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    ¡Despertad! 1987 | 22 de diciembre
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      Siempre ha sido un dogma básico de la iglesia católica romana la afirmación de ser la única y verdadera Iglesia apostólica. A los católicos se les ha enseñado que la unidad de la Iglesia es prueba de su autenticidad. Pero los católicos de hoy se hallan ante una Iglesia dividida sobre cuestiones de teología, moral, gobierno eclesiástico y liturgia.

      Las decisiones del Papa en relevantes materias de fe y moral están siendo contestadas por teólogos católicos y desoídas por muchos de los fieles. Un arzobispo católico ha establecido una red internacional de seminarios para la formación de sacerdotes disidentes. Un número creciente de católicos sinceros se preguntan perplejos: “¿Por qué está dividida mi Iglesia?”.

  • Grietas en la Iglesia
    ¡Despertad! 1987 | 22 de diciembre
    • LAS impresionantes torres de la catedral de Notre Dame de París parecían representar en aquel día la solidez de la iglesia católica romana tradicional. En la amplia plaza, frente a esta catedral del siglo XII, tenía lugar una procesión oficial de la Iglesia con la que se conmemoraba la asunción de María.

      Sin embargo, aunque parezca extraño, en ese mismo día, 15 de agosto de 1986, tan solo unos cientos de metros más allá, en la otra orilla del río Sena, se organizaba una procesión rival enfrente de la iglesia —también católica— de Saint-Nicolas-du-Chardonnet. A medida que avanzaba la procesión por las calles del barrio latino, se unieron a ella miles de católicos que, según se dijo, fueron mucho más numerosos que los que participaron en la ceremonia oficial celebrada en Notre Dame. No obstante, ambas procesiones fueron organizadas por sacerdotes de la iglesia católica romana, y ambas se celebraron en honor a María. ¿A qué se debió que hubiera dos procesiones opuestas entre sí para celebrar la misma fiesta católica?

      Este incidente ilustra bien la escisión que ahora divide a la iglesia católica. Las grietas se bifurcan en todas direcciones y atraviesan todo el edificio eclesiástico, dividiéndolo de izquierda a derecha y de arriba abajo.

      Católicos progresistas contra tradicionalistas

      Situados a la izquierda están los católicos progresistas o liberales. Muchos de ellos se sienten atraídos por la llamada teología de la liberación, que se ha originado en Latinoamérica. Para ellos, los términos ecumenismo, socialismo y hasta comunismo han dejado de ser tabúes. Pero, incluso en Latinoamérica, no todos los católicos concuerdan con la teología de la liberación. Por ejemplo: en Brasil, el clero católico también está dividido entre progresistas y tradicionalistas.

      En su mayor parte, los católicos tradicionalistas pertenecen a la derecha conservadora, que piensa que el Concilio Vaticano II abrió la puerta a reformas que han supuesto una traición al catolicismo tradicional. Insisten en que la misa ha de ser cantada en latín y se niegan a confraternizar con los protestantes o los políticos de izquierda.

      Entre ambos extremos se encuentra la masa católica, seguramente la más numerosa, pero no por eso la más ferviente. Tanto los progresistas como los tradicionalistas opinan que el catolicismo moderado está perdiendo su vitalidad debido a que, o bien hay muy pocas reformas, o hay demasiadas. Muchos católicos progresistas creen que las reformas no van demasiado lejos y que el compromiso político de la Iglesia a favor de los pobres es demasiado tímido. Por otra parte, los tradicionalistas están convencidos de que el movimiento reformista posconciliar ha puesto en peligro la existencia del catolicismo.

      Aun dentro de estas principales tendencias se han producido escisiones a todos los niveles. Los católicos se hallan divididos en materia de fe y moral. En cuestiones de fe o creencias, dogmas oficiales como el infierno de fuego, el purgatorio, el pecado original y hasta la doctrina de la Trinidad ya no permanecen incontestados en el seno de la iglesia católica. Una encuesta reciente realizada en Francia, nación de la que se dice que es “la hija mayor de la Iglesia”, demostró que el 71% de los católicos franceses entrevistados tiene dudas en cuanto a si hay vida después de la muerte, el 58% niega la existencia del infierno, el 54% no cree en el purgatorio y el 34% no acepta la doctrina de la Trinidad.

      Ha de reconocerse que a través del mundo aún hay muchos miembros de la iglesia católica que creen fervientemente en estas doctrinas. Pero eso es en sí mismo prueba de la división que existe entre los católicos en materia de fe.

  • El arzobispo rebelde
    ¡Despertad! 1987 | 22 de diciembre
    • El arzobispo rebelde

      EL PERIODISTA francés subió a un taxi en Roma y le dijo al conductor que lo llevara al palacio Rospigliosi-Pallavicini. “Sí”, le respondió el taxista, mirándolo con cierta picardía, y dijo a continuación que lo llevaría a “il vescovo ribelle” (el obispo rebelde).

      Durante algunos días, toda la elite de Roma había estado a la expectativa. Para gran indignación de las autoridades del Vaticano, la princesa Elvina Pallavicini, miembro de una de las familias patricias más destacadas de Roma, había convenido en ayudar al arzobispo católico francés, el disidente Marcel Lefebvre, a exponer sus puntos de vista en Roma, y hasta había enviado centenares de invitaciones a los medios informativos a fin de celebrar una conferencia de prensa semiprivada. Había puesto a disposición de Lefebvre el palacio familiar, el hogar de sus antepasados, entre quienes se cuenta un Papa y varios cardenales. Para agravar la situación, permitió que Lefebvre sostuviese la conferencia de prensa en el salón del trono, bajo el gran palio del papa Clemente IX.

      A pesar de la gran presión que los dignatarios del Vaticano habían ejercido sobre ella, la princesa mantuvo inalterable su decisión. La prensa romana informó extensamente sobre el desarrollo de esta reunión, considerada una “provocación” justamente “a las puertas del Vaticano”. Es evidente que el taxista estaba al corriente de los acontecimientos.

      La Iglesia “ya no es católica”

      La princesa Pallavicini justificó su decisión afirmando que la iglesia católica estaba dividida y que esos “graves problemas no podían resolverse con silencios ambiguos, sino, únicamente, por medio de una valiente lucidez”. Al ofrecerle al arzobispo Lefebvre la oportunidad de exponer sus puntos de vista, esperaba promover la “paz y la serenidad en el seno del mundo católico”. El prelado dio gracias a su anfitriona y pronunció una bendición sobre ella y sobre su casa, felicitándolos por haber “conservado la fe tradicional”.

      En la reunión había cerca de un millar de personas, principalmente católicos tradicionalistas que habían venido en representación de varios países, e informadores de la prensa y la televisión. El arzobispo manifestó su profundo desacuerdo con la postura oficial de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965). A este respecto, el diario francés Le Monde dijo: “Por aproximadamente dos horas, [Lefebvre] expuso sus quejas en contra de la nueva Iglesia, la cual ‘ya no es católica’. No se dejó nada sin tocar: el catecismo, los seminarios, la misa, el ecumenismo, por no mencionar la ‘colectivización de los sacramentos’ y la existencia de ‘cardenales de inclinación comunista’”.

      Lefebvre concluyó: “La situación es trágica. La Iglesia se encamina en una dirección que no es católica, y con ello está destruyendo nuestra religión. ¿Debo obedecerla, o permanecer católico, católico romano, católico de toda la vida? He hecho mi elección ante Dios. No quiero morir como protestante”.

      El cardenal Poletti, vicario de Pablo VI en la diócesis de Roma, dijo que, al haber organizado esta conferencia en Roma, “monseñor Lefebvre había ofendido a la fe, a la iglesia católica y a su divino Señor Jesús, aparte de haber ofendido personalmente al Papa, abusando de su paciencia e intentando ocasionar problemas en la sede apostólica”.

      Cómo dio comienzo la rebelión

      La referida conferencia se celebró el 6 de junio de 1977. Pero ya en 1965, antes de que el Concilio Vaticano II finalizara, se hablaba de un “cisma” en la iglesia católica. Muchos católicos conservadores opinaban que el Concilio Vaticano II estaba introduciendo reformas que traicionaban el espíritu del catolicismo tradicional.

      El arzobispo Lefebvre, ex arzobispo de Dakar (Senegal) y obispo de Tulle, ciudad situada en el centro sur de Francia, había tomado parte en el Concilio Vaticano II. En 1962 fue nombrado en Francia superior general de los “Padres del Santo Espíritu”. Pero en 1968 presentó su renuncia al puesto debido a su creciente desacuerdo con la aplicación de los principios del Concilio Vaticano II en el seno de la iglesia católica.

      En 1969 un obispo católico suizo autorizó al disidente Lefebvre a establecer un seminario tradicionalista en la diócesis de Friburgo (Suiza). Al año siguiente, Lefebvre fundó lo que denominó “Fraternidad Sacerdotal de San Pío X”, y abrió un seminario en Ecône, en el cantón suizo de Valais. Su iniciativa tuvo la aprobación del obispo católico de Sion.

      En un principio la disidencia del seminario era solo marginal. Naturalmente, los seminaristas vestían sotana negra y recibían una formación sólidamente tradicionalista. La misa se cantaba en latín, aunque el papa Pablo VI había decretado que la nueva misa debería decirse en la lengua vernácula. Sin embargo, las autoridades eclesiásticas toleraron la existencia del seminario debido a que, en aquel tiempo, el arzobispo Lefebvre no pretendía preparar a los futuros sacerdotes hasta el punto de la ordenación. Esperaba que ellos fuesen a completar su educación en lo que consideraba que eran los dos últimos bastiones del catolicismo tradicional: la universidad pontificia de Letrán (Roma) y la universidad de Friburgo (Suiza).

      El problema realmente comenzó cuando Lefebvre determinó que ni aun en esas dos universidades católicas se podía confiar a la hora de preparar a futuros sacerdotes, formados en lo que para él era la verdadera tradición católica. Decidió que él mismo ordenaría a los futuros sacerdotes que recibiesen su formación en el seminario de Ecône. Para empeorar las cosas, en 1974 publicó un manifiesto en el que expresaba enérgicamente su oposición a la mayoría de las reformas propuestas en el Concilio Vaticano II. Por entonces había en Ecône más de un centenar de seminaristas, cuya formación estaba a cargo de un grupo de profesores tradicionalistas.

      En 1975, por mediación del obispo suizo de la localidad, el Vaticano desautorizó el seminario de Ecône. Haciendo caso omiso de esta orden, el arzobispo Lefebvre continuó ordenando nuevos sacerdotes a medida que estos completaban sus estudios. Por esta causa, en 1976 el papa Pablo VI lo suspendió de toda función sacerdotal, incluso de oficiar la misa y la primera comunión, administrar sacramentos y, en su función de obispo, ordenar sacerdotes. Como el seminario de Ecône continuó a pesar de esta sanción, se produjo una paradójica situación: la existencia de un seminario ultracatólico que producía veintenas de sacerdotes católicos ultratradicionalistas, ordenados por un obispo que había sido suspendido de sus funciones y que afirmaba ser ¡más católico que el Papa!

      Alcance de la rebelión

      No hubiese valido la pena hacer referencia a la rebelión de este arzobispo francés si esta se hubiese limitado a un seminario escondido al pie de los Alpes suizos. Pero el arzobispo Lefebvre se convirtió rápidamente en la persona en torno a la cual se aglutinó un influyente segmento del catolicismo mundial. En el libro L’Église Catholique 1962-1986—Crise et renouveau (La iglesia católica 1962-1986: crisis y renovación), su autor, Gérard Leclerc, comentó: “La controversia tradicionalista no es el reflejo de la tendencia de una pequeña minoría. Expresa los sentimientos de una gran parte de los fieles”.

      Lefebvre ha recibido el apoyo económico de muchos católicos conservadores de todo el mundo. Esto le ha permitido viajar extensamente, con frecuencia invitado por grupos de católicos tradicionalistas. En muchos países ha criticado el Concilio Vaticano II ante nutridos auditorios por medio de cantar misa según la liturgia latina aprobada en el Concilio de Trento en el siglo XVI, también llamada liturgia tridentina o de Pío V. A veces, estas reuniones tradicionalistas se han celebrado en los lugares más insospechados, como la celebrada al norte de Londres en las naves de un supermercado que aún no estaba en uso.

      El abundante apoyo económico que ha recibido el arzobispo rebelde le ha permitido abrir otros seminarios para la formación de sacerdotes católicos tradicionalistas en Francia, Alemania, Italia, Argentina y Estados Unidos. En febrero de 1987 el diario francés Le Figaro informó que en esa fecha se estaba preparando en esas instituciones a unos doscientos sesenta seminaristas. Lefebvre ha venido ordenando anualmente entre cuarenta y cincuenta sacerdotes, procedentes de muy diversas partes del mundo, incluso de África.

      Muchos de estos sacerdotes tradicionalistas ofician en los setenta y cinco “prioratos” que la “fraternidad” del arzobispo Lefebvre ha establecido en dieciocho países, tanto de Norteamérica como de Sudamérica, Europa y África. Estos sacerdotes celebran la misa en latín para beneficio de los católicos conservadores de esos países.

      A menudo, los servicios religiosos tradicionalistas se celebran en capillas que han tenido que ser montadas para esa ocasión. Pero un número creciente de miembros de la derecha católica lucha contra la jerarquía católica ortodoxa con el fin de que se les otorgue para sus servicios el derecho de hacer uso de las iglesias ya existentes. Esto ha dado lugar a situaciones que han perturbado profundamente a muchos católicos sinceros.

      Luchas por el uso de una iglesia

      Desde 1969, cuando el papa Pablo VI introdujo la nueva misa, caracterizada por el uso de las lenguas vernáculas y otras reformas, los católicos tradicionalistas han organizado misas privadas, cantadas en latín, según la liturgia antigua. En París, centenares de personas solían reunirse en la sala Wagram, cerca del Arco del Triunfo. Como por entonces la nueva liturgia era obligatoria, el arzobispo católico les negaba el uso de una iglesia.

      Finalmente, el 27 de febrero de 1977 los tradicionalistas, por cuenta propia y dirigidos por un sacerdote conservador, ocuparon por la fuerza la iglesia de Saint-Nicolas-du-Chardonnet, en el barrio latino. Los sacerdotes que ejercían en esa iglesia, así como sus parroquianos, se encontraron en la calle, desahuciados de su propia iglesia. Algunos días más tarde, cuando quisieron celebrar misa en la iglesia, estalló una pelea. Un sacerdote tuvo que ser llevado al hospital y los otros tuvieron que refugiarse en el presbiterio cercano.

      En la actualidad, diez años después, la iglesia de Saint-Nicolas-du-Chardonnet permanece ocupada por los católicos tradicionalistas, a pesar de la emisión de dos órdenes judiciales en las que se ha decretado su desalojo. Unas cinco mil personas acuden a ella cada domingo para escuchar las cinco misas que se presentan en latín. Oficia los servicios religiosos un sacerdote ordenado en Ecône por el arzobispo Lefebvre, y a esta iglesia acude regularmente el “prelado rebelde” para otorgar la confirmación a los niños de los católicos tradicionalistas.

      Unos meses después de que la iglesia de Saint-Nicolas-du-Chardonnet fuera ocupada por los tradicionalistas, varios centenares de católicos progresistas celebraron una reunión para protestar en contra de la ocupación por la fuerza de dicha iglesia. Tomaron parte varios sacerdotes y profesores católicos de la Sorbona, así como del Instituto Católico de París. Inesperadamente, un grupo de jóvenes tradicionalistas franceses se abrió paso hasta la sala donde se celebraba la reunión y dispersó a la concurrencia, blandiendo barras de hierro y lanzando una bomba de humo. Varias personas resultaron heridas y un profesor católico tuvo que ser llevado al hospital.

      El obispo católico de Estrasburgo, al este de Francia, fue acosado por un grupo de tradicionalistas católicos cuando intentó entrar en una iglesia que habían ocupado para celebrar una misa en latín. En París, “comandos” de católicos tradicionalistas irrumpieron en iglesias católicas, interrumpiendo los servicios religiosos. Hicieron esto en iglesias en las que, o bien había una mujer leyendo en voz alta el evangelio durante la misa, o estaban presentes ministros protestantes u ortodoxos para celebrar una ceremonia ecuménica.

      En marzo de 1987 poco faltó para que se produjese un enfrentamiento en Port-Marly, al oeste de París, entre católicos tradicionalistas y moderados, teniendo que ser separados por la policía. Se disputaban el derecho de ocupar la iglesia católica de Saint Louis. Al mes siguiente, un grupo de católicos tradicionalistas, empleando un ariete, echaron abajo una puerta tapiada y forzaron su entrada en la iglesia de Saint Louis a fin de celebrar en latín la misa del Domingo de Ramos. El periódico The Times de Londres informó sobre este incidente con estos titulares: “La batalla de Saint Louis... los católicos rebeldes franceses regresan a la disputada iglesia”. La misa en latín fue cantada por un sacerdote ordenado por el arzobispo rebelde Lefebvre.

      Una herida en el costado de la Iglesia

      “Después de haber transcurrido veinte años desde el Concilio [Vaticano II], permanece abierta la disensión de los tradicionalistas como si se tratara de una herida abierta en el costado de la Iglesia”, escribió el autor católico Gérard Leclerc. Y en el libro Voyage à l’intérieur de l’Église catholique (Viaje al interior de la iglesia católica), sus autores, Jean Puyo y Patrice Van Eersel, dijeron: “Si Roma está tan intranquila por las actividades de monseñor Lefebvre, se debe a que él está planteando preguntas fundamentales. El obispo Mamie, de Friburgo y Ginebra, obligado a condenar las actividades de su confraterno rebelde, nos dijo abiertamente: ‘La aflicción de los fieles que le han seguido no carece de fundamento. La doctrina milenaria de la Iglesia se halla en peligro de muerte’”.

      No es de extrañar, por lo tanto, que desde las familias patricias de Roma, con sus suntuosos palacios, hasta los millones de personas de todo el mundo que viven en humildes moradas, haya muchos católicos sinceros profundamente perplejos. Se preguntan: “¿Por qué está dividida mi Iglesia?”. En el siguiente artículo se considerará la razón, así como lo que algunos católicos han hecho al respecto.

      [Fotografía en la página 6]

      Arzobispo Marcel Lefebvre

      [Reconocimiento]

      UPI/Bettmann Newsphotos

      [Fotografía en la página 7]

      El seminario tradicionalista del arzobispo rebelde en Ecône, Alpes suizos

      [Fotografía en la página 9]

      La iglesia Saint-Nicolas-du-Chardonnet, de París, durante los últimos diez años ocupada ilegalmente por los católicos tradicionalistas

  • ¿Por qué está dividida mi Iglesia?
    ¡Despertad! 1987 | 22 de diciembre
    • ¿Por qué está dividida mi Iglesia?

      LAS divisiones en el seno de la iglesia católica son tan ostensibles que seguramente habrá muchos católicos sinceros que se sientan como el apóstol Pablo cuando escribió a los cristianos corintios, que se hallaban divididos entre sí: “He sabido [...] que existen discordias entre vosotros. [...] ¿Está dividido Cristo?”. (1 Corintios 1:11, 13, Biblia de Jerusalén.)

      Muchos católicos practicantes saben muy bien que el cristianismo no debe ‘dividirse’. Los católicos, más que la mayoría de otras personas que se consideran cristianas, son conscientes de la unicidad de la verdadera religión cristiana. Ellos han creído que en la iglesia católica ha existido la clase de unidad propia de la adoración verdadera. Han considerado que el protestantismo es una mezcla confusa de religiones contradictorias. La iglesia católica ha sido para ellos el símbolo de la estabilidad y, sobre todo, de la unidad. Pero ahora están confusos.

      ¿Por qué está dividida la Iglesia?

      La iglesia católica se divide hoy en el ala izquierda progresista, la derecha tradicionalista y la corriente mayoritaria que emana del Concilio Vaticano II. Muchos católicos del ala izquierda liberal predican hoy diversas teologías de liberación que justifican la revolución política. Algunos están muy próximos a adoptar los puntos de vista marxistas y hasta justifican la revuelta armada. Sin embargo, el fundador del cristianismo les dijo a sus discípulos: “No sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo”. “Mi Reino no es de este mundo.” (Juan 15:19; 18:36, Biblia de Jerusalén.)

      Los tradicionalistas defienden las tradiciones de concepción humana y una liturgia latina que no tuvo su origen en tiempos bíblicos, ya que el idioma que hablaron los cristianos primitivos fue el griego, no el latín. Además, ¿acaso su misma intolerancia y agresividad no desmienten su pretensión de ser cristianos? Henri Fesquet, ex columnista religioso del diario francés Le Monde, escribió: “El espectáculo de los cristianos [católicos] satirizándose unos a otros y peleando entre sí por apoderarse de los lugares de culto es un testimonio adverso que solo puede volverse contra ellos. ¿De qué sirve predicar la luz en nombre del evangelio si nuestros actos desmienten nuestras palabras?”.

      Jesús les dijo a los fariseos: “Habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición”. (Mateo 15:6, Biblia de Jerusalén.) Hay muchos católicos sinceros que piensan igual respecto a los tradicionalistas de la actualidad.

      Tanto los progresistas como los tradicionalistas (por razones opuestas) creen que el Concilio Vaticano II ha convertido a la gran mayoría de los católicos en una masa insulsa y displicente. En una entrevista al filósofo católico francés Jean Guitton, miembro de la Academia Francesa, los autores Puyo y Van Eersel resumieron las impresiones del filósofo en estos términos: “El credo católico, la esencia de la Iglesia, se está rompiendo en pedazos de signo contradictorio: los fieles más celosos se dedican ahora exclusivamente a la política, los jóvenes cristianos [católicos] tienen relaciones sexuales premaritales sin preocuparse, nadie sabe cómo aplicar las conclusiones del Concilio [Vaticano II] correctamente y todo el pueblo de Dios va a la deriva”.

      Se entiende, por lo tanto, por qué los católicos sinceros se preguntan: “¿Por qué está dividida mi Iglesia?”. La respuesta es: porque ninguno de sus varios segmentos reconoce la Biblia como la autoridad única y auténtica que define la posición que los cristianos verdaderos deben adoptar en toda materia. En consecuencia, están divididos por diversas teologías e interpretaciones de la tradición.

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