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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • DESTIERRO EN SIBERIA

      A pesar de la cruel persecución, los Testigos siguieron predicando con entusiasmo las buenas nuevas del Reino de Jehová. El gobierno central de Moscú estaba irritado, especialmente la KGB. Por ejemplo, se puede leer lo siguiente en un memorando de la KGB a Stalin, fechado el 19 de febrero de 1951: “Con el fin de reprimir cualquier actividad antisoviética de los jehovistas clandestinos en el futuro, el Ministerio de Seguridad del Estado [que llegó a ser más tarde la KGB] considera necesario deportar a los oblasts de Irkutsk y Tomsk a los jehovistas declarados y sus familias”. La KGB ya había identificado a los Testigos, y le estaba pidiendo permiso a Stalin para deportar a Siberia a 8.576 personas de seis repúblicas de la Unión Soviética. El permiso fue concedido.

      Magdalina Beloshitskaya recuerda: “A las dos de la mañana del domingo 8 de abril de 1951 nos despertaron unos fuertes golpes en la puerta. Mamá saltó de la cama y corrió a abrir. Delante de nosotros apareció un policía. ‘Se les está deportando a Siberia por creer en Dios —declaró con formalidad—. Tienen dos horas para empacar sus cosas. Pueden llevarse cualquier objeto de la habitación, pero no está permitido llevar semillas, cereales ni harina. Tampoco pueden llevarse muebles, artículos de madera ni máquinas de coser. No pueden llevarse nada del patio. Tomen sus sábanas, su ropa, sus bolsas y salgan.’

      ”Tiempo antes habíamos leído en nuestras publicaciones que había mucho trabajo espiritual en el este del país. Supimos que había llegado el momento de atenderlo.

      ”Ninguno de nosotros lloró ni gimió. El policía estaba sorprendido. ‘No les sale ni una lagrimita de los ojos’, comentó. Le respondimos que habíamos estado esperando aquel momento desde 1948. Le pedimos permiso para llevarnos por lo menos una gallina viva para el viaje, pero no quiso. Los agentes se repartieron nuestros animales entre ellos. Las gallinas se las repartieron en nuestra misma cara: uno se llevó cinco, otro seis, otro tres o cuatro. Cuando quedaban solo dos, el policía ordenó que las mataran y que nos las dieran.

      ”Tenía a mi hijita de ocho meses en una cuna de madera. Le preguntamos al agente si podíamos llevarnos la cuna, pero él ordenó a los otros que la desarmaran, y nos dio solo la parte de la cuna donde cabía la bebé.

      ”Los vecinos no tardaron en enterarse de la deportación de nuestra familia, que éramos seis en total: mamá, mis dos hermanos, mi esposo, nuestra bebé de ocho meses y yo. Uno de los vecinos trajo una pequeña bolsa con pan tostado y la arrojó dentro de la carreta en la que nos llevaban. Pero el soldado que nos vigilaba se dio cuenta, así que la tomó y la echó fuera de la carreta. Ya en las afueras del pueblo, nos metieron en un automóvil y nos llevaron al centro regional, donde se prepararon nuestros documentos. Luego nos llevaron en camión a la estación de ferrocarril.

      ”Era un domingo soleado y hermoso. La estación estaba abarrotada de gente: los desterrados y los que venían a vernos partir. Nuestro camión se paró justo al lado de un vagón en el que ya había hermanos. Cuando el tren se llenó, los soldados pasaron lista por apellido. Éramos cincuenta y dos en nuestro vagón. Antes de que el tren emprendiera la marcha, la gente que había venido a despedirnos comenzó a llorar. Era una escena impresionante, pues a algunas de aquellas personas ni siquiera las conocíamos. Pero todas ellas sabían que éramos testigos de Jehová y que íbamos rumbo a Siberia. Cuando la máquina de vapor soltó un fuerte silbido, los hermanos comenzaron a entonar en ucraniano un cántico que en parte decía: ‘Que el amor de Cristo te acompañe. Si le das gloria a Jesucristo, nos veremos de nuevo en su Reino’. Era difícil encontrar a alguien que no tuviera plena fe y confianza en el cuidado de Jehová. Entonamos varias estrofas de aquel cántico. Fue muy conmovedor ver que varios de los soldados empezaron a llorar. Entonces el tren emprendió su marcha.”

      “LOS RESULTADOS FUERON TOTALMENTE OPUESTOS A LO ESPERADO”

      ¿Consiguieron los perseguidores lo que querían? El doctor N. S. Gordienko, especialista de la Universidad Herzen de San Petersburgo, explica en un libro: “Los resultados fueron totalmente opuestos a lo esperado. [Las autoridades] pretendían debilitar la estructura de los testigos de Jehová en la URSS, pero en realidad la reforzaron. En sus nuevos asentamientos, donde nadie había escuchado de su confesión religiosa, los testigos de Jehová ‘infectaron’ a la gente de la localidad con su fe y su lealtad incondicional a ella”.

      En general, los Testigos se adaptaron fácilmente a sus nuevas circunstancias. Se formaron pequeñas congregaciones y se asignaron territorios. Nikolai Kalibaba relata: “Hubo un tiempo en que predicábamos en Siberia de casa en casa... o, más bien, de una casa a otra dejando dos o tres de por medio. Pero era peligroso. ¿Cómo lo hacíamos? Para hacer una revisita, dejábamos pasar más o menos un mes. Para comenzar una conversación le preguntábamos a la gente: ‘¿Tiene gallinas, cabras o vacas que venda?’, y poco a poco dirigíamos la conversación hacia el Reino. Con el tiempo, la KGB se enteró de nuestro sistema, y de inmediato salió un artículo en el periódico que puso sobre aviso a la gente del pueblo para que no hablara con los testigos de Jehová. El artículo decía que íbamos de casa en casa preguntando a los vecinos por cabras, vacas y gallinas, ¡pero que en realidad buscábamos ovejas!”.

      Gavriil Livy relata: “A pesar de la estrecha vigilancia de la KGB, los hermanos hacían todo lo que podían por participar en el ministerio. La actitud del pueblo soviético era tal que, en cuanto sospechaban que alguien iba a hablarles de religión, llamaban a la policía. Nosotros seguimos predicando, aunque al principio no vimos resultados. Pero poco a poco la verdad comenzó a cambiar a algunas personas. Una de ellas fue un bebedor empedernido de origen ruso. Cuando aprendió la verdad, puso su vida en armonía con las normas bíblicas y llegó a ser un Testigo fiel. En cierta ocasión, un agente de la KGB lo llamó y le dijo: ‘¿Te das cuenta de la clase de gente con la que andas? Esos Testigos son todos ucranianos’.

      ”El hermano le respondió: ‘Antes, cuando yo andaba borracho y me quedaba tirado en las calles, usted ni se fijaba en mí. Ahora que soy una persona normal y un buen ciudadano, me dice que no le gusta. Muchos ucranianos se irán de Siberia; pero cuando lo hagan, le habrán enseñado a gente de este lugar a vivir como Dios manda’.”

      Unos años más tarde, un funcionario de Irkutsk escribió a Moscú: “Varios trabajadores locales han expresado la opinión de que es mejor que a todos estos [testigos de Jehová] se les mande lejos, al norte, para que queden aislados de todo contacto con la población y se reeduquen”. ¡Cómo se nota que ni Siberia ni Moscú sabían qué hacer para acallar a los testigos de Jehová!

  • Rusia
    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • En 1950 me arrestaron por participar en actividades religiosas, y el tribunal me condenó a diez años en un campo de trabajos forzados. Nos llevaron a cinco hermanas a Usolje Sibirskoje (Siberia). Allí construimos vías de ferrocarril a partir de abril de 1951. Entre dos mujeres cargábamos sobre los hombros los pesados durmientes. Y con nuestras propias manos cargábamos y colocábamos rieles de 10 metros [11 yardas] de largo y 320 kilos [700 libras] cada uno. Era un trabajo muy agotador. Pero cierto día, justo cuando volvíamos a casa completamente agotadas, se detuvo junto a nosotras un tren lleno de prisioneros. Asomándose por la ventana de un vagón, un hombre preguntó: “Muchachas, ¿hay entre ustedes alguna testigo de Jehová?”. El cansancio desapareció al instante. “¡Aquí estamos cinco!”, gritamos. Los prisioneros eran nuestros queridos hermanos y hermanas desterrados de Ucrania. Durante el tiempo que el tren se quedó parado, nos contaron con mucha emoción lo que había ocurrido y cómo los habían deportado. Luego, los niños nos recitaron algunos poemas que los mismos hermanos habían escrito. Ni siquiera los soldados nos interrumpieron, así que pudimos tener un rato de compañerismo y animarnos unos a otros.

      Luego, de Usolje Sibirskoje nos trasladaron a un campo enorme cerca de Angarsk. Las veintidós hermanas que ya estaban allí tenían todo bien organizado, incluso tenían territorios para predicar. Así fue como pudimos sobrevivir en sentido espiritual.

  • Rusia
    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 108 y 109]

      Varias veces en “el último rincón”

      NIKOLAI KALIBABA

      AÑO DE NACIMIENTO 1935

      AÑO DE BAUTISMO 1957

      OTROS DATOS En 1949 lo deportaron al oblast de Kurgan (Siberia).

      TENÍAMOS la impresión de que las autoridades vigilaban a cada Testigo de la Unión Soviética. No era una vida fácil, pero Jehová nos dio sabiduría. Me arrestaron en abril de 1959 por participar en actividades religiosas. Como yo no quería entregar a ninguno de mis hermanos, decidí negar cualquier cosa que me preguntaran. Así, cuando el inspector me señaló varias fotos de hermanos y me ordenó que le dijera sus nombres, yo le dije que no podía identificar a ninguno. Entonces me enseñó la foto de mi hermano menor y me preguntó: “¿Es este tu hermano?”. “Puede que sí, puede que no —contesté—. No lo sé.” Ante eso, me mostró una foto mía. “¿Y este? ¿Eres tú?”, me preguntó. “Se parece a mí, pero no sé decirle si soy yo o no”, fue mi respuesta.

      Estuve más de dos meses encerrado en una celda. Pero todas las mañanas, al despertar, lo primero que hacía era darle las gracias a Jehová por su bondad amorosa. Luego repetía un texto de la Biblia, lo comentaba conmigo mismo y entonaba un cántico del Reino, pero en silencio, porque estaba prohibido cantar en las celdas. Después repasaba algún tema bíblico.

      Ya había muchos Testigos en el campo al que me mandaron. Las condiciones de la prisión eran sumamente duras, y no se nos permitía conversar. Muy a menudo enviaban a los hermanos al pabellón de aislamiento; “el último rincón”, le decían. Yo terminé varias veces allí. Los prisioneros que mandaban a ese pabellón solo recibían 200 gramos [7 onzas] de pan al día. Mi cama era un tablón de madera forrado con una gruesa lámina de hierro. La ventana tenía cristales rotos y había muchos mosquitos. Mis botas me servían de almohada.

      Cada hermano solía buscar su propio escondite para las publicaciones. Yo las escondía en la escoba con la que barría. A pesar de que durante los registros el capataz revisaba todo con mucho cuidado, jamás se le ocurrió buscar en la escoba. Las paredes también eran un buen escondite. Aprendimos a confiar en la organización de Jehová. Jehová lo ve todo y lo sabe todo, y ayuda a cada uno de sus siervos. Jehová siempre me ayudó.

      Aun antes del destierro de mi familia en 1949, mi padre había dicho que Jehová podía arreglar las cosas para que incluso en la lejana Siberia la gente escuchara la verdad. Nosotros nos preguntábamos cómo sería posible aquello. Lo que no sabíamos era que las mismas autoridades le harían el favor a miles de personas sinceras de Siberia para que conocieran la verdad.

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