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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • “NOS PEGÁBAMOS BIEN UNOS A OTROS”

      En uno de los campos de Vorkutá había muchos Testigos de Ucrania, Moldavia, los países bálticos y otras repúblicas de la Unión Soviética. “Era el invierno de 1948 —relata Ivan Klimko—. No teníamos publicaciones bíblicas. Así que lo único que podíamos hacer era escribir en unos pequeños trozos de papel lo que lográbamos recordar de revistas viejas. Por más discretos que fuéramos, los capataces sabían que teníamos aquellos papelitos, de manera que nos sometían a largos y meticulosos registros. En los días más fríos del invierno nos llevaban a todos afuera y nos obligaban a permanecer formados en filas de cinco. Solían contarnos una y otra y otra vez, quizás pensando que preferiríamos entregarles los pedazos de papel a quedarnos allí afuera en el gélido frío. Durante los conteos, nos pegábamos bien unos a otros y hablábamos de un tema bíblico. Siempre teníamos la mente ocupada con asuntos espirituales. Sin duda, Jehová nos ayudó a permanecer íntegros. Con el tiempo, los hermanos hasta pudieron meter una Biblia al campo. La dividimos en varias partes para que no nos la fueran a confiscar completa si un día la encontraban durante un registro.

      ”Entre los guardias hubo algunos que se dieron cuenta de que el campo de prisioneros no era lugar para los testigos de Jehová. Fueron amables y nos ayudaron siempre que pudieron. Algunos simplemente ‘cerraban los ojos’ cuando alguno de nosotros recibía un paquete. Y es que, por lo general, en el paquete venían escondidas una o dos páginas de La Atalaya que no pesaban más que unos cuantos gramos, pero que valían más que varios kilos de comida. En sentido físico, los Testigos siempre sufrimos privaciones en los campos, pero espiritualmente éramos muy ricos.” (Isa. 65:13, 14.)

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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • Y era verdad; mi aspecto daba tanta lástima que me llevaron a una colonia de recuperación en Vorkutá.

      Cuando mejoré un poco, me pusieron a trabajar en la mina de arena; pero no había pasado ni un mes y ya parecía de nuevo un esqueleto. El médico pensaba que yo estaba cambiando mi alimento por tabaco, pero le aclaré que no fumaba, pues era testigo de Jehová. Estuve más de dos años en ese campo. Aunque yo era el único Testigo, siempre hubo alguien a quien le gustó escuchar de la verdad; de hecho, algunos prisioneros respondieron al mensaje.

      Una vez mis parientes me mandaron una revista La Atalaya copiada a mano. ¿Cómo llegó a mis manos si el capataz revisaba minuciosamente cada paquete? Bueno, mi familia dobló dos veces las hojas, las puso en el doble fondo de una lata y lo cubrió con una gruesa capa de grasa. El capataz perforó la lata, pero no encontró nada sospechoso, así que me la entregó. Aquella fuente de “agua viva” me sostuvo durante un buen tiempo (Juan 4:10).

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