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Cómo nos llegó la Biblia. Segunda parteLa Atalaya 1997 | 15 de septiembre
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Las llamaradas ascendían al cielo a medida que se echaba más combustible a la enorme hoguera. Pero no era esta una hoguera corriente. Estaban alimentando el intenso fuego con Biblias ante la mirada de sacerdotes y prelados. Pero al comprar las Biblias para destruirlas, el obispo de Londres ayudó sin saberlo al traductor, William Tyndale, a sufragar ediciones posteriores.
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Cómo nos llegó la Biblia. Segunda parteLa Atalaya 1997 | 15 de septiembre
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En una carta al papa Juan XXIII, escrita en 1412, el arzobispo Arundel se refirió a “ese sujeto despreciable e irritante, John Wiclef, de detestable recuerdo, ese hijo de la vieja serpiente, el mismo heraldo e hijo del anticristo”. Y culminando su denuncia, escribió: “Para colmar la medida de su maldad, concibió el recurso de una nueva traducción de las Escrituras a la lengua materna”. En realidad, lo que más enfureció a los guías eclesiásticos fue el deseo de Wiclef de poner la Biblia a disposición de la gente en su propio idioma.
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