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RumaniaAnuario de los testigos de Jehová 2006
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Se baja la cortina de hierro en Rumania
En noviembre de 1946, casi un año antes de la visita de Alfred Rütimann, ascendió al poder el partido comunista. Durante los siguientes años, el partido eliminó todo vestigio de oposición al régimen y aceleró la sovietización, es decir, el proceso por el que las instituciones políticas y culturales de Rumania se acomodaron al modelo soviético.
Los hermanos aprovecharon al máximo aquel período de calma para imprimir cientos de miles de revistas, folletos y otras publicaciones, y distribuirlas en veinte almacenes por todo el país. Muchos también aumentaron su actividad, y algunos emprendieron el servicio de precursor, entre ellos Mihai Nistor y Vasile Sabadâş.
El hermano Mihai fue destinado al noroeste y centro de Transilvania, donde sirvió de precursor incluso después de imponerse la proscripción comunista, durante la cual se le persiguió incansablemente. ¿Cómo evitó su captura? Él cuenta: “Me hice un saco idéntico al que utilizaban los vendedores de ventanas. Recorría el centro de los pueblos y aldeas donde se me había dicho que predicara, vestido con ropa de trabajo y llevando materiales y herramientas. Cuando veía a la policía o a alguien sospechoso, me ponía a ofrecer mis servicios a voz en cuello. Hubo hermanos que utilizaron otros métodos para eludir a los enemigos. Era muy emocionante, pero arriesgado, y no solo para los precursores, sino también para las familias que nos alojaban en sus hogares. Con todo, nos produjo gran alegría ver progresar a los estudiantes de la Biblia y aumentar la cifra de publicadores”.
Vasile Sabadâş también continuó con su precursorado pese a tener que mudarse de continuo. Era especialmente útil para localizar y ayudar a los hermanos que habían sido dispersados por la Securitate (la policía política del Estado), que constituía la pieza clave de una vasta red de seguridad del nuevo régimen comunista. “Para que no me detuvieran —cuenta Vasile—, tuve que ser muy cauteloso e imaginativo. Por ejemplo, cuando viajaba a otra zona del país, siempre tenía una razón válida para ello, como una prescripción médica para acudir a un balneario.
”Así, sin levantar sospechas, pude establecer líneas de comunicación entre los hermanos a fin de que recibieran un surtido regular de alimento espiritual. Mis lemas eran Isaías 6:8: ‘¡Aquí estoy yo! Envíame a mí’ y Mateo 6:33: ‘Sigan, pues, buscando primero el reino’. Estos versículos me impartieron el gozo y la fortaleza necesarios para perseverar.” Vasile iba a precisar estas cualidades, pues pese a ser cauteloso, como muchos otros hermanos, terminaría siendo apresado.
Se ataca con violencia a la organización de Dios
En 1948, la correspondencia con la sede mundial se hizo muy difícil, así que los hermanos recurrieron a escribir mensajes cifrados en tarjetas postales. En mayo de 1949, Martin Magyarosi envió una nota de Petre Ranca, quien también trabajaba en la oficina de Bucarest, que decía: “Todos en la familia estamos bien. Tuvimos vientos fuertes y frío intenso; por eso no pudimos trabajar en el campo”. Tiempo después, otro hermano escribió: “La familia no está en condiciones de recibir dulces”, y agregó: “Muchos están enfermos”. Quería decir que no se podía enviar alimento espiritual a Rumania y que bastantes hermanos estaban encarcelados.
Tras una decisión del Ministerio de Justicia tomada el 8 de agosto de 1949, se clausuraron la oficina de Bucarest y las viviendas, y fueron confiscadas todas las pertenencias, inclusive las personales. Durante los años siguientes, cientos de hermanos fueron detenidos y juzgados. Bajo el régimen fascista, se había acusado a los testigos de Jehová de ser comunistas; pero cuando los comunistas tomaron el poder, se los tildó de “imperialistas” y “propagandistas americanos”.
Había espías e informantes por doquier. El Yearbook (Anuario) de 1953 decía con respecto a las medidas adoptadas por los comunistas: “Son ahora tan estrictas que se apunta en la lista negra y se vigila de cerca a todo el que reciba correo de los países occidentales”. Y añadía: “Es casi imposible imaginar el nivel de terror existente. Ni siquiera se puede confiar en la propia familia. La libertad se ha esfumado”.
Ya en 1950, Pamfil y Elena Albu, Petre Ranca, Martin Magyarosi y muchos otros hermanos fueron detenidos y acusados falsamente de ser espías occidentales. Hubo quienes fueron torturados para que revelaran detalles confidenciales y confesaran que eran espías. Sin embargo, su única confesión fue que servían a Jehová y que fomentaban los intereses de su Reino. Tras ser maltratados, algunos terminaron en prisión y otros en campos de trabajos forzados. ¿Qué impacto tuvo esta ola de persecución en la obra? Aquel año de 1950, Rumania tuvo un 8% de aumento en la cantidad de publicadores. ¡Qué testimonio del poder del espíritu de Dios!
El hermano Magyarosi, que ya tenía cerca de 70 años, fue enviado a la prisión de Gherla (Transilvania), donde murió a finales de 1951. “Sus padecimientos por causa de la verdad han sido muchos e intensos —dijo un informe—, especialmente desde su encarcelamiento en enero de 1950. Ya ha dejado de sufrir.” En efecto, por unos veinte años, el hermano Martin aguantó feroces ataques del clero, los fascistas y los comunistas. Su ejemplo de integridad trae a la memoria las palabras del apóstol Pablo: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe” (2 Tim. 4:7). Aunque su esposa, Maria, no estuvo en prisión, fue asimismo un ejemplo de aguante frente a la adversidad. Un hermano dijo que era “una hermana inteligente que estaba plenamente dedicada a la obra del Señor”. Cuando a Martin lo detuvieron, sus familiares cuidaron de ella, entre otros su hija adoptiva, Mărioara, quien también pasó un tiempo en prisión, hasta el otoño de 1955.
“Los testigos de Jehová son muy buena gente”
En 1955, el gobierno concedió una amnistía, y se liberó a casi todos los hermanos. No obstante, su libertad iba a durar poco. Desde 1957 hasta 1964 se persiguió y se detuvo de nuevo a los testigos de Jehová, y algunos fueron sentenciados a cadena perpetua. Con todo, los hermanos presos no cayeron en la desesperación, sino que se fortalecieron unos a otros. En efecto, se les llegó a conocer por sus principios y su lealtad. “Los testigos de Jehová son muy buena gente; no van a ceder ni a claudicar de su fe”, dijo un preso político. Y añadió que donde él estaba recluido, los Testigos eran “los prisioneros más apreciados”.
En 1964 se anunció otra amnistía, pero la tregua duró poco, pues volvieron a producirse detenciones en gran escala entre 1968 y 1974. “Se nos tortura y hostiga porque difundimos el Evangelio —escribió un hermano—. Les imploramos que en sus oraciones tengan presentes a los hermanos presos. Sabemos que todo esto es una prueba que debemos soportar. Seguiremos predicando las buenas nuevas con valor, tal como se profetizó en Mateo 24:14. Pero una vez más les rogamos de todo corazón que no nos olviden.” Como veremos, Jehová oyó las emotivas y sinceras oraciones de sus fieles hermanos y los consoló de varias maneras.
Satanás siembra la semilla de la desconfianza
El Diablo no solo ataca a los siervos de Dios desde fuera, sino también desde dentro. Por ejemplo, algunos hermanos que ocupaban puestos de superintendencia antes de ser encarcelados no volvieron a ocuparlos cuando en 1955 salieron en libertad. A causa de esto se resintieron y plantaron la semilla de la discordia. Lamentablemente, después de permanecer firmes en prisión, se dejaron vencer por el orgullo cuando recuperaron la libertad. Por lo menos un hermano destacado colaboró incluso con la Securitate para no ser condenado, lo cual hizo mucho daño a los hermanos fieles y a la predicación (Mat. 24:10).
El pueblo de Dios también tuvo que hacerle frente a diferencias de opinión sobre asuntos de conciencia. Por ejemplo, cuando se detenía a los hermanos, normalmente se les permitía elegir entre ir a la cárcel o trabajar en las minas de sal. Algunos opinaban que quienes escogían la segunda opción renegaban de los principios bíblicos. Otros no aprobaban que las hermanas utilizaran cosméticos, que se fuera al cine o al teatro o que se poseyera una radio.
Pero, si miramos el lado positivo, los hermanos en general no perdieron de vista la cuestión principal: mantenerse leales a Dios. Esto se hizo patente cuando el informe de servicio de 1958 reveló que 5.288 habían participado en el servicio del campo, 1.000 más que el año anterior. Además, 8.549 asistieron a la Conmemoración, y se bautizaron 395.
En 1962 comenzó otra prueba. Aquel año, La Atalaya explicó que “las autoridades superiores” que se mencionan en Romanos 13:1 eran las autoridades gubernamentales humanas, y no Jehová Dios y Jesucristo, como se había creído. Debido al intenso sufrimiento que les habían infligido los despiadados gobernantes, a muchos hermanos rumanos se les hizo difícil aceptar el nuevo entendimiento. De hecho, hubo quienes creyeron sinceramente que era un maniobra astuta de los comunistas para tratar de someterlos por completo al Estado, algo que iba en contra del principio expuesto en Mateo 22:21.
Cierto hermano, que habló con otro Testigo que había estado en Berlín, Roma y otras ciudades, recuerda: “El hermano me confirmó que el nuevo entendimiento no era una estratagema comunista, sino alimento espiritual proveniente de la clase del esclavo. Aun así, todavía tenía dudas, de manera que le pregunté al superintendente de distrito qué debíamos hacer.
”Él me contestó: ‘Seguir adelante con la obra, eso es lo que debemos hacer’.
”Aquel consejo fue muy acertado, y me complace decir que aún ‘sigo adelante con la obra’.”
Pese a las grandes dificultades para comunicarse, la sede mundial y la sucursal que supervisaba la obra en Rumania hicieron cuanto pudieron para mantener a los hermanos al día con la verdad revelada y ayudarlos a trabajar juntos como una familia espiritual unida. A tal fin, se escribieron cartas y se prepararon artículos especiales para el Ministerio del Reino.
¿Cómo llegó este alimento espiritual al pueblo de Dios? Todos los miembros del Comité del País mantenían comunicación secreta con los superintendentes viajantes y los ancianos de las congregaciones. Tal comunicación se llevaba a cabo mediante mensajeros confiables, quienes además se encargaban de llevar las cartas y los informes a la sucursal de Suiza y entregar los que allí se originaban. Así fue como los hermanos pudieron obtener al menos algo de alimento espiritual y dirección teocrática.
Los hermanos leales también se esmeraban para fomentar un espíritu de armonía en las congregaciones y los grupos. Uno de ellos era Iosif Jucan, quien solía decir: “No podemos esperar pasar vivos el Armagedón a menos que sigamos alimentándonos espiritualmente y nos aferremos a la ‘Madre’”, refiriéndose a permanecer unidos a la parte terrestre de la organización de Jehová. Estos hermanos fueron valiosísimos para el pueblo de Dios y un baluarte contra aquellos que trataron de quebrantar su unidad.
Tácticas del enemigo
En su intento de debilitar la fe de los siervos de Jehová o de forzarlos a obedecer, los comunistas emplearon espías y traidores, así como la tortura, la propaganda engañosa y la amenaza de muerte. Entre los espías e informantes figuraban vecinos, compañeros de trabajo, apóstatas, familiares y agentes de la Securitate. Estos últimos hasta se infiltraron en las congregaciones fingiendo interés en la verdad y aprendiendo términos teocráticos. Aquellos “falsos hermanos” causaron mucho perjuicio y fueron el origen de muchas detenciones. Uno de ellos, Savu Gabor, llegó a ocupar un puesto de responsabilidad hasta que se le descubrió en 1969 (Gál. 2:4).
Los agentes del gobierno también se valían de micrófonos ocultos para espiar a los hermanos y a sus familias. Timotei Lazăr cuenta: “Mientras estuve en prisión por no servir en el ejército, la Securitate citaba a mis padres y a mi hermano menor en su sede y los interrogaba a veces hasta durante seis horas corridas. En una ocasión pusieron micrófonos ocultos en la casa. Aquella noche, mi hermano, que era electricista, se dio cuenta de que el contador de la luz giraba demasiado rápido. Miró por los alrededores y encontró dos aparatos con micrófonos. Los fotografió y los desconectó. Al día siguiente, los agentes de la Securitate fueron a buscar sus juguetes, como ellos los llamaban”.
La propaganda engañosa solía consistir en artículos adaptados que habían sido publicados en otros países comunistas. Por ejemplo, el titulado “La secta jehovista y su carácter reaccionario” ya había aparecido en un periódico ruso. El editorial acusaba a los testigos de Jehová de tener “el carácter de una organización política común”, cuyo objetivo era “llevar a cabo actividades subversivas en los países socialistas”. Y animaba a los lectores a delatar a todo el que promoviera las enseñanzas de los Testigos. Sin embargo, para cualquier persona inteligente, esta propaganda política constituía la admisión indirecta del fracaso de los enemigos, pues anunciaba a los cuatro vientos que los testigos de Jehová aún estaban muy activos y lejos de haber sido silenciados.
Cuando la Securitate capturaba a un hermano o hermana, su crueldad, aplicada con maestría, no conocía límites. Para hacerlos hablar, empleaban incluso productos químicos que causaban daño al cerebro y al sistema nervioso. Samoilă Bărăian, una de las víctimas, relata: “Durante los interrogatorios me obligaban a tomar una sustancia que era peor que las palizas. No tardé en percibir sus efectos nocivos. No podía andar derecho y era incapaz de subir escaleras. Luego empezó el insomnio. No podía concentrarme y titubeaba al hablar.
”Mi condición física continuó deteriorándose. Al cabo de un mes, más o menos, perdí el sentido del gusto. Mi aparato digestivo se colapsó, y sentía que mis extremidades iban a desencajarse. Tenía un dolor horrible. Los pies me transpiraban tan profusamente que deshice los zapatos en dos meses, y tuve que echarlos a la basura. ‘¿Por qué sigues mintiendo? —me gritaba mi interrogador—. ¿No ves en qué te has convertido?’ Hubiera reventado de rabia, pero me controlé.” Andando el tiempo, el hermano Bărăian se recuperó de aquellos malos tratos.
La Securitate también se valía de la tortura psicológica. Alexa Boiciuc recuerda: “La peor noche fue cuando me despertaron y me llevaron a una sala desde donde se oía cómo golpeaban a un hermano. Luego oí llorar a una hermana y después la voz de mi madre. Hubiera preferido que me golpearan a tener que soportar estas cosas”.
A los hermanos les garantizaban el perdón si revelaban los nombres de otros Testigos y los lugares y las horas de reunión. A las mujeres les decían que si querían un futuro mejor para sus hijos, debían abandonar a sus esposos encarcelados.
Como sus propiedades habían sido confiscadas, muchos hermanos no tuvieron otro remedio que trabajar en granjas colectivas. El trabajo no era tan malo, pero los hombres tenían que asistir a reuniones políticas, que se celebraban a menudo. Quienes no se presentaban, eran objeto de burla y perdían casi todo el sueldo. Naturalmente, esta situación creó muchas dificultades a los testigos de Jehová, pues no participaban en ninguna reunión o actividad política.
Cuando efectuaban redadas en las casas de los Testigos, los agentes del gobierno también se llevaban las pertenencias personales, sobre todo si podían venderse. Y en pleno invierno, solían romperles las cocinas (estufas), la única fuente de calor en los hogares. ¿Por qué tal despliegue de crueldad? Porque, según decían, eran buenos sitios para esconder libros. Con todo, no se silenció a los hermanos. Ni siquiera aquellos que soportaron los abusos y privaciones de los campos de trabajos forzados y las prisiones dejaron de dar testimonio de Jehová y de consolarse unos a otros, como veremos a continuación.
Se alaba a Jehová en los campos y las prisiones
Además de las prisiones, Rumania contaba con tres enormes campos de trabajos forzados. Uno, situado en el delta del Danubio, otro en la gran isla de Brăila, y un tercero en el canal que une el Danubio con el mar Negro. Desde el inicio de la época comunista, los Testigos se encontraron muchas veces en prisión con antiguos perseguidores, que habían sido encarcelados por su relación con el régimen anterior. Un superintendente de circuito fue a parar junto a veinte sacerdotes. No cabe duda de que pudo entablar muchas conversaciones interesantes con tales prisioneros.
Por ejemplo, un hermano encarcelado tuvo una larga conversación con un profesor de teología que había sido examinador de los que iban a ser sacerdotes. El hermano no tardó en descubrir que el profesor no sabía casi nada de la Biblia. Entre los presos que estaban escuchando había un general del ejército del antiguo régimen.
—¿Cómo es que un simple trabajador sabe más de la Biblia que usted? —preguntó el general al profesor.
—En los seminarios de teología se nos enseña tradición eclesiástica y otros temas afines, pero no la Biblia —repuso este.
—Confiábamos en su conocimiento, pero es deplorable ver que nos han engañado —dijo el general, no satisfecho con la respuesta.
Con el paso del tiempo, varios prisioneros adquirieron conocimiento exacto de la verdad y dedicaron su vida a Jehová, entre ellos un hombre condenado a setenta y cinco años de prisión por robo. De hecho, los cambios en su personalidad fueron tan drásticos que llamaron la atención de los carceleros. A raíz de ello, se le dio un nuevo trabajo: ir sin escolta a la ciudad y hacer las compras para la penitenciaría, tarea que no hubiera recibido normalmente una persona encarcelada por robo.
Con todo, la vida en la prisión era dura, y la comida, escasa. Los presos llegaron a pedir que no se pelaran las papas para tener algo más que comer. Comían también remolacha, hierba, hojas y otras plantas, con tal de llenar el estómago. Algunos murieron de desnutrición, y todos sufrieron de disentería.
En verano, los hermanos del delta del Danubio extraían y transportaban tierra para la construcción de un dique, y en invierno, cortaban juncos en las heladas riberas del río. Dormían en un destartalado transbordador de hierro, donde tuvieron que soportar temperaturas glaciales, mugre, piojos y crueles guardias que permanecían impávidos incluso ante la muerte de algún prisionero. Aun así, por mala que fuera la situación, los hermanos se animaban mutuamente a no desfallecer en sentido espiritual. Veamos la experiencia de Dionisie Vârciu.
Justo antes de ser liberado, un funcionario le preguntó: “¿Ha logrado la cárcel cambiar tu fe, Vârciu?”.
—Disculpe —contestó Dionisie—, pero ¿cambiaría usted un traje de calidad por uno malo?
—No —dijo el funcionario.
—Yo tampoco —prosiguió el hermano—. Durante mi encarcelamiento nadie me ha ofrecido nada mejor que mi fe. De modo que, ¿por qué razón habría de cambiarla?
Ante tal respuesta, el funcionario le estrechó la mano y le dijo: “Estás libre Vârciu. No pierdas la fe”.
Los hermanos que aguantaron como Dionisie no eran superhombres; su valor y fortaleza espiritual provenía de su fe en Jehová, fe que mantuvieron viva de formas sorprendentes (Pro. 3:5, 6; Fili. 4:13).
Estudian de memoria
“El tiempo que pasé en prisión me sirvió para prepararme teocráticamente”, recuerda András Molnos. ¿Por qué pudo decir eso? Porque vio el valor de reunirse con los hermanos todas las semanas para estudiar la Palabra de Dios. Él cuenta: “Muchas veces la información no estaba escrita en el papel, sino en la memoria. Los hermanos recordaban artículos de La Atalaya que habían estudiado antes de entrar en prisión; algunos eran capaces de recordar una revista entera, incluidas las preguntas de los artículos de estudio”. Varios habían adquirido esta habilidad excepcional copiando manualmente el alimento espiritual antes de ser encarcelados (véase el recuadro “Métodos para copiar publicaciones”, de las páginas 132 y 133).
Cuando se programaban las reuniones cristianas, los hermanos responsables anunciaban el tema que se iba a tratar, y cada recluso intentaba recordar cuanto podía, desde pasajes de las Escrituras hasta puntos aprendidos en publicaciones bíblicas cristianas. Luego, todos se juntaban para comentar la información. En la reunión se escogía un conductor que, tras la oración, planteaba preguntas adecuadas al auditorio. Cuando todos habían dado sus comentarios, él presentaba sus ideas y pasaba al siguiente asunto.
En algunas prisiones no se permitían este tipo de reuniones. Ahora bien, el ingenio de los hermanos no conocía límites. Uno de ellos recuerda: “Sacábamos de su marco la ventana del cuarto de baño y la embadurnábamos con jabón y cal que obteníamos rascando la pared. Cuando se secaba, se convertía en una pizarra en la que podíamos escribir la lección del día. Un hermano dictaba en voz baja las palabras y otro las apuntaba.
”Dado que estábamos divididos en celdas, cada una de ellas constituía un grupo de estudio, y las lecciones se pasaban a todos los integrantes. Como solo una celda poseía la pizarra, los demás hermanos recibían la información en código morse. ¿Cómo lo hacían? Uno de nosotros ‘telegrafiaba’ el artículo golpeando, lo más suave posible, la pared o las tuberías de la calefacción. Al otro lado, los hermanos de las celdas escuchaban los mensajes valiéndose de una taza que colocaban contra la pared o las tuberías. Como es lógico, los que no sabían morse tuvieron que aprender.”
En algunas prisiones se pudo recibir alimento espiritual recién preparado gracias a las no menos ingeniosas y habilidosas hermanas. Por ejemplo, cuando cocían pan, escondían publicaciones dentro de la masa. Los hermanos lo llamaban el pan del cielo. Las hermanas fueron capaces hasta de introducir secciones de la Biblia en las prisiones. Doblaban las páginas en bloques diminutos y las metían en bolitas de plástico, luego bañaban las bolitas en chocolate y las cubrían de cacao en polvo.
Lo único desagradable de todo esto era que los hermanos tenían que realizar su lectura en el baño, el único lugar en el que se podía estar a solas unos minutos, fuera del alcance de los guardias. Cuando un hermano acababa la lectura, escondía las páginas detrás de la cisterna del inodoro. Los reclusos que no eran Testigos también sabían del escondite, así que muchos disfrutaban de una lectura tranquila.
Las mujeres y los niños se mantienen íntegros
Muchos Testigos sufrieron la oposición de su familia, como dos hermanas carnales llamadas Viorica y Aurica Filip, que tenían otra hermana y siete hermanos. Viorica relata: “Aurica estaba decidida a servir a Jehová, así que en 1973 dejó la universidad de Cluj-Napoca y poco después se bautizó. Su sinceridad y entusiasmo despertaron mi curiosidad, y empecé a investigar la Biblia. Al aprender que Dios promete vida eterna en un paraíso terrestre, pensé: ‘¿Qué hay mejor que eso?’. Seguí estudiando y me resolví a poner en práctica los principios bíblicos relacionados con la neutralidad cristiana, razón por la cual me negué a afiliarme al Partido Comunista”.
Viorica continúa: “En 1975 dediqué mi vida a Jehová. Para aquel tiempo me había mudado a la casa de unos parientes de Sighetul-Marmaţiei, ciudad donde encontré trabajo de maestra. Como no quise involucrarme en política, las autoridades escolares me informaron de que al final del curso me despedirían. Mi familia, que no quería que perdiera el empleo, se opuso tanto a mí como a mi hermana”.
Hasta los niños eran objeto de intimidación, a veces por la misma Securitate. Aparte de sufrir maltratos físicos y verbales, muchos de ellos fueron expulsados de su escuela y tuvieron que matricularse en otra. A otros no les permitieron estudiar más. Incluso había agentes que intentaban reclutar a los niños para que hicieran de espías.
Daniela Măluţan, quien actualmente sirve de precursora, recuerda: “Me humillaban delante de mis compañeros porque me negué a afiliarme a la Unión de Juventudes Comunistas, una institución dedicada al adoctrinamiento político de los jóvenes. Cuando empecé a cursar noveno grado, tuve muchos problemas a causa de los agentes de la Securitate, así como de los maestros y otros empleados de la escuela que hacían de informantes. De 1980 a 1982, cada dos miércoles casi sin excepción me interrogaban en la oficina del director, a quien, por cierto, no le permitían estar presente. Las preguntas me las hacía un coronel de la Securitate muy conocido entre los hermanos del distrito de Bistriţa-Năsăud por su odio hacia nosotros y por la intensidad con la que nos perseguía. Un día se presentó con cartas que incriminaban a varios hermanos responsables. Su objetivo era socavar mi confianza en ellos, hacer que abandonara mi fe y convencerme a mí, una escolar, de que me hiciera espía de la Securitate. Fracasó por completo.
”Pero no todas mis experiencias fueron negativas. Por ejemplo, mi profesor de Historia, que era miembro del partido, quería saber por qué me interrogaban tan a menudo. Cierto día, en lugar de dar la lección, se pasó dos horas haciéndome preguntas sobre mi fe frente a toda la clase. Quedó impresionado con mis respuestas y dijo que no le parecía bien que me estuvieran tratando tan mal. A partir de entonces comenzó a respetar nuestras creencias e incluso aceptó varias publicaciones.
”Pero las autoridades escolares siguieron hostigándome y finalmente, cuando terminé el décimo grado, me obligaron a abandonar los estudios. Con todo, no tardé en encontrar un empleo. Jamás me he arrepentido de ser leal a Jehová. Siempre le doy las gracias por haber tenido unos padres cristianos que se mantuvieron íntegros pese a los abusos que sufrieron bajo el régimen comunista. Nunca olvidaré su buen ejemplo.”
Se pone a prueba a los jóvenes
La Securitate centró su campaña de oposición en los varones jóvenes, quienes mantenían una postura de neutralidad cristiana. Con el objetivo de desmoralizarlos, los arrestaban, encarcelaban y liberaban, para luego volver a arrestarlos y encarcelarlos. Uno de tales jóvenes, József Szabó, recibió una sentencia de cuatro años justo después de su bautismo.
En 1976, tras pasar dos años encarcelado, József recuperó su libertad y poco después conoció a la que sería su esposa. “Nos comprometimos y fijamos la fecha de la boda —recuerda József—. Entonces recibí otra citación del Tribunal Militar de Cluj: tenía que comparecer ante la corte el mismo día de la boda. Aun así, seguimos con los planes y nos casamos, tras lo cual me presenté en el tribunal. Aunque solo llevaba unos minutos casado, me condenaron a tres años más de cárcel, los cuales cumplí totalmente. No hay palabras que describan el sufrimiento que nos produjo aquella separación.”
Otro joven Testigo, Timotei Lazăr, explica: “En 1977, mi hermano menor y yo salimos de la prisión. Para celebrarlo, vino a casa nuestro hermano mayor, que había sido puesto en libertad un año atrás. Pero todo era una trampa: la Securitate lo estaba esperando. Llevábamos separados dos años, siete meses y quince días, y ahora volvían a encarcelar a nuestro hermano mayor debido a su neutralidad cristiana. Mi hermano menor y yo nos quedamos desolados”.
La Conmemoración
En las noches en que se celebraba la Conmemoración se intensificaban las operaciones en contra de los Testigos. Los opositores allanaban las viviendas, ponían multas y practicaban detenciones. Por eso, como medida de precaución, los publicadores se congregaban en grupos pequeños, a veces compuestos por una sola familia.
“Un año, en la noche de la Conmemoración —relata Teodor Pamfilie—, el jefe de policía local estuvo bebiendo con sus amigos hasta tarde. Entonces salió para hacer una redada en varios hogares de Testigos y le pidió a un desconocido que lo llevara en su automóvil. Sin embargo, el señor no lograba arrancar el vehículo. Al final, después de varios intentos, el motor se puso en marcha y llegaron hasta nuestra casa, donde había un grupito celebrando la Conmemoración. Pero como habíamos cubierto totalmente las ventanas y no se veía nada de luz, pensaron que no había nadie y se fueron a otra casa. Allí ya había terminado la reunión y todos se habían ido.
Mientras tanto, nosotros continuamos con el programa, y en cuanto finalizamos, los asistentes se marcharon. Solo quedábamos mi hermano y yo cuando dos policías entraron de repente y gritaron: ‘¿Qué está pasando aquí?’.
—Nada —dije—. Mi hermano y yo estamos conversando.
—Sabemos que han celebrado una reunión —dijo uno de los hombres—. ¿Dónde están los demás? —Mirando a mi hermano le preguntó—: ¿Qué hace usted aquí?
—He venido a visitarlo a él —contestó señalándome con un ademán. Los agentes, frustrados, se marcharon a toda prisa. Al día siguiente nos enteramos de que pese a su empeño, la policía no había conseguido detener ni a un solo hermano.”
La sede mundial escribe a las autoridades rumanas
En vista del maltrato al que se sometía a los testigos de Jehová, la sede mundial envió en marzo de 1970 una carta de cuatro páginas al embajador rumano en Estados Unidos, y en junio de 1971, otra de seis páginas al presidente de Rumania, Nicolae Ceauşescu. La primera decía: “Le escribimos para expresarle nuestra preocupación por la situación de nuestros queridos hermanos cristianos de Rumania”. Tras alistar los nombres de siete hermanos encarcelados debido a su fe, la carta seguía: “Se nos ha informado que algunas de estas personas han recibido un trato sumamente cruel en prisión. [...] Los testigos de Jehová no son criminales y no se involucran en ningún movimiento político ni subversivo en ningún lugar del mundo, pues sus actividades son estrictamente religiosas”. En la conclusión, se solicitaba al Gobierno que “[pusiera] fin al acoso que sufrían los testigos de Jehová”.
La misiva dirigida al presidente Ceauşescu decía que “los testigos de Jehová del país no disfruta[ba]n de la libertad de religión que conced[ía] la Constitución rumana”, pues cuando difundían sus creencias o se reunían para estudiar la Biblia, se exponían a ser arrestados y tratados con crueldad. Tras hacer referencia a una reciente amnistía por la que se había liberado a muchos hermanos, la carta añadió: “Esperábamos el inicio de una nueva era también para [...] los testigos de Jehová. Pero lamentablemente, las expectativas no se han cumplido. Las preocupantes noticias que nos llegan de todo el país son coincidentes: el Estado sigue persiguiendo a los testigos de Jehová. Les registran las viviendas y les confiscan las publicaciones. Detienen tanto a hombres como a mujeres y los llevan ante los tribunales; a algunos les imponen largas sentencias de prisión y a otros les dan un trato inhumano. Y todo eso por leer y predicar la Palabra de Dios. Además de que tales actuaciones no fomentan la buena imagen de un Estado, nos preocupa enormemente la situación de los testigos de Jehová de Rumania”.
Junto a la carta se enviaron los libros La verdad que lleva a vida eterna en rumano y Vida eterna, en libertad de los hijos de Dios en alemán.
La situación mejoró un poco para los testigos de Jehová después de 1975, cuando Rumania, junto con otras naciones, firmó el Acta Final de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, celebrada en Helsinki. Este acuerdo garantizaba los derechos humanos y las libertades fundamentales, entre ellas la libertad de religión. A partir de ese momento solo arrestaron y encarcelaron a quienes se negaban a prestar el servicio militar.
En 1986 se adoptó una nueva constitución, según la cual nadie, ni siquiera un agente de la ley, podía entrar en una propiedad privada sin el consentimiento de su dueño, salvo que contara con una orden judicial. Por fin los hermanos se sentirían más seguros celebrando reuniones cristianas, como la Conmemoración, en hogares particulares.
Impresión clandestina
Durante la proscripción, el alimento espiritual entraba clandestinamente en el país en diversas formas —tales como publicaciones y clichés de multicopistas— y luego se reproducía localmente. Aunque la información a veces venía ya en rumano y en húngaro, casi siempre había que traducirla del alemán, francés, inglés o italiano. Para introducir el alimento espiritual se utilizaron mensajeros muy variados, como por ejemplo, turistas y estudiantes extranjeros, y rumanos que regresaban de viaje.
La Securitate trató por todos los medios de interceptar a los mensajeros y descubrir dónde se producían las publicaciones. Pero los hermanos eran prudentes y trabajaban en diversas casas particulares repartidas por varias poblaciones del país. Construían en estas compartimentos secretos insonorizados donde instalaban la maquinaria. Algunos de estos cuartos se hallaban detrás de la pared donde estaba la chimenea, que había sido modificada para que pudiera correrse dejando al descubierto una entrada oculta.
Sándor Parajdi trabajó en una imprenta secreta de Tîrgu Mureş donde se producía el texto diario, Nuestro Ministerio del Reino, La Atalaya y ¡Despertad! “Trabajábamos hasta cuarenta horas los fines de semana y nos turnábamos para dormir una hora —recuerda Sándor—. El olor de los productos químicos se adhería a la ropa y a la piel. En cierta ocasión, cuando llegué a casa, mi hijo de tres años exclamó: ‘¡Papá, hueles igual que el texto diario!’.”
A Traian Chira, un padre de familia que reproducía publicaciones y las repartía por el distrito de Cluj, le habían entregado una vieja multicopista manual a la que llamaban el molino. Aunque la máquina aún imprimía, los resultados dejaban mucho que desear, así que le pidió a un hermano mecánico que la reparara. La cara seria de este hermano cuando la inspeccionó hablaba por sí sola: la vieja multicopista no tenía arreglo. Pero de repente se le iluminó el rostro y dijo: “Yo puedo construir una”. Y en realidad hizo más que eso. Montó un taller en el sótano de una hermana y, tras construir un torno, fabricó más de diez multicopistas. Estos “molinos” se repartieron por todo el país y dieron muy buen servicio.
En la década de 1980, varios hermanos aprendieron a manejar máquinas offset, que eran mucho mejores. Nicolae Bentaru fue el primero en aprender, y este enseñó a los demás. En la casa del hermano Bentaru, así como en otras, toda la familia participaba en la producción de publicaciones. Cada cual se encargaba de una tarea. Claro, trabajar en secreto no era nada fácil, sobre todo durante la época en la que la Securitate espiaba a la gente y hacía redadas en los hogares. Como era vital actuar con rapidez, los hermanos se pasaban todo el fin de semana imprimiendo y transportando las publicaciones. ¿Por qué el fin de semana? Porque de lunes a viernes tenían que presentarse en su empleo.
También debían actuar con cautela al comprar papel. Tan solo con adquirir una resma —500 pliegos—, un comprador ya tenía que explicar para qué iba a usarla. Pues bien, los hermanos gastaban hasta 40.000 pliegos al mes. Es obvio que tenían que ser muy cautos al tratar con los vendedores. Además, como había controles en las carreteras, también había que tener mucho cuidado al transportar los materiales.
El desafío de la traducción
Un pequeño grupo de hermanos y hermanas que vivían en diversos lugares del país traducían las publicaciones a los idiomas locales, entre los que figuraba el ucraniano, hablado por una minoría étnica del norte. Algunos traductores eran profesores de lengua que habían abrazado la verdad; otros habían aprendido un nuevo idioma por su cuenta, gracias a algún cursillo o algún otro método.
En aquel tiempo, los traductores escribían su traducción a mano en un cuaderno y luego la llevaban a la ciudad de Bistriţa, en el norte, para que la corrigieran. Los traductores y los correctores de pruebas se reunían una o dos veces al año para tratar cuestiones relacionadas con el trabajo. Cuando las autoridades descubrían a estos hermanos, a menudo los registraban, interrogaban, golpeaban y arrestaban. A los que arrestaban los retenían en el cuartel varias horas o varios días y luego los liberaban; después volvían a arrestarlos y liberarlos, y así sucesivamente, todo con la intención de intimidarlos. A algunos hermanos les imponían arresto domiciliario o los obligaban a presentarse todos los días ante la policía. Y no pocos fueron encarcelados, como Dumitru y Doina Cepănaru, y Petre Ranca.
Dumitru Cepănaru trabajaba de profesor de Lengua e Historia Rumana, y su esposa, Doina, era médico. La Securitate los apresó, los separó y los encarceló por un período de siete años y medio. Doina pasó cinco de esos años totalmente incomunicada. Sus nombres figuraban en la carta antes mencionada que se envió desde la sede mundial al embajador rumano en Estados Unidos. Durante su reclusión, Doina escribió 500 cartas a su esposo y a otras hermanas encarceladas a fin de infundirles ánimo.
Un año después de la detención de este matrimonio, la madre de Dumitru, Sabina Cepănaru, fue también detenida, y pasó en la cárcel cinco años y diez meses. El único miembro de la familia que quedó en libertad, aunque estrechamente vigilado por la Securitate, fue el esposo de Sabina, que también era testigo de Jehová. Pese a correr un gran riesgo, este hermano visitaba regularmente a los tres miembros de su familia que estaban confinados.
Petre Ranca, por su parte, fue nombrado secretario de la oficina de los testigos de Jehová de Rumania en 1938. Esta ocupación, sumada al trabajo de traductor, lo colocó en la lista de los más buscados por la Securitate. Lo localizaron en 1948, fue arrestado varias veces y finalmente, en 1950, lo juzgaron junto con Martin Magyarosi y Pamfil Albu. Acusado de formar parte de una red de espionaje angloamericana, Petre pasó diecisiete años en algunas de las peores prisiones del país (Aiud, Gherla y Jilava) y tres años bajo arresto domiciliario en el distrito de Galaţi. Este fiel hermano sirvió a Jehová con toda el alma hasta el fin de su carrera terrestre, el 11 de agosto de 1991.
El amor con el que estos leales hermanos han efectuado su labor nos trae a la memoria las siguientes palabras: “Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo” (Heb. 6:10).
Asambleas de distrito al aire libre
Durante la década de 1980, los hermanos comenzaron a reunirse en grupos más grandes —de hasta miles de personas— cuando se presentaba alguna ocasión propicia, como una boda o un funeral. En las bodas levantaban una gran carpa en algún lugar apropiado del campo y la decoraban con bonitas alfombras que contenían escenas y textos bíblicos. Se colocaban mesas y sillas para todos los “invitados” y detrás de la plataforma se colgaba un cartel con una ampliación del logotipo de La Atalaya y el texto del año. Los hermanos del lugar solían suministrar la comida, en función de sus posibilidades. Así todos disfrutaban de un doble banquete: físico y espiritual.
El programa comenzaba con el discurso de boda o funeral y seguía con varios discursos bíblicos. Como los oradores no siempre podían llegar a tiempo, había hermanos capacitados listos para sustituirlos, aunque solo contaban con la ayuda de la Biblia, pues no había copias de los bosquejos que se iban a presentar.
En el verano, la gente de la ciudad solía ir al campo para pasar el día. Los testigos de Jehová hacían lo mismo, pero aprovechaban la ocasión para celebrar pequeñas asambleas en las montañas y en los bosques. Hasta llegaron a representar dramas bíblicos con trajes de época.
Un destino turístico tradicional era el mar Negro, lugar ideal para los bautismos. ¿Cómo se bautizaba a los nuevos sin atraer la atención? Una manera era haciendo ver que jugaban. Los candidatos y algunos publicadores bautizados formaban un círculo en el agua y se pasaban un balón unos a otros. El orador se ponía en el medio y pronunciaba el discurso, tras lo cual se sumergía a los candidatos, con toda discreción, por supuesto.
Un local de apicultores
En 1980, a los hermanos de Negreşti-Oaş, localidad del noroeste de Rumania, se les ocurrió una ingeniosa manera de conseguir el permiso para construir un Salón del Reino. Como en aquel tiempo el Estado fomentaba la apicultura, un grupo de publicadores que poseían colmenas pensaron que si creaban una asociación de apicultores, tendrían la excusa perfecta para construir un lugar de reunión.
Tras consultar a los ancianos del circuito, los hermanos crearon la Asociación de Apicultores de Rumania y presentaron en el ayuntamiento un proyecto de edificación de un lugar de reuniones. Las autoridades enseguida aprobaron la construcción de un edificio de madera de 34 metros de largo por 14 de ancho [111 pies x 46 pies]. Entusiasmados, los apicultores y sus muchos ayudantes materializaron el proyecto en tres meses. Hasta recibieron un reconocimiento especial por parte de las autoridades.
En vista de que la inauguración sería un evento multitudinario que duraría varias horas, los hermanos pidieron permiso para celebrar en el local la fiesta de la cosecha de grano. Más de tres mil Testigos de todo el país se reunieron para la ocasión. Las autoridades municipales se quedaron asombradas al ver que tantas personas acudían para participar en la cosecha y en la subsiguiente “celebración”.
Como es natural, la celebración resultó ser una asamblea muy fortalecedora en sentido espiritual. En vista del uso oficial del local, en el programa abundaron las referencias a las abejas, pero en un contexto espiritual. Por ejemplo, los oradores hablaron de su laboriosidad, de su capacidad para orientarse y organizarse, del espíritu altruista y valeroso con que defienden su colmena y de muchas cualidades más.
Tras la inauguración, el Salón de las Abejas, como se lo llamó, siguió dando un buen servicio a los hermanos, no solo hasta el fin de la proscripción, sino incluso por tres años más.
Los superintendentes de zona promueven la unidad
Durante varias décadas, los comunistas hicieron lo indecible por impedir la comunicación y sembrar las semillas de la duda y la discordia entre los siervos de Dios. Y, como mencionamos antes, en ciertos casos lo consiguieron. Lamentablemente, algunas de las divisiones que causaron persistieron durante los años ochenta. Pero la visita de los superintendentes de zona y el cambio que se produjo en el clima político contribuyeron a corregir el problema.
A partir de mediados de los años setenta visitó el país varias veces Gerrit Lösch, actual miembro del Cuerpo Gobernante que servía entonces en el Comité de Sucursal de Austria. En 1988, Theodore Jaracz y Milton Henschel fueron en dos ocasiones a Rumania en representación del Cuerpo Gobernante. Los acompañaron el hermano Lösch y Jon Brenca, que era entonces betelita de Estados Unidos y les hizo de intérprete. Tras aquellas animadoras visitas, miles de hermanos que se habían mantenido separados del núcleo principal de siervos de Jehová recuperaron la confianza y regresaron al rebaño.
Mientras tanto, los constantes cambios políticos fueron estremeciendo a toda la Europa comunista, hasta que a finales de los ochenta tambalearon sus cimientos y la mayoría de esos regímenes se desplomaron. En Rumania, la situación llegó a un punto crítico en 1989, cuando el pueblo se rebeló contra el gobierno comunista. El líder del partido, Nicolae Ceauşescu, y su esposa fueron ejecutados el 25 de diciembre, y al año siguiente se formó un nuevo gobierno.
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RumaniaAnuario de los testigos de Jehová 2006
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[Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]
Memorizamos mil seiscientos versículos bíblicos
Dionisie Vârciu
Año de nacimiento: 1926
Año de bautismo: 1948
Otros datos: Desde 1959 pasó más de cinco años en diversas prisiones y campos de trabajo. Murió en 2002.
Durante nuestro encarcelamiento se nos permitía comunicarnos con nuestros familiares, y ellos podían enviarnos cada mes un paquete de hasta cinco kilos [10 libras]. Pero los funcionarios solo los entregaban a quienes terminaban sus trabajos obligatorios. Nosotros siempre compartíamos la comida equitativamente, lo que suponía dividirla en unas treinta porciones. En una ocasión, lo único que teníamos eran dos manzanas. Los trozos resultaron pequeños, pero, así y todo, aliviaron un poco nuestra hambre.
Aunque no poseíamos biblias ni publicaciones bíblicas, nos mantuvimos espiritualmente fuertes recordando lo que habíamos aprendido antes de entrar en prisión y conversando de ello juntos. Hicimos un programa para que todas las mañanas un hermano citara un texto bíblico. Luego nosotros lo repetíamos en voz baja y reflexionábamos sobre él durante los quince o veinte minutos de nuestro paseo obligatorio. Cuando volvíamos a la celda —éramos veinte en una habitación de dos por cuatro metros [7 por 13 pies]— comentábamos el versículo durante una media hora. Entre todos logramos recordar 1.600 versículos. A mediodía repasábamos varios temas, y unas veinte o treinta citas bíblicas relacionadas con ellos. Todos memorizábamos la información.
Había un hermano que al principio creía que era muy mayor para memorizar tantos textos, pero se estaba subestimando. Después de oírnos repetir los pasajes en voz alta cerca de veinte veces, también él pudo recordar y recitar infinidad de textos bíblicos, para su alegría.
Es cierto que pasamos hambre y estábamos débiles, pero Jehová nos mantuvo alimentados y fuertes en sentido espiritual. Incluso después de ser liberados, tuvimos que cuidar de nuestra espiritualidad porque la Securitate seguía persiguiéndonos, tratando de quebrantar nuestra fe.
[Recuadro de las páginas 132 y 133]
Métodos para copiar publicaciones
Durante la década de 1950, la forma más sencilla de reproducir publicaciones para el estudio de la Biblia era copiarlas a mano, valiéndose en muchos casos de papel carbón. Era lento y engorroso, pero tenía una ventaja: los copistas memorizaban gran parte de la información. Así, cuando los encarcelaron, pudieron animar espiritualmente a sus hermanos. También se usaban máquinas de escribir, pero eran difíciles de conseguir y además debían figurar en un registro especial de la policía.
Al final de los años cincuenta empezaron a usarse los mimeógrafos, o multicopistas. Para hacer el cliché de estas máquinas, los hermanos preparaban una mezcla de cera, cola y gelatina. Luego la vertían sobre una superficie rectangular lisa, preferiblemente de cristal, formando una capa fina. Con una tinta especial hecha por ellos mismos grababan en un papel el texto que iban a copiar. Cuando se secaba la tinta, colocaban el papel sobre la cera presionándolo de manera uniforme. Estos clichés no duraban mucho, así que siempre había que preparar clichés nuevos. Además tenían otro inconveniente: debido a que el texto se escribía a mano, el autor corría el riesgo de ser identificado por su caligrafía, como pasaba con las copias al carbón.
Desde 1970 hasta los últimos años de la proscripción, los hermanos construyeron más de diez multicopistas portátiles basándose en un diseño austriaco. El modelo manual que crearon, al que llamaron el molino, utilizaba planchas de impresión de papel plastificado. A finales de los setenta consiguieron varias máquinas offset alimentadas por hojas, pero como no sabían hacer las planchas, no pudieron usarlas. En 1985, un hermano de la antigua Checoslovaquia que era ingeniero químico les enseñó a fabricarlas, y a partir de entonces aumentaron muchísimo tanto la velocidad como la calidad de la impresión.
[Ilustración y recuadro de las páginas 136 y 137]
Jehová me preparó
Nicolae Bentaru
Año de nacimiento: 1957
Año de bautismo: 1976
Otros datos: Colaboró en la impresión durante la época comunista. Ahora sirve de precursor especial junto con su esposa, Veronica.
Empecé a estudiar la Biblia en 1972 en la población de Săcele y cuatro años después me bauticé; tenía 18 años. En aquel entonces, la obra estaba proscrita, y celebrábamos las reuniones por grupos de estudio de libro. Pese a todo recibíamos un suministro regular de alimento espiritual; hasta escuchábamos los dramas de la Biblia, que se presentaban con diapositivas a color.
Mi primera asignación después de mi bautismo fue encargarme del proyector de diapositivas. Dos años después me concedieron otro privilegio: comprar el papel para nuestra imprenta clandestina. En 1980 aprendí a imprimir y empecé a colaborar en la producción de La Atalaya, ¡Despertad! y otras publicaciones. Usábamos una multicopista y una prensa manual pequeña.
Por aquel tiempo conocí a Veronica, una magnífica hermana que había demostrado su fidelidad a Jehová, y nos casamos. Ella me ayudó muchísimo en mi labor. En 1981, Otto Kuglitsch, de la sucursal de Austria, me enseñó a manejar nuestra primera multicopista offset alimentada por hojas. En 1987 conseguimos otra máquina en Cluj-Napoca, y me enviaron para que enseñara a los hermanos a utilizarla.
Después de que en 1990 se levantó la proscripción, Veronica y yo, junto con nuestro hijo, Florin, seguimos imprimiendo y distribuyendo publicaciones durante ocho meses. Florin se encargaba de agrupar las páginas impresas antes de prensarlas, guillotinarlas, graparlas, empaquetarlas y enviarlas. En 2002 nos asignaron a los tres a servir de precursores en Mizil, una localidad de 15.000 habitantes situada a 80 kilómetros [50 millas] al norte de Bucarest. Mi esposa y yo somos precursores especiales, y nuestro hijo es precursor regular.
[Ilustración y recuadro de las página 139 y 140]
Jehová cegó al enemigo
Ana Viusencu
Fecha de nacimiento: 1951
Fecha de bautismo: 1965
Otros datos: De adolescente ayudaba a sus padres a copiar publicaciones, y más adelante colaboró en su traducción al ucraniano.
Cierto día de 1968 estuve haciendo a mano los clichés de un número de La Atalaya. Por descuido, olvidé esconderlos cuando me fui a la reunión. Regresé a casa a medianoche y pocos segundos después, escuché un automóvil detenerse. Antes de que pudiera ver quién era, irrumpieron en la casa cinco agentes de la Securitate con una orden de registro. Estaba aterrorizada, pero logré guardar la compostura. En ese instante le imploré a Jehová que me perdonara por mi descuido y le prometí que no volvería a ocurrir.
El oficial al mando se sentó junto a la mesa donde estaban los papeles —que yo había tapado con un paño apresuradamente antes de que entraran los hombres— y no se movió de allí hasta que finalizó el registro, unas horas más tarde. Mientras escribía el informe, a unos centímetros de los clichés, alisó el paño con la mano varias veces. El informe decía que los agentes no habían encontrado publicaciones prohibidas en la casa ni en poder de nadie.
A pesar de ello, se llevaron a mi padre a Baia Mare. Mi madre y yo le suplicamos a Jehová que lo ayudara y le agradecimos su protección aquella noche. Afortunadamente, mi padre regresó unos días después.
Al poco tiempo volvió a detenerse un automóvil frente a nuestra casa. Yo estaba copiando a mano unas publicaciones, así que apagué la luz y fui a mirar por las ventanas, que estaban tapadas. Vi a varios hombres uniformados con insignias brillantes en las hombreras bajarse del vehículo y entrar en la casa de enfrente. A la noche siguiente vino otro grupo a sustituir al primero, lo cual confirmó nuestras sospechas: eran espías de la Securitate. Con todo, continuamos copiando publicaciones, aunque ahora sacábamos el material por el jardín de atrás para que no nos descubrieran.
“Entre nosotros y el enemigo —solía decir mi padre— hay una columna de nube como la que separaba a los israelitas de los egipcios.” (Éxo. 14:19, 20.) Yo misma pude comprobar lo ciertas que resultaron ser aquellas palabras.
[Ilustración y recuadro de las páginas 143 y 144]
Nos salvó un tubo de escape roto
Traian Chira
Año de nacimiento: 1946
Año de bautismo: 1965
Otros datos: Fue uno de los hermanos encargados de producir y transportar publicaciones durante los años de la proscripción.
Un domingo de verano, a primera hora de la mañana, cargué en mi automóvil ocho sacos de publicaciones. Como no cabían todos en el portaequipajes, quité los asientos de atrás y puse algunos en el espacio que quedó libre. Luego los tapé con unas mantas y coloqué encima una almohada. Cualquiera que nos viera pensaría que mi familia y yo íbamos a pasar el día en la playa. Tomé la precaución de cubrir también los sacos del portaequipajes.
Después de pedir la bendición de Jehová, mi esposa, mis dos hijos, mi hija y yo partimos en dirección a Tîrgu Mureş y Braşov a fin de repartir las publicaciones. Durante el viaje cantamos cánticos del Reino. Tras haber recorrido 100 kilómetros [60 millas], llegamos a un tramo de la carretera llena de baches. La suspensión del vehículo no pudo aguantar todo el peso, y el tubo de escape recibió un golpe fuerte y se partió. Me detuve, recogí el trozo de tubo de escape que se había caído y lo puse en el portaequipajes, junto a la rueda de recambio, sobre las mantas. Luego proseguimos el viaje haciendo un ruido espantoso.
En Luduş nos dio el alto un policía con la intención de inspeccionar el automóvil. Comprobó el número de motor y el funcionamiento de la bocina, los limpiaparabrisas y los faros, entre otras cosas. Al final quiso ver la rueda de recambio. Mientras me dirigía a la parte de atrás del vehículo, me acerqué a la ventanilla y les susurré a mi mujer y a mis hijos: “Comiencen a orar. Solo Jehová nos puede ayudar”.
Cuando abrí el portaequipajes, el agente inmediatamente vio el tubo de escape roto. “¿Qué es esto? —preguntó—. Le voy a poner una multa.” Satisfecho por haber descubierto una falta, dio por concluida la inspección. Así que cerré el portaequipajes y solté un suspiro de alivio. ¡Nunca me había alegrado tanto de que me pusieran una multa! Ese fue el único susto que pasamos. Al final, los hermanos recibieron las publicaciones.
[Ilustración y recuadro de las páginas 147 a 149]
Encuentro con la Securitate
Viorica Filip
Año de nacimiento: 1953
Año de bautismo: 1975
Otros datos: Emprendió el servicio de tiempo completo en 1986. En la actualidad es miembro de la familia Betel.
Cuando mi hermana Aurica y yo nos hicimos testigos de Jehová, nuestra familia nos trató muy mal. Aunque sufrimos mucho, aquella oposición nos preparó para los futuros encuentros con la Securitate. Uno de ellos ocurrió una noche del mes de diciembre de 1988. Por entonces, yo vivía con Aurica y su familia en la ciudad de Oradea, cerca de la frontera con Hungría.
Aquella noche fui a la casa del hermano que supervisaba la traducción. Yo llevaba en el bolso una revista que estaba corrigiendo. No sabía que los agentes de la Securitate estaban registrando la vivienda e interrogando a los ocupantes y a todo el que los visitara. Afortunadamente, cuando me di cuenta de lo que pasaba, pude quemar la revista sin que me descubrieran. Después de eso, los agentes me llevaron al cuartel junto a otros Testigos, pues querían seguir interrogándonos.
Me hicieron preguntas durante toda la noche. Al día siguiente registraron mi pequeña casa, en la localidad cercana de Uileacu de Munte. Yo no vivía allí, pero los hermanos guardaban en ella material para la obra clandestina. Cuando los agentes lo descubrieron, me llevaron de regreso al cuartel y me golpearon con una porra de goma para que les dijera de quién era aquel material o quiénes estaban relacionados directamente con él. Le supliqué a Jehová que me ayudara a aguantar la paliza, y al instante me invadió una sensación de paz. El dolor de los golpes desaparecía en unos segundos. Sin embargo, enseguida se me hincharon las manos; tanto, que dudé que algún día volviera a escribir. Esa noche me pusieron en libertad. No tenía dinero, estaba exhausta y muerta de hambre.
Comencé a caminar en dirección a la terminal de autobuses con un agente de la Securitate siguiéndome los pasos. En el interrogatorio no había dicho dónde vivía, así que no podía ir directamente a casa de Aurica, pues pondría a ella y a su familia en peligro. Sin saber adónde ir, le rogué a Jehová que me ayudara porque necesitaba con urgencia algo de comer y deseaba dormir en mi cama. “¿Estoy pidiendo mucho?”, recuerdo que pensé.
Cuando llegué a la terminal, había un autobús a punto de irse. Salí corriendo y me subí, aunque no tenía con qué pagar el boleto. Dio la casualidad de que se dirigía a la localidad donde estaba mi casa. El agente de la Securitate también se subió al autobús y, después de preguntarme cuál era la siguiente parada, se bajó. Al ver aquello, pensé que habría otro agente esperándome en Uileacu de Munte. Afortunadamente, el conductor me dejó viajar sin pagar. “Pero ¿por qué voy a Uileacu de Munte?”, me pregunté. No quería ir a mi casa, pues allí no había comida, ni siquiera una cama.
Mientras le expresaba a Jehová mis preocupaciones, el conductor detuvo el autobús en las afueras de Oradea para que se apeara un amigo suyo. Aproveché esa ocasión para bajarme. Cuando se fue el autobús, me embargó una sensación de felicidad. Luego, con mucha precaución, me dirigí a la casa de un hermano al que conocía. Cuando llegué, su esposa acababa de preparar gulasch, uno de mis platos favoritos, y me invitaron a cenar.
Más tarde, cuando vi que no había peligro, fui hasta la casa de Aurica y por fin pude echarme en mi cama. Así es, Jehová me concedió mis dos deseos: una buena comida y dormir en mi cama. ¡Qué Padre tan maravilloso tenemos!
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