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RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
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“EL PREDICADOR DE SEGURO VOLVERÁ”
Claro está que las conferencias sobre ideología soviética no eran solo para los campos de trabajos forzados, sino que estaban principalmente dirigidas al público en general de las ciudades grandes. Conferenciantes de experiencia visitaban pueblos y ciudades, sobre todo donde había una gran concentración de Testigos, tales como Vorkutá, Inta, Ujta y Siktivkar. “En 1957 —relata el hermano Gutshmidt— vino en cierta ocasión un conferenciante al Palacio de la Cultura de los mineros de Inta, donde estaban reunidas trescientas personas. El conferenciante enumeró las creencias de los testigos de Jehová y explicó nuestra forma de predicar. Después de describir detalladamente el método de predicación, que consistía en una serie de presentaciones en quince visitas, señaló: ‘Si usted no da señal de objetar, el predicador de seguro volverá. Y si en la segunda visita sigue sin objetar, volverá por tercera vez’.
”En dos horas detalló seis de las visitas palabra por palabra y de acuerdo al método que seguíamos, leyendo de sus notas todos los textos bíblicos citados. Yo estaba entonces cumpliendo condena en un campo de trabajos forzados, pero mi esposa, Polina, me mandó una carta relatándome el suceso y diciéndome que los hermanos presentes en la conferencia no daban crédito a lo que oían. Después de la conferencia, el periódico publicó comentarios negativos sobre los Testigos, pero con una descripción muy completa de lo que es el Reino. Además, la conferencia entera se transmitió por radio. Así, miles de residentes se enteraron del mensaje que llevamos los testigos de Jehová y la forma en que lo hacemos.
”En 1962 llegó un orador de Moscú para dar una conferencia sobre los testigos de Jehová. Tras comentar su historia moderna, explicó: ‘Millones de dólares llegan cada mes a Brooklyn en la forma de donaciones voluntarias para sostener las actividades de los Testigos en distintos países. Pero ninguno de los dirigentes tiene siquiera un armario para su ropa. Todos, desde el ama de llaves hasta el presidente, comen juntos en el mismo comedor, y no hay distinción entre ellos. Todos se llaman “hermano” y “hermana”, tal como nosotros nos llamamos “camarada”’.
”Hubo un momento de silencio absoluto en la sala. Entonces el hombre añadió: ‘Pero no vamos a adoptar su ideología, por buena que parezca, porque nosotros queremos crear todo esto sin Dios, con nuestras propias manos y nuestras propias mentes’.
”Era la primera vez que escuchábamos que las propias autoridades decían la verdad sobre los testigos de Jehová, y eso nos animó en gran manera. Por otro lado, tales conferencias le brindaron a mucha gente la oportunidad de conocer, por boca de sus mismos dirigentes, la verdad sobre los Testigos. Con todo, necesitaban ver por sí mismos cómo las enseñanzas de la Biblia podían ayudarles a mejorar su vida.”
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RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
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En 1949 me trasladaron a un campo de Inta para prisioneros políticos. Allí el régimen era mucho más estricto. Se respiraba un ambiente de resentimiento, grosería, inmoralidad, indiferencia y desesperación. Para agravar las cosas, empezaron a esparcirse rumores de que pronto iban a fusilarnos a todos o a condenarnos a cadena perpetua. Para algunos, aquello fue demasiado y perdieron la razón. Todos odiaban a todos y nadie confiaba en nadie, pues abundaban los informantes en el campo. Cada quien vivía en su propio mundo y sobrevivía como podía. Imperaban la ambición y el egoísmo.
Pero había unas cuarenta mujeres muy diferentes. Siempre estaban juntas y eran sorprendentemente bonitas, limpias, bondadosas y amigables. La mayoría eran jóvenes, y había incluso algunas niñas. Me enteré de que eran creyentes religiosas, testigos de Jehová. Los demás prisioneros las trataban de distintas maneras. Algunos eran malvados y rudos; otros las admiraban por su forma de ser, sobre todo por el amor que se tenían entre ellas. Por ejemplo, si alguna Testigo enfermaba, las otras se turnaban para cuidarla por las noches. En el campo, esto era completamente fuera de lo común.
Me sorprendió ver que este grupo de mujeres se componía de tantas nacionalidades y que, aun así, se llevaran bien unas con otras. Para entonces, yo ya había perdido todo interés por la vida. Un día me sentí tan deprimida, que me senté a llorar. Entonces, una de las chicas se me acercó y me dijo: “Polina, ¿por qué lloras?”.
“Estoy cansada de vivir”, respondí.
La joven, Lidia Nikulina, se puso a consolarme. Me habló del sentido de la vida, de cómo Dios resolverá los problemas de la humanidad, y de muchas otras cosas. Cuando salí en libertad, en julio de 1954, ya había aprendido muchas cosas de los testigos de Jehová. Así que tuve el placer de unirme a ellos.
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