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    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • Símbolos nacionales

      En la época colonial, a los hijos de los testigos de Jehová se les castigaba cuando por razones religiosas no le rendían homenaje a la bandera, que en ese entonces era la del Reino Unido. También eran objeto de represalias por negarse a entonar el himno nacional. Tras exponer las razones a las autoridades escolares, el Departamento de Educación suavizó su postura y escribió: “Los puntos de vista [de su grupo] sobre el saludo a la bandera son conocidos y respetados, y ningún niño debe sufrir castigo alguno por negarse a saludarla”. La nueva Constitución republicana alimentó la esperanza de que se reforzaran las libertades fundamentales, como la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión. Pero otra bandera y otro himno hicieron resurgir el patriotismo. Las ceremonias diarias en las que los alumnos saludaban la bandera y cantaban el himno se restablecieron con gran entusiasmo. Y aunque a algunos Testigos se les concedieron exenciones, muchos otros recibieron palizas y hasta fueron expulsados de las escuelas.

      Una nueva ley de Educación aprobada en 1966 abrió las puertas a la esperanza, pues una de sus cláusulas permitía a un padre o tutor solicitar que el niño quedara exento de participar en los oficios religiosos y sus rituales. En consecuencia, muchos alumnos que habían sido expulsados fueron readmitidos. Sin embargo, poco después y con cierto secretismo se agregaron a la ley otras cláusulas, las cuales definían las banderas y los himnos como símbolos civiles que promovían la conciencia nacional. Pese a las conversaciones que sostuvieron los hermanos con las autoridades, a finales de 1966 ya habían sido expulsados más de tres mil niños por haber adoptado una postura neutral.

      Feliya se queda sin escuela

      Llegó el momento de cuestionar la legalidad de tales acciones, y para ello se escogió el caso de Feliya Kachasu, quien asistía regularmente a la escuela de Buyantanshi, en la provincia de Copperbelt. Aunque todos sabían que era una estudiante modélica, la habían expulsado de la escuela. Frank Lewis recuerda cómo se llevó el asunto ante los tribunales: “El señor Richmond Smith nos defendió, lo cual no era fácil pues el litigio era contra el gobierno. Oír a Feliya explicar por qué no saludaba la bandera lo convenció de aceptar el caso”.

      Dailes Musonda, una escolar de Lusaka en aquel entonces, dice: “Cuando el caso de Feliya se llevó a los tribunales, aguardábamos con expectación un fallo favorable. Hubo hermanos que viajaron desde Mufulira para asistir a las vistas. Mi hermana y yo fuimos invitadas. Recuerdo que Feliya llevaba un sombrero blanco y un vestido claro. El proceso duró tres días. Aún quedaban algunos misioneros en el país, y los hermanos Phillips y Fergusson también acudieron al juicio. Creíamos que su presencia podría ayudar”.

      El presidente del tribunal llegó a la siguiente conclusión: “Nada indica en este caso que los testigos de Jehová hayan intentado faltar al respeto al himno o a la bandera nacionales”. No obstante, dictaminó que las ceremonias tenían un carácter civil y que, a pesar de las sinceras creencias de Feliya, no podía solicitar la exención acogiéndose a la ley de Educación. Su opinión era que tales ceremonias eran necesarias para la seguridad nacional. Pero lo cierto es que en ningún momento se explicó cómo servía a los intereses del pueblo el que se impusiera a una menor una obligación de ese tipo. ¡Feliya no podría ir a la escuela mientras se aferrara a sus creencias cristianas!

      Dailes relata: “Sentíamos una profunda decepción, pero dejamos todo en manos de Jehová”. Dailes y su hermana dejaron la escuela en 1967, cuando las presiones se intensificaron. A finales de 1968, casi seis mil hijos de testigos de Jehová habían sido expulsados de las escuelas.

  • Zambia
    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 236 y 237]

      Mi conducta se ganó el respeto de muchos maestros

      Jackson Kapobe

      Año de nacimiento: 1957

      Año de bautismo: 1971

      Otros datos: Sirve de anciano en una congregación.

      En 1964 se produjeron las primeras expulsiones en las escuelas. La sucursal ayudó a ver a los padres que tenían que preparar a sus hijos. Recuerdo que mi papá se sentaba conmigo cuando yo llegaba de la escuela y comentábamos Éxodo 20:4, 5.

      En las asambleas escolares me quedaba de pie en la parte de atrás para evitar confrontaciones. A quienes no entonaban el himno nacional se les colocaba al frente. Cuando el director me preguntó porqué no cantaba, le contesté citando de la Biblia. “¡Lees, pero no cantas!” exclamó, y argumentó que le debía lealtad al gobierno por la escuela en la que había aprendido a leer.

      Terminaron expulsándome en febrero de 1967. Me sentí desilusionado porque me gustaba aprender, y era buen estudiante. Pese a la presión que ejercieron sobre mi padre sus compañeros de trabajo y familiares no creyentes, me tranquilizó asegurándome que estaba haciendo lo correcto. Mi madre también soportó presión. Cuando la acompañaba a trabajar en los campos, otras mujeres nos ridiculizaban diciendo: “¿Por qué no está este en la escuela?”.

      Sin embargo, mi formación no acabó allí. En 1972, las clases de alfabetización recibieron mayor énfasis en la congregación. Con el tiempo disminuyó la tensión en las escuelas. La mía estaba frente a nuestra casa, al otro lado de la calle, y el director a menudo venía a pedirnos agua fría para beber o que le prestáramos escobas para barrer las aulas. Una vez hasta nos pidió dinero prestado. Los actos de bondad de mi familia debieron de conmoverlo, pues un día preguntó si yo quería volver a la escuela. Mi padre le recordó que yo aún era testigo de Jehová. “No se preocupe”, respondió el director. “¿En qué curso quieres empezar?”, me preguntó. Elegí sexto grado. Todo era igual: la misma escuela, el mismo director y los mismos compañeros de clase, excepto que yo leía mejor que la mayoría de los alumnos, gracias a las clases de alfabetización que se daban en el Salón del Reino.

      Mi arduo trabajo y buena conducta se ganaron el respeto de muchos profesores, y eso me facilitó la vida en la escuela. Estudié mucho y pasé varios exámenes, lo que me permitió aceptar un puesto de responsabilidad en las minas y más adelante mantener a una familia. Me alegro de no haber cantado el himno nacional, pues hubiera sido un acto de deslealtad.

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