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Un pueblo pacífico defiende su buen nombreLa Atalaya 2011 | 1 de mayo
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Medidas urgentes contra una grave amenaza
El viernes 26 de febrero de 2010, 160.000 testigos de Jehová comenzaron a distribuir por todo el país 12.000.000 de ejemplares de un tratado especial en ruso que se titula ¿Podría suceder otra vez? Una pregunta para los ciudadanos de Rusia. En la ciudad siberiana de Usolje-Sibirskoje, a una temperatura de 40 °C bajo cero (-40 °F), cientos de Testigos se reunieron en las calles a las 5.30 de la mañana para repartir los 20.000 tratados que les correspondían. Cabe mencionar que, debido a su fe, algunos de ellos habían sido exiliados a Siberia en 1951.
A fin de anunciar su campaña de tres días, los testigos de Jehová celebraron una conferencia de prensa en Moscú, capital del país. Lev Levinson, miembro destacado del Instituto de Derechos Humanos, fue uno de los oradores invitados. Tras presentar un resumen sobre el hostigamiento injustificado que vivieron los Testigos en la Alemania nazi y en la Unión Soviética, explicó que después se les exoneró oficialmente. Y afirmó: “Por decreto del presidente Yeltsin, todas las confesiones religiosas que fueron objeto de persecución durante la era soviética han sido rehabilitadas. Todo cuanto perdieron se les ha devuelto. Es cierto que los testigos de Jehová no poseían ninguna propiedad bajo el régimen soviético, pero se les restituyó su buen nombre”.
Ese buen nombre se está manchando de nuevo. El señor Levinson agregó: “El mismo país que lamentó su error convierte ahora a estas personas en objeto de una persecución completamente infundada”.
Se obtienen buenos resultados
¿Cumplió su objetivo la distribución del mencionado tratado? Lev Levinson declaró: “En el metro, de camino a esta conferencia [de prensa], vi a personas sentadas leyendo un impreso que los testigos de Jehová han estado distribuyendo hoy por toda Rusia. [...] La gente se sienta y se pone a leerlo, y lo hace con mucha atención”.b ¿Y qué opinan los lectores? Fíjese en los siguientes comentarios.
En una región central de Rusia donde predomina el islamismo, cierta señora de edad avanzada recibió un ejemplar y preguntó de qué se trataba. Cuando se le explicó que hablaba sobre los derechos humanos y las libertades en Rusia, exclamó: “¡Ya era hora de que alguien hiciera algo! En estos asuntos, Rusia ha ido volviendo a los tiempos de la Unión Soviética. ¡Bien hecho, muchas gracias!”.
Una mujer a quien se le ofreció el tratado en Cheliabinsk comentó: “Ya me dieron uno. Lo leí, y estoy totalmente de acuerdo con ustedes. No conozco ninguna otra religión que defienda su fe de manera tan organizada. Los admiro por su forma de vestir y su prudencia de siempre. Es obvio que tienen profundas convicciones. Creo que Dios está con ustedes”.
En San Petersburgo se le preguntó a un hombre que ya tenía el tratado si le había gustado. “Sí —respondió—. Conforme lo iba leyendo, se me ponía la piel de gallina, y hasta me eché a llorar. Mi abuela sufrió la represión [de la era soviética] y solía hablarme de quienes estuvieron presos con ella. Había muchos delincuentes, pero también había inocentes a los que encarcelaron por su fe. Todo el mundo debe saber lo que ocurrió, por eso creo que ustedes están haciendo lo correcto.”
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