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La actitud cristiana ante el servicio obligatorioLa Atalaya 2005 | 15 de febrero
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El servicio obligatorio
Según la documentación de la que se dispone, en el Oriente Próximo el servicio obligatorio (corvea o angaria) se remonta al siglo XVIII a.E.C. Los textos administrativos de la antigua ciudad siria de Alalakh hacen referencia a grupos reclutados por el gobierno para realizar diversas prestaciones. En Ugarit, en la costa siria, los arrendatarios agrícolas estaban sujetos a formas similares de servicio obligatorio, a no ser que el rey les otorgara inmunidad.
De todos es sabido que era costumbre imponer trabajos forzados a los pueblos conquistados o subyugados. Por ejemplo, los egipcios esclavizaron a los israelitas y los obligaron a trabajar en la fabricación de ladrillos. Posteriormente, los israelitas sometieron a trabajos forzados a los cananeos que habitaban la Tierra Prometida, y en la época de David y Salomón se siguieron métodos parecidos (Éxodo 1:13, 14; 2 Samuel 12:31; 1 Reyes 9:20, 21).
Cuando los israelitas pidieron un rey, Samuel explicó los deberes que el rey podría reclamar legítimamente de sus súbditos. Podría exigirles que sirvieran de jinetes y conductores de carros, y asignarles tareas como arar, cosechar, fabricar armas, y así por el estilo (1 Samuel 8:4-17). Cabe señalar que, aunque durante la construcción del templo de Jehová se sometió a los forasteros a trabajos forzados de esclavos, “a ninguno de los hijos de Israel constituyó Salomón en esclavo; pues ellos eran los guerreros, y los siervos de él, y sus príncipes, y sus adjutores y jefes de los que conducían sus carros y de sus hombres de a caballo” (1 Reyes 9:22).
Con respecto a los israelitas empleados en otras obras de construcción, 1 Reyes 5:13, 14 dice: “El rey Salomón siguió haciendo subir a los de todo Israel reclutados para trabajo forzado; y los reclutados para trabajo forzado ascendieron a treinta mil hombres. Y los enviaba al Líbano en turnos de diez mil al mes. Por un mes continuaban en el Líbano, por dos meses en sus hogares”. “No hay duda —afirma un escriturario— de que los reyes de Israel y Judea utilizaron la corvea como un medio de obtener mano de obra no remunerada para la construcción y otros trabajos en los territorios de la corona.”
Aquella carga se volvió muy pesada bajo el dominio de Salomón. Tan opresiva fue que, cuando Rehoboam amenazó con incrementarla, todo Israel se rebeló y apedreó al funcionario nombrado sobre los reclutados para trabajos forzados (1 Reyes 12:12-18). Sin embargo, dicho sistema perduró. Asá, el nieto de Rehoboam, reclutó a los habitantes de Judá para construir las ciudades de Gueba y Mizpá, y “no quedó nadie exento” (1 Reyes 15:22).
Bajo el dominio romano
El Sermón del Monte pone de relieve que los judíos del siglo primero estaban familiarizados con la posibilidad de ser ‘obligados a servir’. Esta expresión se traduce de la palabra griega ag·ga·réu·o. Originalmente, este vocablo se relacionaba con la actividad de los correos persas, quienes tenían autoridad para utilizar hombres, caballos, barcos o cualquier otra cosa que necesitaran para acelerar su servicio.
En los tiempos de Jesús, Israel estaba ocupada por los romanos, quienes habían adoptado un sistema parecido. En las provincias orientales, además de los impuestos normales, podía obligarse a la población a realizar diversos trabajos, fuera habitualmente o en ocasiones excepcionales. El pueblo vería aquellos deberes, como mínimo, con desagrado. También era común la requisa no autorizada de bestias, arrieros y carruajes para realizar transportes para el Estado. Con respecto a dicha costumbre, el historiador Michael Rostovtzeff afirma que los administradores “intentaron sólo reglamentarla, pero sin éxito, pues mientras existía tenía que producir efectos desastrosos. Los prefectos promulgaron edicto tras edicto con la honrada intención de poner término a las arbitrariedades y a la opresión del sistema [...]. Pero el carácter opresivo de la institución no podía ser anulado”.
“Cualquiera podía ser compelido a llevar el bagaje del ejército a una cierta distancia —dice un helenista—; cualquiera podía ser obligado a ejecutar lo que los ocupadores le impusieran.” Eso fue lo que ocurrió con Simón de Cirene, a quien los soldados romanos “obligaron a rendir servicio” cargando el madero de tormento de Jesús (Mateo 27:32).
Los textos rabínicos también hacen referencia a esta impopular institución. Por ejemplo, mencionan el caso de un rabino al que se le obligó a transportar mirtos a un palacio. Por otro lado, podía utilizarse a los jornaleros de alguien para realizar una determinada tarea, y el patrono estaba obligado a pagarles su salario. También se podían expropiar los bueyes y otras bestias de carga. Si sucedía que se devolvían estos animales a sus dueños, lo más probable era que ya no estuvieran en condiciones de trabajar. Expropiar era prácticamente sinónimo de confiscar. De ahí que un proverbio judío afirmara: “La angaria es la muerte”. Un historiador dice: “Se podía llevar a un pueblo a la ruina si se requisaba para angaria a los bueyes en lugar de a otros animales de tiro”.
Es fácil hacerse una idea de lo detestados que eran tales servicios, en especial si tenemos en cuenta que solían imponerse con arrogancia e injusticia. En vista del odio que tenían los judíos por las potencias gentiles que los dominaban, les molestaba muchísimo la humillación de verse obligados a tareas vejatorias. Hoy no se conoce ninguna ley que indicara exactamente cuánta distancia podía obligarse a un ciudadano a llevar una carga. Pero es muy probable que muchos judíos no estuvieran dispuestos a dar un paso más de lo que requería la ley.
Pues bien, esta es la institución a la que Jesús hizo referencia cuando dijo: “Si alguien bajo autoridad te obliga a una milla de servicio, ve con él dos millas” (Mateo 5:41).
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La actitud cristiana ante el servicio obligatorioLa Atalaya 2005 | 15 de febrero
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[Recuadro de la página 25]
Abusos cometidos en el pasado
El hecho de que se elaboraran reglas para prevenir abusos demuestra que el servicio obligatorio se solía usar como pretexto para cometerlos. En el año 118 a.E.C., Tolomeo Evérgetes II de Egipto decretó con respecto a sus oficiales: “No reclutarán a ninguno de los habitantes del país para servicios particulares, ni requisarán (aggareuein) sus ganados para provecho propio”. Y añadió: “Nadie requisará [...] barcas para uso particular o con el pretexto que fuera”. En una inscripción que data del año 49 E.C. ubicada en el Templo del Gran Oasis de Egipto, el prefecto romano Vergilius Capito reconoció que los soldados habían hecho requisas ilegales, y dispuso: “Nadie requisará [...] nada a menos que presente una autorización por escrito de parte mía”.
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