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  • Blanco del ataque soviético
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • Una clara muestra de tal obsesión es el ataque organizado de abril de 1951. Hace solo dos años, en 1999, el profesor Sergei Ivanenko, respetado intelectual ruso, indicó en su libro (en ruso) Gente que nunca anda sin la Biblia que a principios de aquel mes “se envió a ‘un asentamiento permanente’ en Siberia, el Lejano Oriente y Kazajstán a más de cinco mil familias de testigos de Jehová de las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y el Báltico”.

      Una historia que merece recordarse

      ¿Comprendemos lo que significa detener en un solo día a tantas personas de un área tan amplia? De forma coordinada, cientos de funcionarios —si no miles— las identificaron para, al amparo de la noche, arrestarlas por sorpresa en su hogar, llevarlas en carretas y otros vehículos a las estaciones y montarlas en vagones de carga.

      Pensemos también en el sufrimiento de las víctimas. ¿Nos imaginamos el viaje forzoso de miles de kilómetros —a veces por más de tres semanas— en un vagón atestado y antihigiénico cuyo único excusado era un balde? Y todo para luego ser abandonadas en los inhóspitos yermos siberianos, conscientes de que tendrían que trabajar arduamente para sobrevivir a duras penas.

      Este mes se conmemora el cincuentenario de la citada deportación de abril de 1951. Para guardar memoria de la fidelidad de los Testigos durante décadas de persecución, se han grabado en vídeo las experiencias de muchos sobrevivientes. Su ejemplo, como el de los cristianos del siglo I, revela que toda tentativa de coartar la adoración a Dios terminará fracasando.

      Qué logró la deportación

      Los soviéticos no tardaron en aprender que suprimir la adoración de estos cristianos les iba a costar mucho más de lo que creían. A pesar de las protestas de sus captores, durante aquel viaje forzado cantaban alabanzas a Dios y exhibían en los vagones el letrero: “Testigos de Jehová a bordo”. Uno de ellos explicó: “En las estaciones ferroviarias del camino encontramos más trenes de deportados cuyos vagones llevaban el letrero”. De este modo recibían mucho ánimo.

      Aquellos cristianos no se dejaban vencer por el desánimo y reflejaban el espíritu de los apóstoles, quienes, como dice la Biblia, “continuaban sin cesar enseñando y declarando las buenas nuevas acerca del Cristo”, a pesar de haber sido azotados y habérseles prohibido predicar (Hechos 5:40-42). Como indicó Kolarz con respecto a la deportación, “no fue el final de los ‘Testigos’ en Rusia, sino solo el principio de un nuevo capítulo de sus actividades proselitistas. Incluso intentaban propagar su fe cuando se detenían en las estaciones camino del confinamiento”.

      En sus lugares de destino se labraron la reputación de ser laboriosos y obedientes, al tiempo que, al dirigirse a sus opresores, se hicieron eco de las palabras de los apóstoles: “No podemos dejar de hablar de [nuestro Dios]” (Hechos 4:20). Muchas personas aceptaron lo que los Testigos enseñaban y comenzaron también a servir a Jehová.

      Kolarz explica cuáles fueron las consecuencias: “El gobierno soviético no pudo hacer nada mejor para la diseminación de su fe que deportarlos. Se les sacó del aislamiento de sus pueblos [de las repúblicas soviéticas occidentales] y se les introdujo en un mundo mucho más amplio, aunque este no fuera más que el mundo terrible de los campos de concentración y trabajos forzados”.

  • Blanco del ataque soviético
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • [Ilustración y recuadro de la página 7]

      Un ejemplo entre miles

      Fyodor Kalin relata la deportación de su familia

      Vivíamos en el pueblo de Vilshanitsa, en el oeste de Ucrania. El 8 de abril de 1951, antes del amanecer, nos despertaron unos funcionarios acompañados de perros y nos dijeron que, por orden del gobierno de Moscú, nos enviarían a Siberia a menos que firmáramos un documento de renuncia a los testigos de Jehová. Los siete miembros de mi familia (mis padres, mis hermanos y yo, que tenía para entonces 19 años) estábamos decididos a seguir siendo Testigos.

      Uno de los hombres dijo: “Llévense frijoles, maíz, harina, encurtidos y repollo. Si no, ¿qué van a comer los niños?”. También nos permitieron matar algunos pollos y un cerdo para tener carne. Trajeron dos carretas tiradas por caballos, y cargamos todo en ellas para llevarlo a la localidad de Hriplin, donde nos metieron a unos cuarenta o cincuenta en un vagón de carga y luego cerraron la puerta.

      En el vagón había algunos tablones sobre los que nos podíamos acostar —aunque no bastaban para todos— y una estufa con algo de carbón y leña, en la que cocinábamos con nuestros cacharros. Pero no teníamos retrete, así que utilizábamos un balde; más tarde lo encajamos en un agujero que abrimos en el suelo y colocamos unas mantas alrededor para tener cierta intimidad.

      Apiñados, hicimos el lento viaje de miles de kilómetros hasta nuestro desconocido lugar de destino. Al principio estábamos algo desalentados. Pero cuando nos pusimos a entonar juntos cánticos del Reino —con tanta energía que casi se nos fue la voz—, sentimos mucho gozo. El comandante abría las puertas y nos mandaba callar, pero seguíamos hasta terminar el cántico. Cuando nos deteníamos en las estaciones durante el trayecto, mucha gente se enteraba de que a los testigos de Jehová nos estaban deportando. Finalmente, después de diecisiete o dieciocho días en aquel tren, nos bajaron en Siberia, cerca del lago Baikal.

      [Ilustración]

      Estoy en la última fila, a la derecha

  • Blanco del ataque soviético
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • [Ilustración de las páginas 6 y 7]

      Miles de Testigos fueron llevados a Siberia en vagones de carga

  • Cómo sobrevivió la religión
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • [Ilustración de las páginas 8 y 9]

      El matrimonio Vovchuk, deportado a Irkutsk (Siberia) en 1951, ha permanecido fiel al cristianismo hasta el día de hoy

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