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La mujer. ¿Se la respeta hoy día?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta hoy día?
¿POR qué debería siquiera plantearse esta pregunta?, podrían inquirir sorprendidos algunos hombres. Pero cuando examinamos el trato que la mujer ha recibido a lo largo de la historia —y actualmente— en todo el mundo, con unas cuantas preguntas sencillas tendremos la clave de por qué se plantea dicha cuestión.
En las relaciones humanas, ¿quiénes han sido las principales víctimas y quiénes los opresores? ¿Quiénes han recibido más maltratos en el matrimonio? ¿Los hombres, o las mujeres? ¿A quiénes se ha violado tanto en tiempos de paz como de guerra? ¿Quiénes han sido las principales víctimas de los abusos sexuales de menores? ¿Los niños, o las niñas? ¿A quiénes se ha consignado a menudo en los decretos humanos como ciudadanos de segunda clase? ¿A quiénes se les ha negado el derecho a votar? ¿Quiénes han tenido una oportunidad limitada de recibir educación? ¿Los hombres, o las mujeres?
Podrían formularse muchas más preguntas, pero los hechos hablan por sí solos. En su libro May You Be the Mother of a Hundred Sons (Que llegues a ser madre de un centenar de hijos), Elisabeth Bumiller escribe, basándose en las experiencias que tuvo en la India: “La ‘típica’ mujer de la India, que representa a aproximadamente el 75% de los cuatrocientos millones de mujeres y niñas indias, vive en una aldea. [...] No sabe leer ni escribir, aunque le gustaría aprender, y raras veces ha viajado a más de 30 kilómetros de su lugar de nacimiento”. Esta disparidad en el campo de la educación no es un problema circunscrito a la India: se da en todo el mundo.
En Japón, como en otros muchos países, todavía existe desigualdad. Según The Asahi Yearbook de 1991, en las carreras universitarias de cuatro años hay 1.460.000 estudiantes varones, mientras que la cifra de mujeres es de 600.000. No hay duda de que en todas partes del mundo las mujeres pueden dar testimonio de que sus oportunidades en el campo de la educación son inferiores. Han tenido que afrontar la actitud general de que ‘la educación es para los muchachos’.
En su reciente libro Backlash—The Undeclared War Against American Women (Contraofensiva: Guerra oculta contra la mujer estadounidense), Susan Faludi formula algunas preguntas pertinentes sobre la condición de la mujer en Estados Unidos. “Si las mujeres estadounidenses gozan de tanta igualdad, ¿a qué se debe que dos terceras partes de todos los adultos pobres sean mujeres? [...] ¿Por qué siguen teniendo muchas más probabilidades que los hombres de vivir en casas en mal estado y de no recibir ningún tipo de seguro médico, y el doble de probabilidades de no cobrar ninguna pensión?”
Las mujeres han sido las que más han sufrido. Han aguantado ultrajes, insultos, acoso sexual y falta de respeto por parte de los hombres. Este maltrato de ningún modo se limita a los llamados países en vías de desarrollo. El Comité de Asuntos Jurídicos del senado norteamericano recientemente compiló un informe sobre los actos de violencia perpetrados contra mujeres. Los datos revelados fueron espantosos. “Cada seis minutos es violada una mujer; cada quince segundos es golpeada una mujer. [...] En este país, ninguna mujer está inmune contra los delitos violentos. De cada cuatro mujeres estadounidenses que viven hoy, tres serán víctimas de por lo menos un delito violento.” En un año, de tres a cuatro millones de mujeres sufrieron maltratos a manos de sus maridos. Como consecuencia de esta deplorable situación, en 1990 el senado promulgó el Violence Against Women Act of 1990, un decreto sobre la violencia contra la mujer. (Senate Report [Informe del senado], The Violence Against Women Act of 1990.)
Examinemos ahora algunas de las situaciones ultrajantes que la mujer ha tenido que aguantar por parte del hombre en diferentes partes del mundo. Y en los últimos dos artículos de esta serie consideraremos cómo hombres y mujeres de todos los niveles sociales pueden mostrarse respeto mutuo.
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La mujer. ¿Se la respeta en casa?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta en casa?
“Todas tuvieron una muerte horrible. [...] Y aunque habían muerto de forma diferente, las circunstancias subyacentes eran las mismas: La policía de Quebec [Canadá] dice que todas ellas murieron a manos de un anterior o actual marido o amante. Este año [1990] han sido asesinadas en Quebec 21 mujeres, víctimas de una oleada de violencia conyugal.” (Revista Maclean’s, 22 de octubre de 1990.)
LA VIOLENCIA doméstica, denominada por algunos “la cara oculta de la vida de familia”, produce una cosecha de familias rotas, y crea en los hijos una opinión torcida de cómo deben ser las relaciones matrimoniales. Los hijos tratan de entender por qué papá golpea a mamá —o, aunque con menos frecuencia, por qué trata mamá de una manera tan cruel a papá—, y no saben a cuál de los dos ser leales. Entre otras cosas, la violencia familiar contribuye a que los hijos varones, al crecer, también golpeen a su esposa. El ejemplo del padre les ha dejado marcados con graves problemas psicológicos y de personalidad.
Una publicación de las Naciones Unidas titulada The World’s Women—1970-1990 (Las mujeres del mundo: 1970-1990) dice: “Se cree que los ataques de hombres contra mujeres en su propio domicilio son los delitos que menos se denuncian, en parte porque ese tipo de violencia se considera un mal social, no un delito”.
¿Qué gravedad reviste el maltrato conyugal en Estados Unidos? El informe senatorial citado en el artículo anterior declara: “La expresión ‘violencia doméstica’ puede sonar inocua, pero el comportamiento que describe no es nada inofensivo. Los datos presentan un cuadro espeluznante de lo grave —de hecho, hasta mortífero— que puede ser el maltrato conyugal. Cada año mueren entre dos mil y cuatro mil mujeres a consecuencia de maltratos. [...] A diferencia de otros delitos, los maltratos conyugales son una forma ‘crónica’ de violencia, porque la intimidación es persistente y los daños físicos se producen repetidamente”.
La revista World Health dice: “La violencia contra la mujer acontece en todo país y en toda clase social y económica. En muchas culturas se considera que golpear a la esposa es un derecho del hombre. Muchas veces los habituales golpes y violaciones de mujeres y niñas se consideran ‘asuntos privados’ que no atañen ni a las autoridades ni al personal sanitario”. Tales actos de violencia en el domicilio pueden fácilmente trascender al entorno escolar.
Un ejemplo de lo anterior es lo que sucedió en julio de 1991 en un internado mixto de Kenia. El periódico The New York Times publicó que “71 muchachas fueron violadas por chicos del internado y otras 19 perdieron la vida en una noche de violencia perpetrada en los dormitorios que, según se informó, [...] pasó sin ser investigada ni por la policía local ni por los maestros”. ¿Cómo se puede explicar semejante arrebato de violencia sexual? “Esta tragedia ha subrayado el abominable machismo que domina la vida social de Kenia —escribió Hilary Ng’Weno, redactor jefe de The Weekly Review, la revista más leída de Kenia—. La situación de nuestras mujeres y niñas es lamentable. [...] Hemos enseñado a nuestros hijos a tener poco respeto, si acaso alguno, a las niñas.”
Ese es el quid del problema en todo el mundo: Se suele educar a los niños para que vean a las niñas y a las mujeres como criaturas inferiores, explotables. A las mujeres se las ve vulnerables y fácilmente dominables. Y de ahí solo resta un paso para que se les falte al respeto y para el machismo absoluto, y otro paso igualmente corto para la violación por un conocido o por su propia pareja. Respecto a la violación, no debe olvidarse que “puede consumarse en unos momentos, pero sentirse durante toda la vida”. (Senate Report.)
A muchos hombres se les puede describir como misóginos subliminales, hombres que, aunque no emplean necesariamente la violencia física contra las mujeres, en su subconsciente las odian. En lugar de la violencia física, recurren a los abusos o maltratos psicológicos. En su libro Men Who Hate Women & the Women Who Love Them (Hombres que odian a las mujeres, y las mujeres que los aman), la doctora Susan Forward dice: “Según la descripción de sus parejas, [estos hombres] muchas veces eran encantadores e incluso cariñosos, pero de repente podían comportarse de manera cruel, exigente e insultante. Su comportamiento abarcaba un amplio espectro, desde amenazas e intimidación manifiestas hasta ataques más sutiles y disimulados, que tomaban la forma de comentarios humillantes constantes o crítica erosiva. Prescindiendo del estilo, los resultados eran los mismos. El hombre conseguía controlar a la mujer por medio de oprimirla. Estos hombres también rechazaban cualquier responsabilidad por el efecto emocional de los maltratos en su pareja”.
Yasuko,a una japonesa menuda que lleva casada quince años, habló a ¡Despertad! de lo que pasaba en su familia: “Mi padre siempre golpeaba y maltrataba a mi madre. Le daba patadas y puñetazos, la arrastraba del pelo y hasta le tiraba piedras. ¿Y saben por qué? Porque se atrevió a pedirle explicaciones respecto a su infidelidad con otra mujer. Lo que sucede es que en la cultura japonesa se ha considerado bastante normal que algunos hombres tengan una querida. Mi madre se anticipó a su época y rehusó aceptar aquella situación. Después de dieciséis años de matrimonio y de haber tenido cuatro hijos, consiguió el divorcio. Pero no recibió ninguna ayuda de mi padre para la manutención de los hijos”.
Sin embargo, aun en lugares donde estos casos de maltrato se denuncian a las autoridades, no siempre se ha podido impedir que un marido vengativo asesine a su mujer. En muchas ocasiones, en países como Estados Unidos, la ley no ha sido capaz de proteger a una esposa amenazada y aterrorizada. “Cierto estudio reveló que en más de la mitad de todos los casos de mujeres asesinadas por sus maridos, se había requerido la presencia policial cinco veces durante el año anterior para investigar una queja de violencia doméstica.” (Senate Report.) En algunos casos extremos, la mujer ha llegado a matar a su marido para salvarse de más abusos.
La violencia doméstica, que suele cebarse en la mujer, se manifiesta de muchas maneras diferentes. En la India, las denuncias de ‘muertes por causa de la dote’ (maridos que matan a su mujer porque no están satisfechos con la dote pagada por la familia de ella) aumentaron de 2.209 en 1988 a 4.835 en 1990. Sin embargo, estas cifras no pueden considerarse completas o exactas, pues muchas de estas muertes se informan como accidentes domésticos. (Por lo general las queman deliberadamente con queroseno del que se utiliza para cocinar.) A eso hay que añadir los suicidios de esposas que ya no pueden aguantar más el sufrimiento que experimentan en casa.
Prefieren un hijo a una hija
A las mujeres se las discrimina desde que nacen e incluso antes de nacer. ¿Cómo? ¡Despertad! entrevistó a Madhu, una mujer de Bombay (India), que dijo al respecto: “Cuando a una familia de la India le nace un hijo varón, todos se regocijan. Los problemas de la madre han terminado. Ahora los padres tienen un hijo que cuidará de ellos cuando envejezcan. Tienen garantizada su ‘seguridad social’. Pero si la madre da a luz una hija, se la considera una fracasada. Es como si simplemente hubiese traído al mundo otra carga. Los padres van a tener que pagar una elevada dote para que alguien se case con ella. Y si una madre sigue teniendo hijas, es una incompetente”.b
Una revista de la India titulada Indian Express dijo lo siguiente respecto a las niñas de ese país: “Su supervivencia no se considera realmente importante para la supervivencia de la familia”. Esa misma fuente citó una encuesta llevada a cabo en Bombay que “reveló que, de cada 8.000 fetos abortados después de las pruebas para determinar el sexo, 7.999 eran del sexo femenino”.
Elisabeth Bumiller escribe: “La situación de algunas mujeres de la India es tan desdichada que si recibiesen la atención que se otorga en otras partes del mundo a las minorías étnicas y raciales, su causa sería defendida por grupos pro derechos humanos”. (May You Be the Mother of a Hundred Sons.)
“El trabajo de la mujer nunca termina”
“El trabajo de la mujer nunca termina” puede parecer una frase estereotipada, pero expresa una verdad que los hombres a menudo pasan por alto. Una mujer con hijos no puede permitirse el lujo de tener un horario laboral fijo de ocho horas como suelen tener los hombres. Si un bebé llora de noche, ¿quién es el que con más probabilidad le atenderá? ¿Quién limpia la casa, lava la ropa y la plancha? ¿Quién prepara y sirve las comidas cuando el marido regresa a casa del trabajo? ¿Quién recoge todo después de las comidas y prepara a los hijos para que se acuesten? Y en muchos países, además de todo esto, ¿quién se espera que salga a buscar agua y hasta trabaje en los campos con un bebé cargado a la espalda? Normalmente es la madre. Su horario no se limita a ocho o nueve horas diarias; con frecuencia sigue un horario de doce a catorce horas o más. Sin embargo, todas esas horas extraordinarias no se las paga nadie... y generalmente tampoco hay nadie que le dé las gracias.
Según la revista World Health, en Etiopía se espera que muchas “mujeres trabajen de dieciséis a dieciocho horas diarias, [y] sus ingresos son tan escasos que no pueden mantenerse a sí mismas y a sus familias. [...] El hambre es un fenómeno cotidiano; en la mayoría de los casos, ellas [las mujeres que recogen y transportan leña] solo reciben una comida incompleta diaria y, por lo general, salen de casa sin desayunar”.
Siu, oriunda de Hong Kong y casada hace veinte años, dijo: “En el contexto chino, los hombres han tendido a minimizar a las mujeres, considerándolas como las que hacen las tareas domésticas y dan a luz a los hijos, o se van al otro extremo y las ven como ídolos, juguetes u objetos sexuales. Pero lo que las mujeres queremos en realidad es que se nos trate como seres inteligentes. Queremos que los hombres nos escuchen cuando hablamos, y que no actúen como si fuésemos bobas”.
No es de extrañar que el libro Men and Women (Hombres y mujeres) diga: “En todas partes, aunque a las mujeres se las tenga en alta estima, las actividades de los hombres son más valoradas que las de las mujeres. No importa en lo más mínimo cómo reparta una sociedad los papeles y las tareas entre los sexos; el rol del hombre inevitablemente vale más a los ojos de toda la comunidad”.
La realidad del caso es que el papel que desempeña la mujer en el hogar suele darse por sentado. De ahí que el prólogo de la publicación The World’s Women—1970-1990 diga: “Las condiciones de vida de la mujer —y su contribución a la familia, la economía y la casa— generalmente pasan inadvertidas. Muchas estadísticas han sido concebidas pensando en las condiciones y la contribución de los hombres, no de las mujeres, o simplemente no hacen distinción de sexos. [...] La mayor parte del trabajo que realizan las mujeres se sigue considerando de ningún valor económico, y ni siquiera se pondera”.
En 1934, el escritor norteamericano Gerald W. Johnson expresó una serie de opiniones sobre la mujer en el lugar de empleo: “La mujer recibe muchas veces el empleo de un hombre, pero en raras ocasiones recibe el sueldo de un hombre. La razón es que no hay ningún tipo concebible de trabajo cotidiano que no puedan desempeñarlo mejor algunos hombres que cualquier mujer. Los mejores modistos y sombrereros son hombres [...]. Los mejores cocineros son invariablemente hombres. [...] En estos momentos es un hecho que cualquier patrono está dispuesto a dar más dinero a un hombre que a una mujer por el mismo trabajo, pues tiene razones para creer que el hombre lo desempeñará mejor”. Ese comentario, aunque quizás irónico, reflejaba los prejuicios de la época, prejuicios que todavía prevalecen en muchas mentalidades masculinas.
La falta de respeto es un problema mundial
Cada cultura ha desarrollado sus propias actitudes, inclinaciones y prejuicios tocante al papel de la mujer en la sociedad. Pero la pregunta es: ¿Manifiestan estas actitudes el debido respeto por la dignidad de la mujer? ¿O reflejan más bien el dominio que el hombre ha ejercido sobre la mujer a lo largo de los siglos debido a su, por lo general, mayor fuerza física? Si a las mujeres se las trata como a esclavas u objetos que pueden ser explotados, ¿dónde está el respeto por su dignidad? A mayor o menor grado, la mayoría de las culturas han menospreciado el papel de la mujer y socavado su amor propio.
El siguiente ejemplo, procedente de África, es uno de los muchos que se dan por todo el mundo: “Las mujeres yoruba [de Nigeria] deben hacer ver que son ignorantes y condescendientes en la presencia de su marido, y cuando sirven la comida tienen que arrodillarse a los pies de su marido”. (Men and Women.) En otras partes del mundo, este servilismo puede manifestarse de diversas maneras: caminar detrás del marido, manteniendo cierta distancia; ir a pie mientras él va a caballo o en mula; cargar bultos pesados mientras su marido no lleva ninguno; comer aparte, etcétera.
En su libro The Japanese, Edwin Reischauer, nacido y criado en Japón, escribió: “En Japón son muy evidentes las actitudes machistas. [...] Todavía es común observar un doble rasero sexual que deja al hombre libre y a la mujer restringida. [...] Además, se espera que las mujeres casadas sean mucho más fieles que los hombres”.
En Japón, como en muchos países, el acoso sexual es un problema, especialmente en los atestados vagones del metro en las horas punta. Yasuko, de la ciudad de Hino, a las afueras de Tokio, explicó lo siguiente a ¡Despertad!: “De joven, solía ir todos los días a Tokio en metro. Me resultaba muy violento porque algunos hombres se aprovechaban de la situación para pellizcarte y palparte por donde podían. ¿Qué podíamos hacer las mujeres? Teníamos que aguantarnos. Pero era vergonzoso. En la hora punta de la mañana había un vagón especial para mujeres, así que por lo menos algunas podían escapar de aquellas indignidades”.
Sue, que antes residía en Japón, tenía su propia forma de librarse de aquellas molestias. Decía en voz alta: “¡Fuzakenai de kudasai!”, que significa “¡Deje de molestar!”. Ella explica: “Aquello captaba en seguida la atención y daba resultados. Nadie quería quedar mal delante de los demás, así que, desde ese momento, ¡no me tocaba ni un solo hombre!”.
La falta de respeto hacia la mujer en el círculo familiar es obviamente un problema mundial. Pero ¿cuál es la situación en el lugar de empleo? ¿Reciben más respeto y reconocimiento?
[Notas a pie de página]
a Como los entrevistados pidieron permanecer anónimos, en estos artículos se les ha dado otro nombre.
b Los maridos casi siempre dan por sentado que la culpa de tener hijas es de la mujer. En sus cálculos no entran las leyes de la genética. (Véase el recuadro de esta página.)
[Fotografía en la página 7]
Centenares de millones de mujeres viven sin agua corriente ni sistema de eliminación de aguas residuales ni electricidad en su casa... si acaso tienen casa
[Recuadro en la página 6]
¿Cómo se determina el sexo de una criatura?
“El sexo de la criatura no nacida se decide en el instante de la fecundación, y el elemento determinante es el espermatozoide del padre. Cada óvulo que produce una mujer es de sexo femenino en el sentido de que contiene un cromosoma sexual X, o femenino. En el hombre, solo la mitad de los espermatozoides tienen un cromosoma X; la otra mitad tienen Y, el cromosoma sexual masculino.” Por consiguiente, si se unen dos cromosomas X, nacerá una niña; si un cromosoma masculino Y se une al femenino X, nacerá un niño. Así pues, el que una mujer tenga un niño o una niña lo deciden los cromosomas del esperma masculino. (ABC’s of the Human Body [Nociones del cuerpo humano], editado por Reader’s Digest.) Es ilógico que un hombre culpe a su mujer de que solo les nazcan hijas. No habría que culpar a nadie. La procreación es, en cierto modo, como el juego de la lotería.
[Recuadro/Fotografía en la página 8]
Una tragedia de enormes proporciones
En su libro Feminism Without Illusions (Feminismo sin ilusiones), Elizabeth Fox-Genovese escribió: “Hay buenas razones para creer que muchos hombres [...] se sienten cada vez más tentados a utilizar [su] fuerza en la única situación en la que todavía esta les da cierta ventaja: sus relaciones personales con las mujeres. Si mis sospechas son ciertas, nos encontramos ante una tragedia de enormes proporciones”. Y esa tragedia de enormes proporciones abarca a los millones de mujeres que diariamente sufren a manos de un hombre que las tiraniza —sea marido, padre o cualquier otro—, un hombre que no “obra con equidad y justicia”.
“En treinta estados [de Estados Unidos], todavía es legal —en términos generales— que un marido viole a su mujer; y solo diez estados tienen leyes que autorizan la detención de una persona por violencia doméstica [...]. Las mujeres que no tienen más opción que la de huir descubren que esta tampoco es una buena alternativa. [...] Un tercio del millón anual de mujeres maltratadas que busca un centro de acogida transitorio, no encuentra ninguno.” (Prólogo del libro Backlash—The Undeclared War Against American Women, de Susan Faludi.)
[Fotografía]
Para millones de mujeres, la violencia doméstica es la cara oculta de la vida de familia
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La mujer. ¿Se la respeta en el lugar de trabajo?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta en el lugar de trabajo?
“La mayoría de los hombres, solteros o casados, veían a las mujeres como presa fácil.” —Jenny, ex secretaria jurídica.
“En el ámbito hospitalario es notorio el acoso y el abuso sexual de la mujer.” —Sarah, enfermera diplomada.
“En el trabajo me hacían constantemente proposiciones deshonestas.” —Jean, enfermera diplomada.
¿SON estos casos una excepción, o son la regla general? ¡Despertad! entrevistó a varias mujeres con experiencia en el campo laboral. ¿Las trataban con respeto y dignidad los hombres que trabajaban con ellas? Esto fue lo que nos dijeron:
Sarah, enfermera de Nueva Jersey (E.U.A.) con nueve años de experiencia en hospitales militares de Estados Unidos: “Recuerdo cuando trabajaba en San Antonio (Texas) y surgió una vacante en el departamento de hemodiálisis. Pregunté a un grupo de médicos qué tenía que hacer para conseguir ese puesto de trabajo. Uno me respondió con una sonrisa socarrona: ‘Acostarse con el médico jefe’. Simplemente le respondí: ‘Con esas condiciones no quiero el empleo’. Pero así se decide muchas veces un ascenso o un puesto de trabajo. La mujer tiene que doblegarse ante la lascivia del hombre prepotente.
”En otra ocasión me encontraba en una unidad de cuidados intensivos colocando los tubos a un paciente, cuando pasó un médico y me dio un pellizco en el trasero. Me puse furiosa y salí impetuosamente hacia una sala cercana. Él me siguió y dijo una ordinariez. Lo golpeé con tanta fuerza que cayó dentro de un cubo de basura. Regresé de inmediato a atender a mi paciente. Ni que decir tiene que nunca volvió a acosarme.”
Miriam, una egipcia casada que antes trabajaba de secretaria en El Cairo, dijo lo siguiente respecto a la situación de las mujeres que trabajan en un entorno musulmán egipcio: “Las mujeres visten con más modestia que en la sociedad occidental. No observé ningún tipo de acoso sexual en mi lugar de trabajo. Pero en el metro de El Cairo existe tal grado de acoso sexual que actualmente se reserva el primer vagón para las mujeres”.
Jean, una mujer callada pero decidida, con veinte años de experiencia como enfermera, dijo: “Yo me apegué estrictamente a la decisión de no salir nunca con ningún hombre del trabajo. Pero tanto los médicos como los enfermeros me acosaban de continuo. Todos se creían con superioridad psicológica. Si las enfermeras no ‘cooperábamos’ con ellos en sus deseos sexuales, los enfermeros no estaban presentes cuando necesitábamos ayuda para levantar a un paciente y colocarlo en la cama, o cosas parecidas”.
Jenny trabajó de secretaria jurídica durante siete años. Ella explica lo que veía cuando trabajaba con abogados: “La mayoría de los hombres, solteros o casados, veían a las mujeres como presa fácil. Su actitud era: ‘Somos abogados y nos los hemos ganado; las mujeres son uno de nuestros privilegios’”. Y todo parece indicar que otros profesionales son de la misma opinión. Por tanto, ¿qué puede hacer una mujer para reducir dicho acoso?
Darlene, una estadounidense de raza negra que trabajaba de secretaria y también de camarera de restaurante, dijo: “Si una mujer no establece sus límites de conducta, las cosas pueden ir mal. Si un hombre empieza a bromear con ella y ella le devuelve la broma, es muy fácil que la situación se le escape de las manos. Yo he tenido que dejar bien clara mi posición en diferentes ocasiones. He dicho cosas como: ‘Le agradecería que no me hablase en esos términos’. En otra ocasión dije: ‘Soy una mujer casada, y lo que ha dicho me resulta ofensivo; no creo que a mi marido le gustase’.
”La clave está en que, si queremos que se nos respete, hay que ganarse dicho respeto. Y no entiendo cómo puede ganarse el respeto una mujer que trata de competir con los hombres en lo que a mi modo de ver es habla grosera: chistes subidos de tono e insinuaciones sexuales. Si una mujer no deja claro dónde termina para ella el tipo de habla y conducta aceptable y dónde empieza el que no lo es, algún hombre tratará de sobrepasarse.”
Prepotencia masculina
Connie, enfermera con catorce años de experiencia, explicó otra forma de acoso que puede aflorar en muchos ambientes. “Estaba efectuando un cambio de vendajes rutinario junto con un médico. Seguía todos los pasos estándar que había aprendido. Conozco bien la técnica de esterilización de vendas y heridas, etcétera. Pero para el médico, nada de lo que hacía estaba bien. Se enfadaba conmigo, me regañaba y criticaba todos mis movimientos. Este tipo de trato, el de rebajar a las mujeres, es bastante frecuente. Algunos hombres tienen un problema de ego, y parece que necesitan imponer su autoridad sobre las mujeres que trabajan con ellos.”
Sarah, citada antes, explicó un caso similar que le sucedió a ella: “Estábamos con los preparativos de una operación, y comprobé las constantes vitales del paciente. Su electrocardiograma era tan irregular que sabía que no estaba en condiciones de ser operado. Cometí el error de comunicárselo al cirujano. Se puso furioso y me respondió: ‘Las enfermeras tienen que fijarse en los orinales, no en los electrocardiogramas’. Así que me limité a notificárselo al anestesiólogo jefe, y él dijo que en tales circunstancias su equipo no cooperaría con el cirujano. Entonces, el cirujano le dijo a la esposa del paciente que yo tenía la culpa de que a su marido todavía no se le operase. En una situación como esa, la mujer siempre tiene las de perder. ¿Por qué? Porque inconscientemente ha desafiado el ego de un hombre”.
Está claro que las mujeres muchas veces se ven acosadas y rebajadas en el lugar de trabajo. Pero ¿cuál es su situación ante la ley?
La mujer y la ley
En algunos países la mujer ha tardado muchos siglos en conseguir igualdad, aunque solo sea teórica, ante la ley. Y aun cuando la ley hable de igualdad, suele haber un gran abismo entre la teoría y la práctica.
La publicación de las Naciones Unidas titulada The World’s Women—1970-1990 dice: “Esta brecha [en la política gubernamental] ha quedado recogida en gran parte en las leyes que niegan a la mujer la igualdad con el hombre en lo que respecta a sus derechos de tenencia de tierras, solicitud de préstamos de dinero y firma de contratos”. Una mujer de Uganda declaró: “Seguimos siendo ciudadanas de segunda clase... o de tercera clase más bien, pues nuestros hijos varones van delante nuestro. Hasta los burros y los tractores reciben a veces mejor trato”.
El libro Men and Women, editado por Time-Life, dice: “En 1920, la Decimonovena Enmienda de la Constitución de Estados Unidos garantizó a las mujeres el derecho al voto, mucho después que en bastantes países europeos. Pero en Gran Bretaña no se les concedió ese privilegio hasta el año 1928 (y en Japón hasta después de la II Guerra Mundial)”. Como protesta por la injusticia política a la que se sometía a las mujeres, Emily Wilding Davison, sufragista británica, se echó delante del caballo del rey en el derby de 1913, y perdió la vida. Se convirtió en una mártir en la causa de la igualdad de derechos para la mujer.
El propio hecho de que en fechas tan tardías como el año 1990 el senado de Estados Unidos promulgase el decreto Violence Against Women Act, indica que las legislaturas dominadas por el hombre han sido lentas a la hora de responder a las necesidades de la mujer.
Esta breve descripción del trato que reciben las mujeres en toda la Tierra nos lleva a preguntarnos: ¿Cambiarán las cosas algún día? ¿Qué se necesita para que cambien? En los siguientes dos artículos se analizan estas cuestiones.
[Fotografía en la página 10]
El acoso sexual no tiene por qué tolerarse
[Recuadro/Fotografía en la página 11]
¿A quiénes les va peor?
“Las mujeres efectúan dos terceras partes del trabajo del mundo. Producen entre el 60 y el 80% del alimento de África y Asia, y el 40% del de América Latina. Sin embargo, solo ganan una décima parte de los ingresos del mundo y poseen menos del 1% de las propiedades del mundo. Figuran entre los pobres más pobres del mundo.” (May You Be the Mother of a Hundred Sons, de Elisabeth Bumiller.)
“Lo cierto es que [en algunas partes del mundo] las niñas no van a la escuela porque no hay agua potable. [...] He visto a jovencitas ir a buscar agua potable a distancias de entre veinte y a veces treinta kilómetros, lo que les toma todo el día. Para cuando tienen catorce o quince años, estas niñas [...] no han ido nunca a la escuela; no han aprendido nunca nada.” (Jacques-Yves Cousteau, The Unesco Courier, noviembre de 1991.)
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El respeto a la mujer en la vida cotidiana¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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El respeto a la mujer en la vida cotidiana
SI LA mujer ha de ser respetada más de lo que se la respeta ahora, ¿dónde y cuándo deben comenzar los cambios? Pues bien, ¿dónde y cuándo acostumbran a desarrollarse las inclinaciones y los prejuicios? En casa y en la escuela, durante los años de formación. Gran parte de nuestras actitudes se desarrollan bajo la influencia de nuestros padres. Por eso, ¿quiénes, lógicamente, pueden ejercer una gran influencia en la actitud que los jóvenes tengan para con las mujeres en el futuro? Es obvio que son el padre y la madre. Por lo tanto, una de las claves para mejorar ese problema es una educación apropiada que penetre en el hogar e influya en los padres.
Cómo se considera a la mujer
Una prueba de que los prejuicios nacen en el propio hogar la tenemos en el caso de Jenny, la mayor de cuatro hermanas, casada y que trabaja de secretaria. Ella dijo: “De jovencitas siempre éramos conscientes de que en Estados Unidos hay más mujeres que hombres. De modo que si una mujer quiere casarse, ha de esforzarse por gustar.
”Luego, a las mujeres se nos condiciona para que pensemos que somos criaturas inferiores. A veces hasta los padres nos hacen pensar que valemos menos que los chicos. Cuando algún hombre entra en la vida de una mujer, transmite el mismo mensaje: la mujer es inferior al hombre.
”¿Y por qué razón tenemos que fundar principalmente nuestro amor propio en las proporciones del cuerpo y en los encantos físicos que tengamos o no tengamos? ¿Acaso se juzga a los hombres sobre esas premisas?”
Betty, ex directora de un establecimiento comercial, que lleva casada treinta y dos años, comentó otro detalle al respecto: “¿Por qué se juzga a las mujeres por su sexo en lugar de por su experiencia, habilidad e inteligencia? Solo pido que los hombres escuchen lo que pienso. ¡Que no me rebajen por ser mujer!
”Con demasiada frecuencia, los hombres nos ven como si fuésemos todas tontas o estúpidas, demasiado tontas como para tomar una buena decisión. ¿Me entienden? Que nos traten como les gustaría que les tratasen a ellos. ¡Así pronto nos verían de otra forma!” Todo lo que ella pide es que los hombres apliquen la regla áurea y traten a los demás como quisieran que les trataran a ellos. (Mateo 7:12.)
Los argumentos de estas mujeres son muy válidos. La verdadera valía de una mujer no tendría que basarse en algo superficial como la apariencia y los encantos físicos ni tampoco en prejuicios culturales. Un refrán español lo expresa así: “Una mujer hermosa gusta a los ojos; una mujer buena gusta al corazón. Si aquella es una joya, esta es un tesoro”.
La Biblia comenta algo parecido pero con otras palabras: “Que el adorno de ustedes no consista en cosas externas, como peinados exagerados, joyas de oro o vestidos lujosos, sino en lo íntimo del corazón, en la belleza incorruptible de un espíritu suave y tranquilo. Esta belleza vale mucho delante de Dios”. Y tal como no deberíamos juzgar un libro tan solo por sus tapas, tampoco deberíamos juzgar a las personas simplemente por su sexo. (1 Pedro 3:3, 4, Versión Popular.)
El respeto en el hogar
Una queja legítima de muchas mujeres, especialmente de las esposas y madres que trabajan fuera de casa, es que los maridos no reconocen la faena de la casa como un trabajo adicional y, por lo tanto, no suelen ayudar a efectuarla. Susan Faludi, citada anteriormente en esta serie de artículos, dice: “Las mujeres tampoco disfrutan de igualdad en su propia casa, pues el 70% de las tareas domésticas todavía recaen sobre sus espaldas”. ¿Qué solución hay para esta injusticia?
Aunque quizás no agrade a muchos maridos en algunas culturas, debería elaborarse un plan de trabajo justo y equilibrado en lo referente a las tareas domésticas, especialmente si la esposa también trabaja fuera de casa. Por supuesto, al distribuir las tareas también deberían tenerse en cuenta trabajos que normalmente desempeña el hombre, como ocuparse del automóvil, cuidar el jardín o el huerto, reparaciones de fontanería, de electricidad... trabajos que, sin embargo, raras veces requieren la misma cantidad de tiempo que invierte la esposa en la faena de la casa. En algunos países los maridos esperan incluso que la esposa lave el automóvil y lo mantenga limpio, como si fuese una extensión de la casa.
En cierto modo, esta sugerencia de ayudar en las tareas domésticas está en armonía con el consejo que da el apóstol Pedro a los maridos de morar con su esposa “de acuerdo con conocimiento”. (1 Pedro 3:7.) Entre otras cosas, esto significa que el marido no debería ser simplemente alguien impersonal e insensible que vive bajo el mismo techo. Debería respetar la inteligencia y experiencia de su esposa. También debería entender sus necesidades como mujer, esposa y madre, que no consisten únicamente en que él gane el pan y le lleve un sueldo a casa; hay muchas mujeres que también lo hacen. El marido tiene que entender las necesidades físicas, emocionales, psicológicas, sexuales y, por encima de todo, espirituales de su esposa.
Pero en el caso del marido que dice regir su vida según los principios cristianos, hay una mayor responsabilidad implicada: imitar el ejemplo de Cristo. Cristo brindó una hermosa invitación a “todos los que se afanan y están cargados” cuando dijo: “Yo los refrescaré. [...] Soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas”. (Mateo 11:28, 29.) ¡Qué reto para los maridos y padres cristianos! Estos deberían preguntarse: “¿Soy un refrigerio para mi esposa, o soy represivo con ella? ¿Soy amable y abordable, o tiendo a ser un tirano, un déspota o un dictador? ¿Manifiesto ‘cariño fraternal’ cuando estoy en las reuniones cristianas y, sin embargo, soy insoportable en casa?”. En la congregación cristiana no debería haber ningún marido que tuviese dos caras. (1 Pedro 3:8, 9.)
Por lo tanto, no existe justificación alguna para la siguiente descripción que hizo de su marido una cristiana maltratada: “El cabeza de familia cristiano pero machista es muy agradable en el Salón del Reino y compra regalos para otros, pero luego trata a su mujer como un trapo”. El respeto apropiado hacia la esposa no deja lugar para la represión y la humillación. Por supuesto, también está la otra cara de la moneda: la esposa debería manifestar respeto apropiado a su marido. (Efesios 5:33; 1 Pedro 3:1, 2.)
La doctora Susan Forward confirma lo anterior al escribir: “La buena relación se basa en el respeto mutuo”. De este modo, ambos cónyuges son responsables del éxito de su relación. Luego añade: “Implica interés y sensibilidad para con los sentimientos y las necesidades del otro, así como un aprecio de las cosas que hacen que ambos sean tan especiales. [...] Los cónyuges que se aman encuentran buenas maneras de afrontar las diferencias que existen entre sí; no ven cada choque como una batalla que haya que ganar o perder”. (Men Who Hate Women & the Women Who Love Them.)
La Biblia también da muy buen consejo a los maridos en Efesios 5:28: “Los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama”. ¿Por qué se dice eso? Porque el matrimonio es como una cuenta bancaria conjunta en la que ambos han depositado el cincuenta por ciento. Si un marido utiliza mal parte de ese dinero, perjudicará la situación económica de ambos. De igual manera, si un marido perjudica a su esposa en cualquier sentido, más tarde o más temprano también saldrá perjudicado él. ¿Por qué? Porque su matrimonio es una inversión a medias. Al perjudicar la inversión, se perjudica también a los dos inversores.
Tocante al respeto, es muy importante recordar que no debe exigirse. Aunque cada cónyuge debe respetar al otro, el respeto también ha de ganarse. Cristo nunca trató de imponer su mayor poder o posición para que le respetasen.a De igual manera, en el matrimonio, el marido y la mujer deben ganarse el respeto comportándose de manera considerada el uno para con el otro; no lo exigirán dirigiéndose mutuamente textos bíblicos a modo de estocadas.
El respeto en el trabajo
¿Han de ver los hombres a las mujeres como una amenaza a su ego masculino? En su libro Feminism Without Illusions, Elizabeth FoxGenovese escribió: “A decir verdad, muchas mujeres de hoy quieren lo mismo que muchos hombres: ganarse bien la vida, llevar una vida remuneradora y progresar en el mundo sin crear demasiados problemas”. ¿Debería interpretarse tal deseo o ambición como una amenaza contra los hombres? Elizabeth Fox-Genovese también dijo: “¿Por qué no reconocer que, a pesar de todos los cambios que ha experimentado nuestro mundo o pueda experimentar en el futuro, la diferencia [entre hombre y mujer] siempre existirá y se puede aprender a disfrutar de ella?”.
Los cristianos que sirven de encargados o superintendentes están particularmente obligados a respetar la dignidad de las mujeres que trabajan con ellos y recordar que una mujer casada solo tiene a un hombre como su “cabeza” en sentido bíblico: su marido. Puede que otros hombres estén en puestos de superintendencia y sean respetados por ello; pero en el sentido bíblico, el “cabeza” de la mujer es únicamente su marido, ningún otro hombre. (Efesios 5:22-24.)
Las conversaciones en el lugar de trabajo deberían ser siempre edificantes. Cuando los hombres recurren a conversaciones con doble sentido o insinuaciones sexuales, faltan al respeto a las mujeres, además de perjudicar su propia reputación. Pablo escribió a los cristianos: “Que la fornicación y la inmundicia de toda clase, o la avidez, ni siquiera se mencionen entre ustedes, tal como es propio de personas santas; tampoco comportamiento vergonzoso, ni habla necia, ni bromear obsceno, cosas que no son decorosas, sino, más bien, el dar gracias”. (Efesios 5:3, 4.)
Otra manera de faltar al respeto a una mujer es cambiarle la asignación de trabajo sin tomar en consideración sus sentimientos. Jean, enfermera, dijo: “Sería tan bonito que nos consultasen antes de hacer cambios en nuestras asignaciones de trabajo. Desde luego, sería una demostración de buena psicología. Las mujeres necesitamos que se nos muestre compasión y necesitamos sentir que somos de valor y se nos aprecia”.
Otro aspecto del respeto en el lugar de trabajo es la barrera que algunas mujeres denominan el “techo de cristal”. Esta expresión significa los “prejuicios institucionales que impiden que las mujeres alcancen puestos directivos en la industria privada”. (The New York Times, 3 de enero de 1992.) Respecto a estos prejuicios, un estudio reciente llevado a cabo en Estados Unidos reveló que el porcentaje de puestos elevados de trabajo ocupados por mujeres es muy bajo, desde un 14% en Hawai y un 18% en el estado de Utah hasta un 39% en el estado de Luisiana. Si se respeta a las mujeres, los ascensos en los lugares de trabajo no dependerán de si la persona es hombre o mujer, sino de su aptitud y experiencia. Sharon Harlan, directora de investigaciones, dijo que la situación “está mejorando, pero [...] todavía quedan muchas barreras estructurales ante las mujeres”.
[Nota a pie de página]
a Véanse los artículos de La Atalaya del 15 de mayo de 1989, páginas 10-20, titulados: “Despliegue de amor y respeto por parte del esposo” y “[...] de la esposa”.
[Recuadro en la página 14]
RESPETO: ¿Qué puede hacer la mujer?
● Cultive y mantenga AMOR PROPIO
● Deje claro lo que usted permite que se diga y haga en su presencia
● Establezca los límites de lo que considera conducta y habla aceptables
● No trate de competir con los hombres en el terreno de lo obsceno y los chistes subidos de tono; tal conducta la hace a usted menos señora y a ellos no les convierte en caballeros
● No vista de manera provocativa, prescindiendo de cuál sea la moda actual; su modo de vestir indica cuánto amor propio tiene usted
● Gánese el respeto mediante su conducta; trate a los hombres con el respeto que espera de ellos
● No flirtee
RESPETO: ¿Qué puede hacer el hombre?
● Trate a todas las mujeres con respeto y dignidad; no se sienta amenazado al tratar con una mujer muy segura de sí misma
● No se tome demasiadas confianzas con ninguna mujer que no sea su esposa ni utilice palabras demasiado cariñosas con ellas
● Evite los chistes subidos de tono y las miradas sugerentes
● No sea demasiado halagador y evite tocar a las mujeres de manera impropia
● No rebaje ni socave el trabajo de una mujer ni su persona
● Consulte, escuche y comuníquese de forma objetiva
● Exprese su aprecio por el trabajo de la mujer
● Ayude en las tareas domésticas. Si opina que dichas tareas rebajan su dignidad, ¿qué puede decirse de la de ella?
● Si está casado y vive con sus padres, no sea insensible a las presiones que su esposa debe soportar. Ahora ella es su primera responsabilidad y necesita su apoyo (Mateo 19:5)
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El respeto a la mujer en la congregación¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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El respeto a la mujer en la congregación
LA BIBLIA establece para los cristianos un orden teocrático de jefatura, según el cual Cristo está en sujeción a Dios, el hombre en sujeción a Cristo y la mujer en sujeción a su marido. (1 Corintios 11:3.) Sin embargo, esta sujeción no implica un trato dictatorial. La jefatura en el círculo de la familia nunca se establece con violencia, sea física, psicológica o verbal. Además, la jefatura cristiana es relativa y no significa que un marido pueda ser un déspota que se crea infalible.a Algo que podría ayudar a muchos matrimonios a ser mutuamente reconfortantes y a que su relación perdure, es saber cómo y cuándo decir: “Lo siento, tenías razón”. Sin embargo, qué fácil es que esas expresiones de humildad se nos queden atoradas en la garganta. (Colosenses 3:12-14, 18.)
En sus consejos sobre el matrimonio, los apóstoles cristianos Pablo y Pedro constantemente nos recuerdan el ejemplo de Cristo. El marido se gana el respeto de su mujer mediante su buen ejemplo en imitación del modelo que Cristo estableció, porque “el esposo es cabeza de su esposa como el Cristo también es cabeza de la congregación, siendo él salvador de este cuerpo”. (Efesios 5:23.)
El consejo que Pedro da a los maridos es muy explícito: “Ustedes, esposos, continúen morando con [su esposa] de igual manera, de acuerdo con conocimiento”. (1 Pedro 3:7.) Una traducción moderna de la Biblia en español parafrasea estas ideas diciendo: “Respecto a los maridos: tengan tacto en la vida común, mostrando consideración con la mujer”. Estas palabras abarcan muchos aspectos, incluso el de mostrar sensibilidad en la relación matrimonial. Un marido no debería ver a su esposa como un simple medio de satisfacción sexual. Una esposa que había sufrido abusos sexuales de pequeña, escribió: “Desearía que hablaran más sobre el apoyo que un marido puede dar a una esposa que ha pasado por esa experiencia. La mayoría de las esposas necesitamos saber que realmente se nos ama y se nos cuida, no que tan solo servimos para satisfacer algunos deseos físicos o para desempeñar las labores de ama de casa, sin que exista ningún vínculo emocional”.b Dios instituyó el matrimonio para que el marido y la mujer fuesen compañeros y ayudantes el uno del otro. Es una cuestión de labor de equipo y de aprecio mutuo. (Génesis 2:18; Proverbios 31:28, 29.)
¿En qué sentido es la mujer “un vaso más débil”?
Pedro también aconseja a los maridos que asignen honra a su esposa “como a un vaso más débil, el femenino”. (1 Pedro 3:7.) ¿A qué se refería Pedro cuando dijo que la mujer es “un vaso más débil”? Es cierto que, por lo general, la mujer es físicamente más débil que el hombre. Eso se debe a que su estructura ósea y muscular es diferente. Pero en cuanto a fortaleza moral interna, la mujer no es de ningún modo más débil que el hombre. Las mujeres han aguantado por años situaciones que quizás muchos hombres no tolerarían ni siquiera durante breves instantes —incluyendo maltratos por parte de un cónyuge violento o alcohólico—. Y piense en todo lo que aguanta una mujer para tener un hijo, sin olvidar las dolorosas horas del parto. Cualquier marido con cierto grado de sensibilidad que haya presenciado el milagro del nacimiento de un hijo suyo, ha de ver incrementado el respeto que siente por su esposa y por su gran fortaleza interna.
En 1944, Hannah Levy-Haas —presa judía del campo de concentración nazi de Ravensbrück— escribió en su diario lo que pensaba sobre esta cuestión de la fortaleza moral interna: “Hay una cosa aquí que me disgusta muchísimo, y es ver que, en sentido físico, los hombres son mucho más débiles y mucho menos capaces de resistir dificultades que las mujeres, y con frecuencia también son más débiles en sentido moral. Incapaces de controlarse, manifiestan tal falta de fibra moral que no se puede más que compadecerlos”. (Mothers in the Fatherland [Madres en la patria], de Claudia Koonz.)
Esta experiencia sirve para ilustrar que el simple hecho de que las mujeres posiblemente sean más débiles en sentido físico, no es base para discriminarlas. Edwin Reischauer escribió: “En tiempos modernos es de aceptación general que las mujeres tienen más voluntad y fortaleza psicológica que los hombres”. (The Japanese.) Esta fortaleza puede ser utilizada en la congregación cristiana, pues posiblemente ciertas mujeres maduras podrían ayudar a otras mujeres que atraviesan momentos de grave tensión emocional. Desde luego, hay circunstancias en las que a una mujer que ha sido víctima de abusos le resultará más fácil recurrir a una mujer madura en busca de consuelo inmediato que a un hombre. Aunque, si surge la necesidad, se puede consultar a un anciano cristiano para mayor asesoramiento. (1 Timoteo 5:9, 10; Santiago 5:14, 15.)
A muchas mujeres las irrita que sus reacciones se desestimen por completo por considerarlas emocionales y atribuibles a “los días del mes”. Betty, cristiana practicante, declaró: “Nosotras sabemos que, como escribió el apóstol Pedro, en ciertos aspectos somos el ‘vaso más débil’, el femenino, con una constitución biológica más delicada. Pero eso no significa que un capataz o supervisor tenga que ser condescendiente y paternalista, y atribuir todas las reacciones de una mujer a su ciclo mensual. Somos inteligentes y queremos que se nos escuche con respeto”.
No todas las mujeres son emocionales, tal como no todos los hombres son duros. Cada persona debería ser juzgada individualmente. Betty, citada antes, dijo lo siguiente a ¡Despertad!: “No me gusta que me clasifiquen sobre la base de mi sexo. He visto a hombres llorar y he conocido a hombres con un carácter muy variable. Y hay mujeres que pueden tener un corazón de piedra. Por eso, quisiera que cuando los hombres nos escuchan, fuesen objetivos y no pensasen en nuestro sexo”.
¿Qué se necesita para que las cosas cambien?
Hay quien dice que si las cosas han de cambiar para bien, no basta con que la mujer haga campaña para defender sus derechos y para que se le haga justicia; tampoco es suficiente con que el hombre le haga algún cumplido respetuoso a la mujer. En toda cultura y marco de circunstancias el hombre tiene que examinar el papel que desempeña y preguntarse qué puede hacer para conseguir que la vida de la mujer sea más feliz y placentera. (Mateo 11:28, 29.)
La escritora y poeta Katha Pollitt escribió en la revista Time: “La mayoría de los hombres no violan ni golpean ni matan, claro está. Pero eso no significa, como demasiados hombres parecen creer, que estén totalmente al margen de los actos de violencia perpetrados contra las mujeres. Cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana contribuye a dar forma a los conceptos y las suposiciones culturales que definen los límites de lo permisible. [...] Me refiero a que los hombres se hagan un autoexamen sincero, reflexionando en sus prejuicios y privilegios, asumiendo la responsabilidad que les corresponde por las malas condiciones en que estamos”.
Pero aunque hombres de todo el mundo cambiaran su actitud hacia las mujeres de forma radical, no se solucionarían por completo las injusticias que afligen a la humanidad. ¿Por qué? Porque los hombres cometen injusticias y barbaridades no solo contra las mujeres, sino también contra otros hombres. Guerra, violencia, asesinato, escuadrones de la muerte y terrorismo siguen estando a la orden del día en muchos países. Lo que se necesita es un sistema de gobernación enteramente nuevo para toda la Tierra, y una nueva educación para toda la humanidad. Eso es precisamente lo que Dios ha prometido que sucederá cuando la Tierra sea gobernada por su Reino celestial. Solo entonces existirá verdadera justicia y equidad para todos: hombres, mujeres y niños. Solo entonces existirá verdadero respeto mutuo entre hombres y mujeres. En Isaías 54:13, la Biblia lo expresa con estas palabras: “Todos tus hijos [e hijas] serán personas enseñadas por Jehová, y la paz de tus hijos [e hijas] será abundante”. Efectivamente, la instrucción apropiada en los principios justos de Jehová contribuirá a la existencia de un nuevo mundo en el que reine el respeto mutuo.
[Notas a pie de página]
a Véase “¿Qué significa la sujeción en el matrimonio?”, en La Atalaya del 15 de diciembre de 1991, páginas 19-21.
b Véanse los números de ¡Despertad! del 8 de octubre de 1991, páginas 3-11, y del 8 de abril de 1992, páginas 24-7.
[Fotografía en la página 16]
En muchas ocasiones, una mujer madura puede dar consejos útiles
[Fotografía en la página 17]
Una de las maneras en las que el marido puede mostrar respeto a su esposa es ayudándola en los quehaceres domésticos
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