-
“¿Qué tengo que hacer para salvarme?”La Atalaya 1989 | 15 de septiembre
-
-
“¿Qué tengo que hacer para salvarme?”
“¿QUÉ tengo que hacer para salvarme?” Esa pregunta la hizo un carcelero de Filipos, Macedonia, allá en el año 50 E.C. Acababa de ocurrir un gran terremoto y todas las puertas de la prisión a su cargo se habían abierto. Como creía que los presos habían escapado, el carcelero estaba a punto de quitarse la vida. Pero uno de los presos, el apóstol Pablo, clamó: “¡No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí!”. (Hechos 16:25-30.)
Pablo y su compañero de prisión, Silas, habían ido a Filipos a predicar un mensaje salvador, y habían sido encarcelados por acusaciones falsas que otros presentaron contra ellos. El carcelero, agradecido de que los presos no hubieran escapado, quiso oír el mensaje de Pablo y Silas. ¿Qué tendría que hacer para alcanzar la salvación que predicaban aquellos dos misioneros cristianos?
Todavía la gente necesita la salvación que Pablo y Silas predicaban. Sin embargo, desgraciadamente muchas personas ven el asunto de la salvación con mucha desconfianza. Les repugna la arrogancia y la avaricia de muchos fanáticos religiosos que supuestamente enseñan el camino de la salvación. Otras rechazan el sentimentalismo irracional de muchas religiones evangélicas que recalcan la idea de la salvación. De esos supuestos evangelizadores el periodista inglés Philip Howard dijo que “se esfuerzan por ganarse las emociones y las manos que firman cheques, más bien que la mente de su auditorio”. (Compárese con 2 Pedro 2:2.)
Otras personas se alarman por los cambios que a veces ocurren en personas que creen que han experimentado la salvación. En un libro sobre esos cambios repentinos, Snapping, Flo Conway y Jim Siegelman consideran las muchas experiencias religiosas —incluso las de “salvación”— que han estado de moda durante las últimas décadas. Escriben sobre “el lado oscuro” de esas experiencias y dicen que las personas experimentan cambios súbitos de personalidad que no les proporcionan la satisfacción ni el esclarecimiento que se les habían prometido, sino que más bien las engañan, hacen estrechas sus miras y les impiden encararse a la realidad. Estos escritores añaden: “Podemos describir lo que pasa como apagar el pensamiento, detener el pensar”.
Eso no era lo que sucedía cuando los cristianos del primer siglo experimentaban la salvación. El carcelero filipense no ‘apagó su pensamiento’ cuando el apóstol Pablo le contestó la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”. Además, Pablo y Silas no trataron de ‘ganarse sus emociones’ ni le pidieron una contribución grande de dinero. Más bien, “le hablaron la palabra de Jehová”. Al razonar con aquel hombre, le ayudaron a entender con claridad las provisiones de Dios para la salvación. (Hechos 16:32.)
“Cree en el Señor Jesús”
Aquellos misioneros cristianos abrieron el entendimiento del carcelero a una verdad fundamental sobre la salvación. Fue la misma verdad que el apóstol Pedro explicó cuando se estableció la congregación cristiana. Pedro señaló al papel principal de Jesucristo en la salvación al llamarlo el “Agente Principal de la vida”. Este apóstol también dijo: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hechos 3:15; 4:12.) Pablo y Silas dirigieron al carcelero filipense al mismo Agente de la salvación cuando le dijeron: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”. (Hechos 16:31.)
Pero ¿qué significa creer en el Señor Jesús? ¿Por qué no hay otro nombre sino el de Jesús por el cual podamos salvarnos? ¿Alcanzará con el tiempo la salvación toda persona? ¿Creían los apóstoles en la idea de “una vez salvo, siempre salvo”? Estas preguntas son importantes porque, a pesar de que las palabras y acciones de muchos fanáticos religiosos de la actualidad han tendido a degradar el término “salvación”, todavía necesitamos lo que ese término representa. A todos nos beneficiaría una respuesta satisfactoria y razonable a la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”.
-
-
Lo que tenemos que hacer para salvarnosLa Atalaya 1989 | 15 de septiembre
-
-
Lo que tenemos que hacer para salvarnos
¿POR qué necesitamos salvación? Porque todos sufrimos las consecuencias desastrosas del pecado: imperfección, dolor, enfermedad, aflicción, y finalmente muerte. El apóstol Pablo explicó que esto se debe a que Adán nuestro antepasado se rebeló contra la ley de Dios. Pablo escribió: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado”. (Romanos 5:12.) ¿Cómo se extendió la muerte a todos los hombres debido al pecado de Adán? En realidad fue un desenvolvimiento natural.
Cuando Adán pecó, fue condenado a muerte en conformidad con la ley divina. Aquello fue justo y necesario. Fue justo porque la vida no es algo a que tengamos derecho, sino un don de Dios. Por haber pecado deliberadamente, Adán ya no podía reclamar aquel don. (Romanos 6:23.) Tuvo que ser condenado a muerte porque no se puede permitir que nada imperfecto sobreviva y contamine el universo indefinidamente. Por eso, Adán empezó a morir cuando pecó, y ya no podía pasar como herencia a sus descendientes vida perfecta, sin pecado. Solo podía darles vida contaminada con imperfección y pecado. (Romanos 8:18-21.)
Sin embargo, tengamos presente que solo por bondad inmerecida de Dios tenemos la breve existencia de que disfrutamos hoy. (Job 14:1.) Dios no estaba obligado a permitir que Adán y Eva tuvieran prole antes de morir. Pero lo permitió para probar que algunos humanos imperfectos sí apoyarían Su soberanía mediante mantenerse íntegros a Él. Dios también lo permitió porque sabía que con el tiempo él redimiría o salvaría a los descendientes obedientes de aquellos primeros rebeldes, Adán y Eva. ¿Cómo lo haría?
Se provee salvación
Jehová Dios no podía sencillamente anular su juicio justo. Él no puede olvidar arbitrariamente el pecado original de Adán ni todo lo que la humanidad ha hecho para agravar la situación desde entonces. Si Dios pasara por alto sus propias leyes justas, socavaría el respeto y la confianza con que debe verse su entero sistema de justicia. Imagínese el clamor que habría si, por un antojo personal, cierto juez humano permitiera arbitrariamente que un criminal quedara sin castigo. Con todo, sería apropiado que un juez compasivo permitiera que, conforme a la ley, otra persona que quisiera hacerlo pagara una multa a favor del culpable. En cierto sentido, esto es lo que Dios ha hecho por nosotros.
Jehová hizo arreglos para que su propio Hijo, Jesucristo, entregara su vida humana perfecta en lugar de la vida perfecta que perdió Adán. Jesús cargó de buena gana con la pena por nuestros pecados: la muerte. (Isaías 53:4, 5; Juan 10:17, 18.) La Biblia dice: “El Hijo del hombre [...] vino [...] para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mateo 20:28; 1 Timoteo 2:6.) Nadie más podía hacer aquello. Jesús fue singular porque nació sin pecado y siguió siendo humano perfecto, sin pecado, hasta su muerte. (Hebreos 7:26; 1 Pedro 2:22.) Su fidelidad hasta la muerte hizo posible que pagara la pena que requerirían nuestros pecados.
Sin embargo, recuerde que Dios, el Juez Supremo, no está obligado a poner en libertad a toda persona. Él ve el sacrificio de la vida humana perfecta de Jesús como el pago de nuestra deuda por el pecado. Pero Jehová Dios no va a aplicar los beneficios de este sacrificio a favor de pecadores impenitentes, desagradecidos y voluntariosos. En vez de ofrecer alguna clase de amnistía general o salvación universal, la Biblia menciona los requisitos que tenemos que satisfacer para que se nos salve de los efectos del pecado heredado.
Requisitos para la salvación
Entonces, ¿qué se requiere para obtener salvación? El requisito principal lo declaró el apóstol Pablo al carcelero filipense: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”. (Hechos 16:31.) Para ser salvos es esencial que aceptemos sinceramente la sangre derramada de Jesús. ¿Y qué significará para nosotros la salvación? Jesús lo indicó cuando dijo: ‘Yo les doy vida eterna, y no serán destruidos nunca’. (Juan 10:28.) Para la mayoría de los siervos de Dios la salvación significará vida eterna en una Tierra restaurada a perfección paradisíaca. (Salmo 37:10, 11; Revelación 21:3, 4.) Sin embargo, para un “rebaño pequeño” la salvación significará gobernar con Jesús en su Reino celestial. (Lucas 12:32; Revelación 5:9, 10; 20:4.)
Algunos insinúan que todo lo que se requiere para la salvación es creer en Jesús. Cierto tratado religioso dice: “Hay una sola cosa que la persona tiene que hacer para llegar al cielo, a saber, aceptar a Jesucristo como su Salvador personal, entregarse a Él como Señor y Amo, y confesarlo abiertamente como tal ante el mundo”. Por eso, muchos creen que el experimentar una repentina conversión emocional es lo único que se requiere para garantizarles la vida eterna. Sin embargo, el concentrarse en uno solo de los requisitos esenciales para la salvación y excluir los demás es como leer una cláusula importante de un contrato y pasar por alto lo demás.
Esto se hace más patente cuando escuchamos los comentarios de algunas personas que antes pensaban que lo único que se requería para ser salvos era afirmar que creían en Jesús. Bernice dice: “Me crié en la Iglesia de los Hermanos, pero llegó un momento en que me pregunté a mí misma: Si la vida eterna depende únicamente de Jesús, ¿por qué dijo él: ‘Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo’?”. (Juan 17:3.)
Por nueve años Norman vivió convencido de que había obtenido la salvación. Pero luego vio que se requería más que solo una declaración emocional de que Jesucristo era su Salvador. “Por la Biblia aprendí que no basta con simplemente confesarle a Dios que somos pecadores y necesitamos salvación —dice—. También tenemos que hacer obras propias del arrepentimiento.” (Mateo 3:8; Hechos 3:19.)
Sí, es importante creer en Jesús para ser salvos, pero se requiere más que eso. Jesús mencionó que algunos afirmarían tener fe en él y hasta ejecutarían “obras poderosas” en su nombre. Pero él no los reconocería. ¿Por qué? Porque serían “obradores del desafuero” y no harían la voluntad de su Padre. (Mateo 7:15-23.) El discípulo Santiago nos recuerda que tenemos que ‘hacernos hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándonos a nosotros mismos con razonamiento falso’. También dijo: “Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen. [...] La fe sin obras está muerta”. (Santiago 1:22; 2:19, 26.)
Con todo, algunos alegan que los que en verdad están salvos hacen estas cosas de todos modos. Pero ¿es eso realmente lo que sucede en la práctica? De jovencito, Denis ‘aceptó a Jesús’, y ahora dice: “Las personas ‘salvas’ que he conocido no ven necesario el examinar las Escrituras, pues creen que ya tienen todo lo que necesitan para la salvación”. De hecho, la hipocresía y los actos no cristianos de muchos que alegan ser salvos han desprestigiado la idea de la salvación.
Sin embargo, muchos insisten en que las Escrituras dicen: “El que cree en el Hijo, tiene vida eterna”. (Juan 3:36, Reina-Valera Revisada, 1977.) Por eso, concluyen que nadie puede extraviarse de nuevo después que ha aceptado al Señor Jesucristo como su Salvador personal. El lema de esas personas es: “Una vez salvo, siempre salvo”. Pero ¿realmente dicen eso las Escrituras? Para contestar esa pregunta tenemos que examinar todo lo que la Biblia dice sobre el asunto. No quisiéramos ‘engañarnos a nosotros mismos con razonamiento falso’ por leer solo partes escogidas de la Palabra de Dios.
¿“Una vez salvo, siempre salvo”?
Note la advertencia inspirada del discípulo Judas. Él escribió: “Amados, aunque estaba haciendo todo esfuerzo por escribirles acerca de la salvación que tenemos en común, se me hizo necesario escribirles para exhortarlos a que luchen tenazmente por la fe que una vez para siempre fue entregada a los santos”. (Judas 3.) ¿Por qué escribió esto Judas? Porque sabía que pudiera ser que algunos cristianos perdieran la ‘salvación que tenían en común’. Pasó a decir: “Deseo recordarles [...] que Jehová, aunque salvó a un pueblo [los israelitas] de la tierra de Egipto, después destruyó a los que no mostraron fe”. (Judas 5.)
La advertencia de Judas carecería de sentido si los cristianos no afrontaran un peligro similar al de aquellos israelitas. Judas no estaba poniendo en tela de juicio el valor del sacrificio de Jesús. Aquel sacrificio nos ha salvado del pecado adánico, y Jesús nos protegerá si ejercemos fe en él. Nadie puede arrebatarnos de su mano. Pero podemos perder esa protección. ¿Cómo? Si obramos como muchos de los israelitas a quienes se salvó de Egipto. Podemos optar por desobedecer deliberadamente a Dios. (Deuteronomio 30:19, 20.)
Imagínese que a usted se le rescatara de una torre en llamas. Piense en el alivio que sentiría al salir ileso del edificio y oír a su rescatador decir: “Ahora está a salvo”. En verdad, se le habría salvado de una muerte segura. Pero ¿qué sucedería si, por alguna razón insensata, usted decidiera regresar al edificio? Su vida estaría en peligro de nuevo.
Los cristianos están en condición de salvos. Tienen la perspectiva de vivir para siempre porque gozan de la aprobación de Dios. Como grupo, su salvación del pecado adánico y de todas sus consecuencias es segura. Pero como individuos su salvación para la vida eterna depende de que continúen adhiriéndose a todos los requisitos de Dios. Jesús dio énfasis a esto cuando se comparó a sí mismo con una vid y comparó a sus discípulos con los sarmientos de esa vid. Dijo: “Todo sarmiento en mí que no lleva fruto, [Dios] lo quita [...] Si alguien no permanece en unión conmigo, es echado fuera como un sarmiento, y se seca; y a esos sarmientos los recogen y los arrojan al fuego, y se queman”. (Juan 15:2, 6; Hebreos 6:4-6.) Los que pierden la fe en Jesús también pierden la vida eterna.
“El que haya aguantado [...] será salvo”
En efecto, hay varias cosas implicadas en obtener salvación. Tenemos que adquirir conocimiento exacto de los propósitos de Dios y de su camino a la salvación. Luego tenemos que ejercer fe en el Agente Principal de la salvación, Jesucristo, y hacer la voluntad de Dios durante el resto de nuestra vida. (Juan 3:16; Tito 2:14.) La salvación es segura para los que siguen este derrotero. Pero esto envuelve perseverar hasta el fin de nuestra vida actual o hasta el fin de este sistema de cosas. Solo “el que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo”. (Mateo 24:13.)
Junto con otros miembros de su familia, el carcelero de Filipos respondió favorablemente al mensaje de salvación que Pablo y Silas predicaron. “Todos, él y los suyos, fueron bautizados sin demora.” (Hechos 16:33.) Nosotros también podemos dar esos pasos con convicción. Así tendremos una relación estrecha y bendita con Jehová Dios y su Hijo, Jesucristo, y podremos tener plena confianza en las provisiones divinas para la salvación. El carcelero filipense “se regocijó mucho con toda su casa ahora que había creído a Dios”. (Hechos 16:34.) Si seguimos ese derrotero, nosotros también nos ‘regocijaremos mucho’.
[Ilustración en la página 7]
¿Qué sucedería si usted regresara a un edificio en llamas después de habérsele salvado de él?
-