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ExpansiónPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Por ejemplo, en Job 37:18 Elihú pregunta respecto a Dios: “¿Puedes tú con él batir [tar·qí·aʽ] los cielos nublados, duros como un espejo fundido?”. Se puede ver que no se está hablando del batido literal de una bóveda celeste sólida por el hecho de que la palabra “cielos” empleada aquí se deriva de un término (schá·jaq) que también se traduce “capa tenue de polvo” o “nubes”. (Isa 40:15; Sl 18:11.) En vista de la apariencia nebulosa de aquello que es ‘batido’, es obvio que el escritor bíblico se limita a comparar de manera figurativa a los cielos con un espejo de metal cuya faz bruñida emite un reflejo brillante. (Compárese con Da 12:3.)
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La advertencia que se dio a Israel mediante Moisés prueba que los escritores hebreos de la Biblia no concebían un cielo formado originalmente de metal bruñido, pues se dijo a la nación que en caso de desobedecer a Dios, el resultado sería: “Tus cielos que están sobre tu cabeza también tienen que llegar a ser de cobre; y la tierra que está debajo de ti, de hierro”, una advertencia que describe en términos metafóricos los efectos del intenso calor y la fuerte sequía sobre los cielos y la tierra de Israel. (Dt 28:23, 24.)
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Asimismo, es obvio que los antiguos hebreos no compartían el concepto pagano de la existencia de “ventanas” literales en la cúpula del cielo a través de las cuales descendía la lluvia a la Tierra. Con exactitud y rigor científico, el escritor de Job cita la explicación de Elihú sobre el proceso de la lluvia: “Pues él atrae hacia arriba las gotas de agua; se filtran como lluvia para su neblina, de modo que las nubes [scheja·qím] destilan, gotean sobre la humanidad abundantemente”. (Job 36:27, 28.)
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