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  • Cuatrocientos murieron, yo sobreviví
    ¡Despertad! 1987 | 8 de noviembre
    • Al poco rato oí el sonido de alguien que removía escombros. “Señor Quijano —grité—, ¡Dios ha enviado a alguien para salvarnos! ¡Estarán aquí pronto y les diré que lo saquen!” Su única respuesta fue un leve gemido y, luego, silencio.

      No mucho después, una voz llamó desde la zona oscura que había frente a mí: “¿Hay alguien ahí?”.

      “¡Sí, sí!”, grité.

      “¿Cuántos?”

      “Somos varios, y algunos están gravemente heridos”, respondí. Siguieron sacando escombros. Entonces oí: “¿Ve usted una luz?”.

      “¡Sí —grité—, veo la luz!” Nuestros rescatadores continuaron levantando los escombros para agrandar la abertura, y, poco después, la luz prácticamente iluminó la zona en la que yo yacía.

      “¿Puede ver una salida siguiendo la luz?”, gritaron los rescatadores. “¡Sí, lo intentaré!”, respondí.

      Grité a los del segundo piso: “¡Vengan aquí, traten de venir aquí! ¡Podemos salir! ¡Que pase el niño primero!”.

      Empecé a arrastrarme sobre pedazos de hierro retorcido, ladrillo, vidrio y hormigón. “Tengo que seguir avanzando —pensé—. No puedo quedarme aquí.” Estaba lo suficientemente cerca de la abertura como para alcanzar un tubo que habían introducido por ella y al que habían sujetado una máscara de oxígeno. Seguí avanzando centímetro a centímetro hasta que llegué a la estrecha abertura.

      Los rescatadores tiraron de mí hacia fuera, primero un brazo y después el resto del cuerpo. Tenía toda la ropa rasgada y el cuerpo arañado. “¿Cómo se siente?”, preguntaron. “Feliz”, respondí.

      Cuando llegué a la calle, había un mar de personas, algunas ayudando a los heridos, otras excavando en las ruinas del edificio. Observadores angustiados vinieron a mí, queriendo saber en qué parte del edificio había estado.

      “¿Ha visto a mi esposa?”, “¿Ha visto a mi padre?”, “¿Vio usted a mi hermana?”, preguntaban desesperados. Solo pude responder: “Hay muchos más atrapados allí, y vivos; sigan intentándolo”.

      Hubo otros que fueron rescatados por la misma abertura que yo, algunos gravemente heridos. Muchos otros, sin embargo, murieron asfixiados. En la calle, al lado mismo del edificio, había un cuadro muy triste: una fila de cadáveres. El señor Quijano y el niño de la segunda planta estaban entre estos desafortunados.—Según lo relató Antonieta de Urbina.

  • Cuatrocientos murieron, yo sobreviví
    ¡Despertad! 1987 | 8 de noviembre
    • Antonieta de Urbina fue rescatada con vida a últimas horas de la tarde del primer día del terremoto

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