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Las guerras verbales: las heridas que provocanLa Atalaya 2005 | 1 de marzo
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Las guerras verbales: las heridas que provocan
“¿De qué fuente son las guerras y de qué fuente son las peleas entre ustedes?” (SANTIAGO 4:1.)
EL ESCRITOR bíblico Santiago no dirigió esta pregunta a los soldados de las legiones romanas, quienes en ese tiempo libraban guerras de conquista; tampoco estaba sondeando los motivos tras las guerrillas de un grupo de judíos llamados sicarios (varones de puñal) del siglo primero de nuestra era. Más bien, se refería a disputas que podrían surgir incluso entre dos personas. ¿Por qué se expresó en estos términos? Porque, al igual que las guerras, tales peleas son destructivas. Observe los siguientes relatos bíblicos.
Los hijos del patriarca Jacob odiaban tanto a su hermano José que lo vendieron como esclavo (Génesis 37:4-28). Siglos después, Saúl, el rey de Israel, intentó matar a David. ¿Por qué? Porque lo dominaban los celos (1 Samuel 18:7-11; 23:14, 15). En el siglo primero, dos cristianas, Evodia y Síntique, perturbaron la paz de toda una congregación a causa de sus disputas (Filipenses 4:2).
En tiempos más recientes, los hombres solían zanjar sus diferencias participando en duelos en los que se enfrentaban con espadas o pistolas. Muchas veces uno de los contendientes moría o quedaba lisiado de por vida. Actualmente, quienes están en enemistad limitan sus armas a palabras amargas e hirientes. Aunque no se derrame sangre, los ataques verbales lastiman los sentimientos y dañan reputaciones. A menudo hay gente inocente que sufre en estas “guerras”.
Fíjese en lo que ocurrió unos años atrás cuando un sacerdote anglicano acusó a otro sacerdote de malversar los fondos de la iglesia. Su riña se hizo pública, y la congregación en la que ejercían se dividió en facciones. Algunos feligreses no asistían a los servicios religiosos cuando oficiaba el ministro al que se oponían. El desprecio que los feligreses sentían unos por otros era tan intenso que ni siquiera se hablaban cuando iban a la iglesia. La disputa se hizo más candente cuando el sacerdote acusador fue acusado de inmoralidad sexual.
El arzobispo de Canterbury hizo un llamado a los dos clérigos, y se refirió a su pelea como “un cáncer” y “un escándalo que deshonra el nombre de nuestro Señor”. En 1997, uno de los eclesiásticos concordó en jubilarse. El otro se aferró a su puesto hasta que llegó a la edad de jubilación obligatoria. Sin embargo, permaneció en el cargo hasta el último momento y se retiró cuando cumplió 70 años, el 7 de agosto de 2001. El rotativo The Church of England Newspaper señaló que se jubiló el día festivo de “san Victricio”. ¿Quién era este? Un obispo del siglo IV de quien se dice que fue apaleado por negarse a combatir en el ejército. Al comparar las diferentes actitudes de ambos hombres, el periódico comentó: “Negarse a pelear en una guerra eclesiástica no fue un rasgo que caracterizó al [sacerdote que se jubilaba]”.
Estos dos clérigos no se habrían causado daño a sí mismos ni habrían perjudicado a otras personas si hubieran seguido el consejo de Romanos 12:17, 18: “No devuelvan mal por mal a nadie. Provean cosas excelentes a vista de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres”.
¿Qué puede decirse de usted? Si alguien lo ofende, ¿lo incita el resentimiento a librar una guerra verbal? ¿O evita las palabras hirientes y está dispuesto a hacer las paces? Si usted ofende a alguien, ¿evita a esa persona con la esperanza de que el tiempo y la mala memoria le hagan olvidar lo que pasó? ¿O procura pedir disculpas cuanto antes? Sea usted el que pida perdón, o sea el que perdone, procurar hacer las paces contribuirá a su bienestar. El consejo bíblico puede ayudarnos a zanjar incluso viejos conflictos, como lo demuestra el siguiente artículo.
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Los beneficios de hacer las pacesLa Atalaya 2005 | 1 de marzo
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Los beneficios de hacer las paces
ED ESTABA muriéndose, y Bill le tenía profundo rencor. Hacía dos décadas, Ed había tomado una decisión que le costó a Bill su empleo, y eso distanció a estos hombres que antes habían sido buenos amigos. Después de tantos años, Ed intentó pedir disculpas para morir en paz, pero Bill no quiso escucharlo.
Casi treinta años más tarde, cuando su vida se acercaba a su fin, Bill explicó por qué se negó a perdonar. “Ed no tendría que haber hecho lo que le hizo a su mejor amigo. Yo sencillamente no quería hacer las paces después de veinte años. [...] Tal vez me haya equivocado, pero así es como me sentía.”a
Las diferencias personales normalmente no tienen un resultado tan lamentable como ese, pero con frecuencia hacen que los implicados se ofendan o se amarguen. Piense en alguien que sienta lo mismo que Ed. Sabiendo que su decisión ha perjudicado al otro, quizás viva con una conciencia culpable y un abrumador sentido de pérdida. Con todo, le duele pensar que su ofendido compañero haya desechado su amistad como si fuera basura.
Sin embargo, la persona que se identifica con Bill se considera la víctima inocente y quizá sienta profunda amargura y resentimiento. Según Bill, su antiguo amigo sabía lo que hacía y posiblemente le hizo daño a propósito. Muchas veces, cuando hay un desacuerdo entre dos personas, ambas están convencidas de que tienen toda la razón y de que la otra tiene toda la culpa. Como resultado, dos anteriores amigos se encuentran en guerra, por así decirlo.
Pelean con armas silenciosas: uno vuelve la espalda cuando el otro pasa, y si están en un grupo, no se dirigen la palabra. De lejos, se miran de reojo o con frialdad y rencor. Cuando se hablan, lo hacen con brusquedad o se insultan con palabras que hieren como cuchillos.
No obstante, aunque parezcan tener posiciones irreconciliables, es probable que concuerden en algunos puntos. Quizás reconozcan que tienen problemas graves y que es triste que una estrecha amistad termine así. Es posible que ambos sientan el dolor de la herida abierta y sepan que deberían hacer algo para sanarla. Pero ¿quién dará el primer paso para restablecer la relación y hacer las paces? Ninguno está dispuesto a darlo.
Hace dos mil años, hubo ocasiones en las que los apóstoles de Jesucristo se enzarzaron en acaloradas discusiones (Marcos 10:35-41; Lucas 9:46; 22:24). Tras una de tales disputas, Jesús les preguntó: “¿Qué discutían en el camino?”. Avergonzados, ninguno de ellos le respondió (Marcos 9:33, 34). Las enseñanzas de Jesús los ayudaron a reconciliarse. Pues bien, los consejos del Gran Maestro, así como los de varios de sus discípulos, continúan ayudando a las personas a resolver conflictos y a reparar amistades rotas. Veamos cómo.
Esfuércese por hacer las paces
“No quiero hablar con esa persona ni quiero volver a verla.” Si alguna vez ha dicho esas palabras acerca de alguien, usted tiene que tomar medidas, como lo indican los siguientes pasajes bíblicos.
Jesús enseñó: “Si estás llevando tu dádiva al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu dádiva allí enfrente del altar, y vete; primero haz las paces con tu hermano” (Mateo 5:23, 24). También dijo: “Si tu hermano comete un pecado, ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a solas” (Mateo 18:15). Sea que usted haya ofendido a alguien o que alguien lo haya ofendido a usted, las palabras de Jesús recalcan que es necesario que usted hable del asunto sin demora con la otra persona. Y debe hacerlo “con espíritu de apacibilidad” (Gálatas 6:1). El objetivo de esa conversación no es proteger su imagen justificando sus acciones ni obligar a su adversario a disculparse, sino hacer las paces. ¿Surte efecto este consejo bíblico?
Ernesto es el supervisor de una oficina con muchos empleados.b Por años, su trabajo ha exigido que trate asuntos delicados con toda clase de personas y mantenga buenas relaciones laborales con ellas, de modo que ha visto con cuánta facilidad surgen los conflictos personales. “De vez en cuando he tenido mis diferencias con otras personas —dice—, pero cuando eso ocurre, me siento con el implicado y hablamos del problema. Aborde directamente a la persona y hable con ella procurando hacer las paces. Este método nunca me falla.”
Alicia, quien tiene amistades provenientes de diversas culturas, comenta lo siguiente: “A veces digo algo y luego percibo que pude haber ofendido a alguien. Cuando eso ocurre, pido disculpas a la persona. Tal vez me disculpe más a menudo de lo necesario, pero aunque la otra parte no se haya ofendido, yo me siento mejor así. Entonces sé que no hay ningún malentendido”.
Cómo superar los obstáculos
No obstante, con frecuencia hay obstáculos que obstruyen el camino que conduce a la paz. ¿Alguna vez se ha preguntado por qué debería tomar la iniciativa para hacer las paces si fue la otra persona quien causó el problema? ¿O ha abordado a alguien para arreglar una situación y lo único que le ha contestado es que no tiene nada que hablar con usted? Hay quienes reaccionan así debido al dolor emocional que han sufrido. Proverbios 18:19 dice: “El hermano contra quien se ha transgredido es más que un pueblo fuerte; y hay contiendas que son como la barra de una torre de habitación”. Por eso, tome en cuenta los sentimientos de la persona. Si lo rechaza, deje que pase un breve período e inténtelo de nuevo. Puede que entonces el “pueblo fuerte” esté abierto y se quite “la barra” de la puerta que lleva a la reconciliación.
Otro obstáculo para la paz tiene que ver con el amor propio. Algunos consideran una humillación pedir disculpas o siquiera hablar con un adversario. Aunque no está mal tener amor propio, ¿aumenta la autoestima el que la persona se niegue a hacer las paces, o la disminuye? ¿Pudiera ser que tras ese sentimiento se escondiera el orgullo?
El escritor bíblico Santiago muestra que el espíritu belicoso está vinculado al orgullo. Tras denunciar “las guerras” y “las peleas” que existían entre algunos cristianos, pasa a decir: “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes” (Santiago 4:1-3, 6). ¿Cómo impide la altivez que hagamos las paces?
El orgullo nos engaña haciéndonos creer que somos mejores que los demás. Los altivos piensan que tienen la autoridad de juzgar el valor moral de su semejante. ¿En qué sentido? Cuando surgen desacuerdos, suelen ver a sus adversarios como casos perdidos, que no tienen remedio. El orgullo los impulsa a concluir que quienes no piensan como ellos no merecen su atención, y mucho menos una disculpa sincera. Por eso, los que se dejan dominar por el orgullo no suelen resolver los conflictos, sino más bien permiten que perduren.
Tal como una barrera que obstruye el tráfico en una autopista, el orgullo obstruye los pasos que conducen a la paz. Por lo tanto, si usted se resiste a hacer las paces con alguien, quizás tenga un problema de orgullo. ¿Cómo puede vencerlo? Cultivando la cualidad contraria: la humildad.
Haga lo contrario
La Biblia recomienda encarecidamente la humildad. “El resultado de la humildad y del temor de Jehová es riquezas y gloria y vida.” (Proverbios 22:4.) En Salmo 138:6 vemos el punto de vista de Dios sobre los humildes y los orgullosos: “Jehová es alto, y, no obstante, al humilde lo ve; pero al altanero lo conoce solo de distancia”.
Muchas personas equiparan la humildad a la humillación. Los gobernantes del mundo parecen verlo así. Aunque naciones enteras se someten a su voluntad, los líderes políticos no tienen el valor de admitir humildemente sus errores. Oír a uno de ellos decir “lo siento” es motivo de interés periodístico. Cuando un ex funcionario se disculpó recientemente por sus errores relacionados con un desastre que costó muchas vidas, sus palabras se publicaron en primera plana.
Observe la definición de humildad que ofrece un diccionario: “Cualidad o virtud de la persona que no es de naturaleza arrogante, altiva o vanidosa y reconoce sus propias limitaciones y debilidades”. Así pues, la humildad se relaciona con la manera como la persona se ve a sí misma, no con la opinión que otros tienen de ella. Admitir humildemente los errores y pedir perdón con sinceridad no humilla a un hombre; al contrario, mejora su reputación. La Biblia dice: “Antes de un ruidoso estrellarse el corazón del hombre es altanero, y antes de la gloria hay humildad” (Proverbios 18:12).
Respecto a los políticos que no se disculpan cuando cometen errores, un analista dijo: “Por desgracia, parecen creer que tales confesiones son señal de debilidad. Las personas débiles e inseguras casi nunca dicen que lamentan lo que han hecho. Son las generosas y valientes las que admiten sus errores, sin que por ello se resienta su amor propio”. Lo mismo es cierto de quienes no se dedican a la política. Si usted se esfuerza por reemplazar el orgullo con la humildad, habrá más probabilidades de que haga las paces cuando surja una disputa personal. Veamos cómo lo comprobó una familia.
Un malentendido provocó tensión entre Julia y su hermano Guillermo, quien se enojó tanto con Julia y su esposo, José, que rompió por completo con ellos y hasta les devolvió todos los regalos que la pareja le había hecho en el transcurso de los años. Al pasar los meses, la amargura reemplazó la relación estrecha que los había unido desde la infancia.
Sin embargo, José decidió aplicar el consejo de Mateo 5:23, 24. Intentó acercarse a su cuñado con un espíritu de apacibilidad y le envió cartas en las que se disculpó por haberlo ofendido. Además, José animó a su esposa a perdonar a su hermano. Con el tiempo, Guillermo se dio cuenta de que Julia y José querían sinceramente hacer las paces, y su actitud cambió. Guillermo y su esposa se reunieron con Julia y José; todos se disculparon, se abrazaron y reanudaron su amistad.
Si usted anhela zanjar un conflicto personal con alguien, ponga en práctica pacientemente las enseñanzas bíblicas y procure hacer las paces con esa persona. Jehová le ayudará. Las palabras de Dios al Israel antiguo se cumplirán en su caso: “¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos! Entonces tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar” (Isaías 48:18).
[Notas]
a Basado en el libro The Murrow Boys—Pioneers on the Front Lines of Broadcast Journalism, de Stanley Cloud y Lynne Olson.
b Se han cambiado algunos nombres.
[Ilustraciones de la página 7]
Con frecuencia, pedir disculpas restablece las buenas relaciones
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