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    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • Tácticas del enemigo

      En su intento de debilitar la fe de los siervos de Jehová o de forzarlos a obedecer, los comunistas emplearon espías y traidores, así como la tortura, la propaganda engañosa y la amenaza de muerte. Entre los espías e informantes figuraban vecinos, compañeros de trabajo, apóstatas, familiares y agentes de la Securitate. Estos últimos hasta se infiltraron en las congregaciones fingiendo interés en la verdad y aprendiendo términos teocráticos. Aquellos “falsos hermanos” causaron mucho perjuicio y fueron el origen de muchas detenciones. Uno de ellos, Savu Gabor, llegó a ocupar un puesto de responsabilidad hasta que se le descubrió en 1969 (Gál. 2:4).

      Los agentes del gobierno también se valían de micrófonos ocultos para espiar a los hermanos y a sus familias. Timotei Lazăr cuenta: “Mientras estuve en prisión por no servir en el ejército, la Securitate citaba a mis padres y a mi hermano menor en su sede y los interrogaba a veces hasta durante seis horas corridas. En una ocasión pusieron micrófonos ocultos en la casa. Aquella noche, mi hermano, que era electricista, se dio cuenta de que el contador de la luz giraba demasiado rápido. Miró por los alrededores y encontró dos aparatos con micrófonos. Los fotografió y los desconectó. Al día siguiente, los agentes de la Securitate fueron a buscar sus juguetes, como ellos los llamaban”.

      La propaganda engañosa solía consistir en artículos adaptados que habían sido publicados en otros países comunistas. Por ejemplo, el titulado “La secta jehovista y su carácter reaccionario” ya había aparecido en un periódico ruso. El editorial acusaba a los testigos de Jehová de tener “el carácter de una organización política común”, cuyo objetivo era “llevar a cabo actividades subversivas en los países socialistas”. Y animaba a los lectores a delatar a todo el que promoviera las enseñanzas de los Testigos. Sin embargo, para cualquier persona inteligente, esta propaganda política constituía la admisión indirecta del fracaso de los enemigos, pues anunciaba a los cuatro vientos que los testigos de Jehová aún estaban muy activos y lejos de haber sido silenciados.

      Cuando la Securitate capturaba a un hermano o hermana, su crueldad, aplicada con maestría, no conocía límites. Para hacerlos hablar, empleaban incluso productos químicos que causaban daño al cerebro y al sistema nervioso. Samoilă Bărăian, una de las víctimas, relata: “Durante los interrogatorios me obligaban a tomar una sustancia que era peor que las palizas. No tardé en percibir sus efectos nocivos. No podía andar derecho y era incapaz de subir escaleras. Luego empezó el insomnio. No podía concentrarme y titubeaba al hablar.

      ”Mi condición física continuó deteriorándose. Al cabo de un mes, más o menos, perdí el sentido del gusto. Mi aparato digestivo se colapsó, y sentía que mis extremidades iban a desencajarse. Tenía un dolor horrible. Los pies me transpiraban tan profusamente que deshice los zapatos en dos meses, y tuve que echarlos a la basura. ‘¿Por qué sigues mintiendo? —me gritaba mi interrogador—. ¿No ves en qué te has convertido?’ Hubiera reventado de rabia, pero me controlé.” Andando el tiempo, el hermano Bărăian se recuperó de aquellos malos tratos.

      La Securitate también se valía de la tortura psicológica. Alexa Boiciuc recuerda: “La peor noche fue cuando me despertaron y me llevaron a una sala desde donde se oía cómo golpeaban a un hermano. Luego oí llorar a una hermana y después la voz de mi madre. Hubiera preferido que me golpearan a tener que soportar estas cosas”.

      A los hermanos les garantizaban el perdón si revelaban los nombres de otros Testigos y los lugares y las horas de reunión. A las mujeres les decían que si querían un futuro mejor para sus hijos, debían abandonar a sus esposos encarcelados.

      Como sus propiedades habían sido confiscadas, muchos hermanos no tuvieron otro remedio que trabajar en granjas colectivas. El trabajo no era tan malo, pero los hombres tenían que asistir a reuniones políticas, que se celebraban a menudo. Quienes no se presentaban, eran objeto de burla y perdían casi todo el sueldo. Naturalmente, esta situación creó muchas dificultades a los testigos de Jehová, pues no participaban en ninguna reunión o actividad política.

      Cuando efectuaban redadas en las casas de los Testigos, los agentes del gobierno también se llevaban las pertenencias personales, sobre todo si podían venderse. Y en pleno invierno, solían romperles las cocinas (estufas), la única fuente de calor en los hogares. ¿Por qué tal despliegue de crueldad? Porque, según decían, eran buenos sitios para esconder libros. Con todo, no se silenció a los hermanos. Ni siquiera aquellos que soportaron los abusos y privaciones de los campos de trabajos forzados y las prisiones dejaron de dar testimonio de Jehová y de consolarse unos a otros, como veremos a continuación.

      Se alaba a Jehová en los campos y las prisiones

      Además de las prisiones, Rumania contaba con tres enormes campos de trabajos forzados. Uno, situado en el delta del Danubio, otro en la gran isla de Brăila, y un tercero en el canal que une el Danubio con el mar Negro. Desde el inicio de la época comunista, los Testigos se encontraron muchas veces en prisión con antiguos perseguidores, que habían sido encarcelados por su relación con el régimen anterior. Un superintendente de circuito fue a parar junto a veinte sacerdotes. No cabe duda de que pudo entablar muchas conversaciones interesantes con tales prisioneros.

      Por ejemplo, un hermano encarcelado tuvo una larga conversación con un profesor de teología que había sido examinador de los que iban a ser sacerdotes. El hermano no tardó en descubrir que el profesor no sabía casi nada de la Biblia. Entre los presos que estaban escuchando había un general del ejército del antiguo régimen.

      —¿Cómo es que un simple trabajador sabe más de la Biblia que usted? —preguntó el general al profesor.

      —En los seminarios de teología se nos enseña tradición eclesiástica y otros temas afines, pero no la Biblia —repuso este.

      —Confiábamos en su conocimiento, pero es deplorable ver que nos han engañado —dijo el general, no satisfecho con la respuesta.

      Con el paso del tiempo, varios prisioneros adquirieron conocimiento exacto de la verdad y dedicaron su vida a Jehová, entre ellos un hombre condenado a setenta y cinco años de prisión por robo. De hecho, los cambios en su personalidad fueron tan drásticos que llamaron la atención de los carceleros. A raíz de ello, se le dio un nuevo trabajo: ir sin escolta a la ciudad y hacer las compras para la penitenciaría, tarea que no hubiera recibido normalmente una persona encarcelada por robo.

      Con todo, la vida en la prisión era dura, y la comida, escasa. Los presos llegaron a pedir que no se pelaran las papas para tener algo más que comer. Comían también remolacha, hierba, hojas y otras plantas, con tal de llenar el estómago. Algunos murieron de desnutrición, y todos sufrieron de disentería.

      En verano, los hermanos del delta del Danubio extraían y transportaban tierra para la construcción de un dique, y en invierno, cortaban juncos en las heladas riberas del río. Dormían en un destartalado transbordador de hierro, donde tuvieron que soportar temperaturas glaciales, mugre, piojos y crueles guardias que permanecían impávidos incluso ante la muerte de algún prisionero. Aun así, por mala que fuera la situación, los hermanos se animaban mutuamente a no desfallecer en sentido espiritual. Veamos la experiencia de Dionisie Vârciu.

      Justo antes de ser liberado, un funcionario le preguntó: “¿Ha logrado la cárcel cambiar tu fe, Vârciu?”.

      —Disculpe —contestó Dionisie—, pero ¿cambiaría usted un traje de calidad por uno malo?

      —No —dijo el funcionario.

      —Yo tampoco —prosiguió el hermano—. Durante mi encarcelamiento nadie me ha ofrecido nada mejor que mi fe. De modo que, ¿por qué razón habría de cambiarla?

      Ante tal respuesta, el funcionario le estrechó la mano y le dijo: “Estás libre Vârciu. No pierdas la fe”.

      Los hermanos que aguantaron como Dionisie no eran superhombres; su valor y fortaleza espiritual provenía de su fe en Jehová, fe que mantuvieron viva de formas sorprendentes (Pro. 3:5, 6; Fili. 4:13).

  • Rumania
    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • [Ilustración de la página 117]

      Micrófonos empleados por la Securitate

      [Ilustración de la página 120]

      Periprava, campo de trabajo situado en el delta del Danubio

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