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  • La Armada Invencible: rumbo a la tragedia
    ¡Despertad! 2007 | agosto
    • La Armada Invencible: rumbo a la tragedia

      DE NUESTRO CORRESPONSAL EN ESPAÑA

      HACE más de cuatro siglos combatieron en las estrechas aguas del canal de la Mancha dos armadas. El conflicto, que enfrentó a protestantes y católicos, fue parte de la pugna que sostuvieron durante el siglo XVI los ejércitos de la soberana de Inglaterra, Isabel I, y el rey de España, Felipe II. Para los hombres de aquella época, “el choque de las escuadras inglesa y española en el Canal fue [...] una definitiva lucha a muerte entre las fuerzas del bien y del mal” (La derrota de la Armada Invencible).

      Según los observadores ingleses, la Armada Invencible, o la Gran Armada, “constituía la mayor fuerza naval que jamás habían visto sobre el océano”.

  • La Armada Invencible: rumbo a la tragedia
    ¡Despertad! 2007 | agosto
    • Una flota imponente pero poco maniobrable

      Felipe II nombró almirante de la Armada al duque de Medina Sidonia, quien, pese a su limitada experiencia naval, era un buen organizador que no tardó en ganarse la confianza de sus curtidos capitanes de navío. Juntos formaron un ejército y aprovisionaron a la imponente flota lo mejor que pudieron. Con objeto de unificar las fuerzas internacionales, fijaron meticulosamente las señales, las formaciones y las órdenes de navegación.

      Por fin, los 130 buques que integraban la Armada zarparon del puerto de Lisboa el 29 de mayo de 1588 con casi 20.000 soldados y 8.000 marinos a bordo. No obstante, vientos adversos y un temporal los obligaron a refugiarse en La Coruña, en el noroeste de España, donde repararon las averías y se abastecieron de nuevo. Preocupado por las escasas provisiones y por las enfermedades que cundían entre sus hombres, el duque de Medina Sidonia le escribió una carta al rey exponiendo con franqueza sus inquietudes sobre el resultado de tamaña empresa. Pero Felipe II insistió en que el almirante se ciñera a los planes. De modo que la lenta y pesada flota siguió su rumbo y finalmente penetró en el canal de la Mancha, dos meses después de soltar amarras en Lisboa.

      Combates en el canal de la Mancha

      La Armada se encontró con la flota inglesa, que la esperaba a la altura de las costas de Plymouth, en el suroeste de Inglaterra. Ambos bandos poseían un número semejante de barcos, aunque de características diferentes. Los navíos españoles, que con sus grandes castillos de proa y de popa se asemejaban a fortalezas flotantes, sobresalían mucho por encima del agua, y sus cubiertas estaban repletas de cañones de corto alcance. Su táctica era la del abordaje, maniobra con la que se apoderaban de la nave enemiga. Por otra parte, los buques ingleses eran de menor tamaño, más veloces y dotados con cañones de mayor alcance. Por ello, su estrategia consistió en evitar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo y destruir la flota enemiga desde lejos.

      Para contrarrestar la mayor maniobrabilidad y capacidad de fuego de la armada inglesa, el almirante español había ideado una formación defensiva en forma de media luna. Los buques más recios, con la artillería de más alcance, se situarían en los extremos. Así, sin importar la dirección por la que atacara el adversario, la Armada podría virar y hacerle frente, como un búfalo que con sus cuernos opone resistencia a un león.

      A lo largo del canal de la Mancha se produjeron varias escaramuzas, y llegaron a librarse dos batallas de poca importancia. La formación defensiva de la flota española dio buenos resultados, y la artillería inglesa no logró hundir ningún buque. Entonces, los comandantes ingleses llegaron a la conclusión de que tenían que romper a toda costa la formación enemiga y acercarse más a sus naves. Su oportunidad se presentó el 7 de agosto.

      El duque de Medina Sidonia, ateniéndose a las órdenes, había acudido a encontrarse con el duque de Parma y sus tropas. En espera de que llegase, había mandado fondear la Armada en la bahía de Calais, en la costa francesa. Aprovechando la vulnerabilidad de la flota amarrada, los ingleses enviaron ocho barcos incendiados y cargados de explosivos, lo que provocó que la escuadra española saliera en desbandada a mar abierto, donde fue víctima de fuertes vientos y corrientes que la empujaron hacia el norte.

      Al alba se entabló la última batalla. La artillería inglesa, que disparaba ahora a poca distancia, dejó inutilizados al menos tres navíos españoles y causó estragos en muchos más. La Armada, casi sin municiones, no pudo más que aguantar la embestida.

      Un temporal hizo que la flota inglesa suspendiera la ofensiva. A la mañana siguiente, la Armada recuperó la formación de media luna y se dispuso a enfrentarse al enemigo con escasas municiones. Pero antes de que los ingleses pudieran abrir fuego, los vientos y las corrientes habían arrastrado las naves españolas hacia las playas de sotavento, conduciéndolas inexorablemente a su final en los bancos de arena de Zelanda, en la costa holandesa.

      Cuando todo parecía irremediable, la dirección del viento cambió y se llevó a la Armada al norte, a alta mar, disipando así el peligro. En vista de que los ingleses bloqueaban la ruta de regreso a Calais y que los vientos seguían empujando a los maltrechos barcos españoles hacia el norte, el duque de Medina Sidonia decidió que no tenía más opción que cancelar la misión y salvar al mayor número de barcos y hombres. Entonces, ordenó poner rumbo a España circunnavegando Escocia e Irlanda.

      Tormentas y naufragios

      Los vapuleados buques de la Armada tuvieron un azaroso viaje de regreso. Escaseaba la comida, y apenas había agua dulce, pues los barriles perdían. Los combates habían dañado considerablemente muchas naves, y pocas quedaron en condiciones de navegar. Para colmo, en la costa noroeste de Irlanda, la Armada se enfrentó durante dos semanas con varias tempestades, lo que provocó que algunos navíos desaparecieran sin dejar rastro y otros naufragaran en la costa.

      Al fin, el 23 de septiembre, los primeros barcos de la Armada arribaron a Santander, puerto del norte de España. Tan solo unas sesenta naves y la mitad de los hombres que partieron de Lisboa lograron regresar. Miles se ahogaron, y muchos otros murieron como consecuencia de heridas o enfermedades durante el regreso. Pero el suplicio aún no había terminado para los sobrevivientes que llegaron a las costas españolas.

      La obra La derrota de la Armada Invencible señala que algunas tripulaciones “carecían de víveres por completo y seguían muriendo de hambre aun estando ancladas en puerto español”. El libro también afirma que en el puerto de Laredo, un buque encalló “debido a que sus hombres carecían de la fuerza necesaria para arriar velas y mover las anclas”.

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