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  • El bautismo de infantes... ¿por qué se oponen algunos sacerdotes?
    La Atalaya 1986 | 15 de marzo
    • Tomemos por ejemplo la Iglesia Católica Romana. Después del concilio Vaticano II, la iglesia hizo una revisión del rito del bautismo de infantes. Aunque la iglesia aún sigue bautizando a los recién nacidos, se espera de los padres que, primeramente, garanticen que educarán al niño en la doctrina católica. El decreto del Vaticano dice: “Si esta garantía no es verdaderamente firme, puede haber base para demorar la administración del sacramento; y si ni siquiera hay garantías, el sacramento debe ser denegado”. (L’Osservatore Romano, “Normas para el bautismo de infantes”, 1 de diciembre de 1980.)

      Media un gran abismo entre la postura actual de la iglesia y los días en que, según el sacerdote católico Joseph M. Champlin, “los celosos misioneros bautizaban a los niños paganos que encontraban abandonados en el camino” y los sacerdotes “amonestaban a los padres, bajo pena de pecado mortal, a no demorar por más de un mes el bautismo de su recién nacido”.

      ¿Qué razones hay tras este cambio de actitud? En primer lugar, los líderes eclesiásticos ahora reconocen que el bautismo no hace cristiana a la persona. El descenso en la asistencia a los servicios religiosos y una ausencia general de devoción entre los católicos bautizados se han convertido en una verdadera fuente de preocupación. Un artículo en la revista U.S. Catholic dijo: “¿Por qué debería la iglesia agravar el problema al bautizar niños de quienes casi se podría garantizar que cuando lleguen a adultos no serán católicos practicantes?”.

      Sin embargo, la nueva postura respecto al bautismo también pone al descubierto el desacuerdo que existe entre los teólogos. Como indicó el escritor católico Joseph Martos, muchos clérigos sencillamente no creen que el bautismo de infantes sea un “rito mágico que tenga un efecto invisible en el alma”. Para ellos, ese es un punto de vista medieval, anticuado.

      No sorprende entonces que haya muchos católicos sinceros que estén confundidos. ¿No ha enseñado siempre la iglesia que el bebé que no se bautiza puede ir a parar a un infierno ardiente o a vagar por el purgatorio? Algunos se preguntan que, si esto es cierto, ¿cómo puede negarse el bautismo en cualquier circunstancia? Estas preguntas tienen su importancia. Como explicó Vincent Wilkin, un sacerdote católico, la suma de quienes han muerto sin haber sido bautizados totaliza “un vasto e incalculable número que, como es fácil imaginar, constituye la mayoría de la raza humana”.

  • ¿Debe usted bautizar a su bebé?
    La Atalaya 1986 | 15 de marzo
    • Puede ser que los padres consideren que es una experiencia profundamente conmovedora. Sin embargo, ¿se origina esta práctica de la Palabra de Dios? Los teólogos católicos reconocen que no. (Véase la New Catholic Encyclopedia, tomo 2, página 69.)

  • ¿Debe usted bautizar a su bebé?
    La Atalaya 1986 | 15 de marzo
    • El Vaticano, al ser incapaz de apoyarse en un precedente bíblico, dice: “Se considera que la práctica del bautismo de infantes obedece a una norma cuya tradición es inmemorial”.

  • ¿Debe usted bautizar a su bebé?
    La Atalaya 1986 | 15 de marzo
    • Después que murieron los apóstoles, no pudiendo obrar ya “como restricción”, se empezaron a introducir en la adoración cristiana prácticas que no tenían respaldo bíblico. (2 Tesalonicenses 2:6.) Entre estas estaba el bautismo de infantes. Pero esta práctica no llegó a ser norma sino hasta el quinto siglo. En aquella época tuvo lugar un fiero debate que transformó para siempre la fisonomía de la cristiandad.

      Todo empezó cuando un monje de origen británico llamado Pelagio hizo un viaje a Roma. Horrorizado por la corrupción que vio entre los llamados cristianos, el clérigo se propuso incitar a los hombres hacia un “esfuerzo más moral”. Pelagio decía que el hombre no podía disculpar sus debilidades con el ‘pecado original’. “Todo bien o todo mal [...] lo hacemos nosotros, no nace con nosotros.” El pelagianismo pronto llegó a estar en boca de la cristiandad.

      Pero no por mucho tiempo. Los líderes eclesiásticos interpretaron el abandono del concepto del ‘pecado original’ como una herejía. Pero, inconscientemente, Pelagio les hizo el juego al favorecer lo que para entonces era una costumbre popular: el bautismo de infantes. Agustín, uno de los padres de la iglesia, vio en esta postura de Pelagio una inconsecuencia manifiesta. Arguyó que, ‘si los infantes deben ser bautizados, ¿qué ocurrirá con los que no han sido bautizados?’. La conclusión aparentemente lógica fue que tales niños sufrirían el fuego del infierno por no haber sido bautizados. Establecida esta premisa, Agustín propinó el golpe mortal: Siendo que los infantes no bautizados sufrirían condenación, ¿qué otra razón explicaría la causa de esa condenación sino el ‘pecado original’?

      La doctrina de Pelagio se derrumbó. Posteriormente, un concilio de la iglesia, celebrado en Cartago, declaró heréticas las enseñanzas de Pelagio. La doctrina del ‘pecado original’ llegó a ser tan católica como el confesionario. La iglesia estaba ahora encaminada hacia la promoción de conversiones masivas —a menudo forzadas— para salvar a la gente del ‘fuego del infierno’. El bautismo de infantes pasó de ser una costumbre popular a un instrumento oficial de salvación, un instrumento que el protestantismo heredaría.

      ‘Al borde del infierno’

      La doctrina de Agustín suscitó algunas preguntas que, por su dificultad, resultaban embarazosas: ¿Cómo podría un Dios de amor hacer que bebés inocentes sufrieran en el infierno? ¿Es que iban a sufrir el mismo castigo que pecadores empedernidos los bebés que no habían sido bautizados? Responder a estas preguntas no ha sido nada fácil para los teólogos. El sacerdote católico Vincent Wilkin dice: “Algunos han entregado a los bebés no bautizados a la furia incontenible de las llamas del infierno; otros han creído que no es que las llamas del infierno les fuesen a consumir, sino que serían calentados a una temperatura verdaderamente incómoda de soportar; aún otros han dicho que la incomodidad que sufrirían en el infierno sería la más mínima posible [...] mientras que hay quienes los colocarían en un paraíso terrestre”b.

      Sin embargo, la teoría más popular de todas ha sido la que afirma que las almas de los bebés no bautizados se recogen en el limbo. Esta palabra literalmente significa “el borde de una cosa” (como el borde, o dobladillo, de un vestido), y se alude con ella a una región que, supuestamente, está en las inmediaciones o al borde del infierno. El limbo para los teólogos es un concepto muy conveniente. Al menos, suaviza la imagen horrible de niños que están siendo atormentados.

      Como toda teoría hecha por el hombre, el concepto del limbo tiene sus dificultades. ¿Por qué no se menciona en las Escrituras? ¿Pueden los bebés salir del limbo? Y, después de todo, ¿por qué tienen que ir niños inocentes a un lugar como ese? Es de entender que la iglesia insista en que el concepto del limbo “no es una enseñanza oficial de la Iglesia Católica”c. (New Catholic Encyclopedia.)

      El debate se aviva de nuevo

      A través de los siglos, los católicos se adhirieron a los puntos de vista agustinianos e hicieron bautizar a sus hijos como un medio de protección ‘antilimbo’. Pero, desde la década de los cincuenta ha habido un reavivamiento dramático en cuanto al debatido tema del bautismo de infantes. Escriturarios católicos han expresado serias dudas acerca del fundamento bíblico para esta práctica. Otros han dicho que no pueden aceptar ni el concepto agustiniano sobre el infierno ni el limbo.

      Al principio, los líderes eclesiásticos conservadores rehusaron ceder. En 1951 el papa Pío XII dirigió la palabra a un grupo de comadronas. Reafirmó la creencia de que “el estado de gracia al momento de la muerte es absolutamente necesario para la salvación”, y animó a las comadronas a efectuar el rito del bautismo por sí mismas, si al ayudar a dar a luz veían que el recién nacido estaba en peligro de muerte. Las instó, diciendo: “No dejen de realizar este servicio caritativo”. En 1958, y en términos parecidos, el Vaticano promulgó una seria advertencia que decía: “Los bebés deben ser bautizados lo antes posible”.

      No obstante, después del famoso concilio Vaticano II, estalló de nuevo la controversia. En una operación inesperada, la iglesia trató de conciliar ambas posiciones, la conservadora y la liberal. El concilio afirmó que ‘el bautismo es absolutamente necesario para la salvación’. Aunque, curiosamente, dijo que la salvación también era posible para aquellos que “si no conocían el evangelio de Cristo, no era por alguna causa imputable a ellos”d.

      En consecuencia, la iglesia entonces revisó el rito del bautismo de infantes. Entre otras cosas, un sacerdote tendría la opción de rehusar bautizar a un niño si los padres no se comprometían a educarlo como católico. ¿Se había apartado por fin la iglesia de la doctrina agustiniana? Hubo quienes pensaron que sí y empezaron a poner en tela de juicio la necesidad del bautismo de infantes.

      Entonces, el Vaticano promulgó las “Normas para el bautismo de infantes”, en las que dice: “La Iglesia [...] no sabe de otro camino, aparte del bautismo, que garantice la entrada de los niños a la felicidad eterna”. A los obispos se les instruyó que “trajeran de vuelta a las prácticas tradicionales a quienes [...] se habían apartado de ellas”. Pero, ¿y los bebés que habían muerto sin bautizarse? “Lo único que puede hacer la Iglesia es encomendarlos a la misericordia de Dios.”

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