Jesucristo. Él enseñó algo nuevo: una religión universal que trascendía de distinciones raciales y nacionales; una religión basada en la verdad acerca del Dios Todopoderoso, la verdad que podía liberar a los hombres de la esclavitud a la superstición y a la falsedad. (Juan 8:32.) Como él mismo dijo a Pilato: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad”. (Juan 18:37.) ¿Cómo llevó a cabo esta enorme labor?

Se predica a “los pobres de espíritu”

Se ha observado que hay básicamente dos maneras de hacer adeptos a gran escala. La primera es evangelizar a las masas en general, y desde ahí llevar el mensaje a los demás escalafones de la sociedad. La otra es dirigirse a la elite, o incluso a individuos en la cima de la elite, y entonces llegar a las masas por medio de la autoridad o la fuerza. A diferencia de las iglesias católica, protestante y ortodoxa, que tanto han favorecido este último método, Jesús y sus discípulos ni siquiera le dieron consideración.

Desde el mismo comienzo de su ministerio público, Jesús explicó que iba a dirigir su atención a “los pobres de espíritu” o, literalmente, a “los que son mendigos del espíritu”. Estas eran personas humildes que tenían hambre de justicia, que tenían “conciencia de su necesidad espiritual”. (Mateo 5:3, Biblia de Jerusalén; Traducción del Nuevo Mundo con Referencias, nota al pie.)

Por eso, después que los apóstoles de Jesús volvieron de una campaña de predicación, Cristo dijo: “Te alabo públicamente, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios e intelectuales y las has revelado a los pequeñuelos”. (Mateo 11:25.) El grueso de su obra de predicar la efectuó en Galilea, tierra de humildes pescadores y labradores, en vez de en Judea, donde los fariseos y aristócratas judíos tenían su baluarte.

Jesús mismo procedía de Nazaret, una aldea recóndita que nunca había producido a nadie importante. “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, preguntó Natanael. (Juan 1:46.) Pero lo que vio y oyó le permitió superar este prejuicio regional, pues tenía una mentalidad abierta. Por otro lado, los engreídos fariseos se jactaron de que “ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?”. (Juan 7:48.)

La elección de la fe cristiana no se deja al azar

La meta de Jesús era llegar al corazón y convencer la mente. Enseñó a sus discípulos a buscar a quienes fuesen merecedores y quedarse en su hogar el tiempo necesario para que llegaran a ser creyentes sinceros, si tal era su deseo. Unas personas de una aldea samaritana que escucharon la enseñanza de Cristo dijeron: “Hemos oído por nosotros mismos y sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo”. (Juan 4:42.)

Los conversos al cristianismo tenían que hacer una selección racional después de escuchar y meditar en lo que habían oído. Habían de estar firmemente convencidos, ya que tenían que encararse a oposición. A todos los primeros discípulos se les expulsó de la sinagoga, lo que significaba ser marginado por la comunidad local.

Además, todos los discípulos se sentían obligados a defender su creencia recién adquirida y a compartirla con otros. Celso, un crítico del cristianismo que vivió en el segundo siglo, hizo objeto de burla el que “obreros, zapateros, labradores, los hombres más incultos y toscos, fuesen predicadores celosos del evangelio”. (Compárese con Juan 9:24-34.)

Este método de conversión, junto con el celo de los conversos por hacer adeptos, resultó en la rápida expansión del cristianismo. Pronto llegó a ser una religión internacional en vez de regional. Jesús había mandado específicamente a sus seguidores que predicaran “hasta la parte más distante de la tierra”. (Hechos 1:8.)

Es cierto que los primeros discípulos eran judíos, y, de acuerdo con el propósito de Dios, los primeros conversos también fueron judíos. Jerusalén llegó a ser el centro desde donde los apóstoles dirigían la joven iglesia. Debido a esto, las personas del primer siglo a menudo acusaron erróneamente a los cristianos de ser judíos, a pesar de que estos eran los más feroces perseguidores de los cristianos. Y un historiador romano tachó al cristianismo de superstición perniciosa.

Pedro, antes de bautizar al primer no judío, declaró: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hechos 10:34, 35.) De esta manera, el celo de los cristianos, avivado por una fe inquebrantable, llevó el mensaje de Cristo a todo rincón del imperio romano. La persecución no podía exterminar a esos cristianos, y muchos murieron por no renegar de la religión que habían escogido. Su entusiasmo y devoción no tienen absolutamente nada que ver con la apatía propia de la cristiandad de nuestro siglo XX.

¿Pudiera ser que falte ese espíritu debido a que son relativamente muy pocas las personas que han hecho una elección consciente de su fe? Si a usted todavía le importa la religión, ¿por qué no considera seriamente el siguiente artículo?

[Ilustraciones en la página 6]

La antigua Roma adoraba a muchos dioses, entre ellos: Marte, el dios de la guerra; Júpiter, el principal dios romano, y Esculapio, el dios de la medicina

Marte

[Reconocimiento]

Dibujo basado en la colección de Mansell

Júpiter

[Reconocimiento]

Dibujo basado en una exposición del Museo Británico

Esculapio

[Reconocimiento]

Dibujo basado en una exposición del Museo Arqueológico Nacional de Atenas

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