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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • “¡QUE VENGA EL ARMAGEDÓN!”

      Un gran número de Testigos, tanto hermanos como hermanas, pasaron muchos años en prisión. Grigory Gatilov, que estuvo preso quince años, explica: “La última cárcel en la que estuve tenía un nombre muy romántico, se llamaba el Cisne Blanco. Se encontraba en una pintoresca zona de la cordillera del Cáucaso, en la cima de una de las cinco montañas entre las cuales se extiende la turística ciudad de Piatigorsk. En aquella cárcel tuve la oportunidad de hablar de la verdad con varias personas durante todo un año. Mi celda era un magnífico territorio de predicación, y ni siquiera tenía que salir. Los guardias de la prisión traían hombres a la celda y al cabo de unos días se los llevaban, pero yo siempre me quedaba. Muy de vez en cuando me cambiaban de celda. Yo siempre procuraba dar un testimonio cabal del Reino de Jehová. Muchos tenían preguntas sobre el Armagedón. A algunos presos les sorprendía que alguien pudiera pasar tanto tiempo en prisión a causa de su fe. ‘¿Por qué no reniegas de tu religión y te vas a casa?’, me preguntaban algunos presos, y a veces también los guardias. Para mí era una alegría cuando uno de ellos manifestaba interés sincero en la verdad. En cierta ocasión vi que alguien había escrito en las paredes de una celda: ‘¡Que venga el Armagedón!’. Aunque la vida en la cárcel no era de por sí agradable, me alegraba poder hablar de la verdad”.

      “¿HAY ALGUIEN DE LA CLASE JONADAB AQUÍ?”

      Muchas cristianas celosas en el servicio a Jehová también estuvieron recluidas en los campos de prisioneros (Sal. 68:11). Hace algún tiempo, Zinaida Kozyreva contó cómo las hermanas se mostraban amor unas a otras y también se lo mostraban a las presas no Testigos: “En 1959, menos de un año después de mi bautismo, Vera Mikhailova, Lyudmila Yevstafyeva y yo fuimos enviadas a un campo de Kemerovo (Siberia) en el que había quinientas cincuenta prisioneras. Al llegar, vimos a varias mujeres junto a la entrada.

      ”Preguntaron: ‘¿Hay alguien de la clase Jonadab aquí?’.

      ”Nos dimos cuenta de que aquellas mujeres eran nuestras queridas hermanas. Enseguida nos dieron comida y empezaron a hacernos preguntas. Irradiaban un cariño y un amor muy profundo, algo que jamás había experimentado en mi propia familia. Como sabían que éramos nuevas en el campo, se convirtieron en nuestras protectoras (Mat. 28:20). Pronto nos dimos cuenta de que allí el programa de alimentación espiritual estaba muy bien organizado.

      ”Llegamos a ser una verdadera familia. La cosecha del heno, durante el verano, era una ocasión muy agradable. Como la administración del campo no tenía miedo de que escapáramos o rompiéramos las reglas del campo, asignaban a un solo soldado para vigilar a las veinte o veinticinco hermanas. Aunque, a decir verdad, éramos nosotras las que estábamos pendientes de él. Por ejemplo, cuando se acercaba alguien, lo despertábamos para que no lo castigaran por dormirse durante su guardia. Y mientras él dormía, nosotras aprovechábamos los períodos de descanso para hablar de temas espirituales. Aquel sistema funcionaba bien tanto para él como para nosotras.

      ”A finales de 1959 nos trasladaron a algunas hermanas y a mí a un campo de alta seguridad. Nos metieron en una celda fría cuya única ventana no tenía cristal. Por la noche dormíamos sobre tablas y durante el día trabajábamos. Nos pusieron a clasificar verduras y nos vigilaban mientras lo hacíamos. Al ver que nosotras no robábamos como las demás presas, nos trajeron un poco de paja sobre la que acostarnos y colocaron un cristal en la ventana. Al cabo de un año nos enviaron a todas las hermanas a un campo de mínima seguridad en Irkutsk.

      ”En aquel campo había ciento veinte hermanas, y estuvimos en él un año y tres meses. El primer invierno fue sumamente frío y cayó mucha nieve. Teníamos que hacer trabajo físico agotador en el aserradero. Los capataces nos revisaban con frecuencia buscando publicaciones. Parecía que aquella era la única manera que tenían de pasar el tiempo. Nosotras ya habíamos aprendido el arte de esconder nuestro alimento espiritual, a veces demasiado bien. En una ocasión, Vera y yo escondimos unos pedazos de papel con el texto del día en nuestras chaquetas de trabajo, y lo hicimos tan bien que no fuimos capaces de encontrarlos. Pero un capataz sí los encontró, así que Vera y yo tuvimos que pasar cinco días en una celda de incomunicación. Afuera, la temperatura era de más de 40 °C bajo cero [–40 °F], y adentro, las paredes estaban cubiertas de escarcha porque no había calefacción.

      ”En la celda había unos pequeños salientes de cemento, tan pequeños que solo podíamos sentarnos en ellos. Cuando ya no aguantábamos el frío, nos sentábamos espalda contra espalda, colocábamos las piernas contra la pared y nos quedábamos dormidas en esa postura. Pero cuando de golpe nos despertábamos, nos levantábamos de un salto por temor a morir congeladas mientras dormíamos. Nos daban un vaso de agua caliente y 300 gramos [10 onzas] de pan negro al día. Pese a aquella difícil situación, nos sentíamos felices porque veíamos que Jehová nos daba ‘el poder que es más allá de lo normal’ (2 Cor. 4:7). Cuando llegó el momento de regresar a los barracones, las hermanas fueron sumamente bondadosas con nosotras. Habían preparado comida caliente, y nos calentaron agua para que pudiéramos lavarnos.”

      “SABE LLEVARSE BIEN CON LOS DEMÁS”

      Zinaida añadió: “Era difícil predicar en aquel campo porque, como había pocas prisioneras, todas sabían quiénes éramos las Testigos. Así que decidimos poner en práctica el principio que se enseña en 1 Pedro 3:1, el de ‘predicar sin palabras’. Además de mantener los barracones limpios y ordenados, éramos amables y bondadosas al tratarnos unas a otras (Juan 13:34, 35). Además, nos llevábamos bien con quienes no eran Testigos. Tratábamos de comportarnos tal como enseña la Palabra de Dios y teníamos presentes las necesidades de los demás. Procurábamos ayudar a las otras prisioneras de diversas maneras. Por ejemplo, una hermana ayudaba gustosamente a las que necesitaban hacer cálculos matemáticos. Muchos se dieron cuenta de que los testigos de Jehová éramos diferentes de las personas de otras religiones.

      ”En 1962 nos trasladaron del campo de Irkutsk a uno de Mordvinia. Allí también procuramos ser pulcras y mantener una buena higiene personal. Nuestras camas siempre estaban limpias y bien hechas. En nuestros barracones vivían unas cincuenta mujeres, la mayoría Testigos. Solo las hermanas limpiaban los barracones ya que a las demás no les gustaba hacer ese trabajo. El piso siempre lo teníamos limpio y pulido, y la administración del campo nos daba los utensilios y productos necesarios. Las monjas que estaban con nosotras se negaban a limpiar, y las intelectuales tampoco colaboraban, así que la limpieza del lugar dependía mayormente de nuestro trabajo. Cuando alguna hermana era puesta en libertad, el informe sobre su personalidad decía: ‘Es adaptable y sabe llevarse bien con los demás’.”

      LAS FLORES DE TALLO ALTO PROPORCIONABAN UN BUEN ESCONDITE

      “En cierta ocasión —contó Zinaida— varias hermanas escribieron a sus familias pidiendo semillas de flores que fueran grandes. Dijimos a la administración del campo que deseábamos plantar algunas flores bonitas y preguntamos si podrían traernos algo de tierra negra fértil. Para nuestra sorpresa, les gustó mucho la idea y nos dijeron que sí. De modo que sembramos semillas en los arriates que habíamos preparado a lo largo de los barracones y trazamos largos senderos adornados con flores. Al poco tiempo ya habían brotado densos macizos de rosas de tallo largo, claveles de ramillete y otras flores hermosas, pero más importante aún, de tallo largo. En el arriate central crecían llamativas dalias y espesos y altos macizos de margaritas de diferentes colores. Íbamos allí, estudiábamos la Biblia entre las flores y escondíamos las publicaciones en los frondosos rosales.

      ”Las reuniones las celebrábamos mientras caminábamos. Nos organizábamos en grupos de cinco. Cada una memorizaba de antemano un párrafo de una publicación bíblica. Después de la oración de apertura, recitábamos nuestros párrafos por turno y los comentábamos. Tras la oración de conclusión, seguíamos caminando. Nuestras revistas La Atalaya estaban hechas a modo de libritos en miniatura [como la que aparece en la página 161]. Cada día estudiábamos algo —particularmente el texto diario— y recitábamos párrafos para nuestras reuniones, que celebrábamos tres veces a la semana. No solo eso, sino que procurábamos aprendernos de memoria capítulos enteros de la Biblia y nos los repetíamos unas a otras para fortalecernos. De esa manera no nos inquietábamos demasiado si, durante un registro, las autoridades nos confiscaban las publicaciones.

      ”Aunque la administración del campo trataba de averiguar a través de otras prisioneras cómo teníamos organizadas nuestras actividades en el campo, muchas prisioneras nos veían con buenos ojos. Por ejemplo, en nuestra barraca vivía Olga Ivinskaya, compañera del famoso poeta y escritor Boris Pasternak, el cual recibió el Premio Nobel de Literatura. Ella también era escritora, y como nos apreciaba, le gustaba ver lo bien organizadas que estábamos. Jehová nos dio sabiduría, especialmente para que pudiéramos tener alimento espiritual.” (Sant. 3:17.)

      “¡YA ME TIENES CANSADA!”

      “Las publicaciones nos llegaban de diversas maneras —prosiguió Zinaida—. Era obvio que el propio Jehová estaba supervisando todo el proceso, fiel a su promesa: ‘De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé’ (Heb. 13:5). A veces simplemente cegaba los ojos de los guardias. Hubo una ocasión, en invierno, que cuando nuestra brigada de trabajo cruzaba las puertas para entrar en el campo, las guardias nos sometieron a la acostumbrada inspección haciendo que nos quitáramos toda la ropa. Yo era la última, y llevaba escondido bajo mis dos pares de pantalones alimento espiritual que acabábamos de conseguir.

      ”Como hacía frío, llevaba tantas capas de ropa que parecía una cebolla. La guardia registró primero mi abrigo, luego una chaqueta acolchada sin mangas que llevaba debajo. Decidí alargar el proceso con la esperanza de que se cansara. Poco a poco me fui quitando un suéter y luego otro. Mientras ella los registraba minuciosamente, me quité despacio varias bufandas, después un chaleco, entonces una camisa, y a continuación otra. Ya solo me quedaban los dos pares de pantalones y las botas de fieltro. Con gran lentitud me saqué una bota, luego la otra, y entonces, con la misma lentitud, empecé a sacarme el primer pantalón. En ese momento pensé: ‘¿Y ahora qué hago? Si me dice que me saque el otro pantalón, tendré que echarme a correr y lanzarles las publicaciones a las hermanas’. Tan pronto como me hube sacado el primer pantalón, la guardia gritó irritada: ‘¡Ya me tienes cansada! ¡Vete de aquí!’. Me vestí a toda prisa y entré corriendo en el campo.

      ”¿De dónde sacábamos las publicaciones? Los hermanos nos las dejaban en un lugar acordado de antemano, y nosotras, por turno, las recogíamos y las introducíamos en el campo. Una vez dentro del campo, las escondíamos en un lugar seguro, que de vez en cuando cambiábamos. Además, siempre estábamos copiando el texto a mano y ocultando esas copias. Lo hacíamos bajo las frazadas [mantas], a la luz de una farola. La luz entraba por la ventana y la dejábamos pasar por un resquicio de las mantas. Nos manteníamos siempre ocupadas, no perdíamos ni un solo minuto. Hasta cuando íbamos al comedor, cada una llevaba un pedacito de papel con un texto escrito.”

  • Rusia
    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 158 y 159]

      “Tu gente es muy diferente”

      ZINAIDA KOZYREVA

      AÑO DE NACIMIENTO 1919

      AÑO DE BAUTISMO 1958

      OTROS DATOS Pasó muchos años en campos de prisioneros y falleció en 2002.

      DESDE que era niña, siempre quise servir a Dios. En 1942, una amiga mía que era ortodoxa me llevó a su iglesia, con las mejores intenciones, para que me bautizaran, pues no quería que acabara “en el infierno”. Pero cuando el sacerdote se enteró de que yo era natural de Osetia (ahora Alania), no quiso bautizarme. No obstante, cuando mi amiga le dio algo de dinero, cambió de opinión y celebró la ceremonia. En mi búsqueda de la verdad, llegué a reunirme con los adventistas, los pentecostales y los bautistas, razón por la que las autoridades me condenaron a hacer trabajos forzados en un campo de prisioneros. Una vez allí, conocí a los Testigos y enseguida me di cuenta de que enseñaban la verdad. En 1952, cuando salí en libertad, regresé a casa y empecé a predicar las buenas nuevas.

      Un día de diciembre de 1958, por la mañana temprano, oí que llamaban ruidosamente a la puerta. Unos soldados irrumpieron en nuestra casa, y mientras dos de ellos me tenían vigilada en un rincón, los demás se pusieron a registrarla. Mi padre se despertó y sintió mucho miedo por su familia, en especial por sus hijos varones. (Mis padres tuvieron cinco hijos varones, y yo era la única hija.) Cuando mi padre vio que los soldados estaban registrando todas las habitaciones e incluso el desván, se imaginó que aquello tenía algo que ver con mi religión. Así que agarró un fusil y me gritó: “¡Espía americana!”. Iba a dispararme, pero los soldados le quitaron el fusil. No podía creer que mi propio padre hubiera querido disparar contra mí. Cuando el registro terminó, los soldados me llevaron consigo en un camión de carga cubierto con un toldo. Pero por lo menos estaba viva. Fui sentenciada a diez años de prisión por mis actividades religiosas.

  • Rusia
    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • Yo era el único Testigo que quedaba preso en el campo

      KONSTANTIN SKRIPCHUK

      AÑO DE NACIMIENTO 1922

      AÑO DE BAUTISMO 1956

      OTROS DATOS Aprendió la verdad en 1953 en un campo de trabajos forzados, y allí mismo se bautizó en 1956. Ya como testigo de Jehová, estuvo preso veinticinco años seguidos. Falleció en 2003.

      A PRINCIPIOS de 1953 conocí en una celda a un hermano llamado Vasily. Me dijo que lo habían encerrado allí por su fe en Dios. ¿Cómo era posible que encarcelaran a alguien por sus creencias? Estuve dándole tantas vueltas a esa pregunta que no pude conciliar el sueño. Al día siguiente, Vasily me lo explicó. Poco a poco, al ir conversando con él, llegué a convencerme de que la Biblia es un libro que proviene de Dios.

      Me bauticé en 1956. A finales de ese año, los capataces hicieron un registro y descubrieron que teníamos muchas publicaciones bíblicas. En 1958, después de casi un año de investigaciones, el tribunal me sentenció a veintitrés años de reclusión en campos de prisioneros por participar en actividades religiosas. Para entonces ya llevaba cinco años y medio preso. En total pasé veintiocho años y seis meses sin salir en libertad ni una sola vez.

      En abril de 1962, el tribunal me acusó de ser “un delincuente altamente peligroso”, y fui trasladado a un campo de máxima seguridad, donde pasé once años. Aquel campo era “especial” por muchas razones. Por ejemplo, lo que se gastaba diariamente por cada preso en concepto de comida era 11 kópeks, menos de lo que costaba una barra de pan en aquel tiempo. Yo medía 1,92 metros [6 pies y 3 pulgadas] y solo pesaba 59 kilos [130 libras]. Mi piel estaba tan reseca que se descamaba.

      Como tenía buena mano para la construcción, solían enviarme a los apartamentos de los oficiales para hacer reparaciones. Nadie me tenía miedo, y las familias que vivían allí ni se molestaban en esconder sus objetos de valor. Cuando la esposa de uno de los oficiales se enteró de que yo iba a estar en su apartamento trabajando, decidió no llevar a su hijo de seis años a la escuela. ¡Qué curioso! Un “delincuente altamente peligroso” pasando el día entero en un apartamento con un niño de seis años. Es obvio que nadie creía que yo fuese un delincuente, y menos uno “altamente peligroso”.

      Poco a poco, todos los hermanos de aquel campo de prisioneros iban saliendo en libertad. En 1974, yo era el único Testigo que quedaba preso en el campo. Pasé allí otros siete años hasta que, en agosto de 1981, por fin me liberaron. Jehová nunca dejó de sostenerme espiritualmente. Durante aquellos siete años recibí La Atalaya en cartas. Un hermano me las mandaba con frecuencia, y en ellas escribía nítidamente a mano artículos de un nuevo número de la revista. Cada vez que llegaba una, el censor del campo me la entregaba abierta. Los dos sabíamos exactamente su contenido. Hasta el día de hoy, todavía no logro entender por qué este hombre se arriesgaba de aquella manera, pero me alegro de que durante los siete años que estuve solo, el censor fuera él. Sin embargo, a quien le estoy más agradecido es a Jehová. Durante todos aquellos años aprendí a confiar en Jehová, y él me dio fuerzas (1 Ped. 5:7).

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