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Los primeros cristianos y los dioses de RomaLa Atalaya 2010 | 15 de mayo
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Para los primeros siglos de nuestra era se había vuelto también muy popular la veneración al dios Serapis y la diosa Isis (de Egipto), a la diosa pez Atargatis (de Siria) y al dios solar Mitra (de Persia).
El libro de Hechos ofrece claras indicaciones del ambiente pagano que rodeaba a los cristianos. Por ejemplo, en Chipre, el procónsul romano tenía por asesor a un hechicero judío (Hech. 13:6, 7). En Listra, la gente tomó a Pablo y Bernabé por los dioses griegos Hermes y Zeus (Hech. 14:11-13). En Filipos, Pablo se topó con una sirvienta que practicaba la adivinación (Hech. 16:16-18). En Atenas, dijo que sus habitantes parecían “más entregados que otros al temor a las deidades”, y que había observado un altar con la dedicatoria “A un Dios Desconocido” (Hech. 17:22, 23). En Éfeso, vio lo arraigado que estaba el culto a Ártemis (Hech. 19:1, 23, 24, 34). Y en la isla de Malta fue aclamado como ser divino porque no se enfermó al ser mordido por una víbora (Hech. 28:3-6).
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Los primeros cristianos y los dioses de RomaLa Atalaya 2010 | 15 de mayo
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La deidad suprema de la nación era Júpiter, quien recibía por ello el sobrenombre de “Óptimo Máximo” (“el mejor y mayor de todos”). Se manifestaba, según se creía, a través del viento, la lluvia, los relámpagos y los truenos. Tenía por esposa a su hermana Juno, la cual estaba ligada a la Luna y era considerada protectora de las mujeres en todo aspecto de la vida. Su hija Minerva era diosa de las artes, la artesanía, los oficios y la guerra.
La lista de divinidades del panteón romano era interminable. Por ejemplo, estaban los lares y penates, que protegían a las familias, y la diosa Vesta, quien se ocupaba del fuego del hogar. Jano, con sus dos caras, era el dios de los comienzos. Y cada oficio tenía por patrón una deidad. Hasta se divinizaron conceptos abstractos. Tomemos como ejemplo a las diosas Paz, Salud, Pudicia (castidad), Fe, Virtud (valor) y Voluptuosidad (placer), cuyos nombres aludían a las cualidades por las que velaban. Como se creía que todos los actos de la vida pública y privada estaban sujetos a la voluntad de los dioses, se ofrecían rezos, sacrificios y fiestas a aquellos que pudieran conceder el éxito en una determinada empresa.
Con la intención de saber qué querían los dioses, se recurría a los augurios, en especial al examen de las vísceras de los animales sacrificados, pues supuestamente su estado y apariencia indicaba si las divinidades aprobaban lo que alguien pensaba hacer.
A finales del siglo II antes de nuestra era, Roma había llegado a identificar sus principales divinidades con las del panteón griego. Júpiter era Zeus; Juno, Hera, y así sucesivamente. Y junto con los dioses griegos se habían adoptado sus leyendas, en las que no salían nada favorecidos, pues aparecían con los defectos y limitaciones propios de los humanos. Zeus, por ejemplo, era un violador y un pederasta que tenía relaciones tanto con los mortales como con los supuestos inmortales. La vida desvergonzada de aquellas deidades —cuya representación era recibida en los teatros con grandes aplausos— servía de excusa para que los devotos cedieran a sus más bajas pasiones.
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