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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • “TU JEHOVÁ NO TE VA A SACAR DE AQUÍ”

      Pyotr Krivokulsky recuerda lo que sucedió en el verano de 1945: “A los hermanos se les juzgó y se les envió a diversos campos de trabajos forzados. En el campo donde yo estaba, muchos prisioneros mostraron verdadero interés por la verdad. Uno de ellos, un ministro religioso, entendió enseguida que lo que estaba oyendo era la verdad y se puso de parte de Jehová.

      ”Pero las condiciones eran muy duras. Una vez me encerraron en una celda tan pequeña que apenas podía estar de pie. La llamaban la chinchera porque estaba llena de chinches. Había tantas que probablemente se podrían haber chupado toda la sangre de un ser humano. De pie frente a la celda, el inspector me dijo: ‘Tu Jehová no te va a sacar de aquí’. Mi ración diaria de comida consistía en 300 gramos [10 onzas] de pan y una taza de agua. Como no había aire, me apoyaba contra la pequeña puerta de entrada y aspiraba con ansia a través de una rendija. Sentía cómo las chinches me chupaban la sangre. Durante los diez días que pasé en aquella celda, le pedía continuamente a Jehová que me diera fuerzas para aguantar (Jer. 15:15). Cuando me dejaron salir, caí desmayado y desperté en otra celda.

      ”Después de aquello, el tribunal del campo de trabajos forzados me sentenció a diez años de reclusión en un campo penitenciario de máxima seguridad por ‘agitación y propaganda contra las autoridades soviéticas’. En aquel campo no se podía enviar ni recibir cartas. La mayoría de los reclusos habían sido condenados por delitos violentos, como el asesinato. Me dijeron que si no renunciaba a mi fe, aquellos presos me harían cualquier cosa que se les mandara. Yo solo pesaba 36 kilos [80 libras] y apenas podía caminar. Pero incluso allí pude encontrar personas sinceras con una buena disposición hacia la verdad.

      ”En cierta ocasión, mientras estaba recostado entre unos arbustos y orando, se me acercó un hombre mayor y me preguntó: ‘¿Qué hiciste para terminar en este infierno?’. Al oír que era testigo de Jehová, se sentó, me abrazó, me besó y me dijo: ‘Hijo mío, ¡llevo tanto tiempo deseando conocer la Biblia! ¿Podrías enseñarme?’. Me sentí rebosante de felicidad. Enseguida le mostré los pedazos de los Evangelios que había cosido en mi harapienta ropa. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Aquella noche pasamos mucho tiempo hablando. Me dijo que trabajaba en el comedor del campo y que me conseguiría comida. Nos hicimos amigos; él progresó espiritualmente, y yo cobré fuerzas. Vi la mano de Jehová en todo aquello. Al cabo de unos meses lo pusieron en libertad, y a mí me llevaron a otro campo en el oblast de Gorki.

      ”Allí las condiciones eran mucho mejores. Pero, sobre todo, me sentía feliz de que cuatro prisioneros estudiaran la Biblia conmigo. En 1952, los capataces del campo nos encontraron con publicaciones. Durante el interrogatorio previo al juicio me encerraron en una caja herméticamente cerrada, y cuando empezaba a asfixiarme, la abrían para que aspirara unas bocanadas de aire y entonces la volvían a cerrar. Querían que renunciara a mi fe. Nos condenaron a todos. No obstante, a ninguno de mis estudiantes de la Biblia le entró pánico al escuchar la sentencia. ¡Qué satisfecho me sentí! Los cuatro fueron sentenciados a veinticinco años en campos de trabajos forzados. Yo recibí una sentencia más severa, pero me la conmutaron por otros veinticinco años en un campo penitenciario de máxima seguridad y diez años en el exilio. Al abandonar la sala, nos detuvimos para dar gracias a Jehová por habernos sostenido. Los guardias estaban atónitos, no podían entender por qué nos sentíamos felices. Nos separaron y nos enviaron a distintos campos. A mí me enviaron al campo penitenciario de máxima seguridad de Vorkutá.”

      LA NEUTRALIDAD CRISTIANA LES SALVA LA VIDA

      La vida en el campo era dura, y muchos prisioneros no Testigos hasta llegaron a suicidarse. Pero los Testigos resistieron. Ivan Krylov recuerda: “Después de haber estado en la prisión de máxima seguridad, estuve en distintas minas de carbón donde nuestros hermanos y hermanas hacían trabajos forzados. Logré ponerme en contacto con el grupo de hermanos y establecer una red de comunicación entre nosotros, de modo que si alguien conseguía una revista, la copiaba a mano y la pasaba a los demás. Predicábamos en todos los campos, y muchas personas mostraron interés. Algunas de ellas se bautizaron en el río Vorkutá cuando quedaron en libertad.

      ”Nuestra fe en Jehová y su Reino se vio sometida a pruebas constantes. Cierto día de 1948, un grupo de prisioneros organizó una revuelta en un campo de Vorkutá. Pensando en producir el mayor impacto posible, los rebeldes les dijeron a los demás prisioneros que se dividieran en grupos, fuera por nacionalidad o por religión. En ese entonces éramos quince hermanos en el campo, y les explicamos que nosotros, los testigos de Jehová, éramos cristianos y que, así como los primeros cristianos no se levantaron contra Roma, nosotros no participábamos en ese tipo de movimientos. Claro, a muchos les sorprendió nuestra respuesta, pero nos mantuvimos firmes.”

      La revuelta tuvo consecuencias lamentables: soldados armados sofocaron la rebelión, encerraron a los rebeldes en una barraca, la rociaron de gasolina y le prendieron fuego. Casi ninguno sobrevivió. Pero a los Testigos, ni los tocaron.

      “En diciembre de 1948 —prosigue Ivan— conocí en cierto campo a ocho hermanos que habían recibido veinticinco años de condena. Aquel fue un invierno horriblemente crudo, y el trabajo en las minas era muy agotador. Con todo, brillaban en sus ojos la confianza y la esperanza sólida. Hasta los prisioneros que no eran Testigos recobraban las fuerzas al ver su actitud positiva.”

      DESTIERRO EN SIBERIA

      A pesar de la cruel persecución, los Testigos siguieron predicando con entusiasmo las buenas nuevas del Reino de Jehová. El gobierno central de Moscú estaba irritado, especialmente la KGB. Por ejemplo, se puede leer lo siguiente en un memorando de la KGB a Stalin, fechado el 19 de febrero de 1951: “Con el fin de reprimir cualquier actividad antisoviética de los jehovistas clandestinos en el futuro, el Ministerio de Seguridad del Estado [que llegó a ser más tarde la KGB] considera necesario deportar a los oblasts de Irkutsk y Tomsk a los jehovistas declarados y sus familias”. La KGB ya había identificado a los Testigos, y le estaba pidiendo permiso a Stalin para deportar a Siberia a 8.576 personas de seis repúblicas de la Unión Soviética. El permiso fue concedido.

      Magdalina Beloshitskaya recuerda: “A las dos de la mañana del domingo 8 de abril de 1951 nos despertaron unos fuertes golpes en la puerta. Mamá saltó de la cama y corrió a abrir. Delante de nosotros apareció un policía. ‘Se les está deportando a Siberia por creer en Dios —declaró con formalidad—. Tienen dos horas para empacar sus cosas. Pueden llevarse cualquier objeto de la habitación, pero no está permitido llevar semillas, cereales ni harina. Tampoco pueden llevarse muebles, artículos de madera ni máquinas de coser. No pueden llevarse nada del patio. Tomen sus sábanas, su ropa, sus bolsas y salgan.’

      ”Tiempo antes habíamos leído en nuestras publicaciones que había mucho trabajo espiritual en el este del país. Supimos que había llegado el momento de atenderlo.

      ”Ninguno de nosotros lloró ni gimió. El policía estaba sorprendido. ‘No les sale ni una lagrimita de los ojos’, comentó. Le respondimos que habíamos estado esperando aquel momento desde 1948. Le pedimos permiso para llevarnos por lo menos una gallina viva para el viaje, pero no quiso. Los agentes se repartieron nuestros animales entre ellos. Las gallinas se las repartieron en nuestra misma cara: uno se llevó cinco, otro seis, otro tres o cuatro. Cuando quedaban solo dos, el policía ordenó que las mataran y que nos las dieran.

      ”Tenía a mi hijita de ocho meses en una cuna de madera. Le preguntamos al agente si podíamos llevarnos la cuna, pero él ordenó a los otros que la desarmaran, y nos dio solo la parte de la cuna donde cabía la bebé.

      ”Los vecinos no tardaron en enterarse de la deportación de nuestra familia, que éramos seis en total: mamá, mis dos hermanos, mi esposo, nuestra bebé de ocho meses y yo. Uno de los vecinos trajo una pequeña bolsa con pan tostado y la arrojó dentro de la carreta en la que nos llevaban. Pero el soldado que nos vigilaba se dio cuenta, así que la tomó y la echó fuera de la carreta. Ya en las afueras del pueblo, nos metieron en un automóvil y nos llevaron al centro regional, donde se prepararon nuestros documentos. Luego nos llevaron en camión a la estación de ferrocarril.

      ”Era un domingo soleado y hermoso. La estación estaba abarrotada de gente: los desterrados y los que venían a vernos partir. Nuestro camión se paró justo al lado de un vagón en el que ya había hermanos. Cuando el tren se llenó, los soldados pasaron lista por apellido. Éramos cincuenta y dos en nuestro vagón. Antes de que el tren emprendiera la marcha, la gente que había venido a despedirnos comenzó a llorar. Era una escena impresionante, pues a algunas de aquellas personas ni siquiera las conocíamos. Pero todas ellas sabían que éramos testigos de Jehová y que íbamos rumbo a Siberia. Cuando la máquina de vapor soltó un fuerte silbido, los hermanos comenzaron a entonar en ucraniano un cántico que en parte decía: ‘Que el amor de Cristo te acompañe. Si le das gloria a Jesucristo, nos veremos de nuevo en su Reino’. Era difícil encontrar a alguien que no tuviera plena fe y confianza en el cuidado de Jehová. Entonamos varias estrofas de aquel cántico. Fue muy conmovedor ver que varios de los soldados empezaron a llorar. Entonces el tren emprendió su marcha.”

      “LOS RESULTADOS FUERON TOTALMENTE OPUESTOS A LO ESPERADO”

      ¿Consiguieron los perseguidores lo que querían? El doctor N. S. Gordienko, especialista de la Universidad Herzen de San Petersburgo, explica en un libro: “Los resultados fueron totalmente opuestos a lo esperado. [Las autoridades] pretendían debilitar la estructura de los testigos de Jehová en la URSS, pero en realidad la reforzaron. En sus nuevos asentamientos, donde nadie había escuchado de su confesión religiosa, los testigos de Jehová ‘infectaron’ a la gente de la localidad con su fe y su lealtad incondicional a ella”.

      En general, los Testigos se adaptaron fácilmente a sus nuevas circunstancias. Se formaron pequeñas congregaciones y se asignaron territorios. Nikolai Kalibaba relata: “Hubo un tiempo en que predicábamos en Siberia de casa en casa... o, más bien, de una casa a otra dejando dos o tres de por medio. Pero era peligroso. ¿Cómo lo hacíamos? Para hacer una revisita, dejábamos pasar más o menos un mes. Para comenzar una conversación le preguntábamos a la gente: ‘¿Tiene gallinas, cabras o vacas que venda?’, y poco a poco dirigíamos la conversación hacia el Reino. Con el tiempo, la KGB se enteró de nuestro sistema, y de inmediato salió un artículo en el periódico que puso sobre aviso a la gente del pueblo para que no hablara con los testigos de Jehová. El artículo decía que íbamos de casa en casa preguntando a los vecinos por cabras, vacas y gallinas, ¡pero que en realidad buscábamos ovejas!”.

      Gavriil Livy relata: “A pesar de la estrecha vigilancia de la KGB, los hermanos hacían todo lo que podían por participar en el ministerio. La actitud del pueblo soviético era tal que, en cuanto sospechaban que alguien iba a hablarles de religión, llamaban a la policía. Nosotros seguimos predicando, aunque al principio no vimos resultados. Pero poco a poco la verdad comenzó a cambiar a algunas personas. Una de ellas fue un bebedor empedernido de origen ruso. Cuando aprendió la verdad, puso su vida en armonía con las normas bíblicas y llegó a ser un Testigo fiel. En cierta ocasión, un agente de la KGB lo llamó y le dijo: ‘¿Te das cuenta de la clase de gente con la que andas? Esos Testigos son todos ucranianos’.

      ”El hermano le respondió: ‘Antes, cuando yo andaba borracho y me quedaba tirado en las calles, usted ni se fijaba en mí. Ahora que soy una persona normal y un buen ciudadano, me dice que no le gusta. Muchos ucranianos se irán de Siberia; pero cuando lo hagan, le habrán enseñado a gente de este lugar a vivir como Dios manda’.”

      Unos años más tarde, un funcionario de Irkutsk escribió a Moscú: “Varios trabajadores locales han expresado la opinión de que es mejor que a todos estos [testigos de Jehová] se les mande lejos, al norte, para que queden aislados de todo contacto con la población y se reeduquen”. ¡Cómo se nota que ni Siberia ni Moscú sabían qué hacer para acallar a los testigos de Jehová!

      “LES HABRÍAMOS PEGADO UN TIRO A TODOS”

      A principios de 1957, las autoridades emprendieron una nueva campaña contra los testigos de Jehová. Seguían a los hermanos y registraban sus casas. Viktor Gutshmidt recuerda: “Un día, al volver del ministerio, encontré el apartamento patas arriba. La KGB estaba buscando publicaciones. Me arrestaron y durante dos meses me estuvieron interrogando. Yulia, nuestra hija menor, tenía once meses de edad, y la mayor tenía dos años.

      ”En uno de los interrogatorios, el agente a cargo me dijo: ‘Tú eres alemán, ¿verdad?’. Para muchos en aquel tiempo, ser alemán era sinónimo de ser fascista. La gente odiaba a los alemanes.

      ”‘No soy nacionalista —le contesté—, pero si me está hablando de los alemanes a quienes los nazis llevaron a los campos de concentración, ¡estoy muy orgulloso de esos alemanes! Antes se llamaban Bibelforscher, pero ahora se llaman testigos de Jehová. Puedo decirle con orgullo que ningún Testigo jamás ha disparado una ametralladora ni un cañón. ¡De esos alemanes me siento orgulloso!’.

      ”Como el agente se quedó callado, yo seguí: ‘Estoy seguro de que ningún testigo de Jehová ha participado en rebeliones ni revueltas. Y aun si se prohíben sus actividades, siguen adorando a Dios. Pero no dejan de reconocer y obedecer a las autoridades legales, siempre y cuando sus leyes no quebranten las leyes más elevadas de nuestro Creador’.

      ”De pronto, el agente me interrumpió diciendo: ‘Jamás hemos estudiado a ningún otro grupo tan de cerca como a los Testigos. Si en los registros se hubiera encontrado cualquier cosa, hasta una gota de sangre derramada por ustedes, les habríamos pegado un tiro a todos’.

      ”Entonces pensé: ‘Nuestros hermanos de todo el mundo han tenido el valor de servir fielmente a Jehová, y su ejemplo nos ha salvado la vida aquí en la Unión Soviética. Así que quizás el que nosotros sirvamos fielmente a Dios ayude algún día a nuestros hermanos de otras partes’. Este pensamiento fortaleció mi resolución de aferrarme al modo de pensar de Dios.”

      TESTIGOS EN MÁS DE CINCUENTA CAMPOS

      La neutralidad y el fervoroso ministerio de los testigos de Jehová de la Unión Soviética seguían siendo una fuente de irritación para el gobierno (Mar. 13:10; Juan 17:16). Con mucha frecuencia, la postura de los hermanos en estos asuntos provocaba injustas y largas condenas de prisión.

      De junio de 1956 a febrero de 1957 se celebraron 199 asambleas por todo el mundo, con 462.936 asistentes. En ellas se adoptó una petición unánime, y cada asamblea envió una copia de dicha petición al Consejo de Ministros de la Unión Soviética, ubicado en Moscú. Entre otras cosas, el documento decía: “Existen testigos de Jehová detenidos en más de cincuenta campos, desde la Rusia europea hasta Siberia y más al norte, cerca del océano Glacial Ártico, incluso en la isla ártica de Nueva Zembla [...]. Tanto en Estados Unidos como en otros países de Occidente se ha llamado ‘comunistas’ a los testigos de Jehová, mientras que en los países con régimen comunista se les llama ‘imperialistas’ [...]. Los gobiernos comunistas los han enjuiciado bajo el cargo de ‘espías imperialistas’ y les han dado condenas de hasta veinte años de prisión, pese a que jamás han participado en ningún acto subversivo”. Lamentablemente, la petición no cambió en nada la situación de los testigos de Jehová en la Unión Soviética.

      Algo especialmente difícil para las familias de Testigos fue la crianza de los hijos. Un hermano de Moscú que crió a tres hijos en ese tiempo, Vladimir Sosnin, comenta: “Era obligatorio mandar a los niños a una escuela soviética. Los maestros y los estudiantes presionaban a nuestros jovencitos para que se incorporaran a organizaciones de ideología comunista. Queríamos que nuestros hijos recibieran la educación necesaria, y les ayudábamos en sus estudios, pero no era fácil para nosotros como padres nutrir en sus pequeños corazones el amor a Jehová. Las escuelas estaban saturadas de ideas sobre la construcción del socialismo y el comunismo. Había que tener extraordinaria paciencia y mucha perseverancia”.

      ACUSADOS DE CORTARLE LA OREJA A SU HIJA

      Semyon y Daria Kostylyev criaron a sus tres hijos en Siberia. “En aquel entonces —recuerda Semyon—, a los testigos de Jehová se nos catalogaba como fanáticos. Nuestra segunda hija, Alla, empezó a ir a la escuela en 1961. Un día estaba jugando con otros niños, y accidentalmente uno de ellos le lastimó la oreja. Al otro día, la maestra le preguntó qué había pasado, pero ella no respondió, pues no quería delatar a su compañero. Sabiendo que Daria y yo éramos Testigos, la maestra llegó a la conclusión de que la habíamos golpeado para obligarla a hacer lo que dice la Biblia. La escuela denunció la situación a la fiscalía, y las investigaciones continuaron alrededor de un año. Hasta la empresa en la que yo trabajaba se vio involucrada. Por fin, en octubre de 1962 se nos citó para el juicio.

      ”Dos semanas antes del juicio, ya colgaba en el Palacio de la Cultura una pancarta que decía: ‘Pronto, juicio de peligrosa secta jehovista’. El delito del que nos acusaban a mi esposa y a mí era el de criar a nuestros hijos de acuerdo con la Biblia, con la agravante de crueldad. ¡El tribunal sostuvo que le habíamos cortado la oreja a la niña con el filo de un balde para obligarla a orar! La única testigo era la pequeña Alla, pero se la habían llevado a un orfanato de la ciudad de Kirensk, a unos 700 kilómetros [430 millas] al norte de Irkutsk, donde vivíamos.

      ”La sala estaba llena de miembros de la liga juvenil. Cuando el tribunal se retiró para deliberar, se formó un gran alboroto. Todos nos empujaban y nos insultaban, y no faltó quien nos ordenara quitarnos nuestra ropa ‘soviética’. La multitud entera gritaba que merecíamos morir, y hasta hubo uno que intentó acabar con nosotros allí mismo. La gente se enfurecía cada vez más, y los jueces no aparecían. Estuvieron una hora deliberando. Cuando la multitud avanzó hacia nosotros, una hermana y su esposo no creyente se interpusieron, suplicándoles que no nos tocaran. Literalmente nos arrebataron de las manos de la gente mientras intentaban explicarle que todas las acusaciones eran falsas.

      ”Por fin se presentó un juez, acompañado de los asesores del tribunal popular, y dictó la sentencia: pérdida de la patria potestad. A mí me arrestaron y me enviaron dos años a un campo correccional de trabajos forzados. A nuestra hija mayor también la mandaron a un orfanato, no sin antes decirle que sus padres pertenecían a una secta peligrosa y que eran una mala influencia en su crianza.

      ”A Boris, nuestro hijo varón, lo dejaron con mi esposa, pues solo tenía tres años. Al terminar mi condena, regresé a casa. La predicación no había cambiado; solo podíamos predicar de manera informal.”

      “NUESTROS HIJOS FUERON UNA CAUSA DE ORGULLO”

      “Al cumplir los 13 años, Alla salió del orfanato y se vino a vivir con nosotros. ¡Qué alegría sentimos al verla dedicarse a Jehová y bautizarse en 1969! Para entonces se estaba presentando un ciclo de conferencias sobre religión en el Palacio de la Cultura de nuestra ciudad, y quisimos asistir para ver qué decían ahora. Como siempre, de quien más hablaron fue de los testigos de Jehová. Uno de los conferenciantes, sosteniendo en alto una revista La Atalaya, sentenció: ‘Esta revista es peligrosa y dañina, y está socavando la unidad de nuestro Estado’. Luego dio un ejemplo para apoyar su afirmación: ‘Los miembros de esta secta obligan a sus hijos a leer estas revistas y a orar. En una familia, una niñita no quiso leerla, así que su padre le arrancó la oreja’. Aquello dejó muy sorprendida a Alla, pues allí estaba sentada, escuchando la conferencia, con las dos orejas intactas. Claro que no dijo nada, no fuera a ser que perdiera de nuevo a sus padres.

      ”Cuando Boris cumplió 13 años, se dedicó a Jehová y se bautizó. Cierto día, él estaba predicando en las calles con otros muchachos de su edad, a pesar de que nuestra obra todavía estaba prohibida. De pronto, un auto se detuvo, y se los llevaron al cuartel militar. Los militares los interrogaron y los registraron, pero como no llevaban ni la Biblia ni ninguna otra publicación bíblica, lo único que les encontraron fue un par de versículos copiados en un pedazo de papel, así que los dejaron ir. Al llegar a casa, Boris nos contó con gran satisfacción cómo él y los otros jovencitos habían sido perseguidos por el nombre de Jehová. Para nosotros, los padres, nuestros hijos fueron una causa de orgullo, pues vimos que Jehová los había cuidado en sus pruebas. Después del incidente con Boris, la KGB nos citó varias veces a Daria y a mí. En una ocasión, un agente nos dijo: ‘Estos muchachos deberían estar en una colonia penal juvenil. Es una lástima que todavía no tengan 14 años’. Acabaron imponiéndonos una multa.

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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • LA BIBLIA, LIBRO “ANTISOVIÉTICO”

      Algunas veces se enjuiciaba a los hermanos por el simple hecho de tener una Biblia. Respecto a esto, Nadezhda Vishnyak relata: “Mi esposo y yo todavía no éramos testigos de Jehová, pero la verdad ya había dejado una profunda impresión en nuestro corazón. Un día vino la policía a mi trabajo y me arrestaron así, en ropa de trabajo. A Pyotr, mi esposo, también lo fueron a buscar a su lugar de empleo y se lo llevaron. Antes del arresto, la policía había registrado nuestra casa y había encontrado una Biblia y el folleto Después del Armagedón—el nuevo mundo de Dios. Como estaba en mi séptimo mes de embarazo, Pyotr no pensó que me fueran a detener.

      ”Nos acusaron de actuar contra las autoridades soviéticas, a lo que respondimos que creíamos en la Biblia, una autoridad mucho más alta que los poderes soviéticos.

      ”‘La Biblia es la Palabra de Dios, y por eso queremos vivir de acuerdo con sus normas’, les dije.

      ”El juicio se celebró cuando me faltaban solo dos semanas para dar a luz. Ese día, el juez me concedió salir a caminar un poco entre audiencias, pero acompañada de un soldado armado. En cierto momento, durante una de esas caminatas, el soldado me preguntó qué había hecho. Fue una hermosa oportunidad para darle testimonio.

      ”El juez declaró ‘antisoviéticas’ tanto la Biblia como el folleto que nos habían confiscado. Fue grato saber que no solo mi esposo y yo estábamos acusados de ser antisoviéticos, sino que también nuestras publicaciones y ¡hasta la Biblia! Nos preguntaron dónde habíamos conocido a los testigos de Jehová, y les dijimos que había sido en un campo de trabajos forzados de Vorkutá. Ante aquello, el juez gritó furioso: ‘¡Fíjense qué cosas pasan en nuestros campos!’. Nos declaró culpables y nos sentenció a diez años en campos correccionales de trabajos forzados.

      ”A Pyotr lo enviaron a Mordvinia, región central del territorio ruso; a mí me pusieron en aislamiento. Nuestro hijo nació en marzo de 1958. Durante aquellos difíciles momentos, Jehová fue mi mejor amigo y apoyo. Mi madre se llevó al bebé y lo cuidó. Yo fui enviada a un campo de trabajos forzados ubicado en Kemerovo (Siberia).

      ”A los ocho años salí en libertad, antes de cumplir mi condena completa. Recuerdo que en la barraca la capataz anunció a voz en cuello que yo no había hecho nunca ningún comentario antisoviético y que nuestras publicaciones eran estrictamente religiosas. Me bauticé en 1966, tras quedar en libertad.”

      En las prisiones y los campos de trabajo eran especialmente valiosas las biblias y las publicaciones bíblicas. En 1958, los hermanos celebraban reuniones con regularidad en un campo de Mordvinia. Cuando un grupo se reunía para estudiar La Atalaya, varios hermanos montaban guardia, separados a una distancia suficiente para escucharse unos a otros y evitar que los capataces los sorprendieran. Si aparecía alguno, el que lo veía primero le decía al siguiente “ahí viene”, y ese le avisaba al otro, hasta llegar al grupo reunido. Al instante se dispersaban y escondían la revista. Pero muchas veces los capataces aparecían de la nada.

      Así sucedió un día, en que les cayeron de sorpresa. Para distraerlos y salvar la revista, Boris Kryltsov tomó un libro y salió corriendo de la barraca con los capataces detrás. Lo persiguieron por largo rato. Cuando finalmente lo atraparon, descubrieron que se trataba de un libro de Lenin. Aquello le costó al hermano siete días en una celda de aislamiento, pero él estaba feliz de haber salvado la revista.

      SE SIEMBRAN SEMILLAS DE LA VERDAD EN MOSCÚ

      La predicación de las buenas nuevas del Reino tuvo un comienzo pequeño en Moscú. Boris Kryltsov fue uno de los primeros entusiastas ministros que predicaron en la capital del país. Él recuerda: “Trabajaba como supervisor de construcción. Otros hermanos y yo procurábamos predicar informalmente, pero la KGB se enteró. Al registrar mi apartamento, en abril de 1957, la policía encontró algunas publicaciones bíblicas, de modo que me arrestaron de inmediato. En el interrogatorio, el agente me dijo que los testigos de Jehová eran las personas más peligrosas del Estado, y añadió: ‘Si los dejamos en libertad, muchos ciudadanos soviéticos se les unirán. Por eso es que los vemos como una seria amenaza para nuestro Estado’.

      —La Biblia nos enseña a ser ciudadanos obedientes a las leyes —contesté—. Además, nos dice que debemos seguir buscando primero el Reino y la justicia de Dios. Los cristianos verdaderos jamás han intentado asumir el poder de ningún país.

      —¿Dónde conseguiste las publicaciones que encontramos durante el registro? —preguntó.

      —¿Qué tienen de malo esas publicaciones? —fue mi respuesta—. De lo que tratan es de profecías bíblicas y no tienen nada que ver con cuestiones políticas.

      —Pues sí —reconoció—, pero están impresas en el extranjero.

      ”Terminé en una prisión de máxima seguridad en la ciudad de Vladimir. Al llegar, me registraron con mucho cuidado, pero para mi sorpresa pude introducir al campo cuatro números de La Atalaya copiados a mano en papel muy delgado. Estaba claro que Jehová me había ayudado. En mi celda volví a copiar los cuatro números, pues sabía que, aparte de mí, había en el campo otros Testigos y que llevaban siete años sin recibir alimento espiritual. Les hice llegar las revistas por medio de una hermana que se encargaba de limpiar la escalera.

      ”Resultó que entre los hermanos se había colado un soplón que les dijo a los guardias que alguien estaba pasando publicaciones de la Biblia. De inmediato comenzaron a registrarnos a todos y a quitarnos las publicaciones. A mí me encontraron algunas en el colchón, así que me enviaron a la celda de aislamiento por ochenta y cinco días. A pesar de aquello, Jehová siguió cuidándonos como siempre.”

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