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    Anuario de los testigos de Jehová 2012
    • Pero ¿qué sucedió con Chantal, la esposa de Jean? Ella misma relata: “Conseguí abandonar la casa junto con mi bebé el 8 de abril. Pronto me encontré con dos hermanas: Immaculée, quien tenía una tarjeta de identidad que confirmaba que era hutu, y Suzanne, una tutsi. Queríamos llegar a Bugesera, un pueblo como a 50 kilómetros [30 millas] de donde estábamos. Allí vivían mis padres, con quienes estaban mis otras dos hijas. Sin embargo, nos enteramos de que había controles en todas las carreteras que salían de la ciudad, así que decidimos irnos a una aldea que quedaba justo a las afueras de Kigali. Immaculée tenía allí un familiar Testigo llamado Gahizi. Él era hutu y, pese a las amenazas de sus vecinos, nos recibió en su casa e hizo todo lo posible por protegernos. Lamentablemente, cuando los soldados del gobierno y la Interahamwe se enteraron de que Gahizi había albergado tutsis, lo mataron.

      ”Tras matar a Gahizi, los soldados nos llevaron a un río para ejecutarnos. Asustadísimas, esperábamos el fin. De pronto surgió una discusión entre los soldados. Uno de ellos dijo: ‘No mates mujeres, nos traerá mala suerte. Ahora solo hay que matar hombres’. Entonces, uno de varios hermanos que nos había seguido hasta allí nos llevó a su casa. Su nombre era André Twahirwa y llevaba solo una semana de bautizado. A pesar de que sus vecinos protestaron, nos alojó esa noche. Al otro día nos acompañó hasta Kigali, donde esperaba encontrar un lugar seguro para escondernos. Con su ayuda, cruzamos varios controles de carretera muy peligrosos y, en todos, Immaculée llevaba a mi niña en brazos. De ese modo, si nos detenían a mí y a Suzanne, la bebé se salvaría. Tanto Suzanne como yo ya habíamos roto nuestra tarjeta de identidad con el fin de pasar por hutus.

      ”Pero en el último de los controles, los de la Interahamwe le pegaron a Immaculée y le dijeron: ‘¿Qué haces con estas tutsis?’. Como a Suzanne y a mí no nos dejaron pasar, Immaculée y André siguieron hasta la casa de los hermanos Rwakabubu. Más tarde, André y otros dos Testigos, Simon y Mathias, arriesgaron sus vidas para ayudarnos a cruzar el control de carretera. A mí me llevaron a casa del hermano Rwakabubu, y a Suzanne la dejaron con unos parientes.

      ”No obstante, en casa de los Rwakabubu corría peligro de ser descubierta, así que los hermanos me trasladaron al Salón del Reino. No fue nada fácil llegar hasta el salón, donde se habían refugiado diez hermanos y hermanas tutsis, así como otras personas. Immaculée, siempre tan leal, no quiso abandonarme. Decía que si me mataban a mí, se aseguraría de salvar a mi bebé.”c

  • Ruanda
    Anuario de los testigos de Jehová 2012
    • OCULTOS POR SETENTA Y CINCO DÍAS

      En los días del genocidio, Tharcisse Seminega, quien se bautizó en el Congo en 1983, estaba viviendo en Butare (Ruanda), a 120 kilómetros (75 millas) de Kigali. “Poco después de que el avión del presidente se estrellara en Kigali —cuenta⁠—, en casa escuchamos que se había ordenado la ejecución de todos los tutsis. Dos hermanos trataron de organizar nuestra huida a través de Burundi, pero la Interahamwe vigilaba todas las carreteras y los caminos.

      ”No había adónde ir; estábamos presos en nuestro propio hogar. Cuatro soldados vigilaban la casa, y uno de ellos se había apostado a unos 180 metros (200 yardas) con una ametralladora. Al ver que no teníamos escapatoria, oré: ‘Jehová, ya no hay nada que podamos hacer. ¡Solo tú puedes salvarnos!’. A la noche llegó un hermano corriendo hasta nuestra casa, y los militares le permitieron entrar por unos minutos. Temía que ya nos hubieran matado y sintió un gran alivio al comprobar que aún estábamos vivos. El hermano consiguió llevarse a su casa a dos de nuestros hijos. Luego le informó a Justin Rwagatore y Joseph Nduwayezu que el resto de mi familia permanecía escondida y que necesitábamos ayuda para escapar. Ellos vinieron de inmediato, aprovechando la oscuridad de la noche, y pese a las dificultades y al peligro, lograron llevarnos hasta el hogar de Justin.

      ”Ahora bien, no nos pudimos quedar en casa de Justin mucho tiempo, pues a la mañana siguiente los vecinos ya sabían que estábamos allí. Durante el día vino un hombre llamado Vincent a avisarnos de que la Interahamwe se preparaba para asaltar la casa y matarnos. Vincent había estudiado la Biblia con Justin, pero no había abrazado la verdad. Él nos sugirió que nos ocultáramos en la maleza de los alrededores, y en la noche nos llevó hasta su casa. Una vez allí, nos escondió en una choza circular hecha de barro que se usaba para guardar cabras. El techo de la choza era de paja y no tenía ventanas.

      ”Los días y las noches en aquel escondite se nos hicieron largos. Estábamos cerca de un cruce y a pocos metros del mercado más concurrido de la zona. Escuchábamos a los transeúntes hablar sobre lo que habían hecho y lo que pensaban hacer. Oír los espantosos relatos acerca de las masacres en las que habían participado nos puso más nerviosos todavía, por lo que no dejábamos de suplicarle a Dios que nos protegiera.

      ”Durante el mes que pasamos allí, Vincent hizo todo lo que pudo para cubrir nuestras necesidades. Pero a finales de mayo, nuestra situación se volvió más peligrosa, pues comenzaron a llegar miembros de la Interahamwe que huían desde Kigali. Por tanto, los hermanos decidieron trasladarnos a la casa de un Testigo que tenía una especie de bodega subterránea en la que ya había otros tres hermanos. Nos tomó cuatro horas y media completar a pie el peligroso recorrido hasta su casa. Gracias a Dios, aquella noche llovió torrencialmente, lo cual nos brindó cierta protección.

      ”El nuevo escondite estaba a metro y medio (cinco pies) bajo tierra, y tenía un tablón de madera por puerta. Para llegar a él, había que bajar una escalera y gatear a través de un túnel. La bodega misma medía unos dos metros (seis pies) cuadrados, olía a humedad y, con la excepción de un pequeño rayo de luz que se colaba por una abertura, estaba completamente a oscuras. Mi esposa, Chantal, mis cinco hijos, los otros tres hermanos y yo permanecimos seis semanas en aquel claustrofóbico agujero. No nos atrevíamos ni siquiera a encender una vela de noche por temor a que nos descubrieran. Con todo, Jehová nos sostuvo durante nuestra tribulación. Los hermanos arriesgaron su vida para venir a animarnos y a traernos comida y medicamentos, y de vez en cuando, podíamos encender una vela durante el día para leer la Biblia, La Atalaya o el texto diario.

      ”Todo llega a su fin, y el de nuestro encierro llegó el 5 de julio de 1994, cuando Vincent nos comunicó que Butare había pasado a manos del ejército invasor. Salimos tan pálidos de la bodega que algunos pensaron que éramos extranjeros. Además, acostumbrados a decirlo todo en susurros, no fuimos capaces de hablar en voz alta durante un tiempo. Nos tomó varias semanas recuperarnos.

      ”Esta experiencia tuvo un profundo impacto en mi esposa, quien por fin, tras diez años de haberse negado a estudiar la Biblia, comenzó a hacerlo. A la gente que le pregunta por qué cambió de parecer, ella le contesta: ‘El amor que los Testigos nos mostraron y los sacrificios que hicieron para salvarnos me ablandaron el corazón. Además, me di cuenta de que fue la mano poderosa de Jehová la que nos libró de los machetes’. Chantal dedicó su vida al servicio de Dios y se bautizó en la primera asamblea que hubo después de la guerra.

      ”Le debemos la vida a todos los hermanos y hermanas que oraron por nosotros y que contribuyeron de una manera u otra a nuestra supervivencia. Su amor tan profundo y sincero trascendió las barreras étnicas.”

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