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  • Jesús denuncia a sus opositores
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Jesús ahora se vuelve hacia las muchedumbres y sus discípulos y les da una advertencia acerca de los escribas y los fariseos. Puesto que estos enseñan la Ley de Dios, pues ‘están sentados en la cátedra de Moisés’, Jesús insta: “Todas las cosas que les digan, háganlas y obsérvenlas”. Pero añade: “No hagan conforme a los hechos de ellos, porque dicen y no hacen”.

      Son hipócritas, y Jesús los denuncia en términos similares a los que había usado mientras comía en la casa de cierto fariseo unos meses atrás. Dice: “Todas las obras que hacen, las hacen para ser vistos por los hombres”. Y da ejemplos, al decir:

      “Ensanchan las cajitas que contienen escrituras que llevan puestas como resguardos”. Estas cajas relativamente pequeñas que llevan sobre la frente o en el brazo contienen cuatro porciones de la Ley: Éxodo 13:1-10, 11-16 y Deuteronomio 6:4-9; 11:13-21. Pero los fariseos aumentan el tamaño de estas cajas para dar la impresión de que son celosos por la Ley.

      Jesús pasa a decir que ellos “agrandan los flecos de sus prendas de vestir”. En Números 15:38-40 se da a los israelitas el mandato de hacer flecos en sus prendas de vestir, pero los fariseos hacen los suyos más grandes que los de las demás personas. ¡Cuanto hacen, lo hacen para ser vistos! Jesús declara: “Les gusta el lugar más prominente”.

      Lamentablemente, los propios discípulos de Jesús han sido afectados por este deseo de prominencia. Por eso él les aconseja: “Mas ustedes, no sean llamados Rabí, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra, porque uno solo es su Padre, el Celestial. Tampoco sean llamados ‘caudillos’, porque su Caudillo es uno, el Cristo”. ¡Los discípulos tienen que librarse del deseo de ocupar la posición más importante! Jesús da esta amonestación: “El mayor entre ustedes tiene que ser su ministro”.

      Luego Jesús pronuncia una serie de ayes contra los escribas y los fariseos, y varias veces los llama hipócritas. “Cierran el reino de los cielos delante de los hombres”, dice, y: “Ellos son los que devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones”.

      “¡Ay de ustedes, guías ciegos!”, dice Jesús. Condena a los fariseos por su falta de valores espirituales, que se puede ver por las distinciones arbitrarias que hacen. Por ejemplo, dicen: ‘No es nada si alguien jura por el templo, pero uno queda obligado si jura por el oro del templo’. Al dar más énfasis al oro del templo que al valor espiritual de ese lugar de adoración, revelan su ceguera moral.

      Entonces, como lo ha hecho antes, Jesús condena a los fariseos por descuidar “los asuntos de más peso de la Ley, a saber: la justicia y la misericordia y la fidelidad” mientras dan mayor atención a pagar el diezmo o décima parte de hierbas insignificantes.

      Jesús llama a los fariseos “guías ciegos, que cuelan el mosquito pero engullen el camello”. Cuelan de su vino el mosquito, no solo porque sea un insecto, sino porque ceremonialmente es inmundo. Sin embargo, su desatención a los asuntos de más peso de la Ley es comparable a tragarse un camello, que también es un animal inmundo en sentido ceremonial.

  • Completado el ministerio en el templo
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Ahora sigue censurando a los escribas y los fariseos.

      Otras tres veces exclama: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!”. Primero proclama un ay contra ellos porque limpian “el exterior de la copa y del plato, pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación”. Así que aconseja: “Limpia primero el interior de la copa y del plato, para que su exterior también quede limpio”.

      Luego pronuncia un ay contra los escribas y los fariseos por la podredumbre y la corrupción internas que tratan de ocultar tras su piedad externa. “Se asemejan a sepulcros blanqueados —dice—, que por fuera realmente parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia.”

      Finalmente, la hipocresía de ellos se hace patente porque quieren edificar tumbas para los profetas y adornarlas para llamar atención a sus propias obras de caridad. Pero, como revela Jesús, “son hijos de los que asesinaron a los profetas”. Sí, ¡cualquiera que se atreve a desenmascarar su hipocresía está en peligro!

      Continuando, Jesús hace su más vigorosa denuncia. “Serpientes, prole de víboras —dice—, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?” Gehena es el valle que se usa como el vertedero de Jerusalén. Lo que Jesús dice, pues, es que los escribas y los fariseos, por el derrotero inicuo que han seguido, serán destruidos para siempre.

      Respecto a los que envía como representantes suyos, Jesús dice: “A algunos de ellos ustedes los matarán y fijarán en maderos, y a algunos los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad; para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías [llamado Jehoiadá en Segundo de Crónicas], a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar. En verdad les digo: Todas estas cosas vendrán sobre esta generación”.

      Porque Zacarías reprendió a los líderes de Israel, estos “conspiraron contra él y lo lapidaron por mandamiento del rey, en el patio de la casa de Jehová”. Pero, como predice Jesús, Israel pagará por toda esa sangre justa que ha derramado. Pagan 37 años más tarde, en 70 E.C., cuando los ejércitos romanos destruyen Jerusalén y más de un millón de judíos perecen.

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