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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • Magdalina Beloshitskaya recuerda: “A las dos de la mañana del domingo 8 de abril de 1951 nos despertaron unos fuertes golpes en la puerta. Mamá saltó de la cama y corrió a abrir. Delante de nosotros apareció un policía. ‘Se les está deportando a Siberia por creer en Dios —declaró con formalidad—. Tienen dos horas para empacar sus cosas. Pueden llevarse cualquier objeto de la habitación, pero no está permitido llevar semillas, cereales ni harina. Tampoco pueden llevarse muebles, artículos de madera ni máquinas de coser. No pueden llevarse nada del patio. Tomen sus sábanas, su ropa, sus bolsas y salgan.’

      ”Tiempo antes habíamos leído en nuestras publicaciones que había mucho trabajo espiritual en el este del país. Supimos que había llegado el momento de atenderlo.

      ”Ninguno de nosotros lloró ni gimió. El policía estaba sorprendido. ‘No les sale ni una lagrimita de los ojos’, comentó. Le respondimos que habíamos estado esperando aquel momento desde 1948. Le pedimos permiso para llevarnos por lo menos una gallina viva para el viaje, pero no quiso. Los agentes se repartieron nuestros animales entre ellos. Las gallinas se las repartieron en nuestra misma cara: uno se llevó cinco, otro seis, otro tres o cuatro. Cuando quedaban solo dos, el policía ordenó que las mataran y que nos las dieran.

      ”Tenía a mi hijita de ocho meses en una cuna de madera. Le preguntamos al agente si podíamos llevarnos la cuna, pero él ordenó a los otros que la desarmaran, y nos dio solo la parte de la cuna donde cabía la bebé.

      ”Los vecinos no tardaron en enterarse de la deportación de nuestra familia, que éramos seis en total: mamá, mis dos hermanos, mi esposo, nuestra bebé de ocho meses y yo. Uno de los vecinos trajo una pequeña bolsa con pan tostado y la arrojó dentro de la carreta en la que nos llevaban. Pero el soldado que nos vigilaba se dio cuenta, así que la tomó y la echó fuera de la carreta. Ya en las afueras del pueblo, nos metieron en un automóvil y nos llevaron al centro regional, donde se prepararon nuestros documentos. Luego nos llevaron en camión a la estación de ferrocarril.

      ”Era un domingo soleado y hermoso. La estación estaba abarrotada de gente: los desterrados y los que venían a vernos partir. Nuestro camión se paró justo al lado de un vagón en el que ya había hermanos. Cuando el tren se llenó, los soldados pasaron lista por apellido. Éramos cincuenta y dos en nuestro vagón. Antes de que el tren emprendiera la marcha, la gente que había venido a despedirnos comenzó a llorar. Era una escena impresionante, pues a algunas de aquellas personas ni siquiera las conocíamos. Pero todas ellas sabían que éramos testigos de Jehová y que íbamos rumbo a Siberia. Cuando la máquina de vapor soltó un fuerte silbido, los hermanos comenzaron a entonar en ucraniano un cántico que en parte decía: ‘Que el amor de Cristo te acompañe. Si le das gloria a Jesucristo, nos veremos de nuevo en su Reino’. Era difícil encontrar a alguien que no tuviera plena fe y confianza en el cuidado de Jehová. Entonamos varias estrofas de aquel cántico. Fue muy conmovedor ver que varios de los soldados empezaron a llorar. Entonces el tren emprendió su marcha.”

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    Anuario de los testigos de Jehová 2008
    • [Ilustración de la página 102]

      Magdalina Beloshitskaya y su familia fueron deportados a Siberia

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